Opinión | Pensamiento
Cerezas sobre la muerte
"El discurso poético es un discurso civil y ético, una decidida ubicación en el mundo. Frente al blanqueamiento de la barbarie acometida por el régimen franquista, la poesía ha de estar en el lugar incómodo y opositor del vencido", escribe Mario Obrero, que publica 'Cerezas sobre la muerte'.
Decía la poeta polaca Wislawa Szymborska: “Para una tumba que puede estar en cualquier parte, manojos de flores sin cortar”. A veces, esas tumbas silenciadas yacen bajo un cerezal, como era el caso hasta hace unos años de la fosa común de Pernafeites en Miravet (Tarragona), donde las cerezas nacían débiles y raquíticas sobre la muerte. Los frutos no pueden germinar sobre los crímenes igual que la España de 2022 no puede pensar en un futuro si este se edifica sobre la albura de los huesos de 114.226 desaparecidas durante la Guerra Civil y la posguerra.
Esta conciencia hortícola, esa savia que maravillaba a Marianne Moore por hacer roja la cereza, es la que me llevó a escribir Cerezas sobre la muerte, publicado por La Bella Varsovia. En términos meramente editoriales, el libro es, a mi parecer, humilde y sencillo, pero las coordenadas que aborda creo que son esenciales, más para la poesía, e incluso más para la poesía joven española.
El discurso poético es un discurso civil y ético, una decidida ubicación en el mundo. Frente al blanqueamiento de la barbarie acometida por el régimen franquista, la poesía ha de estar en el lugar incómodo y opositor del vencido; en todos los anillos, sonajeros, lápices y semillas que hoy acompañan a nuestras desaparecidas en las más de 3.000 fosas documentadas por todo el Estado.
Con la misma ilusión que se cantaba Le temps des cérises en la Comuna de París, el tiempo de estas cerezas llegó de la mano de un proyecto impulsado por el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 a través del INJUVE y el Observatorio Europeo de Memorias. Ruta al exilio fue la primera edición de un programa que busca acercar a jóvenes de entre 16 y 17 años la memoria histórica recorriendo el periplo exílico que más de 440 000 compatriotas realizaron hasta el sur de Francia a comienzos de 1939. Las instituciones públicas tienen el deber de conceder a la ciudadanía sus derechos legítimos a una memoria plural y diversa. Cuando esto sucede, la recolecta es maravillosa: treinta proyectos creativos salieron de esas jornadas a todos los puntos del Estado en la voz de compañeras nacidas después de 2002.
Cerezas sobre la muerte mistura la poética verbal con la poética plástica a través de ilustraciones y, en ese espíritu asambleario, las cerezas son un espacio polígloto donde conviven sin traducción ni cursiva voces en euskera, asturianu, castellano, català y galego.
Frente a una derecha que pone el grito en el cielo cuando una niña de Lekunberri, Altsasu o Elizondo tiene acceso a los dibujos animados en euskera, frente a una Ayuso que ofrece acogida a los niños “acosados por querer estudiar español” en los colegios públicos de Madrid (la mitad de ellos, sumidos en un bilingüismo que prima el inglés y ha sido profundamente puesto en cuestión por sus deficiencias), frente a las campañas homófobas que Vox airea por Asturies contra la oficialidá del asturianu o frente a un Feijóo que defiende “la Galicia donde hablamos español y castellano y donde lo que nos interesa es aspirar a hablar inglés”, el discurso de réplica y defensa pasa por ser necesariamente plurilingüe.
Y es que aquellos que aún siguen fantaseando con el “habla la lengua del imperio”, son los mismos que desdeñan la memoria histórica y su imperativo ético. Un ejemplo ilustrativo son las declaraciones de la diputada popular Paloma Gázquez que, si a finales de julio de 2021 decía “la ley de Memoria Democrática ni es memoria ni es democrática. Es sectarismo y revanchismo de lo más burdo”, unos meses después reprendía en la tribuna del Congreso de los Diputados con un “Gijón, y no Xixón, señora Castañón” a la diputada de Unidas Podemos y graduada en Filología Hispánica. Lejos de sorprender, este inseparable vínculo entre desmemoria y supremacía lingüística es fruto de una percepción capitalista de lo útil, que busca en las cosas no su servicio sino su servidumbre. Por suerte, la lengua y la memoria histórica no son serviles al imaginario de los que se pasean con la misma altiveza que el señorito Iván en Los santos inocentes.
La poesía actual no escapa a la etiqueta “joven”, que persigue a las poetas hasta más allá de sus cuarenta años. Mis versos (como los de tantas otras) son exactamente jóvenes (de dieciocho años de edad) y, precisamente por ello, piensan, se preocupan y denuncian las postrimerías de un franquismo que mantiene a España en un olvido ilegítimo y nada casual. Campos de concentración, cárceles para mujeres y homosexuales, centros de tortura y cuarteles son hoy nuestras escuelas, universidades, bibliotecas y campos de fútbol. No hay “heridas cerradas” ni concordia que valga sobre una tierra que aún porta los sueños soterrados de cientos de miles de ciudadanas. Frente a los silencios impuestos, cultura y más cultura. Poesía para reparar y cantar las canciones pendientes de ser cantadas. Escribía Sarrionandia hace unas décadas “gereziondoak landatu beharko dira” (“habrá que ponerse a plantar cerezos”): plantemos, recojamos y alimentemos los frutos rojos de la dignidad.
Casi siempre, por no decir siempre, las guerras las ganan los ricos porque tienen más recursos para comprar lo que haga falta y tienen también menos escrúpulos. Una persona honesta ni busca ni suele hacerse rica.
La división en las izquierdas claro que no ayudó, pero no fué esa la causa de la derrota, de la derrota física, que no moral. Quienes luchan defendiendo unos ideales, un mundo más justo, aunque pierdan en el plano físico, el hecho de haber luchado por unos ideales les convierte en vencedores morales. Y espero que esos ideales alguna vez triunfen.
«Vencereis pero no convencereis».
A los vencidos nos tocó tragar, porque perdimos la guerra por nuestra propia incompetencia -la izquierda luchaba contra la izquierda- en medio de una guerra (una locura esto que hacían) contra el fascismo. Perdimos y nos lo hicieron pagar, pero los que tramaron la transición se supone que querían pasar página, pero la pasaron mal, sí, porque no exigieron la devolución de los muertos a sus familias, o si lo hicieron, no con la suficiente intensidad; el caso es que, seguimos sin hacer los deberes y sin pasar página. Pero las dos cosas urgen si queremos tener un futuro digno y en paz. El odio y el deseo revancha es perder el tiempo y una maldad.
¡Habla en cristiano, polaco!
Estxs políticxs fachas, lacayxs del capital, a pesar de haber ido a colegios de pago lo que son, más que nada, patanes, incultos crónicos y, como tal, prepotentes. Lo eran en el 36 y siguen siéndolo a día de hoy.
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“Ni siquiera los muertos estarán a salvo si el enemigo vence…
(Juán Mainer Baqué – Arainfo.org)
Y ese enemigo no ha cesado de vencer», advertía con toda razón y conocimiento Walter Benjamin en sus célebres tesis Sobre el concepto de historia, su trascendental obra póstuma. Un texto tan breve como complejo y proteico, escrito en París (1940) poco antes de la ocupación nazi y que se salvó casi milagrosamente —no así su autor que murió en el Port Bou franquista acosado por la Gestapo— gracias a la intercesión de su prima y amiga de confianza, Hannah Arendt, que logró llevarlo consigo a USA donde pudieron publicarse multicopiadas por primera vez en 1942.
Recordar es un imperativo moral y ético; hay pasados que no pueden ni deben pasar. La obligación de recordar es inseparable del derecho a conocer. En los albores del siglo XXI, una sociedad históricamente ignorante es una sociedad enferma de amnesia, tolerante con la impunidad y potencialmente blanqueadora de cualquier forma de fascismo. Por eso está pasando lo que está pasando.