Política
“El municipalismo permite cambiar cosas y levantar proyectos más rápidamente que otros niveles”
Laura Pérez Castaño es cuarta teniente de alcalde y directora del Área de Derechos Sociales, Justicia Global, Feminismos y LGTBI en Barcelona
Nacida en Barcelona en 1982, Laura Pérez Castaño se aupó con solo 32 años a la concejalía de Ciclo de la Vida, Feminismos y LGTBI del Ayuntamiento de su ciudad, recién conquistado por Barcelona en Comú, una de las expresiones de la marea municipalista que se sustanciaría, aquel 2015, en la conquista de varios así llamados Ayuntamientos del cambio.
Cuatro años después, la marea bajó, pero no se llevó con ella el Ayuntamiento barcelonés, y Pérez pasó a ser cuarta teniente de alcalde y directora del Área de Derechos Sociales, Justicia Global, Feminismos y LGTBI. En esta entrevista, hace balance de las dos legislaturas y comenta su parecer sobre algunos debates feministas del momento.
Laura, forma parte de una generación de jóvenes de izquierda que ha pisado las alfombras de la política institucional después de años de activismo. Quería preguntarle en primer lugar cómo fue para usted pasar de una esfera a la otra; de la vertiginosidad y las altas ilusiones de la protesta callejera a la parsimonia y los límites de la gestión política. ¿Costó cambiar el chip?
No lo he explicado mucho, pero yo, aparte de venir del activismo, vengo de ser camarera. Sí que fue un cierto shock, relacionado con la clase social, llegar aquí después de haber servido canapés en la misma sala en la que ahora ejerzo de concejala. En cuanto a los límites de la Administración, todas nosotras hemos aprendido mucho sobre ellos, pero pienso que, en el ámbito local, esas limitaciones son menores. Yo me he dado cuenta de que el municipalismo permite cambiar cosas y levantar proyectos mucho más rápidamente que otros niveles.
El ciclo del cambio habló mucho de municipalismo, de feminismo y del cruce entre ambos; de la posibilidad de un municipalismo feminista, e incluso de un urbanismo feminista. Pero mi sensación es que, muchas veces, todo se quedaba en una mera retórica vaga, que apenas concretaba en qué medidas podía sustanciarse ese municipalismo feminista. Siete años después de entrar en un Ayuntamiento para ocuparse de estas cosas, ¿qué nos puede decir al respecto?
Nosotras hemos desarrollado políticas concretas de urbanismo con mirada feminista que se ven en la calle: la transformación de la Meridiana, por ejemplo, o el Plan Superilla, pensados para priorizar una movilidad distinta frente a otra, la del coche, que ocupa el ochenta por ciento del espacio cuando supone el veinte por ciento de la movilidad, y que además es mucho más masculina.
Por otro lado, hemos generado manuales específicos para que, dentro del Ayuntamiento, exista esa mirada en cada uno de los proyectos que se emprenden. Hemos aprobado presupuestos con enfoque de género; toda su parte económica a mí me parece una revolución dentro de la institución. Hemos promovido cláusulas de igualdad que imponen a las empresas una mirada que no han tenido hasta este momento y, por ejemplo, las obliga a adoptar un plan contra el acoso sexual en sus ambientes laborales. Un centro como Barcelona Cuida, que da atención a las trabajadoras del hogar, que las acompaña jurídica y psicológicamente, o el canguro municipal, son medidas que cuestionan directamente un modelo de sociedad y del Estado del bienestar que han tenido muy poco en cuenta los cuidados y a las mujeres más precarias.
No nos hemos quedado en la retórica. Y creo que el ciclo municipalista hubiera arrojado muchos más resultados si aquellos municipios donde las fuerzas de izquierda más ciudadanas alcanzaron la alcaldía, caso de Iruña, Santiago o Madrid, hubieran tenido la continuidad que desafortunadamente no han tenido.
¿Cuál ha sido la experiencia más satisfactoria para usted como gestora pública?
Recuerdo con muchísima alegría y satisfacción la inauguración del Centro LGTBI, una política pública pionera a nivel estatal y probablemente europeo. Las entidades lo han hecho suyo, el lugar es maravilloso, y transmite una mirada de la diversidad sexual y de género que interpela, no solo a las personas LGTBI, sino a toda la población de Barcelona. También me enorgullece mucho el proyecto Donestech, que forma como programadoras a mujeres que son trabajadoras del hogar, que han sido trabajadoras sexuales, que son irregulares que esperan para tener sus papeles en regla… Dar el diploma a estas mujeres, ver que encuentran trabajo de calidad cuando vienen de la precariedad y de problemas graves de autoestima, que es lo que la precariedad genera, ver que un proyecto del Ayuntamiento les cambia la vida, es una satisfacción enorme.
El movimiento feminista vivió un momento de auge en 2018, con un 8-M multitudinario, pero tengo la sensación de que, desde entonces, y a no mucho tardar, entró en un cierto reflujo. ¿La tiene usted también?
Sigo pensando que no hay movimiento más transformador ahora mismo en el mundo que el feminismo, pero han vuelto unos debates cíclicos que nos ponen en crisis siempre que aparecen: el desatado en torno a la ley trans o el debate histórico sobre la prostitución, sobre el trabajo sexual. También hay dinámicas de cancelación muy dañinas. Todo esto sucede también en otros países: cuando hablo con mis amigas de Montevideo, de Perú, de Argentina, compruebo que allá suceden las mismas cosas. Y todo eso puede dar una sensación de debilidad. Pero la historia del movimiento feminista durante el último siglo tiene mucho de cíclico, de alternancia entre momentos álgidos de reivindicación, que nos unen a todas en torno a los mismos objetivos máximos, y otros en los que reaparecen las divisiones. Creo que tenemos mucha capacidad de superarlas. Yo gobierno con el PSC, y el feminismo que yo propongo es muy diferente del que proponen el PSOE y el PSC: es un feminismo mucho más interseccional, más de clase y transincluyente. Pero puedo gobernar con el PSC y podemos hallar dónde están los puntos en común y trabajar sobre ellos en pos de políticas útiles.
¿Qué tal ha sido, en estos años, la relación con el movimiento feminista barcelonés? En particular con su generación de más edad, que, al menos en el resto del país, vemos que tiende a ser más beligerante contra cuestiones como la ley trans.
Absolutamente cordiales; de agradecimiento y de respeto mutuos. Creo que el movimiento catalán es algo diferente de las dinámicas que se pueden dar en otros lugares del Estado. Por ejemplo, es mayoritaria e históricamente proderechos de las trabajadoras sexuales, un tema que en los manifiestos del 8-M y el 25-N sale recurrentemente. De hecho, las trabajadoras sexuales están dentro del movimiento.
Es un movimiento muy autónomo, que no hace una demanda constante hacia las instituciones como la que sí puede darse con otros. Pero cuando hemos necesitado ayuda para políticas públicas destinadas a combatir la feminización de la pobreza, o para toda nuestra estrategia con respecto a los cuidados, nos hemos sentido muy apoyadas; nos pusieron las cosas muy fáciles.
¿Cómo se ha trabajado desde el Ayuntamiento de Barcelona y su concejalía la cuestión de la prostitución?
Heredamos un Ayuntamiento cuya política era claramente abolicionista y de persecución de las mujeres que ejercían en la calle. Nosotros cambiamos totalmente esa perspectiva. Los cuerpos policiales han dejado de cumplir la función casi exclusiva de poner multas. Hace un par de años asesinaron —bueno, según un juez no: murió— a Lili Ochisor, una mujer víctima de trata que trabajaba en la calle. Esta mujer, hasta 2015, recibió cuarenta multas.
La Policía debe ser un aliado de estas mujeres que sufren una de las violencias más extremas que existen, y nosotros hemos empezado a trabajar desde una perspectiva de protección de la víctima. De diálogo con ella en primer lugar; de reconocimiento de su agencia política para decir lo que quieren y lo que no quieren hacer; una relación activa que nos ha hecho ver muchos errores e irlos enmendando. Y, en segundo, de compañía. Si hemos hecho una investigación sobre trata y se va a entrar en un piso, ahora, junto con los cuerpos policiales —que también reciben una formación específica—, y en coordinación con Fiscalía y con Judicatura, va una unidad social, y también existe un servicio de asesoría jurídica y de acompañamiento para temas de salud.
Antes, sobre todo con el Gobierno de Convergència i Unió, todo esto no existía: solo se multaba y se penalizaba a las víctimas de tráfico, lo cual contraviene directivas europeas de derechos humanos. Y lo que no puede ser es que se dé el caso de que una mujer que está en situación de prostitución no pueda denunciar a un cliente por violencia sexual. No se puede penalizar a las víctimas.
Utiliza la expresión «trabajadoras sexuales». ¿No es un eufemismo que, de alguna manera, legitima la existencia y la pervivencia de la prostitución? ¿Es ser prostituta un trabajo como otro cualquiera?
Para muchas de las personas que la ejercen es efectivamente un trabajo y, lejos de ser un trabajo cualquiera, es una ocupación que las provee de ingresos económicos, pero que sin embargo carece de derechos laborales. Hablamos de trabajo sexual intencionadamente, porque queremos llamar la atención precisamente sobre la ausencia de derechos y lo urgente que es desarrollarlos.
Quería preguntarle por otro debate candente: la cuestión del porno, con respecto a la cual también hay un espectro de posiciones abolicionistas y reguladoras. Usted escribía hace un tiempo que «en lugar de condenar la pornografía y eventos como el Salón Erótico sin paliativos, vale la pena estar atentas a los cambios que se producen en este sector, que tiene más influencia en la sexualidad que cualquier política educativa». ¿Sigue pensando así?
Creo que hay que abordar el porno desde el realismo. ¿Podemos prohibirlo? ¿Podemos cerrar las webs? ¿Podemos hacer que los chicos no accedan? Es muy difícil. La perspectiva realista es instar a que exista otro porno; una pornografía que no utilice cuerpos estándar, que no maltrate a las mujeres activamente, que sea producida por una industria con derechos laborales, que no promueva imaginarios muy negativos…
Y también a que exista un Estado garante de la educación sexual de jóvenes cada vez más jóvenes que, cuando se les despierta una curiosidad, una intriga, una necesidad de explorar la sexualidad, no tienen otros referentes. Si no, van a seguir recurriendo a esa pornografía que, mayoritariamente, no parece una fuente de educación idónea. Uno de los temas que va a tratar este año el Centro de Masculinidades es la sexualidad. Pero tenemos que hacerlo en formatos que a los jóvenes les interesen.
¿Formatos como cuáles?
Pienso en el ámbito cultural como un gran aliado. Proyectos editoriales, audiovisuales y una jornada que piense en la formación desde las preocupaciones de las más jóvenes y no desde la mirada adultocéntrica. La sexualidad no debe plantearse desde el peligro, sino desde el placer.
Barcelona y Cádiz son los únicos supervivientes de aquella red de ciudades que se dio en llamar Ayuntamientos del Cambio, gobernados por confluencias a la izquierda del PSOE. Se perdieron Zaragoza, Santiago, Madrid, Oviedo… ¿Por qué ese fracaso?
Se me hace muy difícil señalar una causa; cada fracaso ha tenido muchísimos motivos. Pero sí que te trasladaría una reflexión que hemos hecho alguna vez. Muchas mujeres que fueron concejalas decidieron no repetir, e incluso dejaron sus partidos. Es importante tener una organización que haga que no te despistes, que no te acomodes, que te exija, pero también te acompañe, y en algunas ocasiones, esas mujeres no han notado esa compañía. Yo sí la he tenido en Barcelona en Comú. Nunca me he sentido sola. El trabajo es duro a veces, desgastante, pero tengo una organización que me acompaña en las dificultades, que me da músculo.
Termino preguntándole su parecer sobre el momento Yolanda y las perspectivas de un frente amplio.
Tenemos delante una oportunidad muy buena. Y no hay que personalizar en exceso esa oportunidad en Yolanda, porque significa echarle encima una responsabilidad que es colectiva, pero creo que ella encarna muy bien el liderazgo que necesitamos; el que comentábamos antes con respecto al feminismo: la búsqueda de puntos de encuentro que nos hagan avanzar hacia una sociedad feminista, hacia una sociedad con más derechos sociales para todos y todas.
Yolanda ha demostrado su valía en un ministerio realmente complicado, en plena pandemia, con mucha gente perdiendo el empleo. Hay que tejer desde los territorios y no cometer los errores que cometimos, Madrid no puede gobernar al resto de España; hay una diversidad y una plurinacionalidad que tenemos que reconocer, hay que saber escuchar a una ciudadanía que exige en las calles, pacíficamente, unos cambios que no se dan. Y Yolanda personifica bien todo eso. A mí me hace mucha ilusión.
La permisividad de algunos Ayuntamientos clama al cielo, se están perdiendo todos los valores educacionales que una vez tuvimos; dejar que la juventud haga lo que quiera, pintarrajeándolo todo, destruyendo el mobiliario público, inundando las aceras (que son para que circulen los peatones) con patinetes y bicicletas, que no se respete a los ancianos, que tienen que bajarse de las ceras para que pasen ellos, eso nos lleva directamente al precipicio; libertad no es libertinaje, y una infancia libertina no puede asegurar un buen futuro; hay que educar, y disciplinar, con amor, por supuesto, pero sin ceder ante los pataleos infantiles. El ocio y el esparcimiento es bueno, en su justa medida, pero cuando se dejan de lado las obligaciones de educar de los padres, dejando a los niños a cargo de los abuelos, no siempre por causas que lo justifiquen, mal vamos.
Algunos quieren cargarse las comunidades autónomas, que a fin de cuentas son como pequeños Estados dentro del Estado español; creo que se equivocan, los centralismos no funcionan, las grandes ciudades tampoco, son insanas, por la contaminación que generan, y tienen un nivel de violencia superior al de los pueblos y las ciudades más pequeñas, si aumentan de tamaño es porque el ser humano busca una vida más cómoda, que trabajar la tierra es duro, y las comodidades modernas le atraen como la miel a las moscas; pero no hay vida más sana que la de los pueblos, cuando se cuidan, que en España, al menos en mi comunidad, eso no pasa; las basuras lo inundan todo, porque los españoles no somos demasiado limpios, el que sea que se entienda. Los municipios, con sus Ayuntamientos, nos permiten administrar lo nuestro, lo cercano, y deberíamos poner el acento en cuidarlo y preservarlo para las generaciones venideras; cosa esta que no se puede hacer desde las grandes ciudades en las que están instalados los gobiernos comunitarios. El municipio y el Ayuntamiento es un bien de todos, la casa común, cuidémoslo, pero no nos durmamos en los laureles de la comodidad, hagamos que funcionen, exigiendo a nuestros gobernantes que no cedan al chantaje político del voto, para que hagan lo que deben hacer aunque el sillón peligre. Saludos.