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David Trueba: “La caricatura que se hace de España en algunos medios catalanes es falsa”
El escritor y guionista David Trueba ha dirigido dos series documentales pendientes de emitir y que levantarán ampollas: sobre la familia Pujol y la Casa Real.
Esta entrevista se ha publicado originalmente en Crític. Puedes leerla en catalán aquí.
David Trueba (Madrid, 1969) es periodista, escritor, guionista y director de cine, entre otras muchas cosas. La curiosidad es su motor de vida, y el humor y la crítica, su sello particular. Después de publicar Queridos niños, una sátira de la política española y del periodismo, habla de sus dos nuevas series documentales que removerán conciencias: una, sobre la familia Pujol Ferrusola, y la otra, sobre la Casa Real española.
Tu madre era de Santander y tu padre era de Valladolid; los dos se conocieron en Madrid, donde naciste y creciste junto a tus ocho hermanos. ¿Cómo recuerdas tu infancia?
La razón por la que mis padres llegaron a Madrid fue la guerra. Con esto no quiero decir que fuesen ideológicamente transformados por la guerra, no. Ellos, como muchísima gente, fueron expulsados de sus lugares de origen por la crisis económica. Por eso, siempre he pensado que soy hijo de emigrantes. Crecí en Estrecho, un barrio obrero de Madrid, y de alguna manera, de pequeño, tenía la sensación de que tenía una cierta desventaja. No fue hasta que tuve veinte años cuando me di cuenta de que mis orígenes me habían enseñado a mirar cómo conseguir las cosas con esfuerzo y también a escoger aquello que quería y aquello que no.
Estudiaste en los Salesianos. ¿Cómo te marcó eso?
Cuando nací, mis padres tenían más recursos económicos que con mis hermanos y pensaban que, por el hecho de ser un colegio religioso de pago, era mejor. Cuando yo les cuestionaba esta decisión, a mi padre le resultaba incomprensible. Rápidamente entré en un conflicto también con la religiosidad. De hecho, perdí la fe preparando mi primera comunión, que ya es irónico. Recuerdo perfectamente estar haciendo la catequesis y sufrir una epifanía a la inversa; fui a tomar la comunión sabiendo que había perdido la fe, y ahora lo explico como una broma, pero en su momento fue traumático: sentía una sensación de culpa… Tuve muchas fricciones hasta que conseguí salir del colegio e ir a un instituto y, por supuesto, hasta que dejé de discutir de política con mi padre.
Por lo que dices, las sobremesas en tu casa debían ser intensas.
Solo te diré que mi madre rogaba que, por favor, en las comidas no habláramos de política, para que mis hermanos no discutieran con mi padre. Él era muy conservador y mis hermanos habían sido todos muy críticos con el franquismo, por supuesto, y en la Transición, fueron más radicales de lo que mi padre quería. Recuerdo que la primera vez que hubo elecciones libres, en 1977, mi padre obligó a mi madre a cambiar el voto, como pasó en muchas familias. Ella había escogido votar a Suárez porque percibía que era el que podía moderar a unos y a otros. A mi padre eso le parecía indecente porque Suárez era la persona más odiada por la derecha española, cosa que es un muy difícil de explicar ahora a los jóvenes porque la derecha se lo ha apropiado después de haberlo destruido. Ahora puede pasar que Vox reivindique a Lorca y la gente se quede tan tranquila, o que Azaña sea citado constantemente por Aznar… El caso es que, cuando nosotros nos enteramos de que mi padre había obligado a cambiar el voto de mi madre, empezamos a escoltarla hasta el colegio electoral para asegurarnos de que no se repitiera.
Estudiaste periodismo en la Complutense. ¿Qué supuso para ti la universidad?
La Universidad entonces era eso que llamamos el ascensor social; es decir, poder aspirar a algo un poco mejor de a lo que pudieron aspirar tus padres. Mi madre me confesó que rezaba cada noche para pedir a Dios que la dejara vivir hasta que su hijo menor, que era yo, entrase en la universidad. Es una cosa que me emocionaba mucho cuando me lo explicaba porque, desde su ignorancia y su incultura, me parecía increíble que este fuera su deseo. De alguna manera, con cosas como esta, descubrí a mis padres y perdí un factor crítico que tenía de adolescente con ellos. Mis hermanos fueron muy importantes inmediatamente después. Mi hermano mayor resultó ser una persona muy inteligente, preparada y precoz, que con veintipocos años era médico, y marcó, para el resto de los hermanos y para mis madres, la línea como hermano mayor.
¿Cuándo y cómo nace tu interés por el periodismo?
Fue una vocación muy temprana. Mi madre me escolarizó muy tarde porque, como era el más pequeño, creo que le hacía mucho respeto quedarse sola en casa. El día que entraba al parvulario me eché a llorar, y ella dio media vuelta y me llevó a casa durante tres años más. Con ella, iba al mercado, le ayudaba a hacer las tareas de casa y, mientras tanto, me convertí en una especie de informador para mis hermanos. Evidentemente, no había redes sociales y la tele no empezaba hasta el mediodía, así que, mientras comíamos, les explicaba todo lo que había pasado en el mercado. Esto es periodismo. Porque hoy en día hay cosas que se hacen llamar periodismo y no tienen nada que ver con él; a veces veo telediarios que no son periodismo. Cuando yo era pequeño, crecí viendo programas como Informe semanal o reportajes largos en la prensa que eran claramente periodismo científico informativo. He visto cómo eso iba desapareciendo.
¿Cuál es, desde tu punto de vista, la salud del oficio ahora?
Creo que ha mejorado por las críticas. Cuando Donald Trump llega al poder diciendo que el periodista es el enemigo de la sociedad, el oficio recibe por primera vez una descarga de electrochoque suficiente como para empezar a ser crítico con la deriva a la cual habían llevado al periodismo los empresarios de la televisión y de la prensa. Y, cuando Trump empieza a hablar de las fake news, diarios como The New York Times o The Washington Post empiezan a hacer un elemento de comprobación de todo eso que publican mucho más riguroso que lo que hacían previamente. Y se dan cuenta, además, de que eran percibidos desde un sector de la población como “de parte”. Todo esto ha obligado a ejercer la crítica. El gran problema del periodismo ahora es la precarización: hay una cola de gente dispuesta a hacer gratis el trabajo profesional de un periodista; por tanto, es muy difícil que se pueda generar un prestigio profesional. De todas maneras, creo que están surgiendo medios y maneras de hacer periodismo, incluso dentro de medios tradicionales, que están mejorando mucho el que había hace una década.
Defiendes el periodismo lento. En cambio, cada vez más prevalece la cultura del tuit y de la información rápida. ¿Va esto en detrimento de la rigurosidad?
Absolutamente, y los periodistas lo tenemos que decir claramente. El periodismo no puede ser un titular, porque este solo es una síntesis: en muchos casos, una síntesis que no tiene todo el contenido… Y esto me preocupa mucho. De hecho, lo abordé en mi última novela, Queridos niños. En ella empiezo hablando del clima político en el que vivimos, que es como es porque la gente ha decidido informarse de esta manera. El 70% de los españoles se informa a través del móvil, y este es el mayor grado de manipulación que puede haber, en la línea que sea. Informarse a través del móvil no es informarse.
Ahora entiendo por qué no te he encontrado en redes sociales…
(Ríe.) Tuve Twitter porque me pareció periodísticamente muy interesante cuando se lanzó, pero rápidamente me di cuenta de que era un sitio en el que la gente quería hacerse autopropaganda. A mí me educaron a no hablar bien de mí mismo; mi madre me decía que eso era una falta de educación. Es decir, si yo soy apreciado por alguien, es esta persona la que debería reconocérmelo y no yo mismo. Lo que me molesta de las redes sociales es el escaparate propio: es como si las personas hubiéramos pasado a ser un comercio donde tenemos que tener el escaparate de lo que somos. No, yo no quiero eso. Porque sé que dentro de mí hay cosas que son buenas y cosas que son malas, y en el escaparate solo pondría las buenas. Como esto me parece contradictorio, no quiero estar ahí. Yo no quiero trabajar para Mark Zuckerberg; prefiero tener otro jefe.
Mientras estudiabas periodismo, debutaste como guionista en televisión, en cortos y en el cine.
Sí, y con el dinero del primer largometraje me fui a los Estados Unidos a estudiar cine durante un año. Fue muy enriquecedor, porque era una escuela que tenía un acercamiento al cine de Hollywood. Yo venía del cine de autor más europeo, y me interesó mucho como industria de entretenimiento. Entonces, desde allí, comencé a trabajar para algún medio español. De hecho, fue la etapa de mi vida en la que más practiqué el periodismo, que va más allá de la columna de opinión o de una entrevista más larga. Me encantó. Si hubiese tenido menos éxitos en mis otras profesiones, seguramente ahora estaría haciendo aquello muy feliz.
Recientemente, has hecho una miniserie documental sobre la familia Pujol Ferrusola. ¿Con qué objetivo nace?
La serie me la proponen desde Discovery+, y es un trabajo de equipo. Es una serie de testimonios que va uniendo las declaraciones de los unos y de los otros, intentando que sea tan plural e interesante como sea posible, para explicar el recorrido vital y político de Jordi Pujol. Yo tenía una gran frustración porque las grandes empresas audiovisuales españolas son muy, muy conservadoras y no están nunca interesadas en hacer algo que sea hiriente. Tuvo que venir una empresa norteamericana a proponérnoslo. Siempre intento ponerme una chaqueta británica para hacer estos trabajos porque creo que el periodismo anglosajón es menos iracundo que el español, que es muy “de parte” y vitriólico. Antes hablábamos del periodismo del titular, pues Pujol es una persona con una trayectoria política que tampoco se puede definir en un titular y ya. Tiene que entenderse quién es, de dónde viene, qué poder consiguió y, sobre todo, qué poder le otorgó a Cataluña para hacer según qué cosas o tener ciertos comportamientos que hoy serían intolerables en la política actual. Los ciudadanos de Cataluña han creado la percepción de una paternidad y continuidad histórica que les ha otorgado un mando en plaza excesivo. Este es un problema que tienen los partidos nacionalistas en general, los catalanes, los españoles y los vascos: que la gente interprete que estos partidos sean los defensores de la patria. No, la patria la defienden todos; los que son críticos con estos partidos, también.
¿Cuándo verá la luz esta serie?
Está pendiente de emisión. Depende de la creación de su propia plataforma en España. Los ejecutivos españoles que nos encargaron el trabajo pensaban estrenarla en junio de 2021, y probablemente será en junio de 2022. pero tampoco me importa mucho el retraso.
A una parte del independentismo catalán todavía le está costando digerir el caso Pujol. ¿Crees que esta serie removerá conciencias?
Creo que molestará a todo el mundo porque, siempre que haces algo que intentas que tenga un cierto equilibro, molestas a todas las partes. También a los que querían destruir el pujolismo, a quienes les fue muy bien cuando el independentismo estaba en su momento más álgido, pero que después se ha visto claramente que no tienen ningún interés en llegar hasta al final. Nunca lo he explicado, pero me hicieron una entrevista pocos meses antes del referéndum del 1 de octubre en una revista independentista en Barcelona y, cuando me preguntaron sobre mi opinión del referéndum, yo contesté que no se tenía que convocar sin un acuerdo de legitimidad nacional. Porque lo único que provocaría era violencia. Lo primero que recibí fueron insultos por parte de algunos sectores independentistas: algunos amigos me llamaban para decirme que me estaban insultando porque yo vivía de las subvenciones del Gobierno español. Curiosamente, este era el mismo insulto que recibía por parte de la derecha española y, en cambio, venía de un actor independentista, que incluso había trabajado conmigo.
Te molestó, entiendo.
Me produjo una tristeza enorme porque pensé que ningún movimiento puede reafirmarse si no tiene crítica interna. Yo fui insumiso al servicio militar. Cuando los independentistas se comparaban con la insumisión al servicio militar, cometían una atrofia de su propio pensamiento diciendo que aquellos que fuimos insumisos ahora aceptábamos la legitimidad del Ejército y de las autoridades españolas. En ningún momento la negábamos; lo que decíamos era que, si una obligatoriedad era injusta, nuestro propio posicionamiento en contra transformaría la sociedad porque aceptaría como una evidencia que esto era una injusticia. ¿Y qué pasó? Que, cuando intentaron desacreditar a 100.000 chicos que tenían familias de todos los extractos sociales y que sabían que sus hijos no eran delincuentes y que, a pesar de eso, tenían que pasar por unos juicios, la sociedad dijo “¡basta!”. Y se acabó la mili.
¿Cómo has vivido el conflicto Cataluña-España?
Me he sentido incomprendido en ambos sitios, sobre todo cuando se desarrollaban las injusticias; se insultaba y enmascaraba a una persona por el hecho de tomar una posición u otra, según donde estuviese. Lo que intenté, en la medida de lo posible, fue que no afectase a mis relaciones personales. Es decir, que la gente pudiese continuar diciéndome lo que sentía y extraer de eso que me decían lo que había de verdad.
Entiendo el movimiento independentista perfectamente, me parece absolutamente noble, pero también entiendo lo que es España. Y el problema es que, si por ser uno tienes que eliminar al otro, estamos en una situación que no es la favorable. Puede que el independentismo no entendiese que tenía que encontrar la manera de llegar a una Cataluña independiente, si podía ser, sin destruir a España. Tal vez sería mejor entender a España como un lugar plural donde estas aportaciones pudiesen ser más enriquecedoras de lo que han sido a lo largo del tiempo. Mira, he vivido en la industria del cine y ahí tampoco eres libre. Tienes que hacer pactos siempre con los financieros, con los distribuidores… Cuando sales de todo eso, no hay espacio. Yo mismo he hecho películas fuera de la industria y no he conseguido ni ponerlas en el cine ni, por descontado, en las plataformas o en una tele. Y he llegado a la conclusión de que tengo que infiltrarme y formar parte de la industria que tal vez no me gusta, para contribuir a cambiarla y a hacerla más rica y más plural desde dentro.
Y, ¿cómo viviste el 1-O?
Desde la restauración de la democracia, el 1 de octubre ha sido uno de los momentos más bajos de España como país, tal vez junto al 23-F; no por el desafío independentista, sino por la respuesta del Gobierno español. Con un Gobierno que había fracasado en su proceso de impedir que se produjera la votación, enviar a la policía a pegar a la gente me pareció absurdo. Y en Europa nos colocaron en la posición más incómoda que hemos tenido nunca. El 1 de octubre es el fracaso más grande del Estado español en años. Y vuelvo a lo mismo: este fracaso es provocado por el deseo de una parte de destruir a la otra. Y posteriormente, a partir del 1 de octubre, empieza otro período que ya tiene más a ver con el deseo del independentismo de dejarse engañar.
¿Qué quieres decir con “dejarse engañar”?
Se hizo una declaración de independencia de siete segundos, una mezcla de exilio y de martirologio, pero que ni tan siquiera ellos estaban decidiendo qué opción tomar… De nuevo, volvemos a la falta absoluta de rigor en el proceso que estaban llevando a cabo. A veces soy duro en esto, pero no me importa serlo en un medio como el vuestro, que se llama CRÍTIC y que, además, sé que lo lee mucha gente que estará en desacuerdo con lo que yo digo. Pero el diario Abc hablaría más del problema de España, y cuando me entrevistan en Cataluña, en cambio, me gusta que quede claro que la caricatura que se hace de España en algunos medios catalanes, en la que estamos todos metidos, es falsa, al igual que es falsa la caricatura que se hace desde España del independentismo.
¿Sientes que desde algunos sectores del independentismo se continúa perpetuando la caricatura del madrileño españolista?
Por supuesto. A muchos independentistas les ha molestado que la intelectualidad española no se posicionase a su favor. Pero, si no lo hacían, era porque no estaban de acuerdo. Y lo que tenían que agradecer es el silencio con el que la intelectualidad española observaba los movimientos independentistas. Aquí también se equivocaron. Evidentemente, hasta en el Madrid de Ayuso, que no es más que una prolongación del Madrid de Esperanza Aguirre, hay una serie de madrileños que no tienen significación pública, pero que están aquí y que son mucho más cercanos al espíritu que mueve el independentismo en cuanto a intentar sacudir una corrupción endémica, generar instituciones más limpias, etc. esto también existe en España y se llama la izquierda española, que ha tenido siempre una representación política más pequeña. Una izquierda que es crítica con el Tribunal Supremo porque es fruto del acuerdo entre dos partidos que no tienen en cuenta ni la sociedad. Esta España existe, y no solo en Madrid. Pero se puede vivir con gobiernos eternos que representan lo contrario de lo que tú defenderías: la laminación de los servicios públicos, la segregación de los alumnos… Los madrileños los votan porque aspiran a ser ricos. De hecho, las comunidades ricas tienen un sesgo de voto muy claro, y hace falta no olvidar que esta misma privatización y segregación la estaba fomentando el Gobierno catalán, aun no ser nacionalista. Es más, el discurso de ahora de Ayuso es el de “España nos roba”…
El debate sobre la inmersión lingüística ha vuelto a la agenda política y mediática. Tú hablas catalán y rompes el estigma del español que odia la lengua catalana.
A ver, a mí no me parece razonable que las niñas y los niños españoles acaben la primaria sin tener ningún acercamiento a las lenguas oficiales del Estado. Desde mi punto de vista, deberían aprender unos conceptos básicos de vasco, de catalán y de gallego siempre. No digo que las aprendan completamente, pero sí que estén familiarizados y que no las perciban como lenguas que se utilizan para que ellos no las entiendan, como piensan muchos españoles. Y otra cosa que pienso es que no se tiene que ceder la lengua a unos partidos políticos: la lengua pertenece a todos.
¿Cómo nace tu vínculo con Cataluña?
Nace de la curiosidad. Cuando era joven, empecé a tener curiosidad por las cosas que no conocía. Empecé a leer y a escuchar música en catalán; habría hecho lo mismo con el vasco si hubiese tenido más relación con euskaldunes, como sí que tenía con catalanoparlantes…Y después, cuando nacieron mis hijos, con su madre decidimos que queríamos que fueran bilingües, aunque viviésemos en Madrid; teníamos claro que la riqueza era que hablaran los dos idiomas. Desde Madrid, me critican por el hecho de ser condescendiente con Cataluña. Me critican por el hecho de ir a una radio en Barcelona y hablar en catalán… Pero a mí me apetece y me divierte hacerlo. Sobre todo si a ellos les cabrea que hable en catalán; entonces me divierte más todavía. Cuando voy a la RAI, hablo italiano; en la televisión francesa hablo en francés, y en la norteamericana, en inglés. No tengo problema en hacer el ridículo cuando chapurreo en algún idioma.
Cataluña también te dio, entre otras cosas, una gran amistad con Pep Guardiola…
Sí, a pesar de todos los intentos que se han hecho para que no sea así, conservo una gran amistad con Pep.
¿Qué quieres decir con eso de “intentos para que no sea así”?
Pues que, supuestamente, tú no puedes ser amigo de alguien que no piense como tú. Cuando para mí es al revés; yo soy amigo de quien no piensa como yo porque eso también me enriquece.
¿Cuándo conociste a Pep?
Nos conocimos cuando él jugaba en el Barça. Él tenía un gran interés por cosas que no eran fútbol. De hecho, de fútbol, poco podía hablar. Tenía interés por las películas, por el teatro, por los libros, por las novelas… Y a mí eso me sorprendió. Un par de años después de conocernos, tuvo una lesión muy larga que le duró más de un año, y un futbolista lesionado es como un tigre enjaulado… Yo lo acompañaba a los partidos y le dije que él no era futbolista: su cabeza ya era la de un entrenador.
A través de Pep también te acercaste al fútbol. Los clubes se han convertido en multinacionales que mueven el dinero de la mano de compañías y empresas corruptas y que defraudan a la justicia. ¿Te genera contradicciones?
Claro. La de Gil y Gil me generó muchísimas contradicciones, evidentemente; que mis colores estuviesen al servicio de la corrupción me molestaba muchísimo. Pero yo soy del Atlético de Madrid por Luis Aragonés y por la historia de este equipo en mi emocionalidad cuando era joven, y eso a mí no me lo quita ni un presidente ni unas camisetas diferentes. El club se utilizaba para robar, al igual que se ha hecho uso también de otros equipos. Como el Rayo Vallecano, que ha sido usado para que los Ruiz-Mateos tengan apoyo popular, aun siendo un equipo entrañable de un barrio maravilloso y del que, por suerte, una gran parte de sus aficionados se pusieron en contra. El fútbol es una maquinaria compleja porque utiliza las pasiones humanas; a mí me ha interesado mucho siempre como explosión de la cultura popular.
Vamos acabando. De aquí poco tiempo también verá la luz una serie documental sobre la Casa Real. ¿Por qué cuesta tanto señalar a la monarquía?
Es evidente que ha habido un deseo de afianzar la democracia española a través de tolerarlo todo en la institución del jefe del Estado. Esto antes era inviable. Yo perdí un trabajo en 1994 por una cosa parecida a esto en televisión y te quedabas con una cara de idiota, pensando que la democracia ya entonces estaba consolidadísima.
Te refieres a El peor programa de la semana, que dirigías juntamente con El Gran Wyoming en TVE, ¿verdad?
Sí, íbamos a entrevistar a Quim Monzó y nos prohibió hacer el programa dos horas antes de empezar el directo por presiones de la Casa Real, porque decían que nuestra intención era criticarla. Obviamente, los directivos de TVE nunca nos dijeron si cumplían órdenes o se avanzaban, pero perdimos el trabajo: despido total y directo.
¿Qué opinas de la huida del rey emérito?
Creo que lo que ha hecho Juan Carlos I es el peor favor a la institución de la corona, peor incluso que el del peor de sus críticos. Y tenemos las encuestas para demostrarlo. Desde fuera, lo que tenemos que ser es críticos con aquello que es la monarquía y con eso que representa; si los españoles piensan que tiene alguna utilidad, adelante, que la continúen sosteniendo. Pero, si no le encuentran ningún sentido, no lo conseguirán por la impunidad, por el silencio o por el hecho de tener comprada a la prensa. La legitimidad se la tienen que ganar. Y ¡ojo! La corrupción del rey emérito no es individual, sino grupal: se produce alrededor de un núcleo de grandes empresas, del cual él es una pieza necesaria para que funcione este engranaje. Que nadie sea tan estúpido de pensar que hablamos de un corrupto autónomo. Y aquí es donde no se quiere llegar y, aunque el periodismo crítico ha mejorado, continúa habiendo mucho miedo de llegar al origen del problema.
Traducción: Aida Cuenca.
Aunque tengo más edad que David, la relación con sus padres me recuerda a la que tenía yo con los míos. Mi madre también se ponía a temblar cuando mi padre y yo discutíamos de política. Nosotros casi nos divertíamos discutiendo; pero mi madre se lo tomaba en serio y para ella constituía un gran sufrimiento. En tiempos de elecciones, con mi madre lo tenía más fácil; pero a mi padre se puede decir que lo chantajeaba para que no votara a los que, según él, «son como dios manda». No era malo, era de aquellas personas que lo correcto para él era lo que se había hecho siempre.
Ay, David, la restauración de la democracia no se hace por edicto. Hay que ganársela y España aún sigue añorando a Franco.
Catalunya y Euskadi, por la razón que sea, han sido siempre pueblos más despiertos, luchadores, tienen otra forma de ser, sobre todo a Catalunya la conozco bien, y no aceptan que un país caciquil y centralista, un país más retrógrado, les organice la casa.
Con la II República posiblemente no hubieran sentido la necesidad de independizarse ni se hubiera organizado la ETA. (Movimiento de Liberación del Pueblo Vasco).
Pienso que un día la izquierda española reconocerá y agradecerá la aportación que tanto Euskadi como Catalunya están haciendo para que el franquismo sociológico, o el síndrome de Estocolmo, acabe por desaparecer de este reino impuesto por la dictadura.
La de mentiras que se han dicho y que se siguen diciendo, e inquina que ha inyectado el reino de España contra los catalanes es diferente a lo que éstos sienten por España. Ellos saben diferenciar a los amos del cortijo de lxs españoles. Saben que muchos les apoyamos.
LIBERTAD JULIAN ASSANGE. ES UN DEBER DE TODO PERIODISTA COMPROMETIDO EXIGIR SU LIBERTAD.
EEUU: RETIREN LOS CARGOS CONTRA JULIAN ASSANGE
https://www.es.amnesty.org/actua/acciones/eeuu-assange-libertad-feb20/
Pedazo,pedazo de entrevista. Extraordinaria. Me alegro mucha que La Marea la traiga a sus páginas viniendo de otro digital. Muchas gracias.