Sociedad
En la muerte de José Martí Gómez
El mundo del periodismo despide a José Martí Gómez. "El mejor homenaje que le podemos hacer, además de leer su obra, es seguir ejerciendo el periodismo con vocación libre e independiente", escribe el autor.
Tantas semanas de silencio en twitter daban mala espina, y la mañana del dos del dos del veintidós, maldita gracia de número, un tuit de la familia confirmó la muerte de José Martí Gómez a los ochenta y cinco años. Se hace difícil acostumbrarse a su ausencia porque, aunque parecía que se había jubilado varias veces, siempre existía algún modo de repescarlo en otro medio, como si su vocación periodística, su relación cálida e intensa con la realidad, le impidieran renunciar a acercarse a ella mediante la escritura.
Twitter fue su último refugio, tras despedirse en julio de 2020 de las memorables codas que cerraban “A vivir que son dos días” en la SER. Con la ayuda de su nieto Eric (que también le echó una mano para crear un apañado y generoso blog, El Balcón), Martí Gómez se recicló en esta red social para seguir haciendo, hasta el pasado 23 de noviembre, lo que siempre hizo en su larga carrera de más de sesenta años de periodista: escuchar y preguntar para luego ayudarnos a entender la realidad.
He escrito “generoso” al referirme a su blog y “escuchar” en relación con su twitter porque ambas palabras dan la justa medida del talante periodístico de Martí Gómez, reportero (“el mejor reportero español”, en palabras de Enric González). Ahora está muy en boga el término “comunicador” (que, lo siento, a mí siempre me suena a un teléfono que comunica e impide contactar con la persona con la que se quiere hablar). Hoy en día parece que hay más comunicadores que periodistas y que a los reporteros se los ha tragado la tierra. En una entrevista de 2017, Martí Gómez sostenía precisamente que periodismo y comunicación son cosas diferentes y que “el periodismo no tiene nada que ver con la comunicación de una gran empresa o de un partido político”.
Quizás por eso, aunque, por prestigio y por trayectoria, a Martí Gómez se le abrieron muchas puertas, porque era sinónimo de periodismo de calidad y bien informado y por su franqueza y capacidad de hurgar en los entresijos de lo que no funcionaba bien, para denunciar la injusticia y la corrupción, esa misma actitud insobornablemente honesta también hizo que le abrieron también educadamente alguna puerta de salida, porque su escritura, clara y concisa, sin florituras, resultaba incómoda para las estructuras periodísticas, cada vez más establecidas y anquilosadas, que se fueron formando en España tras los primeros compases de la Transición.
Tal vez seré malpensado, pero nunca entendí cómo, con la excusa de la jubilación, La Vanguardia prescindió de su mítica sección “Diario de un reportero”, compuesta de breves píldoras de actualidad que bebían de su proverbial conocimiento profundo de la sociedad catalana y española y que, a menudo, formulaban dudas sobre la placidez del “oasis catalán” que es probable que no entusiasmaran a la dirección del diario conservador. Pero, como decía antes, Martí Gómez siempre encontraba o creaba nuevos espacios desde los que seguir ejerciendo de reportero, y durante algunos años animó, junto a otros y otras periodistas el digital La Lamentable, que abanderó ese incisivo y sincero periodismo humanista que terminaba molestando en los grandes medios.
Pronto le abrieron la primera puerta de salida. Lo cuenta al principio de El oficio más hermoso del mundo (Una desordenada crónica personal): siendo un joven meritorio en el diario castellonense del Movimiento Mediterráneo, le encargaron seguir la jornada del referéndum convocado en 1969 por Franco para legitimar que Juan Carlos de Borbón fuera su sucesor. Martí Gómez regresó a la redacción con dos historias: en un pueblo vio a un alcalde recorriendo la fila de votantes para comprobar que todo el mundo votaba que sí; en otro, una mujer pretendía votar en nombre de su difunto marido porque era tan franquista que “seguro que al bueno de mi Luis le hubiera gustado votar sí”. Recuerda Martí Gómez que la respuesta del director fue que eran impublicables: “Las dos historias son muy buenas pero desde arriba no están ahora para escuchar buenas historias sino para que digamos solamente amén”. Ese rechazo supuso su salida de Mediterráneo y su inmediata marcha a Barcelona.
Allí, en los años 70, en el diario El Correo Catalán, donde le encontró trabajo su amigo Josep Maria Huertas Claveria, otro legendario referente del periodismo antifranquista, empieza una trayectoria que dejó huella en todos los medios por los que pasó. Recuerdo, en aquellos años, oírle hacer crónica negra y judicial en Radio Peninsular. Martí Gómez la hacía en las antípodas del sensacionalismo, con ese espíritu de comprensión de las víctimas y los perdedores que quizás era fruto de su catolicismo social, o simplemente de ser una persona decente. Su visión del mundo era realista, sabía bien quién tenía la paella por el mango, pero nunca apelaba al desencanto, más bien lo contrario. De escritura sagaz, concisa y sensata, nunca vendió motos ni hizo periodismo de cara a la galería. Como refleja esa anécdota inicial en Mediterráneo, escribir lo que veía le llevó a menudo a resultar incómodo, pero, al fin y al cabo, ¿acaso no es esa la función del periodismo?
Martí Gómez fue, pues, el reportero por excelencia, y también un ejemplo superior del cronista, que es capaz de describir y definir un suceso o una época en pocas palabras, mostrando a personajes de carne y hueso, sin trucos. Aunque fue periodista de calle y de redacción, publicó también bastantes libros, por lo general recopilaciones. Una de los que prefiero es El corazón inglés. Una particular visión de Inglaterra y los ingleses, que reunió en 2002 los artículos y entrevistas de su etapa de corresponsal en Londres. El libro no tiene desperdicio, pero es significativo que se publicara directamente en una edición de bolsillo: Martí Gómez tenía su público, qué duda cabe, pero no formaba parte de la fauna mediática que vende libros huecos y copa portadas.
En los últimos años, más retirado del callejeo, ofreció libros de nuevo cuño, como las ya mencionadas memorias El oficio más hermoso del mundo (2016). Son libros que se devoran con pasión, que se leen en un santiamén debido a su eficacia literaria (porque el buen periodismo es literatura). Como en sus escritos periodísticos, Martí Gómez iba al grano: no era un estilista amanerado, su prosa es eficaz, a veces divertida, a veces contundente, siempre lejos del postureo o la vacuidad. A cambio, la densidad informativa resultaba incomparable: Martí Gómez había hablado con todo el mundo y escuchado a todo el mundo. Tenía una amplia red de fuentes seguras y fidedignas. Se ha destacado a menudo que su discreción y una honestidad a prueba de bombas le abrieron las puertas a francas confidencias de toda clase de personajes, incluidos los poderosos o cercanos al poder.
Su último libro, publicado en 2019, resume a la perfección estas cualidades. Retrato de una saga de editores muy poderosa, el subtítulo de Los Lara. Aproximación a una familia y a su tiempo ya insinúa que lo que vamos a leer va más allá de la biografía de José Manual Lara Hernández y de su hijo José Manuel Lara Bosch, los dos mandamases históricos de la Editorial Planeta. Me atrevería a afirmar incluso que ni siquiera se trata de una biografía en sentido estricto, porque en ningún momento se percibe la ambición de relatar ordenadamente la vida de los Lara, lo que no impide que obtengamos una imagen muy precisa de ambos (sobre todo del hijo, Lara Bosch, el globalizador de Planeta). Martí Gómez los dota de una consistencia humana profunda, cargada de matices y contradicciones, como esos personajes de novela que nos absorben aunque no podamos identificarnos mucho con ellos.
Pero, como decía, lo que hace que Los Lara vuele tan alto es que muestra toda una época más allá de sus protagonistas estelares. Esto es evidente desde el abrupto arranque del libro, una larga cita que engarza varios fragmentos del diario de Carme Ribé de 1939. Ribé, que entonces tenía dieciocho años y que más adelante se convertiría en una activa y comprometida bibliotecaria durante la recuperación de la cultura catalana bajo el franquismo, no tiene, en apariencia, nada que ver con los Lara, pero las primeras líneas de su dietario que cita Martí Gómez activan una conexión en el lector que conozca el origen del imperio editorial de los Lara:
No sé cuántos años debe tener. Infinitamente más que yo, que sólo tengo dieciocho. De momento por lo único que me ha interesado es porque me ha invitado a merendar. Hemos ido a un bar. Él sólo ha bebido. Yo he devorado unos bocadillos. Hacía siglos que no había comido un pan tan bueno. Él ha reído mucho con mi hambre. Ha llegado a Barcelona con las tropas de Franco y me lo presentó un vecino de escalera. Ha hecho unas bromas sobre los rojos que nos mataban de hambre.
Bastan estas líneas para evocar a José Manuel Lara Hernández entrando en Barcelona con el ejército franquista. No me consta que Ribé conociera a Lara ni Martí Gómez lo afirma tampoco, pero este soldado franquista que muestra su superioridad de vencedor es como el diapasón que marca el tono para dar comienzo al relato de la familia de editores. La extensión de la cita, que va más allá de este párrafo y dura tres páginas, puede parecer exagerada, pero resulta necesaria para dibujar el escenario de pobreza, hambre y miseria que trajo el franquismo y en el que Lara Hernández empezó a abrirse paso, beneficiándose de su instinto comercial y de su posición de militar vencedor de la guerra. Se trata de un mecanismo narrativo que es Martí Gómez en estado puro.
Es esta querencia suya por la gente corriente, por las víctimas del poder, la que define en buena medida la enorme importancia de su obra. Uno de sus últimos trabajos como reportero, si no el último, son las diecisiete crónicas del juicio del Procés, publicadas en marzo y abril de 2019 en El País. Martí Gómez ya no estaba para irse a Madrid y asistir a las sesiones del juicio de los líderes independentistas catalanes en el Tribunal Supremo, pero, al fin y al cabo, como se emitían por televisión, decidió seguirlas desde lugares públicos, como un bar. Así captaba la recepción popular de ese inmenso y doble fracaso social y político, del que aún pagamos las consecuencias, mientras aprovechaba para hacer sus discretas valoraciones del asunto y para introducir datos e informaciones procedentes de sus numerosas fuentes.
Ya no podremos leer nada nuevo de Martí Gómez. Lo propio sería afirmar que ha muerto el último reportero, que ya no quedan periodistas como él, pero no es cierto. El periodismo que él encarnaba no ha muerto, aunque es verdad que tiene enemigos muy poderosos y diferentes de los que conoció desde sus inicios bajo una dictadura. El mejor homenaje que le podemos hacer, además de leer su obra, es seguir ejerciendo el periodismo con vocación libre e independiente. Pese a todo, es posible y es necesario. ¡Gracias, maestro Martí Gómez!
LOS MEDIOS DE COMUNICACION EN LAS «DEMOCRACIAS» DE LA DICTADURA DEL CAPITAL.
Después de publicar, mediante la página WikiLeaks, miles de documentos que muestran crímenes de lesa humanidad, Assange fue víctima de un montaje policial y judicial, con la participación y complicidad de los gobiernos de Estados Unidos, Suecia, Gran Bretaña y Ecuador (tras la traición del expresidente Lenin Moreno al pueblo que lo eligió), que desembocó en su reclusión en una cárcel de máxima seguridad en Londres.
Julian Assange ha sufrido torturas físicas y psicológicas, tal como ha venido denunciando Nils Melzer, relator especial de la ONU sobre la tortura. Assange ha sido protagonista de una verdadera película de terror en su propia persona, por ejercer el derecho básico de la libertad de información en favor de los pueblos del mundo.
Sin embargo, sorprende el absoluto silencio que, sobre el caso, han mantenido las multinacionales de la información, con apenas alguna que otra reseña en prensa, radio o televisión cuando era inevitable mencionarlo; no digamos ya el de los gobiernos occidentales al respecto.
EEUU: RETIREN LOS CARGOS CONTRA JULIAN ASSANGE, firmar:
https://www.es.amnesty.org/actua/acciones/eeuu-assange-libertad-feb
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Prohibición de las emisiones de RT y Sputnik en la UE: ataque a libertad de información
Los líderes de los 27 también han tomado una peligrosa decisión contra el derecho a la información, la prohibición de las emisiones de Russia Today (RT) y Sputnik en la Unión Europea. Una medida que, según Von der Leyen, pretende «frenar la maquinaria mediática del Kremlin» y permitirá, dijo, que «los medios estatales y sus filiales no puedan difundir sus mentiras para justificar la guerra de Putin y para sembrar la división en nuestra Unión». «Cortamos el cuello a la serpiente», ha añadido el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell.
La medida ha sido duramente criticada por imponer el pensamiento único e impedir contrastar la información. «Con el bloqueo a RT se le niega a la sociedad el acceso a una versión diferente a la oficial de la UE/OTAN. Y a los periodistas un acceso a una información alternativa», ha advertido el periodista de Naiz, Martxelo Díaz. «Prohibir medios de comunicación es una medida que no solo atenta contra la libertad de información, sino también un peligroso precedente del pensamiento único. Y una muestra de hipocresía, al haber muchos medios de nuestro entorno que desinforman y mienten con total impunidad», ha escrito en Twitter, el director de cine Montxo Armendariz.
En momentos de conflicto bélico, cuando se multiplican la desinformación y las simples mentiras mediáticas disfrazadas de noticias (fake news), resulta especialmente relevante que las audiencias puedan contrastar versiones diversas e incluso contrapuestas y decidir por sí mismas dónde está la verdad de lo que ocurre.
El argumento de que los medios informativos censurados son vehículos de propaganda rusa es tan pueril como faccioso: por un lado, resulta imposible establecer con plena certeza qué es información y qué es propaganda en los canales informativos de países beligerantes y, por el otro, hay instituciones informativas parcial o totalmente financiadas por gobiernos que apoyan a Ucrania en el presente conflicto –es el caso de la BBC británica, la DW alemana y la VOA estadunidense, por ejemplo– y, si se aplicara la misma lógica que a sus contrapartes rusas, tendrían que ser sometidas también a la censura parcial o total.
Y la prensa española, un país peón de USA/OTAN…..