Pensamiento

Un obrero lee a Jenofonte

"No sé en qué momento pasó gente de izquierdas de reivindicar la cultura para todos a ver la ignorancia como un rasgo congénito, pero desde luego es una pérdida terrible", reflexiona Jorge Matías.

Detalle de la portada de 'Anábasis', de Jenofonte, editado por Alianza Editorial.

Hace tiempo que veo en redes sociales algo así como una especie de reivindicación de la ignorancia como un marcador de clase social. Es un debate que periódicamente suele salir a la luz para diluirse como la furia, que siempre es efímera. Pero el poso queda ahí, latente, hasta la próxima reivindicación por vaya usted a saber qué bronca.

No me sorprende el desprecio de las clases medias y de más arriba hacia las clases bajas. Esa suposición de que somos tontos pero buena gente a la que tratar con repugnante paternalismo salvo que seas un desagradecido que saca los dientes, es esperable. Lo que me irrita es ver esa actitud en personas autoproclamadas de izquierdas. Entre los rojipardos, todos ellos cerca de Vox, esto es casi un dogma: las clases bajas tienen gustos bajos, y no hay que juzgar sus gustos, aunque lo cierto es que más o menos compartimos los mismos gustos que el resto de los mortales, con la salvedad de que en nuestro caso es hereditario, como todas las limitaciones económicas y sociales que sufrimos, y en su caso su gusto es abominable por elección. Si quisieran serían cultos. 

Ahora te lo pintan bonito, te lo envuelven en papel de regalo, pero no es muy distinto de la criminología de Cesare Lombroso. Pero del mismo modo en que hoy rechazamos la idea de que los criminales tienen ciertos rasgos físicos congénitos que los delatan, deberíamos rechazar esta reivindicación de la estupidez camuflada de reivindicación de lo popular.

He escrito anteriormente en otros medios sobre cómo, desde el atril de una clase media encantada de conocerse, periodistas culturales pretenden delimitar los gustos musicales de las clases bajas al reguetón y sus sucedáneos, así que no me extenderé sobre esto. Pero me queda un sabor cada día más amargo cuando veo que se aprueba y fomenta la ignorancia como un rasgo distintivo de una clase social. 

No tengo estudios superiores. He pasado media vida pintando casas y otra media en el sector del metal, con algún intervalo como cajero de supermercado, camarero y gasolinero. Un desperdicio de vida, soy consciente. Ser obrero en España es un castigo. Pero no por eso me voy a castigar en mi tiempo libre. 

Leo clásicos. Los leo con avidez. Uno de mis libros favoritos es la Anábasis de Jenofonte. Siento una debilidad por él desde que supe que la novela de Sol Yurick en la que se basa el film de 1979 dirigido por Walter Hill The Warriors cuenta la misma historia llevada a Nueva York y empapada de marxismo. Encuentro maravillosa esta falsa línea que va desde Jenofonte a Yurick para acabar en Walter Hill. Nunca he distinguido dónde empieza la alta cultura y termina la cultura popular, pero en cualquier caso esa línea de separación debió morir en el siglo XX

Hace años trabajé en una excavación arqueológica. No hay nada romántico allí para un currito, me pasaba ocho horas al sol picando y cargando carretillas. En cada cata nos asignaban a un estudiante o dos. Recuerdo con cariño a uno de ellos, que nos explicaba qué podía ser cada cosa que iba apareciendo. Nos hablaba con mucho respeto, y se agradecía algo tan interesante mientras notabas cómo el sudor se mezclaba con la tierra entre tus nalgas. Las clases terminaron cuando apareció un día el jefe de aquello diciendo que nosotros no necesitábamos saber todo eso, no lo íbamos a entender. Días antes, ese mismo jefe me confundió con uno de los estudiantes al verme leyendo un libro. 

La reivindicación de la estupidez a la que me refería al principio tiene varios frentes abiertos. Por un lado, hay personas quejándose de que les hagan leer clásicos en el instituto y en el colegio, incluso clásicos que nadie manda leer. Y por otro, está lo de saber escribir correctamente como marcador de clase, lo que implica que quienes carecemos de estudios superiores no tenemos la capacidad para hacerlo. Todo esto no hay por dónde cogerlo, pero es muy conveniente para que los de siempre puedan mantener su incomprensible estatus.

Las obras de arte realizadas por el ser humano están al alcance de todos y, desde luego, sería un desperdicio que solo las pudieran disfrutar quienes tienen dinero, que suelen ser de natural bastante desagradecidos. Los clásicos son demasiado valiosos como para dejarlos en manos de los ricos. Avergonzarme por tener unos gustos que algunos creen que no me corresponden no está en mis planes, y lo mismo vale para mi capacidad para expresarme por escrito. Lo que me avergonzaría es hacer bandera de la ignorancia. No sé en qué momento pasó gente de izquierdas de reivindicar la cultura para todos a ver la ignorancia como un rasgo congénito, pero desde luego es una pérdida terrible.

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Comentarios
  1. No sé en qué momento pasó gente de izquierdas de reivindicar la cultura para todos a ver la ignorancia como un rasgo congénito, pero desde luego es una pérdida terrible.

    Esta última oración no queda muy clara a los ojos del lector. No sabemos si el verbo “pasó” pertenece a la primera frase o si es el verbo ( como parece) de la segunda, “ gente de izquierdas”. Tómese un minuto más la próxima vez, y no deje de leer a los clásicos. Hay tantos …

    Sin acritud,

    J.

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