Opinión
Dilatorio
"El “retardista”, emulando la paradoja, alarga el camino 'ab infinitum' al introducir tareas o decisiones que son en realidad formas de no querer llegar"
Quien se retrasa llega, aunque tarde, al lugar donde quería llegar. Y lo hace no solo quien se moviliza tarde, sino quien se demora haciendo tiempo en el camino. Pero llega al fin y al cabo. Puede que el tren se haya marchado, pero observa desde el andén esta partida y mira el reloj para comprobar el desacierto. El problema con el “retardismo” no es, sin embargo, solo el retraso que implica un comenzar tarde a actuar, sino no llegar porque se han priorizado objetivos menores cuya consecución dilata la posibilidad de llegar a la meta que dice querer lograrse. Quien dilata expande el recorrido, aunque el tiempo siga pasando.
Como la paradoja de Aquiles y la tortuga formulada contra el movimiento por Zenón de Elea hace siglos, antes de llegar a alcanzar a la tortuga que emprendió su marcha con ventaja, el héroe homérico debe recorrer un espacio que, al poder ser dividido infinitamente en segmentos más pequeños, nunca podrá cubrir y así, si antes de llegar a un punto debe pasar necesariamente por otros, no llegará a la meta: para cubrir esa distancia es preciso que recorra antes la mitad y antes que esa mitad, debe recorrer la mitad de la mitad. Para alcanzar entonces cualquier objetivo según Zenón hay que cubrir un número infinito de puntos. Si el sentido común nos dice que tal aporía es falsa, lo aplicamos sin embargo más de lo que pensamos.
El “retardista”, emulando la paradoja, alarga el camino ab infinitum al introducir tareas o decisiones que son en realidad formas de no querer llegar: siempre hay algo “antes” por hacer. Pero entonces no llegamos. Aplicada a las medidas para afrontar de forma realista el cambio climático, el “retardismo” es quizá una etiqueta demasiado optimista. No se trata de “retardismo” sino de “dilación” que acaba cristalizándose en una forma de “procrastinación ecológica” por la cual nosotros mismos dilatamos el espacio y producimos el alejamiento que nos imposibilitará alcanzar nuestro objetivo en algún momento. Dilatar (lat. dilatio, de la familia de differre) apunta precisamente a la acción por la cual aplazamos a través de actos “dilatorios” que nos introducen de pleno en una falsa paradoja del comienzo. El “retardista” no va con retraso: lo provoca activamente dilatando el espacio con tareas o postergando soluciones.
Incluso fatigada y productivamente no dejamos de hacer cosas, cuya función es el aplazamiento del objetivo final. Dilatamos el tiempo de la acción llenándolo de innecesarias tareas cuando no falsas o tramposas. Hacemos mucho de nada -no se nos puede tildar de inactivos- pero no avanzamos hacia lo que realmente importa. Como Aquiles, nos quedamos siempre lejos de la tortuga porque se cree que la tortuga, al fin y al cabo, tardará tiempo en llegar. Siempre podemos decir que lo intentamos, pero quien dilata no intenta: simula que lo hace (o se autoengaña) mientras introduce, como Zenón, más intervalos porque cree, en realidad, que no es tan urgente o que, de pronto, la tarea estará hecha. Las prácticas dilatorias son lo que caracteriza la procrastrinación ecológica de quienes dicen querer cambiar las cosas pero estrechan la capacidad de acción al apurar en lo posible el estado actual. Se argumenta que son muchas las cosas por hacer para encubrir un estado de “mala esperanza”: se sabe que algo sucederá, pero se tiene la esperanza que no será tan grave, que tardará aún algo más de lo estimado o que, en cuanto nos pongamos manos a la obra, podremos llegar a tiempo.
El retardista vive en la ficción de un “todavía no” o un “cinco minutos más” cuando la alarma hace tiempo que saltó. En este caso, ha de notarse que la paradoja de Zenón no aplica visto desde el punto del tren o de la tortuga: no solo avanzan inexorablemente sino que van recortando distancias hasta pasarnos por encima y arrollarnos. Y es que la paradoja es falsa como dicta la experiencia y la lógica aristotélica: que podamos introducir un número infinito de pasos intermedios y aplazamientos no significa que alejemos el peligro. El cambio está aquí y el despertador sonó hace tiempo, aunque sigamos presos del sueño dilatorio de Zenón. El espacio de acción es finito como lo es el tiempo de respuesta. Por eso, pese a todo, el “retardismo” sigue siendo una forma de negación, no del cambio climático, sino de los cambios que hay que asumir para afrontarlo: renunciar a lo insostenible e invertir además recursos para ello. Cuando un modelo ya no es posible y no se quiere implantar otro (todavía) por la pérdida de beneficios económicos, se dificulta el tránsito y se provocan los retrasos.
Alcanzar la meta no es suficiente: como la tortuga se mueve. Y no nos espera. Cuanto más tiempo invertimos más se estrecha la capacidad de reacción. No se trata de un andén al que llegar o un dique a levantar, sino la aportación de una línea de fuerza que, en interacción con las del planeta, introduzca una variable en un proceso que, aunque imparable, puede ser minimizado. Los retrasos en la aplicación de las medidas necesarias, así como la generación de proyectos de ecoblanqueo por parte de los gobiernos, de las empresas e incluso de cada uno de nosotros cada vez que tomamos una decisión pensando en un impacto mínimo de cara al todo, no son sino infantiles aplicaciones de una “dilación” que no es tal porque el planeta no espera. No esperaron los mercados con la pandemia, y así, para adecuar la situación laboral y reducir pérdidas económicas con el confinamiento, se implantó rápidamente el teletrabajo y se llevaron a cabo rápidamente los cambios que se creyeron necesarios. Y no esperará, con mayores consecuencias, el planeta, aunque algunos estarán más preparados que otros para ese cambio no porque hayan tomado medidas antes, sino porque las que se pongan en funcionamiento les beneficien frente a los que carecen de sus privilegios. Se debe implantar no solo un objetivo sino unos plazos urgentes con una priorización basado en el beneficio común en la implantación de medidas. Y menos viajes turísticos al espacio. Sin más dilación.
Forma parte del sistema o macrosistema dominante, atender a lo inmediato que es el cortoplazo aunque las consecuencias sean desastrosas para todos. La práctica política institucional es un claro ejemplo, con sus campañas electorales permanentes. Hay muchos nombres para nombrar el fenómeno que describe Carrasco desde hace muchos años, pero ha salido a la luz ahora con el cambio climático, previsible totalmente porque ya no se puede disimular por muchos eufemismos que se inventen.