Cultura
Isabel Allende: “No hay feminismo sin independencia económica”
La escritora en lengua hispana más leída del mundo publica nueva novela, ‘Violeta’, la historia de una mujer centenaria que rememora los amores de su vida y los grandes acontecimientos del siglo XX.
Las novelas de Isabel Allende (Lima, 1942) provocan siempre división de opiniones. Por un lado está el público, que adora a la autora chilena (las cifras hablan por sí solas: 75 millones de libros vendidos en todo el mundo); y, por otro, los talibanes de la literatura, que detestan su estilo recargado, sus tramas apasionadas y, sin decirlo a las claras, su éxito. Lo cierto es que Allende tiene un don y lo explota con deleite: un castellano torrencial que, combinado con su capacidad para inventar historias extravagantes, arrastra al lector, que se ve impelido a pasar página tras página sin poder parar. ¿Y qué hay de malo en eso? Al margen de su discutida calidad, nadie sale peor persona después de leer uno de sus libros.
El último, editado por Plaza & Janés, acaba de llegar a las librerías. Se titula Violeta, y cuenta la historia de una mujer que llega a vivir 100 años, los que hay entre la pandemia de la gripe española y la de la COVID-19. Repletos, como es marca de la casa, de aventuras y romances. Muchos de los rasgos que adornan a su protagonista los tomó prestados, confiesa, de su madre, Panchita Llona. «Es un personaje parecido a ella en el sentido de que es bella, interesante, fuerte, irónica, atrevida y con una gran visión de futuro. Mi madre fue una mujer extraordinaria pero no tuvo una vida extraordinaria porque nunca pudo mantenerse sola. Vivió sometida. Primero, a su padre. Después, a sus maridos. Nunca tuvo la libertad económica que yo siempre deseé para ella. Y eso es lo que le di a Violeta, la posibilidad de ser una mujer independiente. Porque no hay feminismo sin independencia económica», explicó la autora en una rueda de prensa online que reunió a más de un centenar de periodistas de España y América Latina.
Su madre era, además, su crítica más exigente. Fue siempre la primera lectora de sus manuscritos y a menudo no tenía piedad con ellos. Muchas veces se los devolvía con páginas enteras tachadas con un grueso rotulador rojo. Esa condición de editora de hierro y amiga incondicional la mantuvo casi hasta el final de su vida. Residiendo en países diferentes, se escribieron cartas todos los días durante décadas. Allende las guarda todas. Calcula que ascienden a 24.000.
El nuevo Chile
«Lo que me convirtió en escritora fue que no pude seguir siendo periodista, que era un oficio que me encantaba», cuenta la autora chilena. No pudo seguir siéndolo en su país tras el golpe militar que derrocó y asesinó a Salvador Allende, primo de su padre. Se trasladó entonces a Venezuela y fue allí, «casi por casualidad», donde comenzó a escribir su obra maestra: La casa de los espíritus. «Esa fue la novela que le pavimentó el camino a las que vinieron después. Me dio una voz como escritora y como mujer. Y cambió completamente mi vida. No creo que todo eso me hubiera pasado en Chile».
Aunque nació en Perú, pasó la infancia en diversos países por la profesión de su padre (diplomático) y reside desde hace más de 30 años en Estados Unidos. Se considera absolutamente chilena: «No puedo sacarme eso de dentro. Ni quiero tampoco».
Antes de las elecciones del pasado diciembre, Isabel Allende firmó, junto a un grupo de 40 premios nacionales de su país, un manifiesto de apoyo a la candidatura de Gabriel Boric. Asegura que Violeta, un personaje de ficción creado a partir de la personalidad de su madre y de sus propias historias sentimentales, habría celebrado el triunfo de la izquierda en su país: «Aunque es una opción política a la que ella no pertenece por clase social», aclara. «Su clase social votó mayoritariamente por el ultra-ultra-conservador Kast, que basó su campaña en el miedo. Por un lado se habló de la inseguridad en las calles y de la inmigración, que son preocupaciones que también existen en EEUU y en Europa pero que en Chile se exageraron enormemente. Y luego se fomentó el terror al Partido Comunista, que forma parte de la coalición de izquierda. Se habló de que íbamos a terminar como Venezuela. Yo creo que eso no va a suceder. En un momento de la novela, Violeta le habla a su nieto del sistema de clases que existe en Chile, que es como el sistema de castas en la India. Ella, aunque pertenece a la clase privilegiada, trabaja con mujeres, con indígenas, con los más pobres, así que habría estado encantada con que las cosas cambiaran en Chile».
Para cerrar el círculo, se da la circunstancia de que la nieta de Salvador Allende, Maya Fernández, entrará a formar parte del nuevo gobierno progresista. «No solo será ministra. ¡Será ministra de Defensa!», recalca la escritora. «Es una mujer joven que se crió en Cuba, nieta de Allende, y ocupará una posición muy especial, porque tendrá que entenderse con las Fuerzas Armadas. Y no podemos olvidarnos del pasado de las Fuerzas Armadas en Chile. Yo estoy encantada con el Gobierno que ha nombrado Boric porque es muy diverso. Hay 14 mujeres y 10 hombres. Realmente hay una intención sólida de que haya paridad de género. Solo eso ya es extraordinario. Y hay que añadir que son muy jóvenes. Se trata de una nueva generación que asciende al poder. Ya es hora de que los viejos carcamales se vayan a su casa a jugar al bingo».
Allende y el feminismo
Isabel Allende se declara, «desgraciadamente», una mujer «apasionada y romántica». No tiene reparos en hablar públicamente de sus relaciones de pareja. Ahora, por ejemplo, está viviendo su tercer matrimonio. Se casó a los 77 años, enamorada como una adolescente. «De un señor de origen polaco con el que no tengo nada en común pero que está resultando estupendo», comenta entre risas. «Me he equivocado muchas veces por amor y he hecho muchas barbaridades. Pero la vida así tiene un sabor más lindo», añade con dulzura. Esta intensa personalidad se filtra en sus novelas continuamente y plantea dudas (infundadas, por supuesto) sobre su militancia feminista.
Allende no es la primera escritora que afronta críticas por no responder exactamente al perfil que se espera de su compromiso con las mujeres. Almudena Grandes, sin ir más lejos, también las tuvo. En su caso, los problemas cotidianos de las mujeres (los de la protagonista de Los aires difíciles, por ejemplo, la memoria de su infancia pobre, sus sueños, las infidelidades, la relación con los hijos) no encajaban con las aspiraciones de las últimas olas del feminismo. Eran temas pequeñoburgueses, decían, mirando sus novelas por encima del hombro.
Lo que se critica en Isabel Allende es una cursilería formal, una supuesta inclinación por un feminismo demodé, de novela rosa. Ella, evidentemente, no lo ve así: «Vivo muy al día la situación de la mujer porque tengo una fundación [creada en memoria de su hija Paula, trabajadora social fallecida en 1992], cuya misión es invertir en el poder de las mujeres. Trabajamos con las mujeres más vulnerables. Estoy siempre en contacto con las mujeres y con sus problemas. Siempre he sido feminista, lo sigo siendo, y he seguido siempre las etapas del feminismo. Y estoy encantada con lo que está pasando ahora, con esta ola de mujeres jóvenes que están haciendo cosas extraordinarias. En Chile se está planteando cambiar la educación para que los niños, ya desde preescolar, tengan una educación no machista que respete todos los géneros y toda la diversidad. Eso es extraordinario, aunque es muy nuevo. A lo largo de todos estos años yo he ido incorporando eso en mis libros y en mi trabajo en la fundación. Así que no creo que me haya quedado anclada en una idea de la literatura o del feminismo o de la mujer o de las relaciones de pareja de los años ochenta».
Es cierto que sus novelas son fábulas pobladas de amores arrebatados, pero su autora abomina de aquellos cuentos «en los que las princesas eran unas estúpidas que se quedaban dormidas y tenía que venir un príncipe a despertarlas. O unas tontas que tenían que ser rescatadas por unos enanos». Así que Isabel Allende, aun siendo pasional, no sufre ese misterwonderfulismo de quienes creen, ingenuamente, que el amor es el motor del mundo. «Al mundo también lo mueven la ambición, el poder, la codicia», responde. «Todas esas cosas mueven también al mundo y lo hacen en una orientación que, a veces, el amor logra corregir un poco. Pero no completamente».
En cualquier caso, a sus casi 80 años, hay luchas progresistas que no puede compartir en su totalidad. Una de ellas es el furor iconoclasta, que amenaza con tumbar algunos de sus ídolos literarios, como es el caso de Pablo Neruda. La confesión que el poeta hace en su autobiografía de haber violado a una mujer ha sometido su obra y su figura a una revisión implacable por parte del feminismo chileno. «Neruda es el poeta más grande de Chile y uno de los más grandes de la historia de la poesía. Una cosa es el hombre fallado, y todos somos fallados, y otra es la obra. En el caso de un artista o de un científico, quedémonos con sus logros y revisemos, sí, su vida privada. Pero no lo eliminemos todo porque entonces no quedaría títere con cabeza», explica.
Puede que ese sea el único tema en el que no coincide con la juventud izquierdista de hoy, a la que alaba y admira sin medida: «Hay una generación joven que está hasta la coronilla con la situación del planeta y de la sociedad, que no cree en las instituciones ni en las religiones. Quieren que todo eso cambie y es fantástico que estemos agitando esta civilización patriarcal y tratando de cambiarla. Tengo una gran esperanza en el futuro y lo único que lamento es que, por edad, no voy a alcanzar a ver todos los cambios que estamos empezando ahora».
Las revoluciones se suelen hacer cuando ya no queda nada por perder, nunca desde una posición económica desahogada.
Esta juventud, despierta, comprometida, izquierdista, hoy día es mínima. Ni comparación con la que había en la década 70/80 del siglo pasado.
Como siempre pasa cuando hay una época prometedora, no tardan en contraatacar los enemigos del auténtico progreso y siempre veo que nos ganan la partida.
Al tiempo que caía la URSS, que los medios occidentales denominaban «el fracaso del comunismo» estos mismos medios pregonaban las virtudes del capitalismo y promocionaban al máximo a sus dos mayordomos mayores Thatcher/Reagan y su slogan «There is not alternative. Capitalism is the alternative». Ahí empezó la decadencia de los ideales y de los valores hasta hoy mismo que está en mínimos en beneficio del gran capital más brabucón que nunca.