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La desterrada que ama la tierra
En la tensión del desarraigo y la de encontrar un nuevo suelo en el que germinar se mueve la nueva obra de Clara Obligado.
«¿Qué se puede plantar, cuando tu tierra ha desaparecido?», se pregunta la autora en este libro autobiográfico. Sin embargo, uno de los epígrafes que utiliza, de María Zambrano, dice: «Gracias al destierro, conocimos la tierra». En esa tensión, la del desarraigo por un lado, la de haber perdido la tierra a la que estabas unida, en la que ibas creciendo y ramificándote, y por otro lado la de encontrar un nuevo suelo en el que germinar, desarrollarte, multiplicarte, se mueve esta interesante obra de Clara Obligado.
Es una narración íntima, pequeña no porque se centre en pequeñas cosas, sino porque Obligado las fuerza a no desperdigarse, a no amplificarse al espacio de lo histórico o lo público. Incluso el tema de la dictadura argentina que la empujó al exilio y destruyó las vidas de gente cercana, no ocupa al primer plano, aunque está ahí, detrás, debajo, inevitable y brutal, tiñe la narración, las sensaciones.
En su libro anterior, Una casa lejos de casa, la autora hablaba, como aquí, de la experiencia de crecer en un lugar, ser extirpada de él, y tener que adaptarse para recrearte en otro; pero en aquel libro lo hacía a partir de la experiencia del lenguaje: perder ese, familiar, en el que te sentías segura –dentro de lo seguro que puede sentirse uno en cualquier lenguaje, siempre tan precario, tan incapaz de expresar precisamente eso que deseamos expresar–, para tener que balbucear en otro que al principio no percibes como propio. En Todo lo que crece, de estructura similar, el hilo que nos acompaña es doble: la vegetación y la escritura. Que no están tan alejadas, porque «[e]scribir es como plantar un jardín».
Clara Obligado comienza la narración en la infancia, esa época de la que aún puede decir: «Veo como los niños ven: inaugurando». Y poco a poco, a través del paisaje, va contándonos su propio desarrollo, sus conflictos, sus amores, también por las plantas, en las que encuentra «una alegría radical». Tanto se interesa por las plantas y por el mundo que la rodea, que no es capaz de pensarse aparte, porque en todo lo que está vivo hay semillas que viajan, raíces que se entrecruzan, ramificaciones. La mirada antropocéntrica le parece pobre y le gustaría poder ver el mundo desde la perspectiva de un pez y, aunque no lo diga así, también de entender la realidad desde fuera de sí misma. Por lo que parece lógico que la escritura surja como otra forma de ampliar la propia mirada, las sensaciones, las formas de estar viva.
El trauma del exilio es, lógicamente, un hachazo en el tronco de lo que estaba creciendo. Y el nuevo lugar en el que vive, Madrid, le resulta seco, gris, demasiado desprovisto de vegetación. Por eso pronto comienza a buscar lugares arbolados y más silvestres a los que escapar, aunque no conozca los nombres de las plantas o le resulten ajenas y le hagan sentirse una analfabeta en esos paisajes.
A pesar de todas las dificultades, Clara Obligado ha echado raíces, crece en todas direcciones: «Me hincho, germino, florezco. Todo se convierte en vegetal. Sueño con selvas que se multiplican sobre mi cuaderno. Escribo sin plan ni propósito. Puja la vida, poderosa». Publica, tiene hijas, se traslada a vivir al campo, siembra, cuida. De alguna forma pretende transmitir su semilla, también a sus nietos.
Es un libro calmado el que nos ofrece, a pesar de todos los dolores y todos los dramas que asoman por aquí y por allá. Muy de agradecer que en ningún momento caiga en la idealización de la naturaleza como falso cobijo. Su mirada es sobria y a la vez emotiva. Y, al final, a pesar del miedo a los incendios que la acompaña –un miedo concreto y realista para quien vive en nuestros montes, pero que quizá engloba otros incendios más inasibles–, se permite «habitar ese gran error que es la esperanza».
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Todo lo que crece. Naturaleza y escritura
Clara Obligado
Páginas de Espuma (2021)
Enseña tanto al que sabe observarla y aporta tanta calma la naturaleza, los árboles especialmente. Te enseña a vivir con sencillez y sabiduría.
Los árboles son viejos sabios y sanadores capaces de restablecer el equilibrio energético de las personas. Son los seres más generosos de la Creación, lo suyo es un continuo dar; pero la ignorancia del ser humano en lugar de agradecérselo acostumbra a atentar contra su vida sin reparo alguno.
La mayoría de las especies viven 3 veces más que el ser humano, algunas más de 2000 años.
¿cuantas generaciones de seres humanos habrá visto pasar un olivo milenario?
Entones, ¿quien es el dueño y señor de la casa común y quien el huésped?
Por favor: respetemos un poco más a nuestros anfitriones ya que tienen la bondad y la paciencia de soportar a unos invitados tan terriblemente molestos.