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‘Interrupción’, las silenciadas experiencias en torno al aborto
'Interrupción', de Sandra Vizzavona, nos recuerda, como lo hacía Simone de Beauvoir, que hay que estar alerta, nunca dar la batalla por ganada.
“No olvidéis nunca que bastará una crisis política, económica o religiosa para que vuelvan a cuestionarse los derechos de las mujeres. Nunca se trata de derechos adquiridos. Debéis permanecer ojo avizor durante toda vuestra vida”, escribió hace casi medio siglo Simone de Beauvoir. Hoy más que nunca es necesario recordar estas palabras de alerta de la filósofa francesa, pues vivimos en un momento en el que son muchos los derechos conquistados puestos en cuestión desde posiciones reaccionarias. Si aquí VOX niega la violencia de género, en más de un estado de Estados Unidos se están promoviendo leyes con las que se quiere prohibir el aborto, incluso en casos de violación. Si aquí la extrema derecha alardea sin escrúpulos de discursos transfóbicos, en esos mismos estados de Norteamérica se han propuesto leyes, afortunadamente tumbadas por el momento, contra la comunidad trans y con las que se pretendía castigar a los progenitores que ayudaban a sus hijos a transicionar. Lo explicaba de forma extremadamente detallada hace apenas unos días Ernesto Filardi en un hilo de Twitter.
Los derechos siempre están a punto de perderse, nunca deben considerarse como una victoria incuestionable. Lo sabe bien la abogada y escritora francesa Sandra Vizzavona. Ella nació con la ley Veil que permitía, desde la década de los setenta, el aborto en Francia. Nunca se había percatado de los débiles cimientos sobre los que se sustentaba ese derecho, aunque, por su propia experiencia personal –Vizzavona abortó por primera vez con 17 años– sí era consciente de que conseguir un derecho en términos legales no implica necesariamente conseguir la aceptación por parte de la sociedad. “La indiferencia y la frialdad a las que tuve que enfrentarme aquel día no constituían un hecho aislado. Debimos de ser muchas las que comprendimos que teníamos que conformarnos con un derecho que se nos había consentido. A regañadientes, estaba claro”, leemos en Interrupción (Ed. Tránsito), el libro que Vezzoni escribió hace apenas dos años para reunir el testimonio de una serie de mujeres que, más allá de sus circunstancias completamente distintas, se enfrentaron al aborto desde el silencio y el secretismo. Mujeres que se sintieron juzgadas y, en muchos casos, despreciadas por la decisión que habían tomado. Mujeres que abortaron a escondidas, sin contarlo a sus padres ni a su pareja, padeciendo en solitario el terrible dolor provocado por la expulsión.
Mujeres que no dudaron en ningún momento y a las que tampoco se les dio otra elección, como es el caso de Lila: “Yo, que he crecido en una familia de izquierdas, muy abierta, con una madre feminista, no tuve elección: en mi casa, una mujer inteligente no tiene un hijo a los dieciocho años si no tiene medios para mantenerlo correctamente (…) También estaba la memoria de todas las mujeres de mi familia que habían luchado por tener ese derecho; tenía la obligación de ejercerlo, como el derecho al voto. Pero no lamento nada: a pesar de todo, era lo que yo quería”. También lo quería Delphine, una mujer que, sin embargo, tenía firmes convicciones católicas, como ella misma explica: “Únicamente Dios es perfecto; yo, por mi parte, no soy más que una mujer que se esfuerza por combinar del mejor modo posible los imperativos, las realidades y las complicaciones de la existencia”. Delphine no titubea, es su voluntad de conciliar valores, deberes y necesidades de forma pragmática la que le hace estar a favor del aborto: “Para empezar por razones de salud pública, y luego porque no acepto que se condene con tanta frecuencia a las mujeres a llevar solas las consecuencias de un deseo a veces compartido, pero que en muchas ocasiones se les sigue imponiendo”.
Escribió Annie Ernaux: “Es posible que un relato como este provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo”.
En El acontecimiento, seguramente el mejor texto hasta ahora escrito sobre el aborto, Ernaux relata su propia experiencia, la de una joven que quiere abortar en un país que se lo prohíbe. El país de Ernaux es el mismo de Vizzavona. Las experiencias –la propia y la de tantas otras mujeres– que relata la segunda se inscriben en un país en el que abortar no es un delito, pero que, sin embargo, sigue provocando el rechazo. Ahí está no solo el secretismo con el que lo viven tantas mujeres, escondiéndose de sus parejas o de sus padres, y ahí está también en la insensibilidad de algunos sanitarios, como la de aquel ginecólogo que, aun sabiendo los deseos de su paciente, le hace escuchar el latido del corazón del bebé que espera, o la de enfermeros que no advierten de lo doloroso que es el proceso y que, a la primera queja, responden con “¿Y tú qué esperabas?”, como le sucedió a la propia Vizzavona.
Ella escribe desde Francia, pero los relatos que recupera bien podrían enmarcarse aquí, en España, en la que hay comunidades autónomas donde resulta casi imposible abortar en el sistema público, porque todos los médicos se han acogido a la objeción de conciencia. ¿Dónde queda, entonces, el derecho de la mujer? Muchas se ven obligadas a desplazarse a otra comunidad, no hallando en la propia ningún centro, ni tan siquiera privado. “Si miramos año a año las clínicas que han notificado interrupciones voluntarias del embarazo, vemos que en Castilla y León, Extremadura y Castilla-La Mancha hay provincias que no han notificado ni un solo aborto en 30 años. Esto significa que esas provincias no cuentan ni con un centro público o privado que practique abortos, por lo que las mujeres deben desplazarse a una provincia cercana o, incluso, a otra comunidad autónoma”, señalaba Noemí López Trujillo en su interesante reportaje Del delito al periodo de reflexión: abortar en España en los últimos 40 años, en Newtral.
La relevancia de un libro como Interrupción de Sandra Vizzavona es más política que literaria en el sentido de que estamos hablando de una obra que, entremezclando el género de la confesión con el reportaje periodístico, nos presenta un crisol de testimonios a partir de los cuales mostrar que no hay una sola manera de enfrentarse al aborto y que las circunstancias en las que una mujer decide abortar son tan distintas como las propias mujeres. El dolor, el duelo, la sensación de alivio, la necesidad o no de tener en un futuro un hijo, la conciencia del rechazo o de la estigmatización, la fidelidad a unos ideales o el enfrentamiento a unas creencias…
Las mujeres que llenan las páginas de Interrupción son el reflejo de que el aborto no es una experiencia, sino que son muchas. Y son también el reflejo de que el derecho al aborto todavía debe pelearse, porque incluso en los países en los que está plenamente asentado, sigue siendo un derecho discutido y cuestionado. No se puede hablar de la obtención de un derecho que estigmatiza a las personas –en este caso, las mujeres– que lo ponen en práctica. No se puede hablar del derecho a algo cuando este algo todavía debe vivirse en secreto, todavía conlleva desprecio y rechazo. No se puede hablar de derecho a algo cuando este algo –el aborto– sigue estando tachado por gran parte de la sociedad de “antinatural”. No se puede hablar de derecho al aborto cuando este no puede ser vivido con libertad y sin miedo. Interrupción nos recuerda todo esto. Nos recuerda, como lo hacía Simone de Beauvoir, que hay que estar alerta, nunca dar la batalla por ganada.
Interrupción
Sandra Vizzanova
Trad. Laura Salas Rodríguez
Tránsito, 2022
«Los derechos de las mujeres», «los derechos de los hombres», de los niños, de los ancianos, de los animales; se habla mucho de los derechos de la gente en general, incluso se habla de unos supuestos derechos de los animales, pura retórica, una teoría de naturaleza sentimental-emocional; todos ellos vulnerados a diario incluso en las democracias occidentales más consolidadas. ¡Derechos! Casi nada. De las obligaciones no se habla, o se habla poco, solo de derechos. Cuando, en realidad, son las obligaciones libremente asumidas y llevadas a la práctica las que hacen que funcionen las verdaderas democracias. Sin ese tipo de obligaciones voluntarias libremente asumidas asumidas solo hay injusticia, caos, ineficiencia y vuelta a la barbarie. Antes de aprender a gastarlos hay que aprender a ganarlos, me decían mis mayores cuando les pedía dinero para ir al cine o comprar un helado. Así crecí, y así me formé, mi desdichada infancia y mi adolescencia fueron marcadas por el hierro de las obligaciones y nunca tuve ningún derecho. Curiosamente, de ello me quedó la voluntad de no delinquir, de no ser un vago, de ser responsable y de aprender a pensar libremente sin ceder a la manipulación de las escuelas por las que pasé, o la de mis mayores, la del trabajo, y de la sociedad en general; hoy, a mis 69 años, solo tomo una decisión cuando creo que es acertada, nunca me dejo manipular por nadie, y apoyo todo aquello en lo que creo aunque mi entorno o la sociedad me diga que está mal. Apoyo el imperio de la ley, la honestidad, la justicia, la verdad…tal como yo lo entiendo, sin dejarme manipular por derechos supuestos, por doctrinas religiosas, por ideologías políticas, por nada…si un comunista dice cosas que me perecen sensatas las apoyo, si un liberal hace eso mismo, lo apoyo también, primero lo medito, lo reflexiono, y si mi interior dice que es justo lo apoyo. Pero siempre, respetando las leyes, aunque no me gusten, porque entiendo que la sociedad en su conjunto deber ser la que dicte las normas, no los individuos.