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Distintos paradigmas alimentarios para un solo relevo generacional
JUAN LABORDA RUIZ* | Hace un tiempo, mi compañera Beatriz Hernández y yo empezamos a hablar con cooperativas agrarias para conocer las experiencias que están llevando a cabo para abordar la falta de relevo generacional. Durante estas conversaciones, pudimos comprobar las diferencias de percepción sobre este asunto que existen entre el sector agrario y el movimiento por la agroecología. Esta divergencia, además, ponía en cuestión algunas de las hipótesis que manejábamos en nuestro estudio El camino hacia el empleo agrario en los Sistemas Alimentarios Territorializados, coeditado junto a la Fundación Daniel y Nina Carasso.
Y es que, mientras desde el movimiento agroecológico se suele culpar al sector agrario de acaparar recursos productivos que podrían servir para que más personas vivieran del campo, desde el Grupo Operativo INNOLAND nos decían que, aun ofreciendo vías de acceso estable a la tierra y asumiendo parte de la inversión inicial desde las estructuras cooperativas y aprovechando sus vías de comercialización, encontraban limitaciones para que los jóvenes se incorporaran. Tras un primer momento de creer que uno de los dos, o “agroecológicos” o “convencionales”, no estaba diciendo la verdad, tuvimos otro de pánico al pensar: “a ver si lo que pasa es que los agroecológicos no queremos trabajar”. Tuvimos que parar y reflexionar.
Conversando sobre ello con Lorena Tudela, coordinadora del G. O. Innoland, coincidimos en que ninguna de las dos versiones mentía, quizá solo están algo desconectadas. “A veces la solución no es inmediata”, nos dijo Lorena, “nuestra experiencia nos indica que, más allá de tierras accesibles y jóvenes con vocación agro, es necesario replantear nuevos modelos que recojan las aspiraciones (ambientales, sociales, culturales y económicas) de estas personas que se incorporan”. Lorena quería decirme que, más allá de trabajar la tierra, es fundamental que los jóvenes tomen parte activa de las decisiones de la cooperativa. Además, coincidimos en la idea de que el sector “convencional” y los aspirantes a conformar el sector agroecológico tienen, además de sus problemas específicos, problemas comunes y un gran potencial de colaboración mutua.
El éxodo rural tiene influencia sobre la evolución del sector agrario, pero esta evolución también está teniendo una gran influencia sobre la economía y demografía rural y, por tanto, sobre el éxodo rural. Entonces, ¿por qué hay personas jóvenes que, sin venir de tradición agraria, quieren ganarse la vida en ese sector y (dicen que) no pueden? ¿Será verdad que “los agroecológicos no tenemos ganas de trabajar”?
Es innegable que, desde este tipo de perfiles, mayoritariamente de origen urbano, el mundo rural y la actividad agraria se idealizan a menudo, pero esto se resuelve con un periodo previo de acercamiento trabajando en una finca, como el que promueven los espacios test agrarios. Lo que es más difícil de salvar para una persona que quiere emprender en el campo bajo modelos extensivos o agroecológicos es que los precios de referencia de alimentos como el queso, la carne o los cereales son fijados globalmente y bajo producción industrial. Por tanto, no permiten a esa persona recuperar una inversión desde cero. De ahí que estos perfiles suelan verse relegados a la producción de hortalizas como único subsector viable para empezar desde cero, ya que la inversión que estas requieren es relativamente baja.
Ni la mayor conciencia social sobre la esencialidad de las personas que trabajan la tierra o la actualidad pública del “reto demográfico” han cambiado la situación del primer eslabón de nuestro sistema alimentario, que sigue con las mismas demandas en las manifestaciones de febrero de 2022 que en las de febrero de 2020. Los problemas de relevo generacional son potenciados en gran medida por el sistema alimentario en todos sus eslabones y perpetuados por la PAC. Dada esta situación, ¿qué atractivo tiene este contexto sectorial para cualquier persona (física) que se plantea vivir del sector agrario? Algunas de las escasas incorporaciones al sector lo tienen claro y plantean en sus iniciativas nuevas formas de producir y vender alimentos, si bien, como efectivamente nos decían desde el mundo cooperativo, estos planteamientos no siempre logran hacerse realidad y su efecto todavía no se siente en la tasa de relevo generacional. ¿Por qué? ¿Podemos hacer algo? Podemos hacer mucho.
A escala local, desde la perspectiva socioeconómica, la agricultura familiar en general y las cooperativas en particular son una pieza fundamental en un sector productivo ampliamente basado en explotaciones familiares y con la participación de una parte sustancial de la población local. Además de su papel vertebrador y de poseer la mayoría de los recursos productivos agrarios, es necesario que la agricultura familiar y el sector cooperativo recalculen sus modelos de negocio y su dependencia de comprar para producir si no quieren ser fagocitados por las grandes corporaciones agroalimentarias (integración vertical, como lo llaman ellas). Por otra parte, los planteamientos agroecológicos que traen muchas de las personas que no proceden del sector, o que vuelven a él tras un periodo fuera del pueblo, incluyen un mayor control de la venta a través de los canales cortos y una producción basada en consumir el menor número posible de productos comprados, ajenos a la finca. Al mismo tiempo, esas personas necesitan completar sus conocimientos y experiencia con la que tienen las familias de tradición agraria, que también les pueden facilitar el arraigo en la vecindad rural, tan necesitada de sangre nueva.
Las alianzas entre la agroecología y la agricultura familiar supondrían, además de las sinergias descritas, una mayor presencia de estos nuevos modelos productivos sobre el total. Esto reduciría las reticencias que, por falta de referentes, tienen muchas personas jóvenes que se incorporan desde una herencia familiar agraria a hacerlo desde enfoques como la agricultura ecológica o los canales cortos de comercialización. Una mayor presencia en los mercados alimentarios de estas opciones más cercanas y sostenibles facilitaría el acceso de la población consumidora a las mismas, además de reducir los costes de comercialización y distribución que hoy se ven sobrecargados por la dispersión de oferta y demanda y por el dominio hegemónico que establece la gran distribución.
Acercar producción y consumo, transformar en el territorio productivo o potenciar las sinergias en el ecosistema agrario a nivel de finca y a nivel de comarca son propuestas desde la agroecología que también responden a la necesidad del sector y de la sociedad rural de no dejar que el gran valor que generan los sistemas agrarios en España se escape hacia las ciudades o los paraísos fiscales.
Para plantear objetivos de renovación en el sector, es tan fundamental asegurarnos de que queda en él valor para todos como garantizar un diálogo e intercambio constructivo entre la agroecología, defensora de la soberanía alimentaria, y la agricultura familiar tradicional. Ambos modelos tienen mucho que aprender del otro, y en esa alianza está una de las claves para salvaguardar el futuro de nuestras áreas rurales.
Juan Laborda Ruiz es técnico de Agroecología de CERAI y coautor del informe El camino hacia el empleo agrario en los Sistemas Alimentarios Territorializados