Internacional

“Salvini se tira de cabeza a cabalgar contradicciones; Meloni comprueba dos veces que el suelo no se hunde antes de dar un paso”

Los politólogos Daniel Vicente Guisado y Jaime Bordel acaban de publicar 'Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia' (Apostroph).

Los politólogos Daniel Vicente Guisado y Jaime Bordel. ALICIA BARBA

La ultraderecha italiana es hoy un monstruo bicéfalo: Matteo Salvini y Giorgia Meloni, Giorgia Meloni y Matteo Salvini. La estrella del primero declina, la de la segunda está en auge. Ambos serán clave tras las próximas elecciones, en un momento al que la izquierda italiana concurre absolutamente noqueada. Cuál es la historia profunda del éxito de la Lega y de Fratelli d’Italia es el propósito de Salvini & Meloni: hijos de la misma rabia (Apostroph, 2022), un libro escrito al alimón por los jóvenes politólogos Daniel Vicente Guisado y Jaime Bordel. Ambos responden por escrito y de manera coral a las preguntas de lamarea.com.

El objeto del libro son los fenómenos Salvini y Meloni, pero, para contextualizarlos, introduce largos excursos sobre la política italiana post-1945 y, sobre todo, post-Tangentopoli, el escándalo de corrupción masiva que derrumbó el sistema de partidos conformado tras la segunda guerra mundial. Aquella crisis nunca se ha llegado a resolver del todo, ¿no es así?

Totalmente de acuerdo. Cuando decimos que Salvini y Meloni, aun siendo distintos, son hijos de la misma rabia, hablamos de un resentimiento que tiene sus raíces en los años noventa, cuando el macroproceso judicial de Mani Pulite demostró que el sistema era eminentemente corrupto. Cayeron entonces partidos fuertes y estables, que se hallaban muy enraizados en la sociedad, y se pasó a un escenario dominado por el tecnopopulismo de Silvio Berlusconi que, analizando la coyuntura, es capaz de generar una figura que recoja cabreo y deseo; proyectar un futuro como rechazo al pasado.

Pero Berlusconi se da cuenta de que para acabar con el pasado necesita apoyarse en él, echa mano de la Liga Norte (en el norte) y del Movimiento Social Italiano (en el sur) para constituir un bloque de derechas que le permita hacerse con el poder. Fue Il Cavaliere el que legitimó dos opciones que en ese momento se presentaban y entendían como outsiders, como impugnatorias del sistema.

Salvini lidera la Lega, un partido que llegó a ser independentista de la Padania, con un discurso muy despectivo contra los italianos del sur. ¿Cómo logró transformarlo en una ultraderecha nacionalista italiana, capaz de convencer también en el Sur?

Supo leer el momento. Crisis del 2008, aires soberanistas en Europa, desprestigio de la élite política que intentó suturar la crisis de la Primera República, desgaste del programa autonomista de la Liga Norte, declive de Berlusconi… Había un contexto propicio para nuevas fórmulas. Aunque no fuera muy conocido, llevaba toda la vida en política y supo crear alianzas y aprovecharse de una vieja guardia que pensaba más en su jubilación que en relanzar un partido que había tocado fondo, y que creyó que apoyando a Salvini colocaba a un hombre de paja. Se equivocaron. Poco a poco empezó a traicionarlos, cambió la simbología del partido, pidió perdón al sur y, finalmente, descartó la independencia y cambió el nombre del partido para disputar el liderazgo de la derecha a Berlusconi. 

Uno de los aspectos más interesantes de Salvini es su habilidad en redes sociales. ¿Cómo funciona La Bestia? ¿Cuáles han sido sus intuiciones más lucrativas?

Salvini trabajó en prensa antes de su etapa política principal y conoció a mucha gente que aún le acompaña. Los registros periodísticos, de propaganda si se quiere, no le son ajenos. La Bestia surge como un entramado político-técnico que le indica las pautas que mejor funcionan. Una de sus principales intuiciones fue humanizarlo; crear una imagen de campechano y advertir cuándo publicar qué. Por las mañanas publica un vídeo de una agresión a manos de un senegalés, por las tardes sube una foto a Instagram comiendo un plato típico de donde esté, por la noche va a una entrevista y después se relaja en Twitter comentando Gran Hermano. Pero no es aleatorio: está pensado, analizado y recomendado. 

Giorgia Meloni viene del neofascista MSI, convertido en Fratelli d’Italia a través de un proceso que el libro relata. Cuando se puso a su frente, declaró que ella quería sentarse en el despacho de Almirante, no en el de Fini. ¿Qué quería decir?

Meloni y toda la ultraderecha italiana repudian como traidor a Gianfranco Fini, artífice del primer proceso de moderación ideológica del MSI en los noventa, con la llamada Svolta di Fiuggi, «giro de Fiuggi». Fini lideró la corriente que transformó el MSI en Alianza Nacional, un partido que aceptaba la democracia y que ya no tendría los elementos más genuinamente fascistas del MSI. Tuvo bastante aceptación, y aunque hubo sectores que salieron del partido, las urnas avalaron a Fini, que en el año 2000 fue vicepresidente de Berlusconi con un notable peso en el ejecutivo. A partir de ese momento, Fini lideró todas las sucesivas moderaciones del espacio político, como la condena del Holocausto en su primera visita a Israel (2003) o la confluencia con la Forza Italia de Silvio Berlusconi en un único partido, el Pueblo de la Libertad (2008). Pero en 2010, sus disputas con Berlusconi le llevaron a abandonarlo, creando una formación centrista a la que no se unieron sus antiguos compañeros de Alianza Nacional. Una decisión que sus excompañeros, ahora agrupados en Fratelli d’Italia, jamás le perdonaron.

Almirante fue todo lo contrario. Cuando asume la secretaría del partido en 1969, el MSI viene de una etapa de inserimento (inserción), búsqueda por todos los medios de encontrar hueco en el sistema de pactos de gobierno que regía la República. Almirante se opuso frontalmente a esta política, ya que comprendió que la Democracia Cristiana (DC) jamás iba a pactar con un partido que había sido creado por los antiguos fascistas. Y en vez de rebajar sus objetivos, llevó a cabo una estrategia consistente en reafirmar la identidad y los valores originales del MSI, planteándose como alternativa moral al régimen de la DC. Algo parecido a lo que trata de hacer Giorgia Meloni a día de hoy. La líder romana grita en los mítines el «Dios, Patria y Familia» de Almirante, y a pesar de haber podido entrar a gobernar en dos ocasiones ha preferido quedarse fuera, evitar el desgaste y acumular fuerzas hasta poder liderar el ejecutivo. La historia no se repite, pero rima. 

De un tiempo a esta parte han cambiado las tornas: la estrella de Salvini declina y la de Meloni está en auge. ¿Por qué?

Como comentábamos antes, Meloni ha preferido en dos ocasiones quedarse fuera del ejecutivo. La primera fue en 2018 en el gobierno nacional-populista del Movimento 5 Estrellas y la Liga, y la segunda con el gobierno Draghi. Salvini, sin embargo, eligió entrar en las dos; la primera con un protagonismo máximo, como vicepresidente y ministro del Interior, y la segunda permaneciendo fuera, pero incluyendo varios ministros de su partido. Salvini se tira de cabeza a cabalgar las contradicciones, y Meloni es más prudente; siempre comprueba dos veces que el suelo no se hunde antes de dar un paso. Y al final, parece que quien está acusando más el desgaste es Matteo Salvini. La pandemia le minó mucho, pues no era momento para showmans y oportunistas, y ahora la guerra de Ucrania está siendo la puntilla. El ridículo al que le sometió el alcalde de Przemysl en su visita a Polonia, obligándolo a disculparse por su antiguo apoyo a Putin, es el ejemplo perfecto de por qué le está yendo mal. Las redes están muy bien, pero luego hay que cargar con la hemeroteca de poner veinte tuits al día. 

Meloni también nos habla de un fenómeno interesante que va más allá de Italia: una ultraderecha que lee a Gramsci, e incluso a Lenin. La nouvelle droite empezó a hacerlo en Francia y en años más recientes hemos llegado a ver a Steve Bannon declararse leninista, o impartirse charlas sobre Gramsci y Lenin en una sede de Vox.

Es cierto que el universo cultural de la derecha radical italiana siempre ha sido más amplio que el de otras de sus homólogas en el resto del mundo. El ejemplo más extravagante es Casa Pound, formación que se declara abiertamente fascista, pero que reivindica a figuras de la izquierda como el Che Guevara. Meloni no llega tan lejos, y últimamente le gusta más recomendar a conservadores como Roger Scruton, a quien cita varias veces en su libro. Sin embargo, es cierto que a la derecha italiana le ha gustado siempre dialogar y debatir con ideas fuera de su espacio. Un ejemplo paradigmático es Atreju, el evento cultural creado por las juventudes de Alianza Nacional, que ha conseguido relevancia a nivel nacional. Allí se albergaron debates con miembros del Partido Democrático y hasta de Rifondazione Comunista. Salvini, por el contrario, nunca fue tan profundo. Lo suyo consistió en personificar no al intelectual, sino al ciudadano medio. Rara vez le ves recomendando, leyendo o reflexionando en grandes debates. Él siempre prefiere el carnicero al intelectual, como acostumbra a decir. Sus incursiones al otro lado del espectro ideológico residen en utilizar la migración como forma de acceder a antiguos caladeros de votantes de izquierdas (paradigmático fue el caso de Pisa) y, si acaso, reivindicar a figuras progresistas como Berlinguer con la torpeza con que acá Macarena Olona reivindica a Anguita. Es más fachada que resignificación. Por ello Meloni es más peligrosa.

En el libro se comenta también la enorme debilidad de la izquierda italiana. Ya tiene sus problemas el socioliberal PD, pero su flanco izquierdo es un páramo. ¿Por qué?

En primera instancia, por la debacle del PCI en los noventa, y más recientemente, porque la indignación tras la crisis del 2008 no la capitalizó un movimiento de izquierdas como Podemos, sino un artefacto antipolítico de difícil identificación como el Movimiento 5 Estrellas, que consiguió aglutinar, entre aquellos para los que la ideología todavía era una forma de definición política, un tercio de centro, otro de izquierdas y otro de derechas. Buena parte de esos anhelos de cambio fueron hacia un proyecto que ha resultado un auténtico fracaso.

En el 33% que apostó por el M5S en 2018 seguramente había potenciales votantes de la izquierda cansados de las promesas incumplidas del Partido Democrático. Hoy seguramente hayan vuelto al PD, se encuentren apáticos o sigan en el Movimento como mal menor. El resto, cuando no a la abstención, ha ido a parar fundamentalmente a Salvini. Las alternativas progresistas se hallan fragmentadas, desorientadas y sin un discurso con el que conectar. Los ejes que determinan la política en Italia son distintos. Ahí prima la cuestión europea, migratoria, establishment y de colocación de Italia en el mundo. Muchos de estos temas son terrenos difícilmente fértiles para opciones alternativas al PD. 

¿Cuál es su pronóstico para Italia?

A corto plazo creemos que Draghi aguantará la legislatura más por correlación de debilidades que de virtudes. Si ha superado las elecciones a la Presidencia de la República, no creemos que haya nada que pueda hacer caer su gobierno, salvo algún imprevisto de última hora. Todos los partidos que le apoyan están expectantes por recoger los frutos de su gobierno, y nadie quiere soltar la cuerda antes de tiempo por temor a caerse. Y en las elecciones de 2023, cada vez parece más seguro que será Meloni, y no Salvini, quien lidere la coalición del centroderecha. Esto podría incluso hacer rodar la cabeza de Salvini. Pero puede pasar de todo. Hay cuestiones abiertas como la figura de Conte, liderando el Movimento pero con una popularidad superior a las siglas. O la recuperación del Partido Democrático. También las sumas que partidos pequeños (como los liberales o los ecologistas-progresistas) para salvarse del sistema electoral y condicionar los próximos gobiernos.

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Comentarios
  1. La derecha sube en el mundo en la misma medida que baja la izquierda.
    Yo ante este panorama digo lo que Unamuno:
    «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha».
    Mi rabia y desazón no van dirigidas a los líderes de derechas y ultraderechas sino a los rebaños de borregos que eligen lobos para que los «protejan y cuiden de éllos».
    Cada década que pasa venimos siendo más tontos, sería sumamente interesante e incluso necesario investigar y entender a que es debido.
    Está claro que el pensamiento crítico ha desaparecido y pronto hasta perderemos,o nos harán perder, la capacidad de pensar.

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