Sociedad
Un duelo incómodo
Pandemia y frontera, dos realidades que se abrazan por las consecuencias de un duelo incompleto.
SARA AMINIYAN LLOPIS // Testimonios de fallecidos en situación de desamparo y soledad muestran las complicaciones para cerrar círculos vitales.
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Recita Isaac, nervioso con resquicios de serenidad, al poeta Antonio Machado a los pies del atril frente a familiares, amigos, conocidos, y también desconocidos, en lo que es un último adiós colectivo a su padre.
Los ritos y ceremonias forman parte inherente de los procesos de duelo de cualquier cultura y fe. Isaac se siente complacido de haber despedido a su padre y tener el calor de su gente. “Me alegra veros a todos aquí, siento que este es el homenaje que le hubiera gustado a mi padre; esté donde esté, estará contento”, cuenta Isaac a uno de sus colegas a las puertas del oratorio.
La muerte es un hecho irreparable y universal. Todos nos morimos, y todos pasamos por el proceso de duelo ante la pérdida de un ser querido. Hay incluso estudios que lo demuestran como característica propia de la naturaleza animal. Según la antropóloga Barbara J.King, las respuestas de animales ante parientes fallecidos solo pueden ser interpretadas como procesos de duelo. Las jirafas, por poner un ejemplo, y no extenderme en el tema, son capaces de permanecer de rodillas durante días, sin comida ni agua, en soledad, junto a una jirafa muerta.
El duelo es el vacío, la pérdida. Un proceso largo, o larguísimo, que se vive en distintas fases. Según la psiquiatra Elisabeth Künler-Ross, en su libro On death and dying (1969), enumera cinco etapas: la negación, la ira, la negociación, la depresión, y por último, la aceptación.
“El duelo es un proceso largo que va cambiando la forma y el lugar que ocupa en tu vida. Mi padre se murió hace casi dos años, y yo aún considero que lo estoy pasando. Hace cuatro meses pasé por una depresión y no podía levantarme de la cama. No entendía qué me pasaba y, después de buscar por internet, vi que esa era una fase del duelo”, explica Lea de 25 años. “Creo que la muerte de alguien tan cercano y el duelo te conectan con lo esencial”, sigue.
Tras la pérdida de su padre, Lea creó nuevas rutinas y formas de expresarse que, ahora, forman parte de su día a día: “Siempre había odiado a la gente que sale a correr, pero en aquel momento lo necesité más que nunca, era mi manera de gestionar el dolor y mi propio proceso. Hoy aún salgo. Creo que después de un proceso de duelo te conoces más a ti misma”.
Mengual matiza los casos que llevan a un duelo complicado: aquellos producidos por una muerte no anunciada, que no resuelve ciertos temas con la persona que se ha ido; las pérdidas ambiguas, donde no hay la certeza de la muerte; o las violentas, por razones desconocidas.
En el jardín de Awa, cerca de las costa de Joal Faditouh (Senegal), la abuela habla y piensa en su nieto Ablay Yay, presuntamente muerto en el mar durante el viaje de migración de Marruecos a España. “Antes de ir a dormir, pienso en él. Yo no creo que haya muerto, no he visto el cuerpo, solo he oído que ha muerto. No me lo creo”, recalca una y otra vez mientras nos muestra una foto de Ablay, con la pequeña esperanza de que el chico resuene a alguna de las presentes.
Una de las escritoras más comprometidas con los derechos de las personas migrantes en la frontera vasca con Francia, Marie Cosnay, explica todo un “mundo fantasioso” que crean los familiares de las personas desaparecidas durante el viaje migratorio para huir de una realidad de dolor: “Hay mucha rumorología, se habla de cárceles subterráneas en España y Túnez donde esconden a los migrantes para la extracción de órganos, y otras muchas cosas. He oído de todo durante estos años”.
Cifras, números, y por último, personas
Durante los últimos dos años, el telediario ha mostrado diariamente mapas de cifras y tablas de estadísticas para señalar el número de muertes por coronavirus que se sucedían en España. Según el Ministerio de Sanidad, desde el inicio de la pandemia hasta ahora los datos son de 91.994 personas fallecidas en todo el Estado.
En la mayoría de casos, se ha tratado de una muerte ausente y lejana.
Durante los últimos dos años, las muertes registradas en las fronteras españolas han aumentado con más frecuencia. En 2020 los fallecidos en las rutas se ha incrementado un 102,95% en relación a la edición pasada. En las fronteras para alcanzar España, los resultados, ambiguos por la opacidad, y el desinterés de información, son mortales: 4.404 personas registradas, en mayor parte en la migración por el atlántico, la llamada ruta canaria, según reporta el último informe de monitoreo de la organización Caminado Fronteras (Walking Borders).
Esto sin contar el centenar de personas desaparecidas en embarcaciones, donde todas sus personas murieron, sin que nadie sobreviviera para contarlo; esto sin contar las muertes arrojadas al mar por compañeros de barca, a veces amigos y familiares.
En la mayoría de casos se trata de una muerte ausente y lejana.
El portavoz de la Federación de Asociaciones Africanas en Canarias, Teodoro Bondyale, denuncia un continente africano de luto, donde pueblos enteros lloran la muerte de seres queridos que han migrado, y que deja huella en las personas que se quedan, y que por consiguiente genera otro tipo de duelos. “Para mí, sobre todo los jóvenes son mis héroes. Son los que creen que se puede vivir de otra manera: fuera de la tiranía, la corrupción, las violaciones, la pobreza”, añade Bondyale.
El psicólogo Robert Mengual hace hincapié en los ritos y ceremonias para despedir a esa persona que ha fallecido, y atribuye no poder hacerlo a un estancamiento, y, por tanto, a una complicación en el proceso de duelo. La pandemia del coronavirus, y sus múltiples olas, han dejado muertes sin la compañía de familiares y amistades cercanas, un confinamiento en soledad, y en muchas ocasiones un duelo sin cerrar. Las políticas de frontera, engranando cada vez más una Europa Fortaleza, provocan a su paso miles de fallecidos en los viajes migratorios. Y, en consecuencia, un hastío generalizado en muchos rincones del sur global.
Heridas
“He vivido ceremonias de puro trámite para intentar cerrar un capítulo que cuesta mucho de cerrar, las familias venían a la iglesia con las cenizas, muchas incrédulas por si esos eran los restos del pariente. El tiempo lo cura todo, de aquella manera, te lo deja enquistado y uno va tirando”, cuenta Sito Montoña, sacristán de la iglesia Santa Maria de Mataró.
En primavera de 2020, los primeros meses de estado de alarma y confinamiento total -y de un goteo constante de fallecidos-, algunas familias llamaron a su sacerdote de confianza a la hora en que sabían que iban a incinerar a su familiar, – en el caso de defunción por covid, el procedimiento era el crematorio–, para acompañarlos con unas plegarias y tener algo parecido a una ceremonia. “Al fin y al cabo, era crear mecanismos para ser conscientes de esa realidad”, añade el sacristán.
La historia de Lea se sucedió en uno de esos momentos, el 4 de abril de 2020. Después de dos semanas de intubaciones, su padre murió por covid. Su hermano volvió de Colombia, Lea de París. El padre fue enterrado en el cementerio de Roques Blanques de Barcelona, lugar donde se encuentra también una de las hermanas de Lea; y al volver, en el jardín de casa, encendieron un fuego y plantaron un árbol. Para Lea, tanto ella como sus hermanos y madre pudieron tener algo parecido a una despedida, pero aun así sienten el peso de no haber podido regalar un adiós a toda la familia: “Cuando hablo con los hermanos de mi padre veo que no están en el mismo proceso que yo. Para mí, mi padre forma parte de mi día a día (…) Creo que hay mucho miedo para hablar sobre la muerte, la única cosa que tenemos son los ritos, el lenguaje no verbal, y cuando no lo hablas ni tienes estos códigos te sientes doblemente huérfano”, reflexiona Lea.
Al sur de la península, en el municipio de Los Barrios de Cádiz, frontera con Gibraltar, vive y trabaja Martín Zamora, -dueño de la funeraria Southern Funeral Assistance- quien, desde hace años, se dedica a intentar contactar con las familias en Marruecos de las personas muertas en las costas gaditanas -y, en los mejores casos, repatriar sus cuerpos-.
Antes de la pandemia, Martin viajaba con frecuencia a Marruecos en su misión por encontrar a familiares y reparar un daño que, como él dice, “deja a la sociedad española y europea como auténticos monstruos”. Ahora no deja de atender al teléfono: “ El otro día me llamó una mujer que se encuentra en Francia preguntándome si tenía a su hijo, desaparecido desde hace años, en la cámara. La tuve que parar y decirle que no, y que probablemente si el hijo no ha contactado con ella, es difícil que siga vivo. Pero la mujer se aferra a esa mínima posibilidad. Sin cuerpos no hay sepultura, y sin eso, muchas familias viven desesperadas en el desasosiego”.
A lo largo de esta pandemia miles de personas han vivido la pérdida de sus seres queridos lejos de la normalidad y de lo socialmente integrado. Los servicios de acompañamiento al duelo se han duplicado por todo el territorio en un intento de dar soporte y cobijo a las personas en el proceso de duelo, y aceptación de la ausencia.
Así como explica la investigadora senior del área de migraciones en el Cidob, Blanca Garcés, el derecho a la vida y la muerte llevado a cabo por la necropolítica de occidente rige la vida de miles de personas en el sur global, que son la otra cara de la frontera, los efectos colaterales de las propias políticas de no llegada.
Hoy, y también mañana, familiares de aquí y de allá tienen una herida permanente que no cicatriza. Pero, como dice el poeta catalán Joan Margarit, también un lugar donde habitar.