Sociedad

Cómo hacer de la ciencia el motor económico de España

El cambio de mentalidad en la política –y el consiguiente aumento de financiación– es el primer paso para convertir la ciencia en un bien público y en el nuevo modelo productivo.

Laboratorio de coronavirus del CNB-CSIC, en Madrid, donde se trabaja en el desarrollo de una vacuna. Álvaro Muñoz Guzmán / SINC

 «Estamos salvados. El coronavirus es historia. Un grupo de científicos españoles ha descubierto una fórmula que, esparcida por el aire, acaba en pocos minutos con el virus. Cuando la vacuna empezaba a hacer efecto y los expertos decían que quedaba un año para que la población estuviera inmunizada, este grupo de científicos, que trabaja desde Sevilla, lo ha revolucionado todo. Anuncian que en solo 48 horas la pandemia habrá terminado”. Efectivamente, lo que están leyendo no es verdad. Y no es verdad no porque el experimento sea una locura –quién sabe, ¿no hemos flipado con el robot de Marte?–, sino porque las condiciones en las que se trabaja en ciencia en España, a pesar de la extraordinaria formación de sus profesionales, hace que proyectos como la vacuna de la COVID-19 vayan varios pasos por detrás que en otros países de la Unión Europea.

Lo que acaban de leer lo escribió un niño de 9 años para un trabajo escolar el pasado enero. Su madre lo difundió en una red social con orgullo de hijo reportero y calificó el texto como una noticia muy fantástica. Y lo es. Tan fantástica como sería en realidad que pudiéramos dar esa y otras noticias similares sin tener que poner en titulares Alemania, Reino Unido o EEUU –ni sorprendernos por el hecho de que el Perseverance lleve marca española–. El trabajo de este niño es, por tanto, un buen inicio para reflexionar sobre la ciencia que se hace o se puede hacer en España, sus dificultades, sus dependencias y, sobre todo, los límites que la falta de inversión en un sector crucial imponen a la investigación.

Lo hemos estado viendo con la propia vacuna de la COVID-19. Los equipos que trabajan en ella en España han denunciado precariedad e inestabilidad. Lo hemos estado viendo año tras año con las denuncias de la comunidad científica sobre las insuficientes partidas en los presupuestos generales del Estado. Y todas las personas consultadas para este dossier, de distintos ámbitos, han coincidido en lo mismo: sin dinero, no hay ciencia; y sin ciencia, no hay futuro, como resume a la perfección el lema repetido por los distintos colectivos. La pandemia ha visibilizado aún más un problema estructural y cultural en España. Pero, ¿adónde nos llevará ahora? ¿Qué camino seguiremos? ¿Cambiarán las políticas gubernamentales? Y, una de las cuestiones más importantes, ¿qué ciencia necesitamos en España?

Cambio de mentalidad

Para ello, para hacer buena ciencia en España, lo primero que señalan los expertos y expertas consultados es cambiar la mentalidad. “El problema es que el beneficio de la investigación, como la educación, no es a corto plazo. El rédito se recoge en otras generaciones. Y eso no vende políticamente. Hace falta una visión más a largo plazo y, sobre todo, generosa para poder tener un plan de desarrollo basado en la investigación. Yo estoy viendo cómo colegas se están trasvasando al mundo de la industria”, afirma Israel Molina, jefe de la Unidad de Enfermedades Tropicales del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Actualmente, está desarrollando un proyecto sobre la enfermedad del chagas en Brasil y otro sobre nutrición en Angola. Él pone como ejemplo la apuesta por la investigación que hizo Alemania tras la Segunda Guerra Mundial: “Eso es lo que ha hecho que hoy sea una potencia mundial. El poder económico de Alemania es la tecnología, son los coches, son los motores… No son las salchichas”.

La prestigiosa viróloga Margarita del Val, investigadora del CSIC y del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, resume esta barrera mental de una manera muy clara: España comenzó a concebir la ciencia como un lujo. Y cuando hay una crisis, de lo primero de lo que se prescinde es de los lujos. O algo peor: se considera una subvención. Del Val destaca que, desde 2009, se han perdido 19 años de promociones de jóvenes que han tenido que migrar a otros países: “Y se han ido, además, absolutamente desencantados, sin posibilidades. Durante toda su etapa para consolidarse como científicos han recibido una respuesta muy humillante y con muy pocas perspectivas de este país”.

Equipo dirigido por el investigador Félix Casanova (segundo desde la izquierda) en un laboratorio del CIC nanoGUNE en San Sebastián. nanoGUNE

España está por debajo de la media de la UE en inversión en ciencia y tecnología. Desde una perspectiva mundial, Corea del Sur, Israel, Alemania o EEUU se colocan en las primeras posiciones. Y aunque ha aumentado la inversión con respecto a los niveles anteriores a la crisis económica –sentenciada con los recortes del gobierno del PP–, España sigue estando muy lejos del nivel máximo respecto al PIB previo a la crisis, que alcanzó el 1,4% en 2010. Y otro dato que lleva a la reflexión: en 2019 había siete países en Europa con menor renta por habitante que España, pero con un mayor esfuerzo inversor en I+D (Eslovenia, Estonia, Grecia, Hungría, Polonia, Portugal y República Checa). Son dos países más que en 2018, al superar a España también Grecia y Polonia en 2019, por primera vez desde que existen datos, según recoge el informe Cotec, que refleja cada año, desde 1996, la situación de la I+D+i en España a través del análisis de los principales indicadores nacionales, autonómicos e internacionales.

Aunque destaca la excelencia de centros de investigación en España como el Severo Ochoa o la Unidad María de Maeztu, la bióloga molecular y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), María Blasco, aporta datos que reflejan ese retraso: “Los proyectos competitivos estatales son de una cuantía de dinero que es entre 5 y 10 veces menor que las cuantías de los programas de excelencia de la Unión Europea. El proyecto mejor evaluado en España puede conseguir 500.000 euros; sin embargo, los proyectos del programa de Excelencia Europeo suponen unos 2,5 millones de euros. España debería dar unas cantidades de dinero similares a Europa para asegurar un sistema científico robusto en nuestro país. Si un grupo grande y competitivo de España se queda sin un proyecto Europeo, colapsa…”.

La bióloga marina Alicia Pérez-Porro, presidenta de Raicex (Red de Asociaciones de Investigadores y Científicos Españoles en el Exterior), lleva 12 años investigando desde EEUU: “Si hay algo que la pandemia ha puesto sobre la mesa es el para qué sirve la ciencia y por qué es importante, tanto en nuestro día a día como en los procesos de toma de decisiones. Al mismo tiempo, la pandemia también nos ha hecho toparnos con la realidad, que el sistema de ciencia, tecnología e innovación español no es resiliente y no forma parte del tejido socioeconómico, con lo que recibe muy poca financiación del sector privado”, explica. Ella llegó a EEUU con una oportunidad en la Universidad de Harvard, que se sumó a querer poner tierra de por medio debido a una agresión sexual que sufrió en su entorno profesional en España.

“Comparar España con EEUU no es justo, porque son dos realidades demasiado distintas. El sistema de ciencia, tecnología e innovación estadounidense es uno de los más fuertes del mundo, especialmente en inversión privada. España invierte el 1,25% de su PIB en ciencia, con la inversión privada representando un poco más de la mitad; mientras que EEUU invierte un 2,8% de su PIB, con la inversión privada representando cerca de tres cuartas partes”, añade Pérez-Porro. La científica subraya, además, cómo la ciencia allí está perfectamente integrada con los órganos de toma de decisión del país: “Hay científicos en todas las agencias del gobierno. Recientemente, por primera vez en la historia, la ciencia ha sido elevada al gabinete de la Casa Blanca, lo que remarca todavía más la necesidad e importancia de la ciencia para enfrentarlos a los retos del siglo XXI, como por ejemplo el cambio climático y la pandemia”.

En ello, en la necesidad de que la política entienda lo que supone realmente invertir en ciencia, incide, como Israel Molina, la catedrática de Química de la Universidad de Sevilla, Adela Muñoz, especialista en espectroscopia de rayos X. “Los políticos no pueden actuar con una visión cortoplacista. La ciencia para dar frutos requiere tiempo. Y ahora, socialmente, se está viendo de forma muy palmaria cómo hace falta el lema de ‘sin ciencia no hay futuro’. La percepción de la importancia de la ciencia en la sociedad en su conjunto está mostrando ese axioma, y espero que cale también en la mente de los políticos y entiendan que electoralmente resulta rentable invertir en futuro”. Sin ciencia, insiste la profesora Muñoz, no hay respiradores, ni vacunas, ni tecnología: “Porque la ciencia está gobernándolo todo”.

Pero va más allá de la investigación médica: “Hay que tener también las herramientas estadísticas para comprobar la evolución de la pandemia, si lo que afecta más negativamente o facilita los contagios es el contacto por superficie o no estar en lugares cerrados. Porque al principio, en mitad del desconocimiento, no parábamos de limpiar con lejía”. Hace unos días, cuenta, en la peluquería cumplían exhaustivamente con todas las normas sanitarias salvo con aquellas que tienen que ver con los aerosoles. “Se tiene que insistir en los mensajes, en hacer llegar a la sociedad todos estos mensajes. La ciencia es la medicina y es el estudio de la dinámica de fluidos y es la estadística y son las múltiples vertientes… Y espero que toda esta experiencia tan dramática se grabe en la conciencia colectiva”, prosigue.

El físico y miembro de la RAE José Manuel Sánchez Ron es rotundo en su reciente ensayo sobre el estado de la ciencia en España desde el siglo VII, El País de los sueños perdidos: “Necesitamos de la ciencia, de la investigación científica, para ser algo más que un país de servicios, aunque sea un moderno y hasta cierto punto rico país de servicios. Nos va mucho en ello, porque no se trata solo de un problema de la ciencia en España, sino también, y acaso, sobre todo, del problema de España. Más aún para el futuro, que es lo verdaderamente importante. El pasado, pasado está. Aprendamos de él”. 

El doctor Israel Valverde, que inició en 2013, en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, un proyecto sobre cirugías personalizadas de cardiopatías congénitas complejas mediante biomodelos personalizados en 3D, llega a la misma conclusión: “Vale, sí, el turismo. Pero a lo mejor, si en Sevilla sabemos nutrir la ciudad de profesionales, de ingenieros, de biólogos… no solo estaremos teniendo un beneficio para nuestra salud, con lo que los resultados de esas investigaciones supongan, sino que estaríamos creando un modelo económico basado en la investigación y la tecnología”.

Aumentar la inversión

Ese cambio de mentalidad es lo que conducirá inevitablemente a un aumento de la inversión. Los primeros presupuestos aprobados por el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos –hasta ese momento se habían prorrogado las cuentas del ministro Cristóbal Montoro–, han aumentado la partida en 104,18 millones de euros, lo que supone un aumento del 5,1%. A ese montante hay que sumar 1.100,23 millones de euros procedentes del fondo de recuperación europeo por la pandemia, con lo que la cifra aumenta a los 3.232,26 millones. Es decir, un incremento del 59,4% con respecto a 2020.

El Pacto por la Ciencia y la Innovación presentado en su día por el ministro Pedro Duque pretende asegurar la financiación pública a medio y largo plazo para converger con la media de la inversión pública a la I+D+i en la Unión Europa, con objetivos concretos en 2024 y 2030. Y dotar de independencia y de los recursos y medios suficientes a las agencias financiadoras, la Agencia Estatal de Investigación, el Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial y el Instituto de Salud Carlos III. No obstante, la viróloga Del Val realiza un apunte importante sobre inversiones abundantes un año y decrecientes en otro: “La planta hay que regarla continuamente. No valen los planes de choque brutales de repente, que un año den todo y otro año nada, porque los investigadores tardan muchísimo tiempo en formarse y la investigación tarda en rendir. Una investigación en un tema más inmediato como puede ser la tecnología de la comunicación puede rendir en un cierto espacio de pocos años, pero desarrollar un medicamento, salvo que haya una inversión brutal, tarda muchísimo. Y una inversión como ha habido ahora para las vacunas no es nada normal ni se puede hacer para todos los campos”.

Melissa Belló, investigadora posdoctoral del grupo de coronavirus, y Jesús Hurtado, estudiante de máster de la Universidad Complutense, que está haciendo su TFM sobre virología en este laboratorio. Álvaro Muñoz Guzmán / SINC

Todo lo que no sea eso será un fracaso y una decepción, sostiene el científico César de la Fuente, investigador en la Universidad de Pensilvania que ha creado un test que solo requiere un chip, saliva y un móvil para saber, en cuatro minutos, si la persona tiene coronavirus o no . “No podemos caer en la misma piedra una y otra vez, especialmente después de este meteorito que es la pandemia”, insiste De la Fuente, nombrado Mejor Investigador Joven de EEUU. Él, gallego, emigró a Canadá en 2009, donde realizó su doctorado en la Universidad de British Columbia en Vancouver. De ahí, al MIT, y luego a Pensilvania.

La investigadora Gloria Brea, profesora del departamento de Fisiología, Anatomía y Biología Celular de la Universidad Pablo de Olavide, dice que a menudo se pregunta, cuando piensa en Cambridge, donde realizó su postdoctoral, lo siguiente: ¿qué hay de especial en este lugar que es un paraíso para la ciencia? “Siempre llego a la misma conclusión: allí la ciencia importa, se invierte en ella, y reporta beneficios. Se ha creado un ecosistema muy rico formado por la universidad, centros públicos de investigación y empresas que está siendo responsable de muchos de los grandes avances actuales en ciencia biomédica”.

Desde su experiencia –su trabajo se centra en el estudio de enfermedades raras, en concreto, en el síndrome de deficiencia de coenzima Q–, teme que la movilización al principio de esta crisis para financiar la investigación relacionada con la COVID-19 fuera una reacción tipo ‘resorte’ a la situación. “Nadie habría entendido que los gobiernos no hubiesen invertido en ello. Está por ver que la convicción de la necesidad de más investigación y en mejores condiciones a largo plazo haya calado. Cambiar el sistema productivo de un país de golpe debe ser difícil, pero al menos hay que tener la intención de hacer un reparto del dinero que nos prepare mejor para futuras crisis, y ahí no debe olvidarse la ciencia experimental y tecnológica, y dentro de ella, la ciencia básica, pero también las artes y las humanidades, la educación… Muchos de los retos con los que nos enfrentamos y seguiremos enfrentándonos tienen carácter ético y filosófico. No podemos dejar de lado estos aspectos”, reflexiona.

Reducir la burocracia y cambiar el sistema

Y no se pueden dejar de lado ni esos aspectos ni estos otros a los que se refería Peter Higgs, el físico británico que dio su nombre al bosón de Higgs y que contaba por el año 2013, como recogió The Guardian, que ninguna universidad lo emplearía ahora porque no sería considerado lo suficientemente productivo: “Es difícil imaginar cómo podría tener suficiente paz y tranquilidad en el clima actual para hacer lo que hice en 1964”. El Nobel y profesor emérito de la Universidad de Edimburgo publicó menos de 10 artículos después de su innovador trabajo. Y, mientras iba de camino a recoger el Nobel, declaró que era casi seguro que lo hubieran despedido si no hubiera sido nominado al Nobel.

Con el relato de Higgs pueden identificarse numerosos y numerosas investigadoras en la actualidad. Álvaro Carmona, doctor en Medicina Molecular y conocido como S de Siensia en las redes sociales, ofrece este relato, que comienza por la propia escuela:

“El sistema educativo nos obliga a tragar grandes cantidades de contenidos y a vomitarlos en un examen en lugar de potenciar el ‘aprender a aprender’. Esto nos lleva en muchas ocasiones a que los estudiantes no encontremos la lógica a los contenidos que se nos presentan. Después, una vez sales de la carrera, no tienes ni idea de cuál es el siguiente paso a seguir. Te suena que tienes que hacer un máster (porque es lo que te han dicho siempre) y te lanzas a uno que te llama la atención porque tiene un nombre atractivo, total… puestos a gastarnos el dinero, que al menos suene bien. Si tienes suerte, con el TFM tomarás algo de conciencia de lo que es currar en el entorno de un departamento y, si tienes unas notas excelentes y tu director o directora se encuentra en disposición, te ofrecerán pedir alguna de las becas del Estado para hacer el doctorado con ellos.

Ahora viene la pelea en el lodo. Entrarás en competencia competitiva con miles como tú que buscan exactamente lo mismo y tendrán, seguramente, mejores notas que tú. Hay pocas plazas (porque hay poca inversión en estos programas) así que no solo dependes de tus notas del expediente, es decir, de lo bien que hayas vomitado contenidos en los exámenes de la carrera, sino que también cuenta el currículo investigador de tu jefe y del grupo en el que quieras entrar. Pongamos que se alinean los astros y te la dan. Has conseguido el ansiado premio y empiezas tu tesis doctoral. Ahora prepárate para echar más horas que la puerta del laboratorio, que es normal. ¿Qué esperabas? Estás aquí para aprender y lo harás. Cada departamento es un mundo pero, por norma general, tendrás que hacer presentaciones anuales a la comisión de doctorado que controle que no te estés tocando las narices y, además, todas las reuniones internas que harán que tu tesis vaya mutando a lo largo de los 4, 5, 6… años que dure hasta que te den luz verde para defenderla ante un tribunal. Al fin tienes un doctorado, tu entrada triunfal en la comunidad científica.

¿Qué viene ahora? Pues si en tu laboratorio son gente que se mueve y eres avispado, conseguirás que te recomienden para el laboratorio de cualquier ‘compañero noruego de tu jefe con el que hizo la postdoc y hace unas cosas super interesantes’ (por ejemplo) y para allá que te irás. Te darás cuenta de que allí el rollo es totalmente diferente: tendrás un lugar digno de trabajo (no una esquina para tu ordenador en una mesa compartida), un sueldazo, horarios normales… Pero claro, aquello no es tu ciudad, no están tus amigos, ni tu familia y no hay Mercadona.

¿Y qué tienes que hacer para volver? Publicar, publicar, publicar y publicar. Tienes que convertirte en una bestia en investigación. Solo entonces podrás optar a una plaza digna en una universidad en España. Bueno, eso o quedarte donde estás porque te conviene y vivir dignamente de aquello que has estudiado”.

Todo ese clima conduce en muchos casos, como explica la profesora Adela Muñoz, a una pérdida de vocaciones: “Se está asociando la ciencia a algo que requiere mucho trabajo y está habiendo una fuga de gente, de alumnado de las nuevas generaciones hacia otras especialidades que se perciben como más fáciles y más rentables”. Y ello, a su vez, es un problema de cara a los nuevos trabajos: “Los más demandados van a ser los de mayor cualificación, los más rutinarios van a ser reemplazados por máquinas, va a haber menos demanda y el mundo va a estar gobernado por gente que tenga una formación con versatilidad. Y esa formación tiene que ser fundamentalmente tecnológica. Es un problema a escala mundial”. 

Para ello, la profesora Muñoz, que no deja pasar la oportunidad para insistir en la belleza intrínseca de la ciencia –“que responde a uno de los anhelos más profundos del ser humano, la pasión por descubrir, por entender”– cree que hay que apostar básicamente por el talento: “Mis mejores doctorandos y doctorandas están en el extranjero. He tenido un alumnado brillante. Pero es que tienen que pasar un calvario de concursos, oposiciones hasta poder alcanzar un puesto estable con 40 o 45 años. Hay que quitar los sesgos, las simpatías… Y luego me he dado cuenta de que la gente que más viaja, la más inquieta, la que más arriesga no es siempre la que tiene más posibilidades, es la que se queda en el laboratorio. Hace falta apoyar a los grupos consolidados, sí, pero también a los que quieren surgir”.

La profesora Gloria Brea insiste: “Hay que dejar de evaluar a las personas por el número de artículos y el impacto de la revista en la que han sido publicados. Hay que fomentar la publicación en abierto y planificar y coordinar bien la información que se transmite a la sociedad”. Como sociedad –argumenta– nos podemos estar perdiendo grandes aportaciones de estas personas, súper preparadas, que acaban siendo apartadas de la ciencia, con una sensación de fracaso y desmotivación inmensas.
También incide en ello María Villarroya, profesora titular de Arquitectura y Tecnología de Computadores en la Universidad de Zaragoza y directora de Secretariado de Internacionalización: “La falta de planificación, el régimen estricto de convocatorias que a veces son anuales, pero a veces se retrasan unos meses y deja huecos, de financiación de proyectos y también a las personas sin puesto de trabajo. Tener definidas carreras científicas es importante, dar estabilidad laboral y buenas condiciones de trabajo es clave para poder dedicar toda la energía en realizar buena investigación y no estar pendiente de cuándo me estabilizaré o qué va a pasar el próximo mes”.

En el CNIO, por ejemplo, hay una tasa de reposición que no es del 100%: “Esto hace que cada año tengamos menos contratos, es una manera de perder talento”, asegura su directora. El Pacto por la Ciencia también propone, entre sus objetivos, consolidar una carrera investigadora pública estable y promover una mayor incorporación de personal científico en las empresas. Actualmente, Carmona, que estuvo a punto de abandonar su carrera científica antes de Navidad, acaba de comenzar un contrato postdoctoral en el Institut Català D’Oncologa, en Barcelona. “Trabajo junto a las doctoras Laura Costas, Paula Peremiquel y Sonia Paytubi en un estudio sobre marcadores de cáncer de endometrio y ovario con el fin de desarrollar un mecanismo de detección precoz de la enfermedad. He de decir que me resulta muy enriquecedor y satisfactorio”, cuenta.

Convertir la ciencia en un bien público

Suponiendo que hay fondos, que hay estabilidad, que hay planificación y menos burocracia, todavía quedarían más problemas y de mucho calado por solucionar. La pandemia tam bién lo ha puesto de manifiesto con la distribución de las vacunas, aunque es un escollo tan antiguo como las farmacéuticas. La Fundación Salud Por Derecho viene reivindicando desde hace años la necesidad de hacer de los medicamentos, como resultados de la ciencia, un bien público. “Faltan criterios que garanticen la defensa del interés público en la inversión que se realiza en I+D biomédica con el dinero de todos y todas. Por ejemplo, los gobiernos invierten mucho, pero luego no hay capacidad para controlar el precio de los medicamentos, o casi siempre la transferencia de ese conocimiento se hace con una licencia en exclusiva a una compañía que va a tener la patente y por tanto la capacidad de producción y comercialización. Y esto no es una cosa solo de España. Es algo que hay que modificar. Lo que está pasando con las vacunas de la COVID-19 debería fomentar un debate político para que esto cambie”, denuncia la directora de Salud Por Derecho, Vanessa López.

Tanto esta organización como Médicos Sin Fronteras han pedido al Gobierno que apoye la propuesta de India y Sudáfrica y la C-TAP (una iniciativa de la OMS para compartir el conocimiento científico desarrollado contra la COVID-19 de forma voluntaria) para que se suspendan ciertas medidas de propiedad intelectual en medicamentos, vacunas, pruebas de diagnóstico y otras tecnologías sobre este virus mientras dure la pandemia. Hasta la fecha, España no ha mostrado su respaldo a ninguna de las dos. “La respuesta que hemos recibido del jefe de Gabinete ha sido decepcionante, porque viene a decir que sigue la posición europea, que es de bloqueo a la propuesta de India y Sudáfrica, y no se compromete ni mucho menos a modificar o intentar modificar la posición de la UE. Es decir, los países ricos están poniendo palos en la rueda. Y mientras los gobiernos dicen que las vacunas son un bien público, los hechos no se corresponden con sus declaraciones”.

Ya el pasado septiembre, Oxfam Intermón denunció que países ricos que suponen el 13% de la población mundial habían comprado suministros futuros del 51% de las vacunas contra el coronavirus. “Si un organismo público ha desarrollado una vacuna, es el propio gobierno el que se tiene que ocupar de marcar una política que la blinde como un bien público global –expresa López–. Por ejemplo, el CSIC está investigando actualmente diferentes vacunas que, si llegan a tener éxito, podrían licenciarse a diferentes compañías -sin exclusividad- y aumentar así su producción mundial”. Estaríamos contribuyendo –prosigue la directora de Salud por Derecho– a que una vacuna exitosa pueda llegar a cualquier lugar y que la propiedad intelectual no sea un freno: “La de AstraZeneca se desarrolló en la Universidad de Oxford y se licenció en exclusiva a esta empresa. Y ahora todo el mundo depende de su capacidad de producción y de su estrategia comercial”.

No obstante, algo alentador que ha sucedido en España, según López, es la política que parece haber adoptado el CSIC para que todos los productos sanitarios que se desarrollen para la COVID se licencien bajo un régimen de no exclusividad. El primero de estos ejemplos de éxito, cuenta, es una prueba diagnóstica que ha licenciado a una empresa española: “Y eso significa que la inversión pública podría terminar orientándose hacia un modelo de licencias no exclusivas que permita romper el monopolio, que es la piedra angular en el problema de acceso a los medicamentos. Esto mejoraría el panorama actual en el acceso a las vacunas para la COVID-19 y tendría que extenderse no solo a las tecnologías sanitarias para esta enfermedad, sino que debería ser la política pública habitual”. López apunta a otra cuestión de fondo: la falta total de transparencia sobre los costes reales de I+D y producción de los fármacos: “Las farmacéuticas dicen que los costes son elevadísimos pero no hay información real que muestren a la sociedad”.

Un estudio de la Universidad de Liverpool publicado en Journal of Virus Erradication calcula que el coste mínimo de producción del remdesivir es de 0,93 dólares (0,83 euros) por dosis. La farmacéutica Gilead, que posee la patente, le puso un precio comercial de 2.083 euros por paciente. Otro estudio de Salud por Derecho señala la duplicidad en los ensayos clínicos: “España es de los países que peor reporta la información sobre los ensayos clínicos, y es fundamental para poder tomar decisiones sobre la seguridad y eficacia de los fármacos, o sobre cuáles se financian y cuáles no. Esta falta de transparencia también es un freno para investigadores y personal sanitario que no pueden aplicar esa información a sus propias investigaciones y a la práctica médica. Además, es importante para que puedan hacerse estudios combinados y avanzar en el conocimiento”.

En ello insiste mucho el epidemiólogo Daniel López Acuña, que ha trabajado durante 30 años para la Organización Mundial de la Salud: “Los espacios para la investigación no son solo las universidades y es muy importante entender que se da un trabajo importante en el ámbito de las instituciones públicas, como las escuelas de salud pública, que es distinto a la investigación básica o clínica. Hay que establecer, por tanto, un vínculo muy estrecho entre investigación y práctica de la salud pública”. López

Acuña es profesor en la Escuela de Salud Pública en Andalucía, que desaparecerá como tal según las previsiones de la Junta (PP y Ciudadanos), que quiere integrarla en un Instituto de Salud de nueva creación. “En el caso de España –asegura el epidemiólogo– es muy importante que esto no se deje caer como ha pasado con la Escuela Nacional de Sanidad del Instituto Carlos III y no se amenace con su cierre, como con la Escuela andaluza de Salud Pública. Son planes muy ideologizados contra la salud pública. Además, esta pandemia ha mostrado que es un capital intelectual imprescindible para poder tener una verdadera capacidad analítica de la toma de decisiones. La acción debe estar muy conectada con la realidad y ser muy pragmática”.

Desde Salud por Derecho también se apunta a un reto que no debería ser reto, sino una realidad desde hace años: la escasa inversión en enfermedades infecciosas. Justo antes de la pandemia, según los datos de esta organización, las patologías víricas recibían menos de un 4% del foco de la investigación clínica y eso pone de manifiesto la necesidad de reequilibrar la agenda de la investigación, argumenta Vanessa López. “En biomedicina, que es otro de los problemas, la investigación está muy orientada hacia aquellas enfermedades con las que se va a tener un rédito económico importante –añade–. Y una de las mejores cosas que podemos hacer es invertir más en enfermedades infecciosas y en control de pandemias”.

Todo lo que nos está pasando permite entender mejor qué ocurre con las enfermedades que no se investigan, las denominadas enfermedades olvidadas, básicamente porque son enfermedades que afectan a lugares donde habita la pobreza. “La investigación puede ser muy rentable y la industria lo ha entendido perfectamente. Aunque también es cierto que han pervertido el fin de la investigación, ya que el objetivo final de ellos no es el bien común sino el beneficio propio. Ahí entra toda una discusión ética, ya que en muchas enfermedades sin los recursos y tecnología de la industria no habríamos obtenido nuevos medicamentos. Para evitar esto haría falta, por tanto, una profesionalización de la ciencia”, analiza Israel Molina. O una industria de la ciencia, como explica en una entrevista el consejero de Ciencia e Innovación del Principado de Asturias, el también científico del CSIC Borja Sánchez.

Margarita del Val apunta a una clave: en España no se ha creado una escuela en ese ámbito: “En virología es muy claro el efecto fundador de Margarita Salas y su marido, Eladio Viñuela, que fue mi director de tesis. Fundaron la virología molecular de alta calidad en España. Se formaron en el extranjero cuando aquí no había casi ciencia y luego crearon escuela de investigadores. Por eso hemos salido ahora tantos virólogos. En investigación sanitaria no ha habido todo esto aún. Es una asignatura pendiente”.

Según explica el médico del Vall d’Hebron Israel Molina, es necesaria la subespecialización como un reconocimiento a la evolución de la ciencia: “Al igual que pasó con la pandemia del VIH, la COVID ha puesto de manifiesto la relevancia de una especialidad de Enfermedades Infecciosas, sorprendentemente aún no reconocida en España”. “Las subespecialidades no están reconocidas. Y tú cuando vas al hospital quieres que te atienda el mejor cardiólogo, el mejor neurólogo, el mejor lo que sea…”, añade el médico del Virgen del Rocío Israel Valverde. La ciencia, concluyen, necesita especialización.

La tecnología de los drones está ayudando a llegar al fondo de algunas de las cuevas de hielo más profundas del mundo en Groenlandia. Alessio Romeo / Moncler / Cover Imagese

Tecnologías indispensables

Y, para hacerla práctica, es indispensable mirar con atención a las tecnologías y la formación educativa en este campo. “No tener buenas competencias digitales hoy es muy limitante, podríamos hablar de tanto como no saber leer hace 100 años”, cuenta la profesora María Villarroya, que acaba de coordinar 10001 amigas ingenieras, un libro que narra en primera persona la historia de 17 ingenieras socias de AMIT-Aragón. En su campo, la arquitectura de computadores, cree que es necesario hacer dispositivos robustos y fiables y que consuman menos energía: “Porque cada vez hay más y tratamos de reducir el consumo energético global y no lo podemos hacer creando por un lado la necesidad de tener más dispositivos cada vez y por otro con una obsolescencia casi programada de meses. Contamina muchísimo tanto desecho de circuitería digital. Además, los grandes supercomputadores ayudarán a resolver muchos problemas, como han hecho en los últimos años”.

El biotecnólogo César de la Fuente apunta también hacia esa dirección y hacia una cuestión clave para el avance: la interconexión de las ciencias. “La clave en nuestro caso era tener el suficiente conocimiento de dos campos muy distintos: la electroquímica y las enfermedades infecciosas. Es bonito innovar en la intersección entre varios campos. Tener tecnología desarrollada en España daría al país una ventaja de cara al futuro y lo haría depender menos de otros. Pienso que es crucial tener nuestra propia tecnología (como una vacuna) para ser más autónomos y poder priorizar el cuidado de nuestra población”.

Desde su punto de vista, va a ser muy importante desarrollar tests de diagnóstico baratos para todo el mundo. “No solo para gente que tiene medios económicos, para todos. Y no solo para COVID-19, que se predice va a instalarse en nuestra sociedad como el virus de la gripe, sino también para la gripe misma, y enfermedades de transmisión sexual, por ejemplo. La gripe, sin ir más lejos, mata a mucha gente cada año, sobre todo individuos inmunosuprimidos. Un test barato puede ayudar a diagnosticar la infección en una persona para que luego no la propague a otros, lo que previene muertes y billones en costes sanitarios”, explica De la Fuente. También será importante, añade, la inteligencia artificial: “Ya lo es y cada vez está permeando más nuestras vidas. En mi laboratorio estamos intentando enseñar a los ordenadores cómo diseñar nuevos antibióticos. Estamos cerca de la biología digital”.

Es, como dice María Blasco, en la ciencia de excelencia de donde surgen las innovaciones competitivas a nivel internacional, de donde surgen los acuerdos de licencia, las nuevas compañías y, en última instancia, los retornos: “En España ya tenemos el Programa Severo Ochoa/María de Maeztu, habría que potenciarlo y presentarlo al tejido empresarial nacional e internacional para ser tractor de fondos internacionales públicos y privados. Un centro como el CNIO, que es un centro de investigación básica, ha atraído en los últimos 10 años más de 30 millones de euros de la industria privada internacional, y más de 50 millones de programa de excelencia de Europa como el ERC”.

Lo hemos visto con la cepa sudafricana de la COVID-19, lo hemos visto con la vuelta del ébola y lo seguiremos viendo si la salud continúa sin abordarse como algo global y un bien público. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcan un agenda clara para 2030: poner fin a la pobreza, al hambre, garantizar una vida sana, una educación inclusiva, lograr la igualdad de género, garantizar la disponibilidad del agua, promover el crecimiento económico sostenido y sostenible, con industria, innovación e infraestructuras, reducir la desigualdad entre los países, garantizar modalidades de consumo sostenibles, combatir el cambio climático, detener la pérdida de biodiversidad y crear sociedades justas, pacíficas e inclusivas.

Si los ODS nos marcan la agenda 2030, tendremos que investigar en que sean posibles. Hay que empezar por el fin de la pobreza, y erradicar el hambre; parece mentira que hoy sea un problema en algunos países y en otros seguimos sin entenderlo, a mis hijas les cuesta entenderlo, más cuando nos sobra la comida. Pero también trabajar en salud y en bienestar, obviamente en educación, que sea de calidad y gratuita y que llegue a todas las personas. Y a partir de ahí en cuidar el medio ambiente y a las personas, en todas las líneas. Creo que hay que trabajar en muchos frentes, pero es muy importante que sea de forma coordinada”, explica María Villarroya.

Prioridad: cambio climático

El cambio climático está prácticamente en todas las conversaciones mantenidas para la elaboración de este dossier y está en todas las advertencias de la comunidad científica. “Aunque suene repetitivo, gran parte de los esfuerzos deben ir dirigidos a amortiguar el impacto ambiental que nuestro modo de vida actual está causando al planeta. Hablo de la supresión total del plástico, alcanzar el mínimo posible de emisiones de CO2, potenciar las renovables… Todo depende de la inversión en I+D+i”, argumenta el doctor en Medicina Molecular Álvaro Carmona. 

Más de ocho millones de personas murieron en 2018 por la contaminación del aire fruto de la quema de combustibles fósiles. Esta actividad, que es la que impulsa el calentamiento global de la atmósfera, fue responsable de aproximadamente una de cada cinco muertes en todo el mundo, según una nueva investigación de la Universidad de Harvard en colaboración con la Universidad de Birmingham, la Universidad de Leicester y el University College de Londres, publicada en la revista Environmental Research.

El gran reto, señala la bióloga marina Alicia Pérez-Porro, son los tiempos, pero esta vez en sentido de urgencia: “Los cambios y las medidas en políticas públicas han sido muy lentos porque durante mucho tiempo no se consideraron una prioridad. Ahora ya no tenemos tiempo que perder, los siguientes 10 años son clave para que el aumento promedio de la temperatura del planeta se mantenga por debajo de los 1,5-2C y evitemos situaciones catastróficas a corto, medio y largo plazo. Reducir las emisiones de CO2 hasta un balance 0 es esencial y depende de que todos –gobiernos, empresas privadas y ciudadanía– trabajemos activamente en ello”.

Y en este cambio de mentalidad, que es en el fondo lo que tiene que ocurrir para que venga todo lo demás, la bióloga se centra, tanto dentro como fuera de España, en el pensamiento catedral, es decir, la capacidad de llevar a cabo proyectos con un horizonte muy a largo plazo, tal vez décadas o siglos por delante, como la construcción de una catedral medieval. Como la ciencia. “Cuando era pequeña ya escuchaba cosas del cambio climático que siempre venían acompañadas de ‘eso ya os toca a la siguiente generación’. Es hora de que empecemos a pensar en qué planeta queremos dejarles en herencia a las futuras generaciones y trabajar activamente para que tengan alguno, en vez de que ellos tengan que pagar por unos platos que no han roto. Hay que tomar decisiones en nuestra vida cotidiana y ejercer nuestro derecho a voto teniendo a las generaciones futuras en mente”, concluye Pérez-Porro. Y sin ciencia, no hay futuro.

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Comentarios
  1. CIENCIA, SI, PERO NO OLVIDEMOS QUE LA FILOSOFIA ES TAN IMPORTANTE O MAS.
    NECESITAMOS A LOS FILOSOFOS MAS QUE NUNCA
    porque muchas de las preguntas filosóficas, que antes eran puramente teóricas, ahora se han convertido en cuestiones de ingeniería práctica. Un coche autónomo debe tomar decisiones éticas. El famoso dilema de si atropellas a un niño o te estrellas contra un camión que viene de frente…
    … los ingenieros, a veces, pueden ser muy ingenuos o estar desinformados sobre las consecuencias de lo que hacen. Si dejas que una compañía o un ejército decida cómo rediseñar al ser humano, lo más probable es que potencien las cualidades que a ellos les vienen bien, como la productividad o la disciplina, y desprecien otras, como la sensibilidad y la compasión. Y el resultado será que tendremos gente muy inteligente y disciplinada, pero superficial y espiritualmente pobre. Y esto no va a mejorar al ser humano, sino a degradarlo.
    EMPECFEMOS PÒR EL PRINCIPIO: UNA ESCUELA PUBLICA Y LAICA.
    La actual política educativa de Estado está provocando diversos desajustes, en base a las políticas de los diferentes territorios, los cuales tienen amplias competencias, aumentadas en esta última reforma. Por una parte, se siguen desarrollando diferentes procesos de mercantilización y privatización de la Enseñanza, tanto por vía de precarizar la enseñanza pública, como a través de medidas de apoyo al sector privado, en su mayoría bajo control ideológico de la Iglesia católica. Y por otra parte, se siguen manteniendo en los centros escolares públicos a personas designadas por los obispos, con la misión de, además de impartir clases de religión, cristianizar a la comunidad educativa y hacer proselitismo religioso. A todo ello habría que añadir la entrada, cada vez mayor, en los centros públicos, de personas de religiones minoritarias, también con fines de hacer proselitismo.
    Todo ello conlleva un doble grave perjuicio para el alumnado que, por un lado, es segregado por motivos ideológicos, nada más y nada menos desde los tres años, es decir desde edades muy tempranas, vulnerando diversos convenios de la Infancia y, por otro lado, también es segregado por motivos económicos y sociales.
    Una vez aprobada esta última reforma, que no aborda la cuestión de la laicidad del Sistema Educativo en toda su dimensión, las entidades que más abajo se relacionan, mantenemos nuestra lucha por:
    A- Garantizar la plena laicidad de la enseñanza, para ello:
    1-Hay que sacar la religión confesional de la Enseñanza, de forma inmediata.
    2-NO financiar -con dinero público- el adoctrinamiento religioso en ningún centro escolar.
    3.-Potenciar la Red Pública de Enseñanza, como fundamental para vertebrar el Derecho a la Educación de todos y todas, evitando -de forma progresiva- la desviación de fondos públicos hacia intereses privados de todo tipo.
    B- La derogación de los Acuerdos con el Vaticano, por constituir la base “legal” de los privilegios que sigue reclamando la Iglesia, especialmente dentro del sistema educativo y, al mismo tiempo, haberse producido un progresivo rechazo social y político a sus contenidos antidemocráticos. De igual forma deberá procederse a la anulación de Acuerdos con otras confesiones en los que se establece la posibilidad de impartir religión en la escuela.
    Para lo cual a partir de enero de 2022, programaremos una serie de acciones encaminadas a tratar de conseguir algún día nuestras reivindicaciones, basándonos en principios constitucionales y en los derechos de la Infancia más elementales, como es preservar la libertad de conciencia y la no segregación por motivos ideológicos y sociales en el ámbito escolar.
    https://laicismo.org/declaracion-de-la-campana-unitaria-por-una-escuela-publica-y-laica-religion-fuera-de-la-escuela/254380

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