Opinión

Obrero y escritor

Una persona usa su móvil. Licencia CC0

Hace unos meses leí aquí el artículo de Sergio Chesán sobre cómo lee la clase trabajadora. El autor cuenta que la escritora Sarai Herrera admite escribir durante los descansos del trabajo, en el transporte público, lugares y momentos así, tomando notas en el móvil. Herrera decía que la escritura de relatos se adapta a su forma de vivir, a la precariedad, y que esa precariedad hace complicado sentarse a escribir una novela. Es más o menos como escribo yo. De vez en cuando, desde que leí el artículo, me viene a la cabeza todo esto.

Una frase, una reflexión, un diálogo escritos apresuradamente en el móvil. Todo eso a veces tarda mucho tiempo en formar un cuento. Luego tengo que encajarlos como un puzle, los envío a mi correo y les doy forma definitiva en el portátil, ya en casa. Si tengo tiempo y fuerzas, claro. No escribo cuentos porque se adapte mejor a mi forma de vivir. Simplemente me gusta escribirlos. Es posible que de alguna manera mi vida laboral influya en esto, claro, pero me siento cómodo con los cuentos. No me gusta llamarlos relatos. Me he interrogado a menudo sobre cómo escribe la clase trabajadora. Leer ya sé que leemos, aunque algunos estén empeñados en caricaturizarnos como una masa uniforme sumida voluntariamente en la estupidez y la simpleza. Pero escribir, la verdad es que en España no parece que escribamos mucho. 

Los obreros pertenecemos a la misma especie que las demás personas. Y lo que es peor: ahora sabemos leer y escribir. Así que es de suponer que el porcentaje de obreros que escriben es más o menos parecido al de los que no lo son. Seguramente el porcentaje de quienes dejan de hacerlo también es mayor. Todavía no he encontrado explicación a qué me lleva a seguir escribiendo cuentos, pero entiendo a los obreros que dejan de hacerlo. Nadie los va a leer, y por mucho que te satisfaga escribirlos, lo cierto es que no tiene mucho sentido hacerlo solo para ti. 

Puedo contar con los dedos de una mano las personas que han leído alguno de mis cuentos. Incluso me sobran dedos para hacerlo. A veces los muestro para cerciorarme de que tiene algún sentido que siga escribiendo, que no soy un ceporro con ínfulas. Pero si ya de por sí los cuentos tienen una salida comercial muy limitada, no digamos ya los cuentos que pueda escribir un obrero del metal cuarentón

A veces, cuando voy a librerías, me divierto mirando las novelas españolas publicadas. Los temas me resultan tan ajenos, tan de otro mundo, que no siento ningún interés por ellas. Puede sonar cruel, pero se me hace muy cuesta arriba leer las vicisitudes de esa clase media aspiracional que ha visto cómo en los últimos años sus posibilidades económicas se han visto severamente reducidas, por lo que se han convertido en los oprimidos. Antes, cuando el mundo les sonreía, los libros también trataban de ellos. Pero ahora toca usurpar el papel de quienes siempre hemos vivido regular. Esta ansia de prevalecer por encima la encuentro asfixiante. Si algo caracteriza a la clase media es esto. 

Escribir es una necesidad, es algo que llevo haciendo casi toda mi vida. No me entiendo sin hacerlo. Pero no me engaño. Tengo una edad y una clase social de la que no puedo desprenderme. Esto no es obstáculo para escribir, pero sí para publicar. Mis contactos son más bien inexistentes. Hace años acudí a algunas presentaciones de libros que reseñaba para una web. Me sentía como un intruso y un gorrón. No solo los escritores, el público también me era ajeno. Procuraba pasar desapercibido, como si en algún momento alguien fuera a delatarme como un impostor. Me costó años asumir y entender que no soy ninguna de esas cosas. Pero sigo pensando que tengo casi todas las puertas cerradas, y que el que un tipo que sale del trabajo oliendo a disolvente escriba es percibido como una extravagancia. No es tu sitio, simplemente. Así que, ¿para qué escribir? 

La clase media no se conforma con que seas de clase trabajadora. Tienes que parecerlo, tiene que ser evidente que lo eres. Ahí es donde están las raíces de los prejuicios rojipardos sobre nosotros: tenemos que ser zafios, ignorantes y poseer un mal gusto congénito. Tienes que leer poco y escribir menos. Hace unos días leí una entrevista a una escritora en la que aseguraba que la novela es un invento burgués. Para mí es un invento humano, y el que la burguesía tuviera tiempo para dedicarse a escribir historias es debido a que las clases populares les regalaban el suyo para sobrevivir. Desde entonces, hemos aprendido a leer y escribir. Algún día tendrán que abrirme la puerta.  

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