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Cuando éramos monógamos
"El problema con esta nostalgia llorona no es tanto que se dulcifique el pasado como la maniobra intelectualmente obscena de empaquetar todo con la misma cuerda"
Soy un obrero blanco heterosexual de edad provecta y no tengo un calendario de señoras desnudas en el taller. No me importa si Gibraltar es español y estoy muy lejos de ser un jingoísta vocinglero. Como tengo cierta edad, digo, y tengo memoria, soy consciente de que he pasado prácticamente toda mi vida laboral en precario. La tiranía laboral, que es lo que es la precariedad al fin y al cabo, no es un invento de anteayer. Solo han ido perfeccionando los métodos, como la Cosa Nostra cuando dio el salto al mundo financiero.
No hace tanto cobrábamos cuarenta y cinco días por año trabajado en caso de despido. De eso me acuerdo, como me acuerdo de que fue en los años noventa cuando se aprobó la ley que regula las empresas de trabajo temporal. Viví la burbuja inmobiliaria desde dentro, por así decir, pues dediqué media vida a pintar paredes, puertas y barandillas. Desgraciadamente, no puse en pie ninguna de esas fastuosas fortunas que dicen algunos que hicimos los que no tenemos estudios durante aquellos años mientras ellos se dejaban los riñones estudiando.
Cuando buscaba trabajo fuera del sector de la construcción, una vez mandé mi currículum a una multinacional de la hamburguesa. Me llamaron para una entrevista y el señor que me la hizo, que no paraba de fumar Ducados, me dijo que tenía posibilidades salvo por una cosa: vivía en un mal barrio. Me lo dijo así, sin anestesia ni nada. Supe de esta forma que no me llamarían por vivir en un barrio marginal. De esto hará más de veinticinco años, cuando vivíamos tan bien, sin poliamor ni Tinder, cuando éramos monógamos.
Creer que si no tuviéramos plataformas digitales, si no anduviéramos por ahí siendo promiscuos y si tuviéramos más hijos seríamos más felices y viviríamos mejor, es pensamiento mágico. El otro día leí un artículo en el que un señor de estos que se dicen de extremo centro calificaba la derogación de la reforma laboral como un asunto de mera fe religiosa después de una larguísima diatriba sobre cómo hemos llegado hasta aquí, que, como no podía ser de otra manera, es debido a este mundo moderno y líquido en el que la gente no tiene hijos por estar muy ocupada ligando y plantándose ante la tele para ver una serie. Sorprende que quienes acusan a la izquierda de haber abandonado la reivindicación de la mejora de las condiciones materiales de los trabajadores caigan siempre en la nostalgia, el patriotismo y el amor del bueno, del de antes, en lo intangible, vaya, y lleguen a calificar de “auto sacramental” la reforma laboral que, además, apenas toca la reforma de Rajoy de la que jamás se han quejado.
El problema con esta nostalgia llorona no es tanto que se dulcifique el pasado como la maniobra intelectualmente obscena de empaquetar todo con la misma cuerda. A todos nos gustaría tener mejores condiciones laborales y viviendas accesibles, pero no todos estamos dispuestos a comprar ese paquete completo en el que se incluye una moral rancia acorde a otros tiempos. Dejar caer que estamos como estamos por la promiscuidad (a ver si se creen que esto de reivindicar las relaciones estables es otra cosa), los derechos LGTBI, las series de Netflix y, últimamente, esos otros enemigos de la familia, los gatos (lo juro), es conservador. Pueden envolverlo como quieran, pero es lo que es.
Por eso reivindican la figura del obrero facha, no solo porque les parezca que es como debemos ser los obreros, que para eso estamos solo un poco por encima del lumpen, sino porque la existencia de ese animal tan español es necesaria para alambicar su discurso y atraer a los incautos. El mismo autor que el otro día hablaba de la no-reforma laboral calificándola de «auto sacramental» afirmaba sin pudor y sin pruebas que los trabajadores manuales somos conservadores. Es tan necesario este discurso de cara a beneficiar a la ultraderecha como el prescindir de la opinión de trabajadores manuales, dinosaurios de otros tiempos como el que esto escribe a lo que hay que tratar con repugnante paternalismo. ¿Qué hace tanta gente alérgica a doblar el lomo todo el santo día escribiendo sobre nosotros? ¿Cómo es posible que personas a las que saco más de una década sientan esa nostalgia? Me temo que solo hay, en el fondo, una explicación. La nostalgia son las mentiras que nos contamos para que la vida duela menos. Y ahora es también una forma intelectualmente poco honesta de hacer política sin que se note. Es la forma de hacer política que gasta la ultraderecha. Pero se nota. Vaya que si se nota.
Totalmente de acuerdo, pena que mucha gente no quiera verlo. Como vamos a construir países, si la población dejamos de ser ciudadanos para convertimos en » producto económico «. Vuelta de tuerca a un sistema feudal, propiciado por los entes financieros y con ayuda de los políticos mundiales. Y después dicen que la humanidad avanza. Si hacia el desastre.
Se debía poner en valor a la gente y no a las cosas. Con la pandemia ya se vió quienes realmente crean la riqueza economica, los trabajadores. El resto especula con nuestro dinero.