Internacional

El teatro que se hizo guerra

Un teatro del centro de la ciudad de Lviv se ha reconvertido en un refugio de las mujeres con menores desplazados por la guerra. Dos de sus voluntarios, jóvenes sin experiencia militar, esperan poder tomar las armas en defensa de su país en breve.

El Teatro Les Kurbás fue fundado por una compañía de teatro independiente en homenaje al dramaturgo del mismo nombre, considerado el más importante de Ucrania del siglo XX. PATRICIA SIMÓN.

El letrero de la programación de marzo resulta perturbador. Hoy, 4 de marzo, debería representarse la obra La reina de la belleza; mañana, La Encrucijada. Las lonas permanecen en la calle peatonal del edificio histórico que acoge el Teatro Les Kurbás, en pleno centro de Lviv. Solo en el siglo XX, esta bellísima ciudad fue capital de Ucrania, anexionada por Polonia, ocupada por los nazis, y recuperada por el país que ahora se vacía de sus mujeres y niños por un éxodo masivo. Situada a 70 kilómetros de la frontera polaca de Mekyda, por donde está saliendo una parte importante de las familias refugiadas, su población se ha volcado en la acogida de los desplazados mientras se prepara para la guerra. 

Nada más cruzar la puerta acristalada de arcos apuntados, los carritos de bebé se acumulan bajo las bolsas de plástico con ropa, las mochilas, los abrigos. Maxim Denyson, sentado tras una minúscula mesa, saluda con los ojos enrojecidos, el cuerpo encorvado. Apenas supera los 25 años, intenta seguir trabajando desde su ordenador como agente de viajes, pero lo único que espera ya es que las Fuerzas de Defensa Territorial le llamen para defender a la población en los territorios ocupados por Rusia en el sur de Ucrania. Allí viven y allí se han quedado atrapados su padre y su madre, en la ciudad de Kherson. “Vamos a tener que esperar porque todos queremos ayudar, pero nuestro Ejército necesita gente con experiencia y yo no la tengo”, explica junto a Alexander Yemchenko, otro veinteañero que trabajaba como cámara para canales de Youtube hasta que, hace dos días, los bombardeos en Kyiv le decidieron a acompañar a su novia y a su gata en un tren hasta Lviv, desde donde ya han partido hacia Alemania. Él espera ser llamado a filas. Los hombres entre 18 y 60 años tienen prohibido abandonar el país. Mientras, ambos son voluntarios en esta sala que la guerra ha convertido en un refugio para las mujeres con hijos e hijas que no tienen nada ni a nadie en Lviv. 

Máxim Denyson y Alexander Yemchenko son voluntarios en el refugio montado en el teatro Les Kurbás mientras son llamados a filas. PATRICIA SIMÓN

El anfiteatro, reabierto en 1988 por una conocida compañía de teatro experimental, se ha convertido en sí mismo en una escenografía de la peor de las tragedias griegas: la mismísima guerra. Falta el oxígeno: pareciera que lo hubieran absorbido todo esas madres de rictus compungidos en su intento por no desmoronarse ante sus criaturas. En el escenario, seis colchones en el suelo rodeados de juguetes. En el patio de butacas, varias meses con hervidores de agua, pasta, azúcar, galletas. Alrededor, unos quince camastros. Una mujer sostiene su cabeza sobre el brazo acodado mientras su niña se refugia en la pantalla del móvil. Una anciana envuelta en un edredón reza leyendo en voz alta la biblia. A su lado, varias mujeres ven vídeos de los bombardeos y otra pasa la aspiradora. Cuando suenan las alarmas antiáereas, bajan al sótano, donde el atrezzo de distintas obras se amontonan sobre las paredes. “Esa momia egipcia nos protege del Ejército ruso”, bromea Alexander, aunque no ríe. Aquí nadie ríe, apenas algunas personas hablan entre sí y todas evitan cruzar las miradas, creando así muros imaginarios de intimidad a cada una de las familias que comparten lecho y de las que apenas les separa medio metro.

“Sabemos que la comunidad internacional se ha implicado con las sanciones, pero lo único que puede frenar este derramamiento de sangre es que declaren una zona de exclusión aérea. Y sabemos que no lo va a hacer”, sostiene Maxim. Helen Tkachenko, trabajadora del Palacio Potocki, una de las galerías de arte más importantes de la ciudad, y quien acompaña a esta periodista como traductora voluntaria, añade que “la OTAN no lo hará porque supondría la III Guerra Mundial, una guerra continental. Pero lo que debería entender Europa y el resto del mundo es que el régimen ruso no es un problema solo para Ucrania y que la toma de la central nuclear Zaporiyia es parte de su estrategia de tomar el control de todas las demás. Así ya podrá exigir lo que quiera a todos los países a cambio de no explosionarlas”. 

Aquí, en este teatro en el que se respira un ambiente de búnker, nadie confía ya en que se pueda frenar la guerra, es demasiado el coste que han pagado ya sus víctimas. Hace apenas dos días que Svetlana Satsenko ha visto cómo explosionaba el edificio de en frente de su casa, cómo saltaban por los aires los cristales de sus ventanas, cómo sus dos niños entraban en pánico cuando los agarró de la mano en busca de un lugar seguro de las bombas. Esta especialista en maquillaje y vestuario de películas –”sobre todo comedias, me gusta llevar alegría a los hogares”, especifica– residía hasta hace tres días en Irpin, una de las primeras ciudades de la región de Kyiv atacada por la aviación rusa. “Es extraño, cuando veníamos ayer en el tren todo el mundo reía, bromeaba, por el alivio de sentir que conseguíamos escapar. Pero ahora no puedo parar de llorar. Lo siento”, se disculpa, sentada en el colchón del suelo mientras busca con la mirada a sus hijos entre los palcos.

Svetlana Satsenko huyó con sus hijos y su madre de Irpin, una de las primeras ciudades bombardeadas de la región de Kyiv. P.S.

Su madre se repone en uno de los camastros.  “Cuando ayer escuchamos que se había abierto un corredor humanitario, nos fuimos a la estación para ir hasta Kyiv y de ahí a Lviv. Afortunadamente nos han acogido aquí porque conocía a actrices a las que llamé. Pero no queremos quedarnos mucho tiempo, sino marcharnos pronto para dejar libres estas plazas para otras personas que también las necesitan”, explica, antes de añadir que no le importa refugiarse en cualquier país en el que sus hijos puedan estudiar en inglés o alemán, lenguas que ya conocen, pero que su aspiración es poder volver cuanto antes porque le gusta vivir en su país, con su gente, y sus paisajes. 

Le escuchan compungidos Alexander y Helen. Las lágrimas de Svetlana no son habituales entre las personas desplazadas de Ucrania. Culturalmente, la sobriedad se interpreta como garante de la dignidad y del amor propio. Mostrar emociones como tristeza o abatimiento se vive como una victoria del enemigo y, según todas las personas entrevistadas, el pueblo ucraniano nunca ha estado tan unido contra Rusia ni tan aliado con su presidente Volodymyr Zelensky.

Una mujer reza leyendo la Biblia en voz alta. P.S.

En una ciudad como Lviv, donde se sigue al minuto el avance de la ocupación, los cientos de voluntarios que se organizan para recoger y repartir bienes de primera necesidad hace días que no bajan a los sótanos de los edificios cuando suenan las alarmas antiáereas. Flota la sensación de que ya no hay tiempo que perder escenificando una guerra que ya está acabando con la vida de civiles a apenas 140 kilómetros de aquí. Según los voluntarios, solo los que acaban de llegar huyendo de los ataques rusos siguen cumpliendo con el protocolo oficial y bajando unas escaleras a unos fosos que, aún siendo el lugar más seguro de haber bombardeos, en la mayoría de los casos se desconoce si aguantaría las consecuencias de una detonación. Pero aquí ya se acabaron los simulacros, los ensayos y las escenificaciones. Especialmente en este teatro, donde una dramaturga vestida con un abrigo verde y unos zapatos rojos, se esfuerza en ser invisible a los ojos de esta periodista mientras se afana por aliviar a los desplazados, de manera silenciosa, respetuosa. Como cantaba María Rodés en Luna no hay, «Después de la guerra alguien tiene que limpiar para que puedan pasar esos cuerpos que no despertarán”.

Una de las protagonistas de La guerra no tiene rostro de mujer, el inmenso libro de Svetlana Alexiévich sobre las mujeres soviéticas que combatieron en la II Guerra Mundial, le dice: “Terminada una, nos tocó otra guerra. Igual de terrible”. En manos de esa comunidad internacional que se muestra tan preocupada está que no vuelva a ser así.  

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Comentarios
  1. La hipocresía de un “No a la guerra” que llega muy tarde.
    …Hay un video por internet en el que se ve a un famosísimo tertuliano ucraniano diciendo “Es una verdad dura de aceptar, pero esa gente es un lastre, que nos empobrece, y ocupa un espacio que los verdaderos ucranianos necesitamos. Es duro decirlo, pero hay gente en Donbass que debe morir”. Así, sin vaselina. Durante años, mientras además paralelamente, el Pravy Sektor y Svoboda, los principales partidos nazis de Ucrania, formaban paramilitarmente con dinero occidental a sus militantes en técnicas de guerra y combate.
    Volviendo al Maidan, el efecto de toda esta estrategia dio los frutos que esperaban. El odio nazi, y racista se tradujo en linchamientos por Kiev de las personas racializadas, homosexuales, de izquierdas, o nostálgicos del pasado soviético. Los asesinatos se sucedían cada día. En ese momento es cuando los grupos paramilitares de extrema derecha, se conforman como batallones militares oficiales, pagados con un buen sueldo directamente de las carteras de oligarcas locales como Kolomoski entre otros. Estos batallones se dirigen al Donbass.
    Mientras estas formaciones marchan emulando en simbología y uniformes a los grupos nazis alemanes, los civiles de Kiev les aplauden mientras corean “muerte a los rusos”, “Gloria a Ucrania, gloria a los héroes”. Se mascaba la tragedia.
    Llega el día fatídico que nos cambió la vida a miles de personas de muchos países. El 2 de Mayo de 2014.
    La liga de futbol, “casualmente” en mitad de ese caldo de cultivo, organiza un partido amistoso “por la patria” entre dos equipos de futbol con hinchadas grandes fascistas. Antes del partido todos se unen en una manifestación por la unidad de la patria ucraniana.
    Cerca del recorrido de esa manifestación se había establecido en la puerta de la Casa de los Sindicatos, un campamento de manifestantes anti-Maidan, de ascendencia rusa.
    En Rusia su “semana santa” esta marcada por la historia soviética, y desde el 1 de Mayo, Día de la Clase Obrera, hasta el 9 de Mayo, conmemorando el Día de la Victoria contra el III Reich alemán, son días de fiesta, y la gente aprovecha para visitar a familiares y hacer excursiones. Por lo que el campamento anti-Maidan sólo tiene varios cientos de personas, en su mayoría jubilados y chavalillos.
    En un momento determinado de la marcha fascista, se desvían del recorrido y se dirigen en masa hacia la Casa de los Sindicatos. Habría mucho que hablar de cómo sucedió todo y de que agentes estaban involucrados, pero si me meto en eso ahora, no acabo nunca.
    El resultado ya lo sabemos tod@s. La gente del campamento viendo a esa masa enfurecida de nazis con banderas ucranianas, tuvo que refugiarse dentro del edificio.
    Los nazis rodearon el edificio y lo prendieron fuego con todo el mundo dentro. Más de 50 victimas, incluyendo chavales de 16 años, murieron calcinados. Hay imágenes al alcance de cualquiera de una mujer embarazada estrangulada por los nazis con un cable de teléfono mientras el resto de manifestantes gritaban “muerte a los rusos”.
    La gente que trataba de huir de las llamas y se tiraba desde un tercer piso a la calle, eran recibidos con barras de acero y golpeados hasta la muerte por la turba de “civiles inocentes”.
    Los datos reales es que además de esas 50 personas quemadas, hay otras 150 que desaparecieron sin saber nunca dónde habían acabado.
    La infamia no terminaría ahí, pues las autoridades, que estaban presentes en ese ataque sin hacer nada, incluso colaborando. A las únicas personas que detuvieron por esos hechos, fueron precisamente a algunos de los atacados. Mientras, los políticos ucranianos, aplaudían públicamente en redes los hechos sucedidos. Las imágenes de los cuerpos de las y los compañeros calcinados son terribles.
    Los nazis linchando, ahorcando, enterrando vivos a civiles rusos, violando mujeres, crucificando a personas a las que después prenderían fuego. Me sería muy fácil adjuntar las fotos de todo esto, pero no quiero caer en el morbo amarillista, y por respeto a las personas amigas y compañeras de las víctimas, que bastante tendrán con tener grabadas esas imágenes en la cabeza como para ponérselas continuamente delante de los ojos.
    Pero ya digo, esas imágenes son públicas y están al alcance de cualquiera que se moleste en buscarlas. A los que conscientemente se nieguen y sólo prefieran tragar la mierda que le dan los medios tampoco pretendo hacerles cambiar de opinión. Bastante tienen con sus despreciables existencias….
    https://insurgente.org/la-hipocresia-de-un-no-a-la-guerra-que-llega-muy-tarde/

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