Opinión

El sentido del mutuo auxilio, la izquierda y el caso de Pablo Iglesias

"En mis tiempos de militancia, si un compañero o una organización de izquierda era atacada o acosada, [...] reaccionábamos sin pensarlo", escribe Matías Escalera

Pablo Iglesias en el programa Hora25, de la Cadena SER

Hace tiempo que lo vengo observando: hay algo muy de fondo que no funciona en la izquierda; no hablo de los sectores que se dicen demócratas, liberales y esas tonterías, sino de nosotros los que nos denominamos, sin ambages, gentes u organizaciones de izquierda. Es algo más profundo que la evidente falta de objetivos definidos y claros que marquen nuestras actuaciones políticas y personales, que no los tenemos (en realidad, no sabemos ni qué queremos realmente hacer con este sistema/mundo que habitamos, ni con nuestras vidas), lo que es gravísimo, de por sí.

No es la estúpida fragmentación que sufrimos, que no se debe a cuestiones ideológicas o estratégicas (a veces, ni siquiera a divergencias tácticas), y que nos condena a la irrelevancia en la representación. No es tampoco el vicioso funcionamiento de muestras organizaciones, especies de aparatos de darwinismo inverso que seleccionan a los más ineptos, pero, sin embargo, fieles y sumisos, lo que también es gravísimo de por sí.

No, lo que realmente no funciona en la izquierda es algo aún de mayor calado, creo: la falta de empatía –que se dice ahora–, pero que a mí me gusta llamar, mejor, por su nombre de origen, fraternidad, o sentido de aquello que la vieja clase obrera llamaba “mutuo auxilio”. Un sentimiento o una espontánea disposición cercanos a esa calidez marxista que reivindicaban Ernst Bloch o Daniel Bensaïd, conectando, de alguna manera con el Marx de los Grundrisse.

Y esta falta general de fraternidad y de sentido del mutuo auxilio, en la izquierda, se ve por doquier; nadie auxilia a nadie, nadie se siente unido fraternalmente a nadie de entre sus iguales, sea porque estos no son de mi tierra o terruño, y allá se las apañen en la suya; o porque, sí, son de mi tierra y terruño, pero son de los otros (la cita de los Monty Python es aquí inevitable); o bien porque mis líderes son mis líderes; o bien porque una vez no me votaron, y eso no se lo perdono; o porque míralo dónde está y yo aquí, etcétera, etcétera, etcétera.

Pero, si hay y ha habido un hecho en el que esa falta de sentido del mutuo auxilio y de solidaridad fraternal se ha evidenciado y se ha visualizado política, social y mediáticamente, es en el abandono y desamparo que Pablo Iglesias –que no es ni ha sido, por cierto, santo de mi devoción siempre, tengo que reconocerlo–, ha sufrido de parte de los que deberían haber reaccionado y haberle prestado su apoyo incondicional ante el insoportable acoso de la ultraderecha fascista, política y mediática, que ha traspasado y traspasa todos los límites aceptables y tolerables en un sistema como el nuestro, hasta obligarlo a abandonar la política y perjudicar a su vida personal y la de sus propios hijos.

El silencio mayoritariamente abrumador de la izquierda, salvo honrosas excepciones, ante este acoso, la falta de comunicados públicos o de gestos claros y contundentes, me ha parecido más que escandaloso, descorazonador, por lo que de síntoma de degradación y desmoronamiento humano y emocional –al tiempo que político– tiene para la izquierda misma.

Recuerdo que, en mis tiempos de militancia, si un compañero o una organización de izquierda era atacada o acosada, el resto de compañeros y organizaciones de esa misma izquierda, que competíamos por el mismo espectro de representación en la universidad o entre los trabajadores, reaccionábamos sin pensarlo. Simplemente porque era un igual, uno de los nuestros, el que estaba siendo atacado y acosado. Luego, vendrían las disensiones y los desencuentros políticos, tácticos o estratégicos, pero ante el acoso fascista no había dudas ni fisuras, porque teníamos claro quiénes eran nuestros enemigos y quiénes eran simplemente nuestros adversarios políticos. ¿Tanto hemos olvidado, tanto hemos perdido, tanta alma nos ha robado este despiadado sistema/mundo en el que vivimos? ¿Tanto que ni siquiera recordamos ya la fraternidad, el sentido del mutuo auxilio? ¿Que no somos capaces de considerar que, más allá de quien sea Pablo Iglesias o de lo que represente políticamente, es uno de los nuestros, cuando la caterva fascista lo ataca y acosa a su familia y a sus hijos? ¿No recordaremos ya nunca más la palabra fraternidad?

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Comentarios
  1. El debut de Pablo en política no fué precisamente para aplaudirle.
    A Pablo lo utilizó el sistema en su día para que se cargara a la izquierda que en aquellas elecciones tenía mejores perspectivas que nunca. Creo que Pablo no fué consciente de éllo. Su vanidad lo cegó.
    Apareció en escena diciendo más o menos a los «compañeros» de izquierda: ¡apartaros que no habéis hecho nada! ¿qué había hecho él?. Recogió la cosecha que otros venían sembrando durante décadas.
    Lo honesto y acertado, una vez quiso entrar en el «ruedo» político hubiera sido: compañeros, vengo a unirme a la lucha, ¡vamos!.
    Ahora bien, todo ésto se debería haber dejado a un lado y prestarle apoyo frente al acoso de enemigos comunes de la izquierda, incivilizados y «matones».
    Además la vida es una escuela y Pablo cambió para mejor.
    Si hay algo que hoy día le reprocharía sería su gran mansión. Hay que predicar con el ejemplo. No hagamos como los curas.

  2. ¡Ay Pablo! La izquierda no triunfa porque sigue anclada en el pasado, no se quiere dar cuenta que el marxismo, el leninismo, el trotskismo, el estalinismo, y todos los ismos que la acompañan ya son PASADO; en la era de Internet, la globalización, la robótica, la ciencia en auge, la informática y tantos y tantos avances acumulados en el último siglo, la política debe transformarse en eso que has dicho en tu escrito, EMPATÍA y añadiría, en fraternidad y en amor. La política del acoso y del «y tu más», no sirve, como no sirven las continuas referencias al pasado, derechas, izquierdas, anticapitalismo, anti monarquía, en definitiva toda RESISTENCIA al cambio, no sirven; el progreso es imposible de parar, como demuestra la historia, y por encima de todo lo que he expuesto anteriormente están las personas, deberían estarlo, pero seguimos emperrados en vencer, en vez de en convencer; el intelectualismo desmedido tampoco ayuda a progresar, es el amor el que impulsa la locomotora del progreso, una combinación de buenos sentimientos y avances científicos, la política está contaminada por los males del pasado, no somos capaces de soltar lastre, y así nos va; la izquierda y la derecha agonizan en un mar de lodos infectantes, egoísmos monstruosos, deseos de reconocimiento y otras evanescentes vanidades que nos consumen por dentro. El mundo exterior hay que cuidarlo, sí, pero morirá si no tenemos en cuenta al interior; ese «yo» a veces desconocido que nos impulsa a socorrer al necesitado y a dar lo mejor de nosotros mismos. Un abrazo. Siempre me has caído bien, y te deseo lo mejor de lo mejor.

  3. Se percibe » compañerismo extremo y parece que también tienen cuentas pendientes que saldar » en algunos de los comentarios . No es de extrañar que la ultraderechuza ejpañola y todo su entramado político/mediático se crezcan aún más viendo el espectáculo que ofrecen los que teóricamente son partidos de izquierda.
    Salud.

  4. Hola, compañeras y compañero que habéis comentado, hasta ahora el artículo. Claro que hay muchos casos en que esa falta de solidaria fraternidad se ha manifestado, demasiados; solo quería tomar uno muy evidente en el que el acoso fascista se ha expresado de un modo especialmente agresivo, a la vista de todos, en medio de un escaparate mediático; lo he tomado solo a modo de ejemplo de algo que hemos perdido y que nos está haciendo mucho mal. Lo noto, por ejemplo, también en los comentarios que nos «disparamos» entre nosotros, a veces, sin haber hecho siquiera el esfuerzo de entender lo que el otro ha querido decir.
    Y, en efecto, María Julia, el libro de Toni Domènech es una referencia obligada en este caso, pero en un artículo así, ya sabes, debes ser muy sintético y se te quedan muchas cosas en el tintero. Gracias, de verdad, por estar ahí, del otro lado dispuestas y dispuestos a dialogar con respeto.

  5. Bueno, es él que dejó su formación apenas le quitaron el escaño, y desde aquel momento ha empezado a criticarlo en entrevistas. Ex-responsable de organización de Podemos, habla como si nunca hubiera tenido responsabilidades. No es el único que fue condenado, y lo fue solo porqués era de UP. Aconsejado por su abogado procesista, ha roto todos los puentes con UP – no el revés – y su escaño aún está vacío. Me juego que se va a presentar en las próximas generales, en una candidatura canarista con un estilo entre Teresa y Rufián.

  6. Señalo otro hecho en el que queda patente la ausencia de fraternidad, de empatía, de acompañamiento, de ….: a Alberto Rodríguez, diputado de UP por Tenerife, lo dejaron tirado, más solo que la una los de su propia formación.

  7. Buen comentario, sería importante que al hablar de fraternidad en España recordaran también, además de Bloch y Bensaid, el gran libro de Toni Domènech que ahonda en las raíces no psicológicas sino políticas de su eclipse.

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