Cultura
Natalia Carrero: “Ya tuvimos bastante de mentes brillantes que se dirigieron demasiado rápido a la extinción”
Natalia Carrero publica 'Otra' (Tránsito), un libro en la que Mónica, la protagonista, se propone escribir una novela que es también polimórfica: 'Memorias de una buena borracha'.
Lubricante social, combustible creativo, grata anestesia o moroso veneno. Probablemente no hay a nuestro alcance, y a diario, nada con un potencial tan dispar como el alcohol. Si priva, trinque, trago o alpiste son algunas de las maneras de llamarlo, eso no es nada comparado con las múltiples formas por las que conocemos sus efectos: ciego, pedo, curda, mona, melopea, papa, trompa, trozo, taja, cogorza o castaña. Como le pasa al demonio, el nombre del alcohol es también Legión. Con él, bajo él y contra él es que Mónica, la protagonista de Otra (Tránsito Editorial), nuevo libro de Natalia Carrero (Barcelona, 1970), se propone escribir una novela que es también polimórfica. Tras una desgarrada dedicatoria a su hermano Charli, Mónica se pone manos a las palabras con sus Memorias de una buena borracha, que son por igual inflamadas y boicoteadas por la cotidianidad, el etanol, los testimonios de otras bebedoras y hasta una pandemia. Suerte para Mónica que para salir del follón cuenta con la honestidad, empuje y estado de gracia de Carrero.
Sobre un tema como el alcohol, además de cliché es también una pregunta morbosa. ¿Cuánto de Otra es fruto de una experiencia en primera persona?
Nada y todo. Añadiría que qué más da si se escribe en primera, tercera o última persona. La autora es una trabajadora de las palabras, coloca el yo, el ella y el nosotres, si cabe, donde conviene para lo que desea compartir. Unas palabras de Annie Ernaux que leí hace poco arrojan luz sobre el asunto: “La contraposición entre ficción y realidad es un falso problema, lo importante es escribir la verdad”.
El de escribir es un oficio cuya imagen arquetípica ha solido ir acompañada de una cierta romantización de la soledad y del consumo de alcohol. ¿Es un mito a derribar que beber de más ayuda a escribir?
Me parece que sí. Esa imagen arquetípica que apuntas sobre quienes escribimos, sí convendría diluirla, junto al mito de la figura torturada, bebedora o adicta de lo que sea, víctima y revíctima de sus incompetencias para detectar sus propios autoboicoteos. Parafraseando a Adrienne Rich, diría que ya hemos tenido bastante de mentes brillantes que se han dirigido demasiado rápido hacia la extinción. Pienso sobre todo en autoras que bebieron demasiado y se acallaron demasiado pronto. La lectura, por ejemplo, de algunos poemas de Anne Sexton, sirven de visionado de unas ruinas que ya están ahí, de las que convendría aprender lo que ya ha sido y no interesa que siga siendo.
Otra retrata bien la culpa que puede seguir a un consumo. Mónica sabe que se está haciendo daño, pero siente que necesita beber. “No se me podía dejar sola”, llega a decir.
Tienes razón, pero matizaría que Mónica no lo dice sino que lo escribe. Es distinto, pues a lo mejor si se lo hubiera dicho a alguien no necesitaría formalizarlo en la escritura. Quizá si esta clase de asuntos como beber a escondidas un día tras otro se hablaran con mayor soltura esta novela nunca se hubiera escrito. Mónica no llega a contar a nadie lo que le pasa por la mente en relación con lo que bebe, ni siquiera a su pareja. Sin embargo lo escribe en sus Memorias de la buena borracha, que desde el principio me parecieron más unas confesiones con sus culpas, remordimientos y, también, efectos especiales, porque cuando escribe con no poca frecuencia se le va la mano y se pone estupenda. Como si ella misma supiera que hay alguien escuchando al otro lado de los escritos, no sé si me explico. En esas confesiones intenta dar cuenta de cada consumo, cada culpa que sucede al consumo y cada deriva, marea o laguna mental. Intenta reflejar la fluctuación entre la ebriedad y la sobriedad, que aparentemente permiten seguir funcionando en la vida diaria como si no pasara nada pero que por debajo lanzan su constante runrún a modo de recordatorio de que algo no está del todo bien. Habría que escuchar mejor esa parte del engranaje individual y social que chirría y lanza su queja.
Otra no glorifica el alcohol. Un ejemplo es que en la propia Mónica se refleja su efecto difuminador de la realidad que entorpece cierta funcionalidad. Agranda la distancia con personas cercanas. Hay desencuadres, lagunas, interrupciones de sentido como ella misma dice.
No glorificar el alcohol lo hace a propósito. A partir de un momento dado me propuse no trabajar los extremos sino plantear esos estados intermedios menos visibles con los que se perpetúa día tras día esa microviolencia, por llamarla así, o no tan micro, que supone seguir bebiendo sola y a escondidas como si no pasara nada. Los desencuadres, lagunas y difuminaciones también las trabajé mucho en Yo misma, supongo. Ahí era Valentina, con su carga mental o embotamiento de mujer educada y valorada solo si trabaja en casa y para la casa y no se significa socialmente. Aquí es Mónica, quien emplea el alcohol como herramienta para empezar a atreverse a hacer cosas que leídas pueden parecer tonterías, pero que para ella son muy importantes. Bailar y cantar sola en casa, por ejemplo. Son acciones como irrelevantes que nunca hubiera imaginado que podría hacer, cuya realización supone el descubrimiento de que en su vida puede haber mucho más en todos los aspectos. Para empezar, conviene que se mueva un poco. El alcohol es también herramienta para formular pensamientos que podrían tener la capacidad de ayudarla a acabar con este estado de las cosas que, en el fondo, no le convencen. Todo esto, que sucede en la mente algo empapada en etanol día tras día, cómo no va a tener sus lagunas, fallas estructurales o alteraciones gramaticales.
Tampoco ha querido victimizar a Mónica, que verbaliza que cuando no bebe está “desde luego mucho peor”.
Eso implicaría revictimizarla, y ese camino sin fin ya hemos comprobado que no va a ninguna parte. Ella misma, al confesar que bebe, aprende que no hay ninguna necesidad de significarse sobre el papel como una pobrecita burguesa que bebe y que miente sobre lo que bebe y lo que piensa después de cada trago. Es mucho mejor que lo diga todo, aunque sea sin filtro. No sabemos si a lo mejor ha escrito alguna vez en tono victimista, pobrecita de mí, y luego ha decidido borrarlo y olvidarlo para siempre, lo cual sería para aplaudir. Ella prefiere contar aparentes tonterías con ciertos poderes alteradores del orden doméstico, y puede que también social, que reincidir en su más bien ridícula condición de quien puede permitirse perder el tiempo bebiendo. ¿Si está realmente peor cuando no bebe? Podría ser. La novela se cuelga desde el comienzo de un verso de Ingeborg Bachmann: el mundo como enfermedad. Plantea, como también intenté hacer en el primer relato de Una habitación impropia, una cuestión que me parece eterna. Quién sabe cuál es el estado más adecuado para la salud de cada cual.
Crecemos viendo beber a los adultos como lo más normal del mundo. ¿Cree que esa banalización es en parte responsable del estigma, como si por ser algo tan extendido y alguien no supiera “controlar” la bebida eso fuera un “fallo” personal casi peor que ser presa de drogas consideradas más duras?
Aquí habría que hablar sobre la normalización de la no educación en la conciencia de lo que pueden llegar a suponer algunas drogas para algunas fisiologías. Esa inconciencia con la que tomamos decisiones habría que cambiarla, y a partir de ahí ya iríamos viendo quién impone sobre quién la etiqueta o el estigma.
El alcohol tiene fama de sustancia recreativa y social pero su consumo no siempre se restringe a un sábado rodeado de amigos o en un evento. También se bebe para desconectar, para poder seguir en la rueda, para aguantar. ¿Es un poco tabú que gran parte de ese consumo tenga que ver con el ritmo y las exigencias de producción o con el vacío existencial que en muchos casos causa el trabajo?
No olvidemos que el alcohol también es una herramienta de control social. Es el capitalismo líquido, por ponerme exagerada o sintética. En no pocos casos a lo largo de la historia de las incivilizaciones se ha inducido el alcoholismo en grupos sociales con fines de dominación, conquista y colonización. Ese empezar bebiendo alcohol como sustancia recreativa más o menos cara, según desde qué terraza o banco de parque se saboree, en ocasiones puede resultar el paso previo hacia la pulsión de seguir necesitando más. Tu pregunta es certera. Coincido en que es un poco tabú. O algo tan evidente que no estamos siempre dispuestas a aceptar, o afrontar, porque el ritmo y la presión que impone este sistema a quien trabaja por necesidad de salario, y con frecuencia también a quien por lo que sea no trabaja pero igualmente necesita el salario, implica una velocidad de ceguera más bien desesperada. Un ritmo frenético hacia adelante, una carrera en la que no solo nos dejamos explotar desde fuera sino que, como por mímesis o por ser incapaces de deternos y adquirir conciencia del cuadro completo, en numerosas ocasiones nosotras mismas recurrimos a explosionar hasta la última gota de energía que aún quede en el interior de nuestro cuerpo.
¿Por qué se habla tan poco y tan mal de mujeres que beben? Parece una debilidad mayor que en el caso de los hombres.
Se habla poco por el componente de vergüenza que con frecuencia conlleva, y se habla mal porque realmente conviene al sistema en el que vivimos. Conviene que creamos en ejemplos que nos aleccionen para sentir vergüenza al mismo tiempo que para seguir consumiendo. El tren sin frenos hacia adelante del pensamiento capitalista forma parte de nuestra manera de pensar: bebe más, avergüénzate más, suma y sigue. Como mujeres debemos ser conscientes de que eso que quieren que consideremos debilidad se puede transformar en fuerza. Y aquí habría todo un tema y otro mundo por explorar, el feminismo interseccional y el fin de tantas ignominias y opresiones.
“Qué decir ahora, para qué seguir escribiendo ficciones. Y cómo saldremos de aquí”, se pregunta en el libro una Mónica confinada. ¿Cuáles son las respuestas que sobre eso tiene Natalia Carrero?
Sospecho que ya se encuentra en pleno proyecto de seguir escribiendo como forma de ir problematizando y resolviendo la vida, las vidas, tarea inagotable.