Internacional

Vivir junto a Rusia, lo más parecido a un volcán

Esta es la historia de algunas de las personas desplazadas por el conflicto que desangra la región del Donbás, donde se enfrentan el Ejército de Ucrania y milicias separatistas respaldadas por Rusia.

Acceso a la zona restringida de Chernóbil, donde el Ejército ucraniano hace maniobras militares. Foto: Muzungu

Vadim Mintzec tenía una pequeña fábrica de baterías en la ciudad de Gorlivka (al este de Ucrania) hasta que llegó la guerra en 2014. Primero secuestraron y torturaron a su hermano. Después, a un empleado. Al final, cuando cuatro obuses destruyeron la empresa, decidió marcharse con su mujer y sus tres hijas. Son algunas de las personas desplazadas por el conflicto que desangra la región del Donbás, donde se enfrentan el Ejército de Ucrania –con el apoyo de Occidente– y milicias separatistas respaldadas por Rusia. Una guerra de trincheras, como las de antes, muy poco visible en los medios europeos pero que deja ya más de 14.000 muertes.

Hace siete años, en Minsk (Bielorrusia) se acordó un cese de hostilidades que nunca llegó a cumplirse. El segundo domingo de febrero, los observadores de la OSCE registraron 375 violaciones del alto el fuego, incluidas 74 explosiones. El día anterior fueron 372 violaciones del alto el fuego en la región. Cada día muere allí una media de dos personas. Buscando un lugar más seguro, la familia Mintzec llegó hasta Dytyatky, un pequeño pueblo próximo a la frontera con Bielorrusia. Es una de las regiones más baratas del país porque está junto a la llamada zona de exclusión que fue evacuada después de la catástrofe nuclear de Chernóbil. Todavía queda radiactividad. Aquí compró Vadim, por 200 euros, una escuela en ruinas, que ahora reconstruye para vivir con su familia. Y mientras atornilla una viga lamenta su mala suerte. “Los rusos están a 20 minutos por carretera de aquí”, calcula. “Es la ruta más corta para invadir Ucrania”. Si eso ocurre, como anuncia Estados Unidos, él y otras muchas personas de esta zona se verán otra vez atrapados por la guerra.

Vadim se ha construido un refugio bajo el suelo del salón e intenta reunir los mil euros que cuesta aquí un fusil Mauser. “Son los mejores para disparar a distancia”. Tiene formación militar y, aunque procede del Donbás, no es prorruso, a diferencia de la mayoría de la población de esa región. “Aquí es distinto, aquí los prorrusos no son más del 20%”. Si el Kremlin decidiera finalmente enviar tropas, explica, se encontrará con una fuerte resistencia: “Los mataremos por la noche, mientras duermen”. Sergei, vecino de Dytyatky, el pueblo más cercano al de Vadim, también es refugiado del Donbás pero no tiene tan claro que vaya a haber una invasión ni expresa abiertamente hostilidad hacia el Gobierno ruso. “Todos los países hacen maniobras militares, ¿no? ¿Por qué no puede hacerlas Putin en un país aliado como es Bielorrusia?”.

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Vadim Muntzed, junto a la antigua escuela, que compró por 200 eureos y rehabilta como vivienda para su familia. Foto: Muzungu

En Ucrania hay casi tantos posicionamientos ante la crisis como habitantes. Una pluralidad que escapa del simplismo con el que a menudo se analiza desde fuera. Por ejemplo, al contrario de lo que muchas veces se sugiere, la lengua materna –más del 50% de los ucranianos habla ruso en casa– no se corresponde con la simpatía o antipatía prorrusa. Dytyatky es un pueblo de agricultores y mineros, muchos de ellos en paro. Cada vez quedan menos vecinos y la mayoría son mayores, muchos de ellos jubilados. Los jóvenes se han ido marchando, pero no por temor a los efectos de la radiactividad sino por la falta de oportunidades.

Vogdam es casi una excepción. Tiene 17 años y se ha acercado al ayuntamiento al enterarse de que habían llegado dos periodistas. Habla un español perfecto porque, desde hace una década, pasa todos los veranos y algunas navidades con una familia de acogida en San Sebastián. Es uno de los niños de Chernóbil a los que intentan ayudar muchas ONG. “Vivir aquí es complicado. Es cada día lo mismo. Trabajar, trabajar y trabajar. Siempre oscuro, porque casi nunca sale el sol, y con mucho frío. Puedes coger una depresión. Por eso muchos acaban alcohólicos o drogatas”, se lamenta. A él le encanta el fútbol y, como no hay nadie más de su edad, tiene que jugar solo. Lo entrena el alcalde. Hace unos días, Vogdam vio en la televisión un supuesto plan del Ejército ruso para invadir Ucrania, y una enorme flecha en el mapa que atravesaba su pueblo. “Nos asustamos mucho –recuerda–, pero poco a poco se nos ha ido pasando”. Cree que al final “habrá paz”, más que nada porque ya sabe cómo es la guerra, y le parece “una cosa muy mala”.

Su padre, veterano de Afganistán, también combatió en las trincheras del Donbás: “Fueron unos años horribles para mí. Yo tenía solo nueve años. Imagínate, tú vienes de España y tu madre te dice en el aeropuerto que se han llevado a tu padre a la guerra… Te quedas hecho polvo. Después ya te vas acostumbrando, pero cuando le daban una semana o dos de permiso y podía venir, me ponía supercontento porque sabía que todavía estaba vivo”. Vogdam ha escuchado de primera mano las calamidades que pasó su padre en el frente: tres días sin comida y sin agua, mordisqueando nieve para sobrevivir, con muchísimo frío y tanto miedo que “hasta los rambos eran incapaces de hablar” cuando empezaban los tiroteos de verdad. Ahora teme que puedan movilizar de nuevo a su padre, e incluso a él mismo, si hay un conflicto a gran escala.

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Vogdam, joven vecino de Chernobil, posa con la foto de su padre, veterano de la guerra del Donbass. Foto: Muzungu

La diplomacia del megáfono

Son solo algunas de las personas directamente afectadas por la escalada de la tensión entre Rusia y Occidente. Un conflicto que tiene mucho más que ver con intereses geoestratégicos que con valores e ideologías. Los dos bloques –los encabezados por EEUU y Rusia– se disputan la hegemonía de la órbita exsoviética. De un lado, el gobierno de Vladimir Putin ha desplegado más de 120.000 militares (según las estimaciones de Washington) y una enorme cantidad de armamento pesado cerca de la frontera con Ucrania.

Rusia dice que son unas maniobras rutinarias, pero casi nadie se lo cree, porque vienen acompañadas de demandas. Putin exige garantías de que la OTAN no se continuará expandiendo hacia el este, y nunca integrará a Ucrania y Georgia, dos países que considera vitales para la seguridad de Rusia. Estados Unidos y sus aliados aceptaron abrir canales de diálogo sobre el desarme, pero rechazan las principales reivindicaciones de Putin, y han puesto en marcha una estrategia que se ha calificado (con acierto) como la diplomacia del megáfono.

Han estado alertando, durante semanas, de que Rusia se dispone a invadir Ucrania de manera inminente, y el sábado 12 de febrero pidieron a sus ciudadanos que abandonaran el país. Se trata de una estrategia que pretende, sobre todo, ganar el relato: si Rusia invadiera finalmente Ucrania, podrán decir que lo advirtieron. Y si no lo hace, mantendrán que Putin cedió a la presión internacional. Por otro lado, la popularidad de Biden está en mínimos históricos y se acercan las elecciones de noviembre –las elecciones midterm–. Boris Johnson está siendo investigado por sus fiestas durante el confinamiento. Macron también se enfrenta a unos comicios de difícil augurio y, a pesar de sus empeños, no consigue ser una figura tan importante a escala internacional, en gran parte por su fracaso en África. A los líderes occidentales les es perfectamente funcional el ruido sobre una supuesta invasión rusa de Ucrania; cuanto más se hable de ello, menos se hará de sus problemas internos.

Por otro lado, Putin ya está logrando gran parte de sus objetivos con la amenaza de la invasión, sin necesidad de llevarla realmente a cabo. El principal propósito de Putin es volver a situar a Rusia como la segunda potencia militar del mundo. No quiere ser una pieza más en un tablero multipolar, quiere debatir las cuestiones de seguridad directamente con Estados Unidos –ni siquiera con la OTAN–. Por eso le ha ofrecido la firma de un tratado bilateral. Para ello basta la acumulación de tropas cerca de su frontera occidental, sin necesidad de traspasarla. Otro de los objetivos de Putin es consolidar su gobierno autoritario, así como sus alianzas con otros autoritarios. Dicho de otra forma: evitar nuevas revoluciones de colores. Como ya demostró su pronta e implacable actuación en la revuelta de Kazajistán el pasado enero, tampoco para eso necesita invadir Ucrania.

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Plaza de la Independencia (Maidan, en ucraniano), centro neurálgico de Kiev y escenario de la revuelta que provocó un cambio de régimen en 2014. Foto: Muzungu

Hay otro objetivo que, de momento, Putin no está logrando: obligar a Kiev a cumplir los acuerdos de Minsk. Acuerdos que no gustan a ninguna de las partes pero, a su pesar, son el mejor instrumento diplomático para resolver el conflicto ucraniano. A Estados Unidos no le gustan porque son un espacio puramente europeo. A Ucrania no le gustan porque establecen que debería celebrar elecciones en Donbás. A la OTAN no le gustan porque la principal función de la OTAN es resolver los problemas que acarrea precisamente la ampliación de la propia OTAN al este.

El mayor problema del conflicto de Ucrania es que quien menos decide es el pueblo ucraniano. Pero los ucranianos no son peones de una partida de ajedrez, sino personas que ya han padecido mucho en la historia reciente. La población civil ha desarrollado una elevada resistencia al dolor y ha aprendido a convivir con la incertidumbre, mientras intenta hacer vida normal. No es fácil cuando los principales medios internacionales dicen que una columna de tanques rusos podría atravesar tu pueblo en cualquier momento.

Vadim Mintzec, el antiguo propietario de una fábrica de baterías, se dedica ahora a dar de comer a sus animales. Tiene un cerdo que se llama Tyson, cabras, ovejas y gallinas. Si todo vuelve a complicarse, tendrá suficiente para alimentar a su familia durante un tiempo. “En esta zona del mundo no hay catástrofes naturales –dice–, pero vivir junto a Rusia es como tener un volcán al lado de casa”.

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Comentarios
  1. Más que vivir junto a Rusia yo diría ser una víctima más de la dictadura genocida del capital (que es muchísimo más grave que ser autoritario); a estas alturas me asusta ver que mucha gente no hayamos sabido detectar todavía al enemigo de los pueblos. Eso es lo más grave y encima confundiendo y encima confundiendo en La Marea.

    «Sigo viendo un mundo unipolar: EEUU y sus aliados de la OTAN son los únicos dispuestos a usar la fuerza militar»
    (Alejandro Pozo, investigador y vicepresidente del Centre Delàs, reflexiona sobre el origen y el rumbo de la OTAN.)

    JAMES PETRAS: «EL OBJETIVO DEL GOBIERNO DE MI PAÍS ES IMPEDIR QUE RUSIA NEGOCIE CON EUROPA»
    «Las únicas negociaciones en las que están interesados consisten en que Rusia se entregue»
    «Las posibilidades de arreglar por la vía diplomática la crisis ucraniana son nulas. Y lo son porque Washington está exclusivamente empeñado en una campaña que aísle a Rusia, presionandola para hacer fracasar su economía. No quiere un acuerdo con ese país» (…).
    En opinión del sociólogo, Rusia está tratando de defender su frontera.
    «Hemos visto como en otros momentos -hace 6 o 7 años- Washington se hizo realmente con el control del gobierno de Kiev. Y a partir ese momento Estados Unidos impuso un gobierno títere que está funcionando como un brazo de los Estados Unidos».
    https://canarias-semanal.org/art/32143/james-petras-el-objetivo-del-gobierno-de-mi-pais-es-impedir-que-rusia-negocie-con-europa

    JOHN PILGER:
    LA GUERRA EN EUROPA Y EL AUGE DE LA CRUDA PROPAGANDA.
    Lo que no se dice es que la OTAN es, en sí misma, la verdadera amenaza a la seguridad europea
    En temas de guerra y paz -sostiene el afamado periodista australiano John Pilger-, la mentira del ministro de turno se da como noticia. Los hechos que no encajan se censuran, y se crían demonios. El modelo, la moneda corriente de nuestros días, es la confusión generada por los medios corporativos (…).
    Tras el golpe de Estado de 2014 en Ucrania -orquestado por la persona nombrada por Barack Obama en Kiev, Victoria Nuland-, el régimen instaurado, infectado de neo-nazis, lanzó una campaña de terror contra el Donbass ruso-parlante, que representa un tercio de la población de Ucrania.
    Supervisadas por el director de la CIA, John Brennan, en Kiev, unas “unidades especiales de seguridad” coordinaron ataques salvajes sobre la población del Donbass que se opuso al golpe. Las informaciones recabadas en vídeo y de testigos presenciales muestran cómo unas bandas de matones fascistas prendieron fuego a la sede de los sindicatos de la ciudad de Odessa, matando a 41 personas que quedaron atrapadas dentro; mientras la policía miraba. Obama felicitó al régimen golpista “debidamente elegido” por su “notable moderación”.
    En los medios estadounidenses, la atrocidad de Odessa se suavizó calificándola de “turbia” y una “tragedia” en la que los “nacionalistas” (neo-nazis) atacaron a los “separatistas” (gente que recogía firmas para un referéndum por una Ucrania federal). El Wall Street Journal de Rupert Murdoch condenó a las víctimas titulando: “Incendio mortal en Ucrania seguramente prendido por los rebeldes, dice el Gobierno”.
    El profesor Stephen Cohen, aclamado como la mayor autoridad de EE.UU en temas de Rusia, escribió:
    “Quemar vivas a personas de etnia rusa y otras en Odessa, a modo de pogromo, reavivó el recuerdo de los escuadrones de exterminio nazis en Ucrania durante la II Guerra Mundial. [Hoy] los ataques furiosos a gays, judíos, personas mayores de etnia rusa y otros ciudadanos “impuros” se extienden por Ucrania, junto a las marchas con antorchas que recuerdan a las que finalmente inflamaron Alemania a finales de las décadas de 1920 y 1930…
    “La policía y las autoridades oficiales no hacen apenas nada por evitar estos actos neo-fascistas o por denunciarlos. Al contrario, Kiev los ha alentado oficialmente mediante la rehabilitación sistemática e incluso la celebración de los colaboradores ucranianos en los pogromos de exterminio nazi-alemanes, renombrando las calles en su honor, levantándoles monumentos, reescribiendo la historia para glorificarlos, y más”.
    Hoy, la Ucrania neo-nazi apenas se menciona. No es noticia que los británicos estén entrenando a la Guardia Nacional Ucraniana, que incluye a neo-nazis en sus filas…
    https://canarias-semanal.org/art/32131/la-guerra-en-europa-y-el-auge-de-la-cruda-propaganda

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