Cultura
[EXTRACTO] ‘Los rotos. Las costuras abiertas de la clase obrera’ (Akal), de Antonio Maestre
En este fragmento incluido en el capítulo 'La familia, el espejo de tu futuro', el autor analiza la primera socialización y cómo esta determina de forma sustancial el porvenir de cualquier persona.
Mi abuelo se llamaba Hilario. Nunca lo conocí, murió antes de que yo naciera. Agonizaba en un hospital entrando y saliendo del coma cuando mis padres se casaron. Todo lo que sé de él está mediado por las vivencias, traumas y confesiones de mi madre. Le llamaban “El Camuñas” en Villaverde (Madrid) donde vivía junto a una familia numerosa. Era un rojo. Un republicano que combatió en la guerra civil contra los fascistas y perdió varios dedos de una mano por la explosión de una granada que le quitó la maña y le proporcionó el mote. Era comunista, cada primero de mayo el sargento Barriga mandaba un propio de la guardia civil a su casa para comprobar que se quedaba en casa y que no metía bulla. Era un obrero fabril, de mono azul, trabajaba en la Boetticher y Navarro, y vivía en los pisos que la fábrica tenía para los trabajadores. Mi abuelo tenía el fenotipo del que se enorgullecería cualquier izquierdista nostálgico de tiempos mejores, era un referente de lucha, un héroe de la clase obrera. Pero, sobre todo, por encima de todos esos fetiches para puristas, mi abuelo era un miserable. Un maltratador que tenía a mi abuela Petra aterrada.
Esta breve semblanza es la exposición de un nieto filtrada a través de los recuerdos de una niña aterrorizada que amaba con locura a su madre y temía y odiaba a su padre. La familia, ese ente idealizado por parte de quienes han tenido una infancia saludable, feliz, en un entorno amoroso donde los menores han podido vivir a salvo de preocupaciones y responsabilidades, mientras que para otros es solo un lugar del que huir para protegerse. En solo dos generaciones, a través de mi madre, he podido constatar la evidencia de que el núcleo familiar puede ser un lugar cálido de protección al que acudir cuando tienes un problema y que te permite prosperar, y también puede ser un lugar hostil, tenebroso, que te limita, te atemoriza y te maltrata, cuyo recuerdo solo sirve para evitar crear un entorno que haga sufrir a los propios hijos la suerte de una infancia perturbadora. La familia, el único colchón de subsistencia de la clase obrera. Sí, para mí, pero un lugar ladrón de vida para mi madre cuando dependía de su progenitor.
La familia como concepto genérico no es más que un ente concreto reproductor del orden social marcado por unas estructuras opresoras para las personas mas vulnerables que lo componen. Es un fractal de una superestructura que privilegia a quienes tienen más posibilidades y que tiene tantas representaciones como individuos hay en una sociedad. Una estructura social que vierte sobre las mujeres una carga superior y que a la clase obrera puede servirle como salvaguarda siempre y cuando consiga mantenerse a salvo de las presiones exteriores sociales de precariedad y necesidad. Si en la familia hay pobreza, habrá dificultades asociadas que pueden perturbar la convivencia; las necesidades materiales determinarán las posibilidades que tengan los menores. Si en la familia hay maltrato, jamás podrá ser el lugar idílico que permita progresar en la sociedad desde un entorno humilde, porque los factores que posibilitan el desarrollo sano de un menor en una familia trascienden los económicos.
La familia como algo que puede terrorífico y cualquier cosa menos un «refugio» trasciende la clase social.