Crónicas | Cultura

A vueltas con la tradición

La tradición ha salido de las casillas minoritarias en las que sobrevivía casi al modo de una reserva protegida

Califato 3/4 en una imagen promocional. ADRI OFFDELCAMPO

Este artículo sobre la tradición se ha publicado en El Periscopio, la sección cultural de #LaMarea85. Puedes adquirirla aquí.

Resulta innegable que la presencia de elementos populares en las producciones culturales es un rasgo al alza. El éxito de propuestas musicales como las de Rodrigo Cuevas, Baiuca, El Niño de Elche o Califato 3/4 es quizá su vertiente más visible, pero se trata de un fenómeno que se da también en muchas otras disciplinas. En teatro, por ejemplo, el Premio Revelación en la última edición de los MAX recayó en Los Remedios, una obra que pone en escena el amor-odio por todo el universo de feria y cofradías de un barrio sevillano.

Y en literatura, libros como Panza de Burro de Andrea Abreu (Barrett, 2020) –que desarrolla un potente lenguaje propio a partir del habla canaria– se han convertido en superventas, mientras Feria de Ana Iris Simón (Círculo de Tiza, 2020) abre la caja de los truenos de heridas y polémicas al plantear, precisamente, una reivindicación nostálgica de lo pasado y sus costumbres.

Lo tradicional ha salido, pues, de las casillas minoritarias en las que sobrevivía casi al modo de una reserva protegida. Carlos Barral es uno de los productores de El Cohete Internacional, el sello discográfico bajo el que se edita el trabajo de Rodrigo Cuevas, músico asturiano que se ha convertido en una de las caras más conocidas de este tipo de propuesta al actualizar los géneros tradicionales con una estética de drag y cabaret.

Esta casa lleva produciendo el trabajo de grupos folk como Tejedor desde la década de 1980, así que Barral es especialmente consciente de las diferencias que aporta este nuevo momento: “Hay una escena que atraviesa el país de norte a sur y de este a oeste como creo que no se recordaba en décadas. A diferencia de la ola celta que hubo a finales de los 90 y principios de los 2000, ahora la nueva corriente de aspiración e inspiración folclórica recorre toda la geografía y no emula lo foráneo”. Más bien al contrario: según señala, frente a la globalización de contenidos y estéticas, “por vez primera muchos artistas y bandas jóvenes se sienten enraizados, vindican su pasado con pasión y con respeto, se reconocen en su placenta. Es probable que hayan entendido que no hay mejor manera de ser universales que mirando bajo los pies”. 

La tradición rebelde

Para la escritora y crítica cultural Layla Martínez, esta tendencia tiene mucho sentido en el momento actual: “Hay una especie de sensación colectiva de que vivimos en un presente perpetuo. La mirada hacia el pasado es comprensible: si el futuro se ha convertido en un lugar hostil, es lógico refugiarse en lo conocido y lo familiar”. El problema, apunta, aparece cuando esa mirada “no busca aprender y rearmarse, sino una mera repetición despolitizada de elementos estéticos que el capital puede vender bien”, como muestran las apropiaciones de estos imaginarios y lenguajes por parte de la publicidad o de las grandes producciones de la industria musical o audiovisual. Como en un espejo, otro lado del problema sería, a su entender, el de “ese modo nostálgico tan paralizante, esa melancolía tan conservadora en la que está atrapada buena parte de la izquierda”. 

Frente a ello, Martínez propone construir una relación diferente con el pasado, que pasa por “enganchar con nuestra propia tradición de luchas y resistencias. Contraponer la tradición reaccionaria de la derecha a la tradición rebelde de la izquierda”. En ese movimiento enmarca propuestas artísticas como las que están emergiendo, y que configuran una escena que también para Barral está llena de potencialidades: “Es rompedora, heterodoxa, plurilingüe, practica la libertad de género, se reconoce en su abierta ambigüedad, despliega una variedad de matices excelente así como una extraordinaria capacidad para representar al país en su diversidad cultural”. 

Dentro de esa pluralidad, cada propuesta encuentra su propia receta para refundir los elementos heredados con las tecnologías y lenguajes más contemporáneos. Hay quienes trabajan para recuperar formas musicales que estaban al borde de la desaparición, como Mercedes Peón, que revisita la tradición de la muñeira a través de la música electrónica. Algo similar proponen los extremeños Ruiseñora, o, siguiendo viaje hacia el sur, la andaluza Sole Parody, que fusiona el cancionero con la cultura rave

La reivindicación toca a menudo también lo lingüístico: es el caso de Califato 3/4, que emplea en sus temas la propuesta ortográfica para representar el habla andaluza EPA (Er Prinçipito Andalûh), al tiempo que reivindica la complejidad de un legado en el que tiene también mucha presencia el componente árabe. Desde la misma zona del mapa, pero con otro aire, la malagueña María Peláe sorprende con cada nuevo tema llenando flamenco, coplas y rumbas de una crítica social que no está reñida con lo sexy ni con lo humorístico. 

En el campo literario hay propuestas como la de Reverso, un volumen en el que Uxue Alberdi recoge testimonios de 15 mujeres bertsolaris. Precisamente una de ellas, Miren Amuriza, acaba de publicar también su primera novela, Basa (Consonni, 2021), centrada en la vida de una mujer en un viejo caserío. Desde otras latitudes, otras voces: la poeta Carmen Camacho recupera en Deslengua (Libros de la Herida, 2020) “cantares, coplas, tankas, falsas calaveritas, jaicus asonantados, repentes, juguetes líricos… es decir, de palabras listas para entrar en acción y ser dichas o cantadas”, en un homenaje muy personal “al aire y hondura de la sabiduría popular y la tradición oral”. 

Otras llevan este mismo espíritu a la imagen: ilustradoras como Dom Campistron –que dibuja historias LGTBI en cuyos personajes y escenarios resuenan referencias a paisajes, atuendos y mitologías de su niñez y adolescencia en un pueblo navarro– o María Melero –en cuyas obras resaltan azulejos, botijos y otros motivos que mamó en Jerez de la Frontera, pero teñidos de estética pop–. Los ejemplos se multiplican y se ramifican. Sería inútil intentar un repaso exhaustivo. 

Una corriente generacional

Y, como no podría ser de otro modo, esa complejidad entraña contradicciones. De ellas se ha ocupado Fruela Fernández en Una tradición rebelde. Políticas de la cultura minoritaria (La Vorágine, 2019). Su idea principal es que esta relación no es unívoca: “Siempre se construye a partir de tensiones y conflictos respecto a una cultura dominante, a una ‘oficialidad’ cultural o histórica”, de modo que “no es posible entender un ritual comunitario (como una procesión) sin la existencia de una autoridad (en este caso, la Iglesia católica). Ahora bien, con mucha frecuencia aquello que se genera en la práctica comunitaria –los vínculos entre personas, los afectos, la solidaridad, el reconocimiento– supera e incluso desafía a aquello que la autoridad ha previsto, es decir, genera un exceso imprevisible que va más allá del rito y de la norma”. Son las prácticas las que marcan la diferencia entre si esos elementos de la tradición se fosilizan y convierten en abono para lo reaccionario, o, por el contrario, sirven como materia prima para usos “creativos y progresistas, que reflejan una vida en desarrollo y contradicen los valores oficiales o institucionales”.

Buen ejemplo de esa ambivalencia es el trabajo de Carla Berrocal, que en noviembre publicó Doña Concha: la rosa y la espina (Reservoir Books), una novela gráfica sobre la vida de Concha Piquer. En su obra, esta ilustradora lleva años renovando imágenes de la resonancia más cañí como folclóricas y toreros. “Se trata de una apropiación desde una perspectiva crítica y con una intención política, o de reflexión”, explica. “Ese ejercicio es el que me parece interesante. La copla, el toreo, el folklore más tradicional siempre ha sido algo asociado al fascismo: ¿por qué no darle una vuelta y que nos lo apropiemos desde los márgenes o desde puntos de vista que no tienen a priori nada que ver?”

Para Berrocal, la clave para entender este cambio es generacional: “Personas como mi padre, que nacieron en pleno franquismo, viven esta tradición como algo totalmente impuesto, y le han cogido tirria porque la asocian a determinada ideología. Pero generaciones posteriores, que hemos nacido durante la transición, y otras incluso muchísimo más distanciadas de ella como la millenial o la zeta, vivimos esta vuelta de lo tradicional de una manera mucho más libre. No es que no la politicemos, sino que hacemos el ejercicio de apropiarnos de ella desde una perspectiva que nos interese”. 

Reconciliar identidades múltiples

En esa reapropiación no solo se recuperan elementos periféricos en lo territorial o lo lingüístico, sino también otras disidencias que durante mucho tiempo fueron razón de que una obra artística quedase relegada a los márgenes: no parece casual que muchas de estas propuestas se articulen desde una mirada feminista o vinculada a la lucha por los derechos LGTBI. Así lo ve Ana Belén Santiago, una de las programadoras del madrileño Teatro del Barrio, que en su cartel para este otoño lleva varias obras de este carácter, como As fillas bravas, de la Compañía Chévere –que recupera testimonios relativos a lo afectivo y sexual en la tradición oral de mujeres gallegas– o Ye orbayu –una propuesta de circo con elementos de la tradición asturiana producida por Cía Vaques–.  

Es una tendencia que destaca también en la danza, con propuestas como la de Kukai Dantza, en la que coreógrafos contemporáneos trabajan sobre bailes de la tradición euskaldun, o La Veronal, que hace un trabajo análogo en Catalunya. Para Santiago, frente al “encorsetamiento en géneros que muchas veces las personas que programamos nos obstinamos en poner” estas propuestas representan un desbordamiento, y “un diálogo con el concepto de identidad y con cuántos adjetivos o cuántas etiquetas podrían definirnos. Yo creo que este mundo artístico nos habla de que quizá uno tiene 250 etiquetas, y de que el mundo es así de complejo y no podemos constreñirlo”.

Para otros artistas, la creación puede ser también el modo de relacionarse con los conflictos que implica esa identidad necesariamente múltiple. Es el caso del poeta Hasier Larretxea, que desde hace varios años desarrolla una propuesta escénica junto a su padre: uno lee versos mientras el otro corta troncos al modo tradicional de los aizkolari. Hasier estaba de hecho destinado por tradición familiar a dedicarse también a hacerlo, hasta que un día, a los 17 años, abandonó un campeonato: “Estaba ahí con las manos ensangrentadas, pero ya con mi pelo teñido, mis cadenas y mi estética un poco grunge, y fue como una vergüenza no terminar de cortar esos troncos en el frontón de Santesteban, mientras en las gradas no paraban de gritar, se notaba esa intensidad de las apuestas del deporte rural”. 

Tras años de silencio familiar, y cuando Larretxea ya había empezado a trabajar sobre la tradición y lo rural como elementos centrales de sus textos –en libros como Larremotzetik (Erein, 2014) o Niebla fronteriza (El Gaviero, 2015)–, la propuesta de hacer algo juntos con esa base fue un modo de reconectar con su padre. De la primera presentación juntos en Zarauz recuerda cierto desajuste: “Sus hachazos y mis textos, mi manera de leer, no se aunaban. Eso representaba un poco el momento en el que nos encontrábamos”. Más de un lustro y muchos escenarios más tarde, los Larretxea no solo se han cogido el ritmo, sino que el espectáculo ha ido incorporando al resto de la familia: “A mi madre, con la piedra que le pone a mi padre para el hacha, y también en momentos de calma con el molinillo de café, y a mi marido, con la música electrónica minimalista”. 

La suya es una experiencia que quizá pueda resumir esta tendencia cultural y su transfondo: cuenta que el arte le ha servido “para dialogar con los ancestros”. “Y también para pacificarme. Es un modo de recuperar esos diálogos familiares que no tuvimos, esos enquistamientos”, añade. Ese diálogo no es solo personal, sino también colectivo. Tiene que ver con la reparación de las memorias arrasadas y el silencio que pesó durante décadas sobre tantas expresiones disidentes, y con la muy contemporánea lucha de no dejarse arrollar tampoco por nuevos intentos de homogeneizarlo todo. Y hasta con la trampa de que incluso esto –un movimiento de rescate de lo enraizado y auténtico– pueda llegar a verse comido por el mercado, la moda, o las interpretaciones interesadas a las que un pasado inmóvil siempre les resulta más útil que un presente en el que late una constelación de herencias. 

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Comentarios
  1. …El Rey es Dios. Por eso elige la fecha del 24 de diciembre para traer su buena nueva a los españoles. Nos habla en mitad de una conmemoración religiosa, por si a alguien todavía le quedaba alguna duda. No nos habla el 1 de enero, el 25 de julio, el 12 de octubre o el 6 de diciembre, lo que podría estar justificado. Ni siquiera nos habla el 6 de enero, que tendría su puntito de coña también. El 31 de diciembre nos hablan los presidentes autonómicos, cuya dimensión divina da un poco la risa. El Rey comparte pantalla con el Hijo de Dios. Ayuso, Ximo Puig o Aragonés lo hacen con Cristina Pedroche. No me comparen.
    El Rey es Dios. Concretamente, el Dios del Nuevo Testamento. Juan Carlos I es a Felipe VI lo que el Antiguo Testamento es al Nuevo.
    El Rey es Dios. Por eso es omnipresente. Televisión pública y televisión privada. La 1, La 2, Antena 3, Cuatro, Telecinco. No importa a dónde vayas, no conseguirás escapar de su mirada. A las nueve de la noche de la noche de Nochebuena, los mandos a distancia dejan milagrosamente de funcionar y el zapping se hace imposible. Él te está viendo. Bondadoso, juicioso. Contundente y sin fisuras. Invitándonos a recogernos en su seno. Hablando desde el cielo de la Zarzuela donde habita. Corren rumores de que en algunas cadenas autonómicas contraprograman misas negras a esa hora. Como Dios, el Rey es omnipresente. Lo de ser también omnipotente ya si eso tal.
    ¿No han notado que Yolanda Díaz sale de sus despachos con Felipe VI con la misma cara de arrebato místico que le vimos tras su reciente confesión con “nuestro Santo Padre”? Pues eso.
    https://laicismo.org/cinco-parecidos-entre-el-rey-y-dios/253187

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