Cultura
Qué cansado es ser judío
'Los Netanyahus' es una novela sobre la vida académica y cultural estadounidense y, más sutilmente, sobre la presión a la que sometemos a los grupos minoritarios para que se asimilen.
«–¿Te acuerdas de cuando éramos jóvenes, Ruben?
–Sí.
–Cuando éramos jóvenes, nos lo tomábamos todo muy en serio. Todo lo que leíamos. Todas las exposiciones y conciertos y libros. Todos aquellos poemas. Éramos gente seria que creía en las cosas. En las ideas».
Estas frases de Edith, la esposa del protagonista y narrador, Ruben Blum, podrían hacer pensar en una sensación de nostalgia, de pérdida, en un deseo de recuperar aquella seriedad y aquella fe en el arte, en las cosas, en las ideas. Pero no, lo que va a expresar Edith poco después es el alivio de no creer en nada y poder descansar del agobio del mundo. «Me encanta estar envejeciendo sin convicciones…», añade.
Quizá un intento de explicación de esa desgana a la hora de implicarse emocional e intelectualmente en la realidad tenga que ver con el cansancio que siente de ser judía. La identidad puede ser una losa; no toda identidad, pero sí aquella que viene impuesta al mismo tiempo por la mirada ajena y por el celo de quienes no solo abrazan esa identidad sino que la defienden con furia y fustigan a quienes no hacen lo mismo.
«Qué cansino y qué continuo es ser vasco», dijo no sé quién, y quizá esa sensación de desaliento la compartan hoy muchos catalanes y, al menos desde la invasión de banderas rojigualdas en balcones que antes solo decoraban adelfas y geranios, también los españoles cansados de tener que definirse e identificarse y posicionarse frente a proyectos que les parecen secundarios o incluso perjudiciales. Pero, al parecer, no hay nada que empape tanto la propia vida como el hecho de ser judío. Debido a las persecuciones siglo tras siglo, las difamaciones, los procesos de exterminio, el miedo a nuevas discriminaciones y humillaciones; y también por el fanatismo sionista y la exigencia de que cada judío se sienta, se comporte y se presente como judío.
«El planeta está destruido, las máquinas nos están conquistando y todos esos rollos judíos no importan ya lo más mínimo», espetará al escritor Joshua Cohen Judith, en la que se había basado para uno de los personajes de la novela. Sin embargo, a los demás personajes que pululan por ella les importa y mucho, incluida la Judith de ficción, que se las arregla para que le rompan la nariz y así acabar con ese puente pronunciado que la delata o identifica. Y le importa al narrador, el profesor Ruben Blum, que no se queja, porque él no cree que nadie vaya a quemar su casa ni a enviarle a un campo de concentración como les sucedió a muchos judíos de generaciones anteriores. Aunque al acabar la década de los cincuenta, época en la que está ambientada la novela, ciertos clubs y ciertas universidades aún no admitan a judíos, aunque le hagan sentirse afortunado por poder vivir en un barrio de gentiles, a él nadie le ataca; como mucho le dicen, sin pretender herirlo, sin pensarlo siquiera, «El dinero… puede que sea tu tema favorito, pero te aseguro que no es el mío…». O su jefe le pide que forme parte de un comité para evaluar la idoneidad para un puesto de un académico de una especialidad de la que Blum no sabe nada tan solo porque «es uno de los tuyos».
A lo mejor, a pesar de la profunda antipatía que siente por él, tiene que dar la razón al académico furibundo y fanático sionista Ben Netanyahu, trasunto del padre del hasta hace poco primer ministro israelí. Netanyahu mantiene la teoría de que la Inquisición española perseguía a los judíos conversos no por ser malos cristianos, sino porque a través de ellos atacaba, por orden de los reyes, a la aristocracia, que se apoyaba en ese grupo de la población en sus negocios y actividades económicas. El resultado fue que se dejó de condenar al judío por su religión y se pasó a condenarlo por su etnia: hiciese lo que hiciese, se convirtiese o no, profesase o no su fe, era un judío, un ser dañino en sí mismo. Y esa visión se habría conservado a través de la historia hasta su culminar en su expresión más despiadada: el Holocausto. De ahí a la necesidad de tener un Estado judío propio y un ejército poderoso sólo había un paso.
Esta es, para mí, la idea más interesante que se desarrolla en esta novela llena de ideas pero también rebosante de humor. Entre reflexiones y discursos serios, se insertan retratos jocosos de la vida de la universidad, porque Los Netanyahus es también una novela de campus, y la vida de una familia judía que se esfuerza por no ser una familia judía –y en eso resulta tan judía–, y sobre todo asistimos a la irrupción devastadora e hilarante a la vez de un fanático y su familia que se creen por encima de todos y con derecho a todo.
Los Netanyahus es divertida, con momentos que podrían recordar las escenas más alocadas de los hermanos Marx, como cuando los Netanyahu –los padres y sus tres hijos– invaden la casa de los Blum con la furia y la indiferencia de un huracán. A veces es plácidamente auto irónica. Y a veces es amarga, sobre todo cuando cristaliza la imposibilidad o la incapacidad para rebelarse contra la presión social y las expectativas, ajenas y propias. El imperativo de ser irreprochable destroza a cualquiera. Pero también es una novela sobre la vida académica y cultural estadounidense y, más sutilmente, sobre algo que no tiene que ver con Estados Unidos ni con la identidad judía: la presión a la que sometemos a los grupos minoritarios para que se asimilen, ocultándoles que, por mucho que se esfuercen y lo consigan, seguiremos despreciándoles y exigiendo su agradecimiento. La tolerancia nunca es gratuita.
Los Netanyahus
Joshua Cohen
Trad. Javier Calvo
De Conatus 2022