Análisis

Too many business, muy poco feminismo

"El debate es si el feminismo puede existir libre de contradicciones en un sistema económico como el que vivimos, en el que se prima una propuesta artística sobre otra, sencillamente porque es la que tiene los royalties asegurados en manos de una gran empresa y no en las de sus autoras", se pregunta la autora sobre el BenidormFest.

Imagen de Chanel Terrero durante la actuación en el Benidorm Fest, retransmitida por RTVE.

Corría el año 2014 cuando, allá por el mes de agosto, Nicki Minaj saca una de las canciones con mayor impacto cultural en el mundo de la música mainstream: “Anaconda”. Una endiablada mezcla de ritmo hip-hop y r&b con evidentes influencias de dancehall no solo en su ritmo, sino en su letra y su videoclip.

En él, la rapera de origen trinitense aparecía en una jungla, rodeada de un cuerpo de bailarinas haciendo twerk, hablando sobre la “big dick like a tower”* de su querido. El tema, coescrito por la propia Nicki Minaj, fue un petardazo a nivel mundial, pero la explícita letra de la canción no estuvo exenta de polémica y, por supuesto, ni “Anaconda” ni “The Pinkprint” (el disco en el que se incluía el sencillo) ganaron ningún gran premio musical.  

Lo cierto es que a día de hoy, “Anaconda” acumula más de 1 mil millones de visitas en Youtube y la sombra de aquel verdadero cultural reset no tardó en extenderse hasta nuestros días. Aquello coincidió además con el quinto disco de la ya por entonces famosísima Beyoncé. En él, además de coescribir y producir todos los temas, por primera vez,  Beyoncé se reapropiaba de la narrativa hipersexualizadora para hablar en primera persona de su propia identidad sexual. Todo ello, tras ser madre.  Uno de los mejores ejemplos de esto es precisamente “Flawless”, un tema en el que colabora con la propia Nicki Minaj: “We teach girls that they cannot be sexual beings in the way that boys are”*. Más claro, agua. 

Prácticamente al mismo tiempo, los ritmos latinos comienzan a experimentar una popularidad en países anglosajones nunca antes vista. En 2017, una cantante estadounidense de origen puertorriqueño, Becky G, saca junto a Bad Bunny, “Mayores”, el hit del año. Otro tema en el que de nuevo la mujer es sujeto de deseo y en el que la letra juega a dobles sentidos muy explícitos que no acostumbramos a ver en boca de una cantante femenina. Desde entonces, la fusión de ritmos latinos como el dancehall o el dembow con rap y pop forman parte del ADN de hits mundiales como “Con Altura” de Rosalía y las letras en las que las propias artistas son sujetos explícitos de deseo y las dueñas del cotarro ya no son una excepción como en “Bling Bling” de Bad Gyal. 

Todo esto, claro está, no es casualidad que coincida en el tiempo con el avance poderoso de una cuarta ola de feminismo que tiene vocación interseccional y capacidad de alcanzar hegemonía cultural. También en la música, en la que no solo hemos asistido a la reapropiación de las narrativas sexistas por parte de las cantantes, sino también ahora por fin, intentan ser dueñas del dinero que genera su música. Y digo intentan, claro, porque incluso cantautoras con la visibilidad y el poder mediático de Taylor Swift, tienen que llegar al extremo de regrabar su discografía para poseer todos los derechos de su música. Algo impensable para las estrellas del pop de los 90, que han visto mermada incluso su propia autonomía personal en favor del business, como es el caso de Britney Spears. 

Quizá este y no otro es el verdadero debate sobre lo que pasó en el Benidorm Fest. Hace unos días, Chanel Terrero se alzaba con la victoria en el acontecimiento musical de los últimos meses en España: el Benidorm Fest. Su canción “Slo Mo” había pasado desapercibida en el debate público sobre quién nos representaría mejor en el próximo festival de Eurovisión. Entre las catorce propuestas artísticas habían destacado sobre todo dos. Por un lado, Tanxugueiras y su himno a todas aquellas mujeres que mantuvieron -sin derecho a los royalties, claro está- viva la cultura en Galicia. Por otro lado, Rigoberta Bandini y su celebración sin tapujos del valor de los cuidados y de la capacidad de mostrar un cuerpo que materna, libre y sin censuras.

Las reacciones a la victoria de Chanel, pese a no alzarse con la máxima puntuación en el 50% del voto que correspondía a la muestra demográfica y al televoto, no se hicieron esperar, fueron inmediatas y viscerales y vinieron por todos lados. Que si la letra de su canción era vacía y sin significado. Que si en realidad su canción sí tiene mucho significado y ese significado incita a la prostitución porque habla de “lo monetary” y “los daddies”. Que si ahora nos presentamos con la misma “latinada” de siempre. Que si el problema no es Chanel, es el mensaje que se manda sobre que solo si nos cosificamos, las mujeres podemos triunfar. Que si perrear está bien pero está mejor hablar de lo duro que es ser madre. Y así un larguísimo etcétera emitido no solo desde el pueblo y las masas tuiteras, sino desde lugares desde donde se intenta hacer feminismo y comunicación comprometida a diario. 

Pocas perspectivas hubo sobre lo que subyace aquí, que es lo mismo de siempre: too many business, muy poco feminismo. Y es que el debate no debería ser desde qué narrativa se puede conformar un relato feminista. El debate es si el feminismo puede existir libre de contradicciones en un sistema económico como el que vivimos, en el que se prima una propuesta artística sobre otra, sencillamente porque es la que tiene los royalties asegurados en manos de una gran empresa y no en las de sus autoras (Rigoberta Bandini o Tanxugueiras). Esto convertiría nada más y nada menos que a Chanel en la principal damnificada por un sistema en el que ella, como obrera del espectáculo, da la cara (y el culo, claro que sí) en favor de una compensación económica y moral. Lo mismo que lleva haciendo todos estos años por los teatros de toda España, pero con una exposición mediática repentina a comentarios machistas y racistas, como ya señaló Afroféminas, de manual. 

Mi opinión es que sí, que el feminismo debe existir dentro de este sistema capitalista viciado y debe acompañar cualquier tipo de narrativa cultural para reapropiarse de ella e inundarlo todo, también de las canciones dirigidas al disfrute por el disfrute mismo. Y debe hacerlo de forma que la crítica a ese sistema no implique perder su vocación de hegemonía de manera que el derecho a la sexualidad y a lo festivo esté al mismo nivel que la reivindicación de las maternidades y las raíces. Es la única manera de que, más pronto que tarde, las obreras del espectáculo no necesiten ser tan ricas como Beyoncé, para ganarse el derecho a ser dueñas de su propia narrativa feminista.

*gran polla como una torre.
*enseñamos a las chicas que no pueden ser seres sexuales de la misma forma en que lo son los chicos.

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Comentarios
  1. Es un guiño a la cancíon de Rigoberta Bandini (y mi favorita, por cierto) «Too many drugs, muy poco espíritu». Lo he dejado así, aunque incorrecto, para que se entendiese mejor 🙂

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