Opinión

La igualdad es de perdedores

"Decimos desear la igualdad, pero en el fondo no siempre es así [...] Cuanto mayor es la amenaza de descenso social y desclasamiento, más fuerte es la culpabilización de las víctimas", reflexiona el autor.

Foto: iStock

Cuando era adolescente tuve una conversación, no recuerdo ni la razón ni el contexto, con el padre de una chica con la que salía. Tampoco recuerdo por qué le comenté que en España estaba reduciéndose la diferencia entre los más ricos y los más pobres –ya entonces me interesaban esas cosas–. Lo que sí recuerdo perfectamente fue su respuesta: eso que a ti te parece bueno, a mí me parece malo.

Supongo que se me quedó grabada la frase porque, en mi ingenuidad de entonces, yo pensaba que todo el mundo estaría de acuerdo en que la reducción de las desigualdades era una evolución positiva para cualquier sociedad.

Hoy ya no me sorprende que un político del PP bromee con la existencia de pobres en Madrid y que otro político del mismo partido nos diga que no se debe penalizar a quienes tienen más, porque esto se debe a que se han esforzado más. En realidad, son dos formas de decir lo mismo que aquel suegro potencial con quien por suerte no estreché mis relaciones: la acumulación de dinero es producto del esfuerzo personal y a los pobres no hay que prestarles demasiada atención –ni dedicarles una parte excesiva de los presupuestos–, pues al fin y al cabo son responsables de sus condiciones. Uno no ve pobres, el otro justifica indirectamente su pobreza: no se han esforzado.

La acumulación de riquezas se debe entonces al mérito del acumulador, por lo que es injusto que pague más impuestos o que su dinero se use para subvencionar a zánganos y parásitos, que como mucho son dignos de caridad –que, al contrario que la justicia social, depende de la voluntad individual–. Pero como esto es difícil de justificar, entre otras cosas porque resulta innegable que el dinero de muchos no lo han obtenido ellos, sino que lo heredaron, y que tus oportunidades en la vida dependen en buena medida de a qué colegio vas y con quién se codean mamá y papá, algunos prefieren negar o minimizar la existencia de la pobreza: si Cáritas afirma que hay tantos pobres, no hay que tenerlo muy en cuenta, en la versión benigna del político en cuestión, o se debe a que la ONG católica está controlada por Podemos, como afirmaba el director de un periódico particularmente servil con la derecha.

Yo entiendo todo esto y, en el fondo, confirma lo que podemos llamar mi ideología, esto es, la perspectiva desde la que interpreto lo que sucede a mi alrededor. Pero hace poco he leído un libro, una de cuyas ideas centrales me inquieta: decimos desear la igualdad, pero en el fondo no siempre es así. El ensayo en cuestión se titula ¿Por qué preferimos la desigualdad? (aunque digamos lo contrario), de François Dubet (Siglo XXI/Clave intelectual, 2021).

Uno de los ejemplos que se encuentran en el libro es que la mayoría de los trabajadores interrogados en una encuesta, independientemente de su posición social, «denuncian los ingresos obscenos del 1%, así como el desempleo, la pobreza, los guetos urbanos, el destino reservado a los indocumentados y las personas sin techo». Pero cuando se concretan las preguntas, se observa muy poca compasión y escasos sentimientos fraternales hacia «desempleados, los pobres, los jóvenes de los suburbios, los inmigrantes, los mendigos». Entonces salen a relucir la delincuencia, abusos a la hora de cobrar prestaciones sociales, padres que no cumplen con sus obligaciones… La idea de la igualdad choca así con los prejuicios sobre el mérito –y el demérito–.

Una de las explicaciones que da Dubet es el miedo: cuanto mayor es la amenaza de descenso social y desclasamiento, más fuerte es la culpabilización de las víctimas. Con lo que podríamos decir que cuando se extiende la sensación de crisis (y llevamos al menos quince años con esa sensación), la tendencia de quienes se sienten amenazados no es tanto alzarse contra las desigualdades, como evitar que les afecten. Y así pasan a segundo plano los causantes de las crisis. Es entonces la hora de los políticos más despiadados, que señalan a los desprotegidos, a los vulnerables –menores, inmigrantes, pobres, trans…– con el objetivo de que, tontos de nuevo cuño, miremos la Luna y no el dedo, la mano, el rostro, el sistema que se beneficia de la situación.

Que no es solo el famoso 1%, sino esa capa más acomodada que, desde su confort, maniobra para eliminar impuestos, atesorar herencias, reducir gasto público, apoderarse de lo común. Al fin y al cabo son ellos, los que más se esfuerzan, los creadores de riqueza, los inversores, quienes nos sacarán un día de la crisis. Hay que luchar. Hacerse con la mayor tajada. Esforzarse.

¿Igualdad? Eso es para perdedores.

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Comentarios
  1. Lo malo José es la pérdida de valores en general.
    Yo soy de las de abajo y observo con tristeza que la gran mayoría de lxs de abajo no son del 1% porque no pueden o no saben; pero les encantaría….
    Y esa pérdida de valores ha sido una victoria de la guerra psicológica y de la incesante y brutal propaganda consumista a la que nos somete la dictadura del capital, la más genocida y peligrosa por lo sutil.

  2. Me recuerda a lo que me decía mi padre cuando era pequeña, que no era mala persona, pero sí un poco ignorante, me decía que los ricos tenían dinero porque eran «como dios manda».
    Pablo Hasel – prisión de Ponent – Lleida):
    …La mentira compulsiva de los medios del imperialismo es tan escandalosa que incluso el coronel del ejército español, Pedro Baños, denunció indignado en televisión que no hay libertad de expresión para discrepar y poner en cuestión el relato oficial. Lo calificó de ‘’falsa democracia’’ hasta él que se opone a la operación rusa y ha servido a la OTAN. También dijo que ‘’la propaganda ucraniana es de manual de inteligencia de USA’’ y que ‘’Borrell no es nada progresista’’. Lógicamente, por negar la veracidad de semejantes campañas, no ha vuelto a aparecer por TV hablando del tema. Las habituales lecciones de democracia del régimen español a otros Estados, ahora Rusia, están al nivel de hipocresía de los que piden refugiados ucranianos mientras rechazan o maltratan a quienes vienen de otros lugares saqueados por Europa. Cuando las bombas si apuntan a civiles intencionadamente como en Palestina, Libia, Siria etc., no hay campañas masivas de ayuda porque no lo dictan los medios. Esos medios que urge recordar a tantas personas que aún los creen, han demostrado engañar en cualquier cuestión política porque son mercenarios de la oligarquía. Sí, los que solo hablan de oligarcas rusos mostrando sus lujos como si los de aquí no vivieran a cuerpo de rey a nuestra costa. Defienden sus intereses y manipularán cualquier cosa que los perjudique como se ensañaron recientemente contra la lucha obrera en Cádiz….
    https://insurgente.org/pablo-hasel-una-vez-mas-la-otan/

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