Opinión
Estar pasado: tiempos, estados y actitudes para un nuevo desencanto
"Cansados de vivir lo mismo, de decepciones, de nadar contra corriente [...], al pasado le escuece la piel y reacciona a todo porque está él mismo lleno de agua negra, de la ciénaga de un mar de acontecimientos que nos embucha sin tregua", reflexiona Ana Carrasco-Conde en una nueva 'disrupción'.
El pasado es un tiempo pero es también una actitud e, incluso, un estado. Si el tiempo pretérito habla de lo que fue y, por tanto, quedó atrás, el estado hace referencia al efecto del paso del tiempo en lo que está presente. Así decimos de algo marchito, mustio o en proceso de descomposición que “está pasado”. Entendemos de este modo que su consumo pone en riesgo nuestra salud y que su deterioro daña.
Es costumbre, frente a lo marchito, contraponer lo fresco entendido como aquello que, bien por lozanía bien por conservación, aún no ha decaído de un “estado” de viveza y, por tanto, forma más parte de lo que está vivo que de lo que, en declive, se precipita hasta lo duro, lo seco, lo rancio o el dulzor pútrido de lo deshecho. Por eso a lo marchito se le llama también estadizo, que si ha devenido tal es porque además no se ha renovado, como si estuviera estancado y macerado en sus propios jugos.
Lo decaído es lo que está en decadencia, es decir, lo que está cayendo sin remedio, hasta que se transforme en lo caído. Hay todavía un sentido más de “pasado”: el de la actitud de quien, de vuelta de todo y desencantado, parece que, condescendiente, observa las reacciones de los demás ante las circunstancias para reaccionar con sarcasmo y cierta amargura. El tiempo de plenitud –si alguna vez existió– no es para nosotros porque, para el “pasado” la historia es casi siempre cuesta abajo. La actitud “pasada” guarda con respecto al “estado” ciertas analogías: efectivamente “el pasado” antes fue lozano, se atrevió a pensar el mundo de manera novedosa, casi ingenua, pero después, atrapado en una situación, se emponzoñó en su propio jugo, que salpica en cuanto puede. Como la fruta marchita, su actitud contagia y puede extenderse.
El “pasado” es una de las actitudes que caracterizan nuestro tiempo porque si bien ha habido y habrá siempre amargados, el que está “pasado” es aquel que ha pasado por un proceso de desgaste, que está cansado de esperar un cambio y solo encuentra un retorno de lo mismo, un refuerzo de lo que apoya su desencantamiento. Si, como afirmó Ortega y Gasset, cada edad histórica manifiesta una sensación distinta y un actitud vital, en el pulso de nuestros días confluyen el agotamiento, la desilusión y la ira. Faltos de energía vital, el pasado está henchido de exceso de desencanto. Quizá de este pulso epocal proceda otro fenómeno de nuestro tiempo: la nostalgia.
El “pasado” no es un pasota. No se trata tampoco de ser indiferente, todo lo contrario: busca lo diferente a él y así se relaciona con burla e inquina contra todos lo que propongan, tengan iniciativa y no se abandonen a la situación. Si se trata de manifestarse contra la guerra, el pasota pasa de todo, como si no fuera con él, el indiferente no quiere saber nada y pretende que el mundo no le afecte al generar una burbuja de salvación en su propia casa, pero el pasado contempla con acidez la descomposición del mundo. El pasado no se despreocupa como el pasota, sino que se preocupa de extraer de todo lo fresco lo más marchito, de un gesto bello algo tosco que es inútil. Si el pasota es un apático, la pasión del pasado es el sarcasmo. Se muestra insensible ante los demás e hipersensible cuando ve en otros destellos de esperanza que él ya no tiene. Ciertamente a veces el pasado se enfrenta a quien, demasiado verde, se deja llevar por un optimismo ingenuo, pero ello no implica que todo aquel que tenga esperanzas de cambio y tenga el vigor que da la confianza, no sea realista.
El “pasado” se cree realista cuando en realidad está también desconectado, demasiado cansado, demasiado desencantado, más allá de la desesperación, y por eso todo aquel que no esté en su “mismo punto de madurez” es un ingenuo, un iluso que “no sabe en qué mundo vive”. El pasado no es, por tanto, un pasota porque no se trate de que le dé igual el mundo, sino de la amargura mortecina de quien reacciona con sarcasmo e ironía mordaz ante gestos que anuncian lozanía, vida, ilusión y cierto grado de compromiso. Todo lo que no sea dejarse macerar en las propias decepciones vitales le molesta y, como el “pasado” no puede salir de su estancamiento existencial, ataca a los que miran a un horizonte que a él mismo se le hurta o al que ha renunciado.
El “pasado” mira desde su balcón mientras señala jocoso con el dedo. ¿Una concentración contra la guerra o alguna manifestación pública? ¿Emplear las redes sociales para mostrar mensajes de apoyo? ¿Mostrar los colores de la bandera en edificios, en pantallas o en perfiles sociales? El “pasado” así reacciona: “¡Claro, que sí! Putin nos está leyendo!”. El “pasado” parece ignorar que de lo que se trata no es de parar una guerra con una concentración o un mensaje, sino de no resignarse, de mostrar apoyo, de movilizarse por la vida y no de resignarse ante la innecesaria muerte, de no dejarse hacer, de mostrar resistencia.
Da lecciones de este modo y se afana en ridiculizar toda actitud vívida y toda idea nueva que introduzca algo distinto dentro del cenagal en el que se mueve en su propio jugo. Se siente por ello con la suficiente experiencia como para mirar con condescendencia y responder con mordaz sarcasmo a quienes respondan ante la adversidad con gestos que, a sus ojos, son banales e inútiles. El mundo para el pasado está desencantado. Recordando a Weber, si el ser humano es el que debe tomar decisiones y reconducir la fatalidad, nada puede redimirnos ya. Cansados de vivir lo mismo, de decepciones, de nadar contra corriente, de experimentar demasiado y de vivir demasiado poco, de confirmar una y otra vez la sensación de decadencia del rumbo del mundo, al pasado le escuece la piel y reacciona a todo porque está él mismo lleno de agua negra, de la ciénaga de un mar de acontecimientos que nos embucha sin tregua.
El “pasado” es el resultado de un proceso de cansancio, desencanto, de una paradójica resistencia a aceptar la situación al mismo tiempo que dice abandonarse y de una reacción hostil hacia el mundo. No espera nada bueno y nuevo del mundo y de los otros y reacciona por ello con amargura a veces encubierta. Como a quien le han pasado muchas cosas, a quien “está pasado” el “tiempo pasado” ha dejado huella y le ha desgastado hasta dejarle en un estado presente de exceso de exposición del que no ha salido ileso. Está pasado de cocción. De ahí que el “pasado” es el resultado del agotamiento. Como está agotado, su forma de resistir a la realidad es parasitaria: como el curso del mundo le parece cruel, él mismo se torna cruel con quienes nadan contracorriente. Y cuidado, de la actitud “pasada” nadie está a salvo. Por ello hay que ser consciente de nuestra actitud a la hora encarar la construcción del futuro. Y “estar presentes” para creer en la ilusión de buscar un nuevo horizonte.
Es una reflexión interesante. Yo creo que irremediablemente acabamos en el «pasado» todos los seres humanos, o bueno, la gran mayoría. No creer en los Reyes Magos o creer en ellos no me parece que sean actitudes negativas. Pero a cierta edad, con la mochila cargada de tantos trastos, se hace difícil la «ilusión» por un nuevo horizonte. Mejor saber que el horizonte es siempre el mismo, como el río, aunque sus aguas sean siempre un poco diferentes.
En fin, excepto quienes acarician al poder y la gloria, que exaltan con entusiasmo, la gran mayoría caminamos hacia el pasado con paso lento y tropiezos de ilusión y juvenil presente. Incluso a veces creemos atisbar un posible futuro entre la maleza. Si nos acercamos demasiado, el futuro es siempre una fiera amenazante. Aunque quizá huya ante nuestro inexorable avance.
Lo dicho: Una reflexión interesante el artículo. Saludos.