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La desnudez del pacifista ante la guerra
Pensando en la situación de Ucrania y en la paranoia de Putin, habría que preguntarse por qué razones nunca se ha hecho nada para que se apliquen tratados que habrían permitido construir un continente más pacífico
Este artículo se ha publicado originalmente en Crític. Puedes leerlo en catalán aquí.
Siempre que se empieza una guerra, es habitual que se interpele a los pacifistas con la pregunta “y ahora, ¿qué?”. A menudo, con cierto desprecio y tildándoles de ingenuos. Es cierto que hay muchas personas en el mundo autodenominadas “pacifistas” que predican la no-violencia en todo tipo de situaciones, y que no se atreven a entrar en las complejidades de los conflictos, llenos de dilemas, de paradojas y, por qué no decirlo, de contradicciones.
Buena parte de esto, aparentemente debilidades, no es más que el resultado de una mala pregunta y una pregunta a destiempo. Lo más correcto sería preguntar, en primer lugar, “¿qué habéis estado diciendo y proponiendo sobre esta situación que ha desembocado en una guerra?”. Porque mucha gente lleva tiempo advirtiendo, sin éxito, de que determinados comportamientos o políticas acabarían mal y tendrían consecuencias que después tendríamos que lamentar. Por tanto, cuando a mí me hacen esta pregunta, tengo que decirle a quien me la formula qué es lo que hemos estado proponiendo anteriormente, y también preguntarle a esa persona si había hecho alguna propuesta, o, al menos, un análisis cuidadoso de la situación, bien razonado.
Si has estado avisando durante tiempo (años o incluso décadas) de los efectos negativos y perversos de algunas políticas y dinámicas, quienes deben responder son aquellas personas e instituciones que han estado cultivando las semillas de una situación peligrosa, explosiva o insensata. Si estás rearmando hasta los dientes a un país, por ejemplo, no debe extrañarte que esté preparando una guerra. Si permites o ayudas a que un régimen sea autocrático, autoritario, corrupto y con un liderazgo perverso, no te extrañe que viole los derechos humanos fundamentales. Y así podríamos ir poniendo ejemplos, siempre con el trasfondo de una carencia de previsión de políticas preventivas que dificulten la escalada del conflicto y que pasen determinadas cosas que después deploramos.
Reconvertir la industria militar
Dicho esto, quisiera contar algunas experiencias personales sobre estos dilemas. No por ganas de presumir, sino porque creo en lo que nos ha enseñado el pensamiento feminista: que una persona pueda “partir de sí misma”, es decir, de las vivencias propias, para después procesarlas e incluso enriquecerlas, en una espiral creativa que, incluso, puede surgir de los errores reconocidos, y que en otras ocasiones puede ser resultado de la serendipidad, de un descubrimiento casual o imprevisto, fruto de una actitud inquisitiva y persistente. Lo contaré con dos ejemplos que he vivido, de una larga lista que podría hacer del mismo estilo.
El primero es de 1991, hace 31 años. Un día recibí una invitación realmente asombrosa. Los directivos de la empresa más importante de España de fabricación de buques de guerra, Bazán, me invitaron a dar una charla en El Ferrol, donde tienen una fábrica. Tenía que hablar ante los directivos, ingenieros, trabajadores, sindicatos y almirantes de la Armada para explicarles experiencias de reconversión de industrias militares en civiles, ya que la empresa se encontraba en aquellos momentos en una crisis profunda por falta de pedidos, hasta el punto de pedir a un pacifista conocido si podría hacerles alguna propuesta de interés.
Como llevaba años estudiando este tema y tenía mucha documentación, me lo tomé muy en serio, y les hice una propuesta específica de reconversión, de modo que no se perdieran los puestos de trabajo y se aprovecharan buena parte de los conocimientos tecnológicos que ya tenían, pero enfocados en la producción de barcos de uso civil. Era una propuesta para la que era necesaria la complicidad de los trabajadores, de los sindicatos, del personal técnico y de la dirección. Me aplaudieron mucho, ciertamente, pero al final no me hicieron caso.
Las crisis en esta empresa se han ido repitiendo a lo largo de estos años. Incluso fue protagonista el año pasado, cuando, ante las protestas por la venta de armas españolas a Arabia Saudí, que estaba bombardeando Yemen, los trabajadores de esta empresa naval –Navantia– se negaron rotundamente a que se cancelara un pedido de fragatas para Arabia, siendo cómplices de la continuidad de una guerra. El Gobierno español y los partidos tampoco se opusieron, porque ello les hubiera hecho perder votos en la provincia. Pongo este primer ejemplo para mostrar las consecuencias de no haber hecho nada durante tantos años. A quien debería interpelarse, en todo caso, es a los sindicatos.
El pacifismo de los años noventa
El segundo ejemplo es de mediados de los años ochenta y podemos enlazarlo con lo que ahora ocurre en Ucrania. En aquella época, en Europa había un movimiento pacifista muy activo, ya que todavía existía el enfrentamiento entre dos bloques militares y Europa estaba llena de misiles nucleares, los denominados “euromisiles”. Al final de esa década, y especialmente en los años noventa, estuvimos trabajando en buscar alternativas a los sistemas de defensa convencionales desde varios centros de investigación por la paz. Se profundizó en cómo podríamos crear una “seguridad compartida” en Europa, pensando en escenarios de futuro con mucha desmilitarización, defensas no ofensivas y no provocativas, y con una arquitectura en la que podría entrar la futura Rusia. Eran planteamientos para todos los países del continente, y ya sin bloques.
Se hicieron propuestas específicas, adaptadas a varios países, y se trabajó de forma conjunta con militares, políticos y personas del mundo académico. En Alemania, por ejemplo, este tema fue introducido en las discusiones del propio Parlamento. Militares de la OTAN y de la URSS celebraban encuentros conjuntos para imaginar y diseñar una Europa muy diferente en cuanto a seguridad, con sugerencias muy interesantes. Por mi parte, en 1990 publiqué un libro con una propuesta de defensa no ofensiva para España, que fue analizada en estamentos militares, que mostraron interés en propuestas de este tipo, e incluso lo pude contar en la Comisión de Defensa del Congreso de los Diputados.
¿Y qué pasó? Pues que, al desintegrarse la Unión Soviética, en vez de aprovechar la ocasión para hacer realidad todo lo que tanta gente, tantas instituciones y tantos países habían ido trabajando, se prefirió, políticamente, fortalecer a la OTAN y dejar hundir lo que había quedado de la URSS. España no fue la excepción, como es sabido, y se continuó con las mismas dinámicas del pasado, sin cuestionar nunca, por ejemplo, la necesidad de fabricar o comprar determinados tipos de armamento.
Oportunidades perdidas
A partir de ahí, existe una enorme lista de decisiones tomadas en el sentido contrario al que nosotros predicábamos: volvió la carrera de armamentos y Rusia modernizó su ejército, con un presidente, Putin, dispuesto a rehacer un pequeño imperio, con los países de alrededor como airbag. Por tanto, la pregunta que ahora toca hacer no es a los pacifistas que hacíamos propuestas alternativas muy concretas para cambiar la seguridad europea, sino a las personas que en aquellos momentos de oportunidad optaron por subir al caballo ganador y predicar nuevas políticas de defensa, basadas en la acumulación de mayor fuerza militar, sin tener en cuenta que esto provoca una dinámica de acción-reacción.
Más aún: cuando en 1999 se produjo la primera tanda de nuevas incorporaciones de países del Este a la OTAN, con Javier Solana como secretario general de la organización, y muy especialmente en 2004, cuando también se incorporaron los países bálticos, varios analistas y diplomáticos de Europa y Estados Unidos de todos los colores políticos ya advirtieron de que era un error histórico que pagaríamos caro. El fervor atlantista enjuagó las propuestas de una arquitectura paneuropea, que habría podido dar seguridad a estos países al tiempo que tranquilizaría a Rusia, que también formaría parte de esta nueva arquitectura. Las personas y gobiernos que favorecieron esta ampliación de un solo bloque son las que ahora deberían dar explicaciones de la validez y la oportunidad de sus argumentos, si es que los tenían, porque hay dinámicas que casi funcionan por simple inercia o “porque ahora toca”.
De manera más específica, y pensando en la situación de Ucrania y la paranoia de Putin –que es un buen ejemplar de lo que Amparo Moreno llamaba “el arquetipo viril, protagonista de la Historia”–, habría que preguntarse cuáles son las personas con responsabilidad política o con influencia, y por qué razones nunca han hecho nada para que se apliquen normas, tratados o convenios firmados por todos los países europeos que habrían permitido construir un continente más seguro y pacífico. Dicho esto, también creo que debemos cuestionar los motivos de ser muchas veces bastante ingenuos, con lemas vacíos de contenido, sin objetivos específicos y solo protestando en las calles de forma muy selectiva, como si hubiera guerras que no soportamos y otras que parece que no nos incumben.
No importa que ahora no exista un movimiento pacifista organizado como antes. Quizás no sea necesario, o seguramente debería ser diferente. Son la gente de a pie, las organizaciones sociales y los grupos políticos quienes deberían rebelarse contra este tipo de ocupaciones, sin excepciones. Pongo un dato para la reflexión: desde 1990 hasta ahora, Rusia ha realizado 26 intervenciones militares en el exterior, contando la de ahora, pero es que Francia lo ha hecho en 38 ocasiones, y Estados Unidos, en 35. Hay muchos datos y motivos para estar preocupados y hacer cosas que puedan, al menos, frenarlos. Querer la paz no puede ser simplemente una manifestación de buena voluntad, sino un horizonte lleno de cosas concretas que cambiar, con realismo pero con determinación, con coaliciones y alianzas muy grandes, y con un programa específico.
Deberíamos reflexionar sobre los motivos de tanta inacción cuando hace falta dedicación y un saber hacer las cosas de forma más eficiente, rehuyendo en Catalunya de esta tendencia a mirarnos el ombligo y jugar a los pastorets mientras caen bombas. Hay amenazas de más ocupaciones e, incluso, de utilizar las armas nucleares, porque hay dirigentes que han perdido totalmente el sentido de la realidad y de la responsabilidad. Con demasiada frecuencia reaccionamos de manera errónea y olvidando que, si no tenemos propuestas alternativas y las llevamos a cabo, siempre serán estas mentes enfermizas las que acabarán imponiendo sus intereses.
Finalizo con dos obviedades: la primera es que, si no tenemos una mirada preventiva y no sabemos llegar a las raíces de los conflictos, siempre iremos a contrapié y con retraso. La segunda es que, en lugar de quejarnos, debemos proponer alternativas y tener ideas, lo que implica analizar a fondo las complejidades de las cuestiones y rehuir de recetas simplistas. Trabajar por horizontes de paz nunca podrá ser algo fácil, puesto que las realidades que debemos afrontar son realmente complicadas.
Claro que aumentar el gasto militar es útil. Sirve para incrementar el beneficio de la industria militar. Sirve para seguir siendo obedientes a la derecha, al militarismo, al imperialismo, al enfrentamiento. Todo ello mediante e uso de la violencia legal: Matar y destruir para después reconstruir con nuestros impuestos. Gracias por tu escrito Vicenç
¿Rebelarse las gentes de a pié?; pero si están más dormidas, manipuladas y robotizadas que nunca…
Si han salido ahora a la calle es porque lo manda la tele del sistema.
¿Los grupos políticos? Si sirven todos al capital, a los señores de la guerra.
Viví la década de los 80, la del pacifismo, de la gente que pensaba, que opinaba, que salíamos a la calle. Coincidió con la caída, más bien la empujaron, de la URSS, el peón USA, Yeltsin, ya estaba preparado para suceder a Gorbachov en una oscura maniobra conspiranoica, al tiempo que aparecieron en escena y ya sin rival ni complejo alguno los representantes del capitalismo desbocado: Thatcher/Reagan y como bien dices todxs se apuntaron al caballo ganador.
Ahí empezó el principio del fín. Así lo senti yo y la verdad es que desde entonces no hemos hecho más que recular, recular y recular…..
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La situación era evitable. El presidente ruso Vladímir Putin llevaba varias semanas, si no meses, instando a una negociación con las potencias occidentales. La crisis se venía intensificando en los últimos meses. Hubo intervenciones públicas frecuentes del líder ruso en conferencias de prensa, encuentros con mandatarios extranjeros y discursos televisados, reiterando las demandas de Rusia, que en realidad eran muy sencillas. La seguridad de un Estado solo se garantiza si la seguridad de otros Estados, en particular aquellos que están ubicados en sus fronteras, está igualmente respetada. Por eso Putin reclamó con insistencia, a Washington, Londres, Bruselas y París, que se le garantizara a Moscú que Ucrania no se integraría a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La demanda no era una excentricidad: la petición consistía en que Kiev tuviera un estatus no diferente al que tienen otros países europeos, tales como Irlanda, Suecia, Finlandia, Suiza, Austria, Bosnia y Serbia, que no forman parte de la OTAN. No se trataba por lo tanto de evitar la “occidentalización” de Ucrania sino de prevenir su incorporación a una alianza militar formada, como se sabe, en 1949, con el objetivo de enfrentar a la antigua Unión Soviética y, desde 1991, a la propia Rusia.
La otra demanda rusa, también muy atendible, era que, como quedó establecido en 2014 y 2015 en los acuerdos de Minsk, las poblaciones rusohablantes de las dos “repúblicas populares” de la región ucrania del Donbás, Donetsk y Lugansk, recibieran protección y no quedasen a la merced de constantes ataques de odio como desde hacía casi ocho años. Esta demanda tampoco fue escuchada. En los acuerdos de Minsk, firmados por Rusia y Ucrania con participación de dos países europeos, Alemania y Francia, y que ahora varios analistas de la prensa occidental reprochan a Putin haber dinamitado, estaba estipulado que, en el marco de una nueva Constitución de Ucrania, se les concedería una amplia autonomía a las dos repúblicas autoproclamadas que recientemente han sido reconocidas por Moscú como ”Estados soberanos”. Esta autonomía nunca les fue concedida, y las poblaciones rusohablantes de estas regiones siguieron soportando el acoso de los militares ucranios y de los grupos paramilitares extremistas, que causaron unos catorce mil muertos…
https://canarias-semanal.org/art/32228/telesur-ignacio-ramonet-la-nuena-edad-geopolitica
¿sólo 35 intervenciones EEUU? imposible.
Atilio Borón: Desde hace más de tres siglos Estados Unidos busca imponerse a terceras naciones mediante acciones políticas, económicas y militares en función de sus intereses estratégicos.
Desde entonces suman más de 300 las veces en que las fuerzas de la nación norteña intervinieron, ocuparon y realizaron diferentes operaciones, según un informe del Servicio de Investigaciones del Congreso de Estados Unidos actualizado hasta 2002, por lo que faltan acontecimientos posteriores.
Ningún otro país del mundo ostenta tan ominoso récord, algo digno de ser tenido en cuenta en momentos en que la aplastante mayoría de los medios de comunicación y las redes sociales controladas por el imperio se empeñan en demonizar a Rusia, reflexionó el intelectual argentino Atilio Borón.
Expertos alegan que Estados Unidos en los últimos años implementa nuevas formas de intervención ligadas a la guerra no convencional, que es también una manera de agredir a otro Estado, pero sin el empleo directo de las fuerzas armadas, al menos en una primera etapa.
Esta modalidad implica el apoyo económico, político y militar de movimientos subversivos internos y solo usan las tropas estadounidense si las fuerzas del gobierno local agredieran a quienes responden a sus órdenes.
BOICOTEAR A RUSIA ES OBLIGATORIO, MIENTRAS QUE BOICOTEAR A ISRAEL ESTÁ CASTIGADO