Opinión | Pensamiento

¡Que no me da la gana!

"De lo que estamos hablando es del imperativo chirriante de aprovechar la juventud, del 'carpe diem' en versión cutre. Que me perdone Rubén Darío, pero no, la juventud no es siempre un divino tesoro", reflexiona Marina Merino.

Una chica consulta su teléfono móvil. PIXABAY

No puedo más. Estoy hasta las narices de los consejitos basura repetidos colectivamente a los que se espera que contestes con una sonrisa y sigas tirando con tu día. Concretamente, estoy harta del mensajito automático que nos repiten hasta la saciedad a las jóvenes que nos quejamos de nuestra vida: (Léase con voz cursi) “¡Pero si esto son los mejores años de tu vida, disfrútalos!”.

Antes que nada, quiero dejar claro que no tengo ninguna especial simpatía por lo castizo, pero por favor, que vuelva ya el refranero español para esos momentos donde no se sabe muy bien qué responder a estas cosas, en vez de estas frases baratas que solo frustran y hacen daño. ¡Tsché! Que ya sé lo que me vais a decir, que el refranero también tendrá implícitos mensajes cuestionables. Pues vale, pues sí, de eso si queréis hablamos otro día, pero hay que reconocer que un poco más de estilo sí que dan. Sea como sea, de lo que estamos hablando es del imperativo chirriante de aprovechar la juventud, del carpe diem en versión cutre. Que me perdone Rubén Darío, pero no, la juventud no es siempre un divino tesoro. Además que la frasecita se siente como una pistola en el cogote, como andar por la calle y pasar bajo un piano colgando.

¡Dios, qué sentimiento de presión y culpabilidad tan grande por saber que los supuestos mejores años de mi vida no lo están siendo! ¡Cuánta anticipación negativa resultante por creer que todo irá a peor! Hay palabras que sentencian e incluso se convierten en profecía autocumplida. Me hacen creer que estos son mis mejores años porque son aquellos en los que soy más útil, más productiva, más consumible, más explotable. Yo no quiero seguir pensando que estos son los mejores de mis días, y tampoco quiero que a nadie que no lo sienta se lo hagan creer.

La juventud es solo un tema –¡y qué tema!–, pero se pueden poner más ejemplos: (vuelva a leerse con voz cursi) “Disfruta de tus hijos, que cuando crezcan los vas a echar de menos”, “ahora con tu pareja estás en fase de luna de miel, aprovecha, que luego os casáis y acabáis soportándoos”… y podría seguir así un día entero. Tenemos caracterizados como idílicos momentos como la infancia, la juventud, la universidad, la maternidad o el inicio de una relación romántica.

Se nos impone la atención y disfrute a determinadas etapas y se nos hace obligatorio a la vez el sufrimiento en otras situaciones como el duelo o el luto tras pérdidas o rupturas. Todo esto no es mera cuestión temporal, estamos estamentando momentos modélicos de vida que giran en torno a grandes instituciones –casi sagradas– como La Familia, La Infancia, La Academia, La Pareja, La Juventud. Estamos permitiendo que alrededor de ellas se imponga una dulce canción, como si fueran la panacea. No, señores, esto no son más que estructuras represivas o reproductivas de capital en torno a la que nuestra sociedad se organiza. Es por ello por lo que hay tanto afán por aferrarnos a ellas, por darnos una vivencia ya condicionada de nuestros momentos, y por lo que nos sentimos tan mal al no estar cumpliendo con las expectativas.

Si no fuera así, no habría cantidad de casos que desmintieran la norma. Cuántas jóvenes sentimos que no encajamos en la academia, con su elitismo y sus duras bases que se esconden entre becas y discursos de diversidad. Cuántos, como precarios, estudiamos y trabajamos simultáneamente, o vivimos en la periferia y no tenemos un hueco para socializar o dedicar a nosotros mismos (y si los tenemos, cuánto de nuestro ocio es libre). Cuántas madres sufren depresión posparto y tienen que vivir ocultándola por vergüenza al estigma que llega hasta hoy. Cuántas relaciones se pueden construir al margen del subidón del enamoramiento y se disfrutan más tras un camino andado. Cuántas mujeres silenciadas y maltratadas en matrimonios “de los de antes, de los de para toda la vida” han empezado a respirar cuando se han enviudado. Cuántos niños y niñas han sufrido violencias en sus casas y alcanzan bienestar cuando se emancipan dos (o tres) décadas más tarde. ¿Cuántos más ejemplos hay que poner para demostrar que la vida no va de eso que nos hacen pensar?

Dejadme sentir ya, dejadnos sentir ya. Es agotador vivir una vida escrita por otro, comparada con otros, conformándonos con lo que nos queda. No es justo tener máximas que aplican para todos los caminos por igual cuando no se tiene la misma base material, cultural, social, académica, genética. No debemos siquiera aceptar el vivir con lo dado. Estas estructuras nunca fueron emancipatorias, mucho menos si nos indican cómo habitarlas, si los momentos vienen con un manual de instrucciones del Ikea para vivirlos.

La existencia, mientras sea en esta sociedad, implica un duro trabajo de resistencia y búsqueda de apoyo. Cuestionar las bases bajo las que nuestro mundo se reproduce y asienta es una tarea a nivel político, y por ello también personal. No estás en tu mejor momento aunque te hayan dicho que deberías estarlo, eso está bien. Estas vivo y estás cambiando, te estás percibiendo en movimiento, más allá del momento dado, la foto fija. No sabes encajar con las palabras que te han dado lo que te está ocurriendo, pero tú lo entiendes, eso está bien. Estás simplemente aguantando, está bien. Estás en lo que se entiende como un momento duro y no te está costando, o incluso lo estás disfrutando, eso también está perfecto.

No todo hay que “aprovecharlo”, no tiene por qué “acabarse”. No todo hay que “aguantarlo”, no todo esfuerzo conlleva recompensa. No todo hay que analizarlo, no todo es un problema. No todo es producción. No somos un objeto medible de forma fija, nos movemos y no todo lo que creamos tiene nombre o categoría. Hay que decir basta, que la tristeza y la frustración se conviertan en rabia para cambiarlo todo. Somos diversos, también lo son nuestros momentos y forma de percibirlos. Si “no estás en tus mejores”, no desesperes, ya habrá belleza, se abrirán nuevas oportunidades para sentir y luchar. No quiero conformarme con este mundo como el mejor de todos, con estos años como los mejores de mi vida, ¡que no me da la gana, que sí que se puede de otra forma!

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Comentarios
  1. La libertad de los jóvenes y de los adultos es aquella libertad que nos quitan los prejuicios y nos ayuda a crecer en un sociedad estigmatizada por todo lo que haces y en la que te conviertes víctimas de las normas y sus prejuicios.

    Luchemos por ser nosotros mismos, disfrutar de la vida en cualquier momento y edad y dejemos que los jóvenes sean adultos y los adultos jóvenes.

  2. Para quienes llevamos toda una vida defendiendo las libertades personales y los compromisos colectivos, es un placer comprobar que tenemos asegurado el relevo en esta lucha que no acaba y en espulgar estereotipos y frases hechas.
    Gracias, Marina por tu claridad de ideas y por tu contundencia al expresarlas.

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