Cultura
Julie somos todas
‘La peor persona del mundo’ es una de las mejores películas del año. Un retrato generacional arrebatador candidato a dos premios Oscar.
Si nos limitasemos a la información que nos brinda el título podría pensarse, razonablemente, que estamos ante un biopic de Ayn Rand. Por suerte, no es así. La peor persona del mundo, además de una de las mejores películas del año, es un retrato generacional arrebatador, divertido, tierno, dramático, realista, hermoso y feminista. No es extraño que haya quien lo ha calificado de «clásico instantáneo». Es imposible que una mujer del siglo XXI la vea sin sentirse concernida. Y es igualmente imposible verla sin tener la sensación, desde los primeros compases, de que estás ante algo especial, de que sus artífices están en estado de gracia, de que lo que cuentan es pertinente y necesario, de que han hecho la película que los tiempos demandaban.
Estructurada en 12 capítulos, narra la historia de Julie (inconmensurable Renate Reinsve, que ganó el premio de interpretación en Cannes), una chica noruega que se acerca a la treintena sin tener claro lo que quiere en la vida, ni laboral ni afectivamente. No sabe si estudiar medicina o psicología, si dedicarse a la fotografía o a la escritura, si quedarse con el maduro intelectual Aksel o con el sanote proletario Eivind. Lo que sí tiene claro, aunque no sea capaz de verbalizarlo con claridad, es que no quiere dejarse llevar por la inercia social ni vivir al dictado de sus parejas sentimentales.
Este es un punto muy interesante porque, de alguna manera, viene a romper el ominoso mito del «reloj femenino», ese que dice que las mujeres, a una edad determinada, escuchan la alarma furiosa de ese misterioso reloj y lo dejan todo para cumplir con la más absorbente de las leyes naturales: la maternidad. Y así, en virtud de una urgencia hormonal y desprovistas de raciocinio, ponen punto final a sus aspiraciones y entregan su cuerpo, su tiempo, su vida a la procreación y el cuidado de vidas futuras. Y si no lo hacen, según el juicio social, son personas incompletas o, en el peor de los casos, egoístas. Incluso «malas personas» o «malas mujeres». Pero ese despótico reloj, suponiendo que exista (que es mucho suponer), también funciona para los hombres y, ¡oh, sorpresa!, son ellos, muchas veces, quienes se sienten «incompletos» y se entregan al chantaje emocional para que sus chicas procreen. Eso le ocurre a Julie, y no será la única prueba que deberá superar.
Es conveniente señalar, en cualquier caso, que La peor persona del mundo funciona como retrato y no como tesis. Quien espere un tratado de feminismo granítico y sin fisuras no lo encontrará aquí. Y lo que es más importante: no lo encontrará tampoco en la vida real. La mayoría de nosotros somos contradicciones andantes precisamente porque somos humanos. Julie, por supuesto, tiene contradicciones (como todo el mundo), vive en una permanente indecisión (¿y quién no?), pero eso no le resta encanto ni mengua su función como símbolo. ¿Quién soy?, ¿qué es lo que quiero?, ¿con quién quiero compartir mi vida, si es que quiero compartirla con alguien?, ¿qué esperan mis seres queridos de mí?, ¿tienen derecho a esperar algo?, son preguntas universales. Su crisis existencial es la nuestra. Julie somos todos. Y, fundamentalmente, todas. Además, nunca insisteremos lo suficiente: la contradicción (eterno flagelo de la izquierda) adopta diferentes formas según la clase social y el nivel de consciencia. Lo que en las clases bajas podría calificarse de «incoherencia», entre los burgueses es simple y llanamente, de toda la vida de Dios, «hipocresía». No confundamos.
Llama la atención que detrás de este delicado retrato femenino haya dos hombres, Eskil Vogt y Joachim Trier, nominados por añadidura al Oscar al mejor guión (la cinta está nominada también a la mejor película internacional). Por supuesto, habrá quien haga una lectura maliciosa de esto y achaque las continuas reticencias de Julie, su inconstancia, su confusión, al sexo de sus creadores. Y no les faltarían razones para pensarlo, pero sería un poco injusto. Julie primero quiere ser médica, luego fotógrafa y acaba finalmente de dependienta en una librería. Cuando un hombre hace eso está «buscando su camino». Nadie le acusa de voluble. Y puede que Julie esquive el compromiso, sí, puede que siempre esté huyendo hacia delante, pero la película no la juzga. Al contrario, es un ejercicio, unas veces humorístico, otras melancólico, de sincera empatía hacia ella.
La mirada masculina
Si hay un momento en el que Vogt y Trier dejan su impronta masculina ese es, sin duda, en el conmovedor capítulo 11. Se centra en la figura de Aksel (Anders Danielsen Lie), dibujante de cómics y primera pareja estable de Julie. Es 15 años mayor que ella, en el pasado ha desarrollado su arte en la línea de las historietas underground de Robert Crumb y, claro, en el siglo XXI ese pasado le persigue y tiene que justificar el machismo que destila.
En un emocionante monólogo (detrás del que claramente, esta vez sí, se esconden los propios guionistas, que lo utilizan para ampliar el espectro generacional de su historia) Aksel le habla a Julie de ese otro mundo que conoció en su adolescencia y que tenía una relación íntima con las cosas materiales, los libros, las películas de vídeo, los cómics. Recuerda cuando visitaba las tiendas de discos y se pasaba horas entre los mostradores, valorando lo que esos objetos tenían de especial. Ese mundo, afirma con nostalgia, no volverá. Y esa nostalgia, a buen seguro, como las cuitas de Julie, también serán compartidas por buena parte del público. Quienes vivimos aquello (y tampoco hace falta ser muy viejo para acordarse) entendemos ese sentimiento de pérdida, la sensación de estar entre dos aguas, en el sentido íntimo y en el histórico. La grandeza de Vogt y Trier está en presentar esa emoción sin extremismos, delicadamente, sin abrazar un discurso de autoafirmación reaccionaria ni tampoco tildando al sujeto evocador de «señoro» o «pollavieja». Hay comprensión, matices, compasión. Lo contrario al blanco o negro que ofrecen las redes, vaya.
Aunque la narración descanse principalmente sobre el pilar del amor, La peor persona del mundo toca todos los temas que creemos importantes en nuestra sociedad de la incertidumbre. Trabajo, planes de futuro, maternidad, convivencia, enfermedad, sexo… Lo hace desplegando un enorme abanico de tonos que van del melodrama al slapstick pasando por la comedia romántica. Sólo el idilio que viven Julie y Eivind (Herbert Nordrum) pasa por todas esas fases e inflexiones. Así, asistimos a la cándida améliezación del proceso amoroso (ese mundo que se para mientras nosotros nos amamos en una suerte de paréntesis narrativo y estético cercano al videoclip) y también a la más sublime de las guarrerías. Y hoy estamos aquí y mañana… quién sabe. Así es la vida. Maravillosamente sucia. Dolorosamente hermosa. Así es La peor persona del mundo.
‘La peor persona del mundo’ se estrena en cines el viernes 11 de marzo.
Tachar a la película de alegato feminista simplemente porque la protagonista sea una mujer me parece un planteamiento desfasado, como dirían los franceses décalé.
Julie es noruega y es una chica que no tiene algunas cosas claras pero otras sí, sabe que quiere tener experiencias en la vida y no ser una mera espectadora.Sabe poner los límites y presenta una mayor madurez en todo momento, tanto con su egocéntrico novio caricaturista (mucho mayor que ella) como con su novio camarero de cafetería, de su misma generación pero que habitan en polos opuestos, demostrándose tranquila a la hora de encajar un fallo que le va a transformar la vida.
Es un retrato generacional, de su generación y de las personas que le rodean, tantos de los amigos acomodados de su novio ombliguista, como de la generación de sus padres en los que la pedagogía se entendía de otra manera, etc.
Me pareció que mantener la atención durante todo el filme es obra de unas personas con gran maestría y que se apoyan en un guión muy bien estructurado salvo ( siempre hay un pero) el desenlace de la cinta, muy facilón después de las bofetadas frías y desconcertantes que nos habían dado durante toda la película, después de los brillantes giros que hacían interesarte aún más en la historia, acabar así mostrándole a la protagonista la vía rápida para salir airosa cuando sabemos que en la vida real las clínicas están llenas de jóvenes practicando ‘ive’ para evitar las complejidades que supone traer una vida al mundo, quizá ahí fue donde se nota el género de la mirada de la realización, en la simpleza del fin.