Cultura

¿Dónde están las personas migrantes y racializadas en la industria cultural?

La forma de racismo más presente en el sector cultural es hacer ver que no existen. Pero existen, y con sus prácticas están decolonizando la cultura y poniendo sus vidas en el centro

Proyecto ‘Estigma’, de Heidi Ramírez. HEIDI RAMÍREZ

Este artículo sobre la industria cultural se ha publicado en El Periscopio, la sección cultural de #LaMarea85. Puedes adquirirla aquí.

“¿Dónde están las personas migrantes?”. En 2016, Dagmary Olívar, gestora cultural venezolana radicada en España, se lo preguntaba en el II Encuentro Cultura y Ciudadanía que se celebraba en el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid. “Éramos tres personas migrantes en toda la sala”, relata. Este año, en el VII Encuentro, que se celebró en Tabakalera Donostia del 13 al 15 de octubre, Iki Yos Piña, artista y mediadora cultural del colectivo Ayllu, dialogó sobre decolonizar mentes, políticas y organizaciones culturales. ¿Están cambiando? No lo parece: la consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid, Marta Rivera de la Cruz, ordenó quitar las palabras “racismo” y “restitución” de la muestra Buen Gobierno, de Sandra Gamarra. La exposición ha sido excluida del festival Hispanidad 2021.

Yeison F. García López, poeta y politólogo, también se pregunta “dónde están las personas migrantes y racializadas en los espacios de decisión, dirección y programación de los centros culturales”. Sobre la ambición de decolonizar la industria de la que se habla en algunas organizaciones, señala que muchas cogen el marco decolonial “para ponerse una medalla, sin propuestas reales”. Según Anna Fux, fotógrafa y cofundadora de la revista diaspórica asiática Pai Pai Mag, para decolonizar hay que “elevar o poner en el centro otras culturas o reconocer las producciones artísticas de personas no blancas como cultura, porque hasta ahora el reconocimiento ha sido desde los márgenes o la lejanía”. 

Poner en el centro la cultura de la diáspora asiática es precisamente lo que hace el colectivo Catàrsia, que, en colaboración con el CCCB, celebró la primera edición del festival Furiasia. El evento fue inaugurado con El silencio de la fiera, un monólogo de la actriz catalano-japonesa Sònia Masuda que denuncia un patrón interminable en películas y series donde el único personaje asiático es mudo, “por ejemplo, la mujer misteriosa que no habla”. 

Masuda también ha escrito, dirigido y protagonizado This is not here. Re-imagine Yoko Ono, una obra que trata el racismo, el machismo y el amor al arte. “En todos los ámbitos del sector cultural hay personas racializadas intentando hacerse visibles. Muchísimas actrices, por ejemplo, que trabajan y se forman para ir a castings, pero apenas tienen oportunidades”, resalta.

Imagen del fotolibro de Anna Fux ‘Same but Different’. ANNA FUX

Iki Yos Piña y Yeison F. García López forman parte del proyecto El Otrx: arte, cultura y migración en la ciudad de Madrid, coordinado por Dagmary Olívar desde la asociación YoSoyElOtro. Olívar explica que cuando el colectivo comenzó en 2008 no estaba normalizado el hecho de que los migrantes hicieran cultura: “Cuando nos promocionábamos como asociación cultural, como éramos caribeños, nos decían que nos fuéramos con las asociaciones de inmigrantes que hacían servicios asistencialistas”. 

A partir de 2016, Olívar empezó a mapear colectivos culturales que trabajan desde ideas de identidades diversas y cuyas prácticas, de un modo u otro, llevan a una decolonización de la cultura. “Es un largo trabajo, teniendo en cuenta que el español es un Estado centralista y monárquico”, afirma, y añade que a la precarización general del sector artístico (“en muchos espacios no ganas nada, no puedes cobrar entrada…”) hay que sumar el estado de vulnerabilidad y la falta de redes en estos sectores de los agentes culturales migrantes.

Gracias a una ayuda a la creación del Ayuntamiento de Madrid, pudo finalizar esta investigación, que es también una crónica de la resistencia de las personas migrantes en el ámbito cultural: “La organización y la unión son clave. La apertura gradual de las instituciones ha sido gracias a que ha habido detrás una comunidad insistiendo y cumpliendo con todos los requisitos exigidos. Esto no ocurre por la benevolencia de las administraciones”. 

Yeison F. García es uno de los portavoces de Conciencia Afro, colectivo que plantea “un espacio de empoderamiento que pone en el centro a las personas africanas y afrodescendientes y su producción cultural y artística”. Conciencia Afro tiene su origen en el festival Afroconciencia, que fraguó como espacio activo todo el año en el Centro de Residencias Artísticas de Matadero Madrid y ahora busca financiación para establecer un centro cultural independiente. “Se nos abrió la primera puerta de Matadero gracias a una persona de origen migrante que trabajaba ahí”, asegura. Dado que las personas migrantes no suelen estar en los espacios de decisión, no saben cómo se eligen unos proyectos y se descartan otros. “Lo que sí sabemos es que en España hay una negación constante del racismo y del pasado colonial. Cuando presentamos propuestas culturales de lucha contra el racismo o dirigidas a ciertas comunidades o pueblos, nos suelen tachar de sectarios o identitarios, cuando es precisamente la identidad blanca la que ocupa todos los espacios de poder”, explica. 

industria cultural
‘El silencio de la fiera’, de Sònia Masuda en el festival Furiasia. CINTHYA FUNG

En Conciencia Afro ponen sobre la mesa la necesidad de “redistribuir tanto los recursos económicos como el poder”, y aunque “nuestra situación es precaria, pues apenas cobramos por la coordinación del espacio, lo principal es que todas las personas que pasan por él sí lo hagan y los proyectos avancen”. Por otra parte, en su trabajo poético, García López ha colaborado con la fotógrafa y vídeopoeta Heidi Ramírez, que acompañó con cuatro piezas audiovisuales su poemario Derecho de admisión. En su obra, Ramírez ha trabajado sobre todo el autorretrato “como contramecanismo de representación” y ahora mismo está inmersa en Estigma, un proyecto fotográfico que relaciona el pelo afro y los elementos florales, derivado del juego de palabras entre estigma como parte del pistilo de una flor y el estigma social.

En noviembre de este año, Anna Fux publicó su fotolibro Same but different, partiendo del archivo familiar de su tío filipino gay, que migró a España en los 80, y de sus propias fotos como parte de una comunidad queer racializada en Madrid desde 2018. En las últimas semanas de preparación de su libro, critica la autogestión como “indicador de la precarización del sector”. Nayare Soledad, colaboradora del colectivo Ayllu, tiene, precisamente, diversos proyectos autogestionados “que apenas dan para vivir”, como Travas Camisetas. También estuvo en una residencia artística en Matadero donde hizo una kiki ball y donde todas las participantes y jurado eran trans. Remarca la importancia de la comunidad y de la red: “Si Iki Yos consigue una subvención o convocatoria de algo, mete a todas las demás. Si yo gano una oportunidad así, que es muy difícil, también. Las que tenemos algo de currículum, estudios, nacionalidad, si postulamos a alguna convocatoria, intentamos meter a las que quizá no cumplen esos requisitos pero sin las que tú tampoco estarías ahí”.

“Estar en un espacio como Matadero es decir a la comunidad africana y afrodescendiente que lo público también nos pertenece”, asevera Yeison F. García. En la misma línea, Dagmary Olívar manifiesta: “Queremos generar y apoderarnos de espacios de acción y visibilización de las comunidades migrantes. Aquí estamos nosotras, reclamando estos espacios, y lo vamos a hacer”. ¿Y sobre el futuro? “Se está formando una comunidad potente pero aún necesitamos fortalecernos. Estamos sorteando las primeras dificultades, pero ahora hay que pensar en cómo profesionalizarnos, cómo generar públicos o cómo generar referentes”, concluye. Como denunciaba sobre el escenario Sònia Masuda en El silencio de la fiera, “nosotras no vamos por la vida en silencio. Tenemos voz y la vamos a utilizar”.

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