Cultura
Carlos Bardem: “No creo tener amigos de derechas”
Carlos Bardem reflexiona sobre 'El asesino inconformista' (Plaza & Janés), “una sátira cruel pero no exenta de humor” de la política española.
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A Carlos Bardem (Madrid, 1963) le gusta decir que “no hay nada menos natural que una muerte natural”. Se refiere, con evidente guasa, a esas muertes repentinas que han sufrido varios corruptos que estaban a punto de subir a un estrado y, como se dice en el argot, “tirar de la manta”. En ese espacio de juego y sospecha ha enmarcado su última novela, El asesino inconformista (editada por Plaza & Janés), “una sátira cruel pero no exenta de humor” de la política española y su secular vínculo con la corrupción.
Bardem, perteneciente a una célebre saga de actores y actrices, continúa así su otra vocación, la de novelista, que comenzó en 1999 con Muertes ejemplares, prolongó exitosamente con Alacrán enamorado, y en la que se consagró gracias a Mongo Blanco, una novela histórica sobre la vida del traficante de esclavos Pedro Blanco. Entre documentación y escritura, tardó cinco años en sacar aquel ambicioso proyecto adelante. El asesino inconformista responde a otros parámetros. Es un ajuste de cuentas político, una historia de amor, un thriller, un diario introspectivo, una memoria quinqui, un libro de viajes…
¿Qué es El asesino inconformista?
Pues todo eso, efectivamente, pero es sobre todo un grito de rabia. Las últimas décadas de la política española han producido una sensación generalizada de impunidad. No soy un ingenuo, sé que la corrupción es inherente al ser humano y que allá donde se ejerza poder habrá siempre un corrupto. Pero lo que es muy nuestro, muy español, es que el corrupto no paga, el corrupto se libra. La justicia nunca les alcanza o lo hace de forma tangencial. Si van a la cárcel es por poco tiempo, porque todos están a punto de morirse… pero luego los ves bailando sevillanas o lanzándose elegantemente al agua desde un yate, en las Baleares.
También es una reflexión sobre la violencia. Cuando asesinaron a Carrero Blanco mucha gente brindó con champán. Eso hoy nos parece algo intolerable.
España ha sido un país muy violento debido a la herencia de la guerra civil y de la represión franquista. Ya no es así. Pero terrorismos ha habido de todos los colores, no solo el de ETA. El que más miedo me daba a mí, porque era el que tenía más cerca, era el de la extrema derecha. Esa violencia ultra parecía superada, pero ahora está rebrotando de la mano del blanqueamiento de la extrema derecha que están haciendo el Partido Popular y sus medios afines. Solos no les alcanza para llegar al poder, necesitan a los ultras, por eso ahora toca que los líderes fascistas vayan a divertirse con las hormigas en televisión. Dicho esto, por favor, señores jueces, mi novela no es una apología del asesinato. [Risas].
¡Que quede claro!
Sí, porque tal y como está la judicatura en este país… [Risas] No estoy defendiendo que haya que asesinar a los corruptos. Niños, no repitáis esto en casa. Pero, hablando en serio, yo lo que creo es que cuando te cuentan la realidad como si fuera una ficción, la ficción tiene la obligación de abordar la realidad. Yo me permito elucubrar una historia protagonizada por un psicópata que solo mata corruptos. Y como autor me arrogo la prerrogativa de estirar los límites de la moral. Ahora lo puedo decir porque la novela está yendo muy bien: resulta que el protagonista, que es un antihéroe, ¡le cae muy bien a los lectores! Eso debería llevarnos a reflexionar sobre el hartazgo de la gente, sobre esta sensación de impunidad.
Como escritor, ese era el gran reto, ¿no? Hacer aceptable a un asesino.
Yo utilizo a este asesino para hacer una sátira pero también para poner al lector frente a dilemas morales. Respeto mucho la literatura y el cine que son puro entretenimiento, pero si tienes la pretensión de ir un poco más allá, tienes la obligación de ponerte en un sitio molesto para narrar, de ponértelo difícil de entrada. La literatura debe incomodar, como decía Virginia Woolf, y aspirar a buscarle las costuras al individuo y a la sociedad. La gran novela negra, por ejemplo, siempre ha sido novela social y ha hablado de la corrupción política en cada una de sus épocas. Dashiell Hammett y Raymond Chandler son buenos ejemplos. Esa literatura, no por casualidad, florece con el crack del 29.
Dice su protagonista: «El final de esta selva neoliberal será un régimen autoritario, si no a ver cómo va a aguantar la gente trabajar y no llegar a fin de mes». ¿No tenemos escapatoria?
Bueno, eso es marxismo ortodoxo. [Risas] Desde los años ochenta la única revolución que ha triunfado, por desgracia, es la neoliberal. El capitalismo, en su búsqueda incesante de beneficios y de enriquecer cada vez más a menos gente, no tiene más remedio que acabar pisándole el cuello a millones de personas.
Eso se entiende. Lo difícil de entender es que esos pisoteados pidan más autoritarismo en las urnas y voten a la extrema derecha. La izquierda ha fallado.
Más que fallar, ha concedido demasiadas cosas y se ha puesto en una situación de desventaja táctica. Pero tampoco debemos olvidar que si Hitler y Mussolini llegaron al poder fue porque eran útiles a la derecha conservadora de sus países. El punto fuerte del neoliberalismo, y la razón última de su triunfo, es el control de la narración y de los medios de masas. Esa es una forma de empujar a la gente a votar contra sus propios intereses.
De acuerdo. Pero vamos a suponer que el PSOE es un partido de izquierdas que se dice preocupado por el medio ambiente. Y luego vemos a Antonio Miguel Carmona fichando por una empresa eléctrica que vacía los pantanos para aumentar sus beneficios. ¿Cómo va a confiar la gente en esa izquierda?
No seré yo quien califique al PSOE como un partido de izquierdas. Es un partido liberal más, como hay muchos en Europa. Lo que hay que plantearse es por qué las otras opciones de izquierda, que la gente, objetivamente, debería valorar como más próximas a su realidad social y vital, no consiguen que las voten. Dicho esto, yo tengo que ser optimista. Si no eres optimista solo te queda tirarte por la ventana. Así que tengo mucha confianza en la figura de Yolanda Díaz.
Lo curioso es que ahora mucha gente ve a Podemos como una rémora para Yolanda Díaz. Quién lo iba a decir…
Bueno, yo creo que tampoco hay que asustarse de la fluidez en las formaciones políticas. Hay que explorarlo, hay que investigar, y si las siglas son perjudiciales, pues fuera siglas. Lo importante es el programa. Es precisamente la fosilización de las siglas y de las estructuras de poder en forma de partido lo que hace que PP y PSOE sigan siendo las piedras angulares de la política española.
Y los medios de comunicación participan de esa inercia.
Es que esa inercia financia los medios de comunicación. Eso que llamamos “inercia”, en realidad, es dinero. [Risas]
En las citas que abren cada capítulo llama la atención que aparezca un par de veces Félix de Azúa. Como lector, ¿cómo es su relación con autores que están lejos de su ideología?
Félix de Azúa es un señor con el que yo no comparto ideológicamente nada o casi nada, pero es un magnífico escritor. Y pasa lo mismo con Andrés Trapiello, que tiene un libro reciente sobre Madrid [Destino, 2020] que es maravilloso. Hay partes en las que se dedica a hacer agitprop pero hay otras que son excelente literatura. ¿En qué momento se jodió Vargas Llosa? [Risas]. Esa sería otra buena pregunta. No creo que se deba renunciar a disfrutar de estos autores por tener diferencias ideológicas con ellos. Yo, evidentemente, pago un peaje por mi militancia y por mi apellido. Hay gente de derechas que simplemente por llamarme Bardem no va a leer mis libros. Pero, sorprendentemente, también hay gente que me ha dicho: “Oye, no estoy de acuerdo con nada de lo que dices y me pareces un chalado, pero me he leído tu libro y me ha encantado”. A mí eso me parece muy bonito.
¿Con los amigos de derechas le pasa lo mismo? Doy por hecho que en España es imposible no tenerlos.
Pues estoy intentando recordar y… no creo tener amigos de derechas. [Risas] Con alguno o alguna que sí sé que lo son, pues intentas no hablar de política y ya está. Pero entonces, cuando hay algo de lo que no puedes hablar con él, tan amigo no será.
Fortunato, su protagonista, dice que nadie que tenga una vocación está muerto. ¿Cuál es la suya? ¿Actor, escritor, historiador…?
La mía es contar historias a través de los personajes. Necesitamos dotarnos de una narración para entender el mundo, para que todo no sea “un cuento lleno de ruido y furia contado por un idiota”, como decía el gran Shakespeare. A mí me apasiona construir personajes que me ayuden a comprender, ya sea como actor, que en ese caso son las historias de otros, o como escritor, que son mis historias y mis personajes. Todo lo que escribo nace de una necesidad, no de explicar, eso sería demasiado arrogante, sino de cuestionarme yo, de interrogar, que es la mejor manera de empezar a entender algo.
Tanto en Mongo Blanco como en El asesino inconformista los protagonistas tienen largos pasajes de reflexión. Hay un toque muy ruso ahí.
Dice Fortunato que todo lo que quieras saber del alma humana está en Dostoievski. Y Fernández, el policía de las cloacas que le encarga los asesinatos, cree que todo está en Nino Bravo. [Risas]. Yo lo que he intentado con esta novela es huir del maniqueísmo del noir patrio. Aquí se confunde novela policiaca y novela negra. En la novela policiaca un personaje bueno, un policía o un detective, acaba atrapando al malo. Básicamente, es un juego de ingenio en el que lo humano está puesto al servicio de la trama. En el noir es al contrario: la criminalidad sirve para explicar lo humano, lo social y lo político. Aquí no hay fuerzas del bien persiguiendo al malvado.
Hace años entrevisté a su madre y me comentó que la obra de teatro de la que guardaba un mejor recuerdo es ‘La carroza de plomo candente’, de Francisco Nieva. Y Nieva también aparece en esta novela.
Es que tiene mucho de ejercicio metaliterario. Es literatura dentro de la literatura. Fortunato, el protagonista, además de ser asesino, es el escritor más raro del mundo, porque no quiere tener lectores. Escribe para exorcizar sus demonios. Y entre sus escritos secretos hay una obra de teatro muy al estilo de Nieva, muy barroca, muy simbolista, que se llama Historia para conejos. Es un retrato de nuestro país en el que hay un progresista eternamente derrotado, un facha multisecular, una virgen, Nuestra Señora de Todas las Españas y la mejor Liga del Mundo, que en vez de un niño lleva un balón de fútbol, y un enano vestido de conejo que agita una banderita y va gritando “yo soy español, español, español”.
Recientemente, durante la fiesta de la Hispanidad, la derecha pronunció discursos delirantes. Y me acordé de su hermano Javier sacando una bandera española en Las Vegas, durante el combate de Javier Castillejo contra Óscar de la Hoya. De eso hace ya 20 años. Hoy, probablemente, no lo hubiera hecho.
Yo entiendo que la derecha tiene que existir, que todo el mundo tiene derecho a pensar como quiera. Lo que me pregunto es por qué nosotros no podemos tener una derecha como la alemana. Allí, cuando un diputado de la CDU agarró una bandera, Angela Merkel se la arrebató y le dijo que los símbolos de la nación no puede apropiárselos un partido. Aquí la bandera se la ha apropiado una parte del espectro político. Por eso hay cada vez más gente que cree, que creemos, que es un símbolo agresivo. No ya ajeno, no ya que te dé igual, sino que te agrede.
¿La ideología sigue cerrando puertas a la hora de trabajar?
A mí no me gusta ir de víctima, porque sería como darle la razón a quien te quiere perjudicar, pero sí sé que he dejado de hacer algunos trabajos por eso. Hay discursos que son incómodos para la gente que contrata. Pero yo no me puedo quejar, no me considero perseguido. Al contrario, soy muy afortunado como actor. Además, trabajo mucho fuera de España y allí me pueden hacer menos daño.
Con Guillermo Toledo, por ejemplo, no se cumple eso de que hay que valorar la obra y no al autor. Él es un gran actor y ha pagado un precio por sus ideas.
Es un magnífico actor, una gran persona y, además, es muy valiente. Siempre ha hablado alto y claro y ha antepuesto lo que piensa a sus posibles consecuencias. Pero esto pasa en todos los ámbitos. ¿Por qué hay periodistas que no pueden trabajar en los grandes medios ni acudir a las tertulias más importantes? Pues por lo mismo, porque hay un discurso al que no se le quiere dar voz: el que cuestiona la verdad oficial y habla de la posibilidad de un sistema diferente a este.
Esclavitud y grandes fortunas
Mongo Blanco (Plaza & Janés, 2019), la anterior novela de Carlos Bardem, va ya por la octava edición. Narra la historia de un personaje hoy desconocido pero que llegó a ser uno de los negreros más importantes del siglo XIX, el malagueño Pedro Blanco. El autor se refiere a él como «el Pablo Escobar de la trata de esclavos», el hombre que revolucionó y modernizó aquel negocio atroz que sirvió para amasar tantas fortunas en España.
Nuestro país ha olvidado ya aquel vergonzoso episodio y cuando se habla de esclavitud mucha gente piensa en los campos de algodón del sur de Estados Unidos y en Lo que el viento se llevó. Pero ocurría lo mismo en Cuba, con el cultivo de la caña de azúcar, con el agravante de que España fue el último país de Europa en abolir la esclavitud: 1886.
Mongo Blanco, una narración torrencial a medio camino entre el barroquismo caribeño de Alejo Carpentier y la más febril de las pesadillas de Chuck Palahniuk, «es una reflexión sobre el mal absoluto, que encarna Pedro Blanco. Él es un monstruo perfecto que no podría haber existido sin la colaboración de lo que Hannah Arendt llamaba la banalidad del mal», explica Bardem. «No puedes mantener una atrocidad contra millones de personas sin la complicidad de millones de personas normales».
«Como escritor me interesaba fundir, recrear, imaginar la vida de Pedro Blanco, siempre respetando los hechos documentados, por supuesto. Pero, por encima de todo, quería contar algo absolutamente real: cómo se ejercía la trata de esclavos, quiénes la ejercían, quiénes se enriquecieron con ella… Y que los lectores se pregunten por qué a nosotros nos contaron que los negreros eran los demás».
Y no, no eran los demás, pasaba aquí. Una de las familias más beneficiadas de aquel comercio inhumano fue, por ejemplo, la familia Borbón. «Y el arzobispado de Toledo, y todas las diputaciones provinciales…», enumera Bardem. «Y una parte de la burguesía catalana, y mucha gente que está sentada hoy mismo en el Congreso y en los consejos de administración del IBEX 35 y que son nietos, biznietos o tataranietos de negreros muy importantes».
«El punto fuerte del neoliberalismo, y la razón última de su triunfo, es el control de la narración y de los medios de masas. Esa es una forma de empujar a la gente a votar contra sus propios intereses».
Tienes toda la razón, pero convengamos también en que nunca se había visto a una sociedad tan crédula, tan dócil, tan dormida, a toda una sociedad enferma del síndrome de Estocolmo.
A Vargas Llosa, odioso personaje, lo lee la gente de izquierdas.
A Guillermo Toledo, una ejemplar persona, además de boicoteado incluso lo tienen amenazado de muerte las derechas.
Al Mercadona, la segunda fortuna del país, el dueño es del Opus Dei, una secta que practica la magia negra y el vampirismo de energías a gran escala, le compra todo dios de izquierdas.
A Zara, la primera fortuna del país, y explotadora laboral en el Tercer Mundo, lo mismo.
Somos el proletariado los que no sólo votando, sino con nuestro consumo alimentamos y engordamos a nuestros enemigos.
Respuesta a «Esos belicosos nietos”… o las lagunas de memoria (democrática) del ¿socialista? Lambán, presidente del gobiernoi aragonés,
por Pedro Santisteve, ex alcalde de Zaragoza:
Una reciente polémica, en torno a la mención que efectuaba el presidente Lambán en sus redes sociales, refiriéndose a “esos belicosos nietos de quienes combatieron en la guerra” me obliga a tomar postura. No sólo me parece desafortunada, sino ofensiva, por incierta, falaz y mendaz.
En un contexto de un trabajo de recuperación de la Memoria Democrática en la que mucha gente se ha encontrado sola, sin respaldo institucional y que cuando ha llegado el amparo legal éste lo ha sido sin financiación alguna que propiciara la exhumación de familiares (circunstancia de la que se jactaba el presidente Rajoy) aplicar el calificativo belicoso es totalmente desafortunado.
Bajo esa atribución, el presidente Lambán alimenta las posiciones de la derecha reaccionaria y ultraderecha que expande la idea de que quienes propician esas políticas memorialistas son gente vengativa. El término belicoso se aplica a aquellos «inclinados a la guerra». No me creo que el señor Lambán utilizara aleatoriamente y sin reflexión alguna ese adjetivo.
Es falaz, también, porque el Sr. Lambán alude a ellos como “nietos de los que combatieron en la guerra”, y sabe que cientos y miles de las personas que yacen en cunetas y tapias extramuros de cementerio, fueron asesinadas en la retaguardia sin posibilidad de defensa. Así se lo ha recordado en una Carta Abierta la Plataforma de Asociaciones Memorialistas de Aragón al mencionarle esos 800 asesinados por falangistas con el teniente de la Guardia Civil Eugenio Hernández de Santamaría, al frente.
Le pido al presidente de Aragón que baje al mundo de los mortales, que reflexione y se disculpe ante todas esas gentes que luchan por la Verdad, la Justicia y la Reparación. Usted sabe que no hacen daño a nadie, es más, enarbolan la bandera de la dignidad de sus ancestros, cuyas memorias tienen todo el derecho a reivindicar. Y, desde luego, no se merecen esa ofensa a sus sentimientos con recomendaciones paternalistas acerca de lecturas cuyas afirmaciones están historiográficamente pendientes de comprobación. Las pruebas de los estudios más recientes apuntan indefectiblemente a que la derecha trabajó en una conspiración permanente en el seno del Ejército para generar un estado de ánimo, un clima propicio a un golpe militar, y que en la fecha fijada para el mismo tuvieron un papel determinantes sectores monárquicos (que ya venían conspirando desde el año 1933) hasta conseguir el apoyo de Mussolini al alzamiento militar del 36 contra el legítimo Gobierno Republicano salido de las urnas.
En el acto que tuvo lugar en el cementerio de Fuendejalón, donde fue enterrada, 85 años después de ser fusilada por los fascistas al inicio de la guerra civil, María Domínguez, la que fuera la alcaldesa de Gallur durante un año en la Segunda República y, también, la primera alcaldesa democrática del Estado, no participó ningún belicoso nieto o biznieto. No fue una exhumación de una combatiente, sino la de una maestra hecha a sí misma. Nos acompañó la alcaldesa de Barcelona. Ambos coincidimos en vernos rodeados de gente humilde y tremendamente agradecida. Usted tuvo que verlo porque estaba ahí. Tal vez le falle la memoria (democrática).
https://arainfo.org/esos-belicosos-nietos-o-las-lagunas-de-memoria-democratica-de-lamban-2/