Crónicas | Cultura

Ana Luísa Amaral: la poesía como apertura al mundo

La poeta portuguesa Ana Luísa Amaral (Lisboa, 1956) ha recibido este año el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana

Ana Luísa Amaral. ANDRÉ ROLO

Séptima mujer, cuarta persona portuguesa: Ana Luísa Amaral, que ha recibido este año el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, desafía varias de las categorías que han marcado la historia de este galardón —por no decir de casi todos—. Nacida en Lisboa en 1956, es también más joven que la media de este premio, con el que Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca reconocen desde hace 30 años la obra completa de un autor vivo.

Cuando charlamos, han pasado algunas semanas desde la noticia, pero sigue sonriendo con honestidad ante las felicitaciones por un reconocimiento que la hermana con algunos de los nombres más prestigiosos de la poesía contemporánea en lenguas ibéricas, como Raúl Zurita, Juan Gelman, Pere Gimferrer o Claribel Alegría.

Lo político de las cosas pequeñas

Ana Luísa Amaral publicó su primer libro, Minha senhora de qué, en el año 1999, cuando tenía 34. Desde entonces ha escrito más de 20 obras, entre poemarios, teatro, novelas, ensayos y libros infantiles. En España solo se han traducido dos de ellas: Oscuro (Olifante, 2015; traducción de Luis María Marina) y What’s in a name (Sexto Piso, 2020; traducción de Paula Abramo). Ella es la primera en extrañarse del poco interés que han mostrado a lo largo del tiempo las editoriales españolas por sus obras, que sí han sido publicadas en países como Holanda, Suecia, Alemania o Estados Unidos, pero señala que el problema es de ida y vuelta: “Tampoco hay muchos poetas españoles traducidos en portugués. No sé si es porque estamos demasiado próximos. No sé, tal vez. Tal vez sea eso”.

Aunque su hipótesis sobre la dificultad para el encuentro entre estos dos países vecinos en realidad va más allá y hunde sus raíces en la memoria histórica: “Yo soy de esa generación que en los libros de historia estudiaba la pérdida de la independencia entre 1580 y 1640. Sesenta años en los que estuvimos bajo el dominio castellano y que en Portugal se contaban como una época horrible, de traiciones y de crueldades. Con esto se aprendía otra idea, que es que a los españoles no les gustaban los portugueses, que a ustedes no les gustábamos. Yo no sé si de alguna forma de esto quedó algún resquicio…”.

Son premios como este los que suelen servir de ocasión para que autoras como ella lleguen por fin a ser conocidas en España. La editorial Sexto Piso, a la que permanece fiel, ya prepara la traducción de su último libro, que se gestó durante la pandemia: “Yo en los primeros meses no escribí nada. Bueno, escribí algunas cosas, pero eran muy malas, muy malas. Ese primer momento me probó lo que ya sabía: que las grandes emociones no dejan espacio para la escritura.  El shock que sufrimos fue tan grande, el miedo era tan terrible, la parálisis que sufrimos era tan fuerte que… bueno, yo no conseguía escribir. Después, finalmente comencé a escribir despacio, despacio… Y ahora tengo un libro nuevo, muy diferente de los otros. Es un libro que habla de las cosas muy pequeñitas. Tiene un poema que se llama La hormiga, otro que se llama La araña, otro que se llama La flor y el viento”.

Esa atención a lo pequeño y a lo cotidiano es un rasgo definitorio de toda su poesía, y está particularmente presente en libros como What’s in a name. “[No] estoy pensando hoy en tiempos metafísicos / sino en los tiempos que nos rodean / y un poco en ti”, avisa uno de los poemas. Un mosquito aplastado, una niña que salva a un pájaro, un libro que se abandona en un banco del parque o “el misterio de un gato que camina” son en sus textos interruptores para la reflexión o para la sugerencia. Como ese poema que parece no ser más que el juego de poner en verso una receta, pero se detiene un momento para decir: “Nótese que, en recetas más antiguas, / y aquí podría leerse en otros días, / o sea AC, o sea, Antes de la Crisis, / no se decía pollo, y sí gallina”.

“Son cositas muy pequeñas, cruzadas también con cuestiones políticas”, apunta. Pero aclara que esto no ocurre de manera evidente: “Quiero decir, la palabra política no entra ahí. La palabra ideología no entra nunca. Yo soy feminista, pero no me gusta decir que mi poesía es feminista. Es mi poesía, es poesía solo. Esa cosa de los rótulos, los catálogos, a mí no me gusta nada. Pero claro, la preocupación por todas estas cosas está ahí, porque la poesía, la literatura es del mundo y nunca estuvo divorciada del mundo. Y este mundo en que vivimos es un mundo difícil, ¿no?”.

Poesía para todo el mundo

Esa preocupación, hoy, la lleva también a pensar en “la naturaleza y lo que está alrededor de nosotros: quiero decir los animales, quiero decir las plantas. Siempre he pensado, pero ahora más y más, que pertenecemos a todo, que todo está ligado. La poesía siempre ha sabido esto. Shakespeare lo dice en La tempestad, por ejemplo, cuando dice que estamos hechos de lo mismo que las estrellas. La poesía tiene este poder extraordinario de condensación, de decir con algunas palabritas todo un mundo. Entonces, siempre ha tenido este poder de anticiparse a las teorías, a la ciencia, al pensamiento teórico”. 

Es una idea de la poesía que contradice algunos de los prejuicios con los que a menudo se piensa en ella. “Se creó esa idea de que la poesía trabaja con abstracciones como la matemática, y de que es muy difícil. Creo que el mayor problema es la forma en que se enseña: se insiste en interpretar el poema, interpretarlo hasta gramaticalmente. Y eso es horrible, es una cosa muy fastidiosa. Por el contrario, ese momento en el que, parafraseando a Lorca, sientes el duende… ¡qué cosa fantástica! Y eso es posible para cualquier persona”. Aunque requiere, según explica, de “un aprendizaje, acostumbrarse a un lenguaje que no es tan directo como el que usamos normalmente”. 

Para quienes quieran acercarse a la poesía pero tengan reticencia, tiene claro un consejo: “¡Oíd, oíd los poemas! Antes de nada, escuchad la música del poema. Y pensad que no tiene que tener una historia, pero tiene una emoción y eso es común a todos nosotros, las emociones. Es lo humano. Cuando en el siglo XVIII William Blake escribe: ‘Algunos nacen para dulces delicias; algunos nacen para una noche sin fin’… Yo pienso que cualquier persona puede entender qué es eso. ¡Es precisamente lo que pasa ahora!”.

Blake es uno de sus principales referentes poéticos. También autoras como Emily Dickinson —sobre la que investigó en su tesis doctoral—, Wislawa Szymborska, Adrienne Rich o Denise Levertov. En todas ellas se puede encontrar cierto aire de familia que tiene que ver con una escritura luminosa, en la que el humor cumple un papel importante. “Has dicho luminoso… Pero esto no quiere decir alegre, no tiene que ser feliz, ¿eh? La luz también necesita conocer las sombras. De lo que se trata es de la apertura, la apertura a los otros y la apertura al mundo”.

El problema de los nombres

El último de sus libros cuya traducción se ha publicado en España, What’s in a name, se abre con una cita de Romeo y Julieta que se pregunta precisamente eso: “¿Qué hay en un nombre?”. La respuesta, para ella, es ambivalente: “Nombrar de alguna forma es dar existencia, nombrar es hacer real, pero tengo la convicción de que los nombres llevan consigo la posibilidad de dar visibilidad pero también de quitarla. Es como una moneda de dos caras”, explica.

“Por ejemplo, en la América de Donald Trump si te llamas Hernández, si te llamas Abdul, es muy diferente de si te llamas Smith o Johnson. En la Alemania de Hitler si te llamabas Samuel o Daniel era muy diferente de si te llamabas Johann o Hans o Friedrich. Los nombres cargan con esto también. Eso dice mi poema What’s in a name: ‘razas domadas por algunas sílabas’. Con algunas sílabas se pueden domar masas enteras”.

Su otro libro editado en España, Oscuro, se ocupa precisamente de recuperar algunos de esos nombres que se perdieron. Se trata de una suerte de relectura de la historia de Portugal en la que “dialoga con Fernando Pessoa y con esta idea del quinto imperio de la que hablaba. De la ambición del dinero, de ese ansia de colonizar, de ejercer poder sobre los que son más frágiles que tú”. El libro sigue ese rastro fijándose no en los grandes hechos, sino en las vidas y las voces pequeñas, relegadas, en una “memoria de los dobleces” que se pregunta “cómo la historia podría haber sucedido de otra forma, y cómo podría haber sido contada de otra forma, porque la historia siempre es contada por los vencedores”. 

Esa memoria desemboca directamente en nuestros días. Otro de los temas recurrentes en sus últimos libros es el de las personas migrantes y refugiadas que mueren en el Mediterráneo: “Los mares de Homero han dejado / de traer, esbeltos, sus navíos” y “poco ve Europa, a no ser muertos / con múltiples disfraces”. “Me interesa dar voz a los enmudecidos, a todo lo que normalmente no tiene voz”, explica Amaral. “No hago esto de una forma programática, pero me sale así. Tal vez porque en la vida como ciudadana pienso que eso es muy importante. En democracia no es necesario sólo el voto, es necesaria también la voz, como dice Amartya Sen. Y eso transborda de alguna manera a mi poesía”. 

Con ello tiene también todo que ver la otra ocupación que ha atravesado su carrera: los estudios feministas y queer, que ha trabajado como investigadora y como docente. El suyo fue un camino pionero en su país: “Empecé a trabajar estos temas en los 80, y cuando intenté crear esas disciplinas en mi universidad [la de Oporto] fue tan difícil … Porque pensaban, claro, que el feminismo son las mujeres que odian a los hombres. Era la idea que existía. Pero bueno, lo conseguí”, recuerda. Respecto al momento de auge que vive actualmente el feminismo, no duda en mostrar su entusiasmo: “¡Fantástico, fantástico, me parece un momento fantástico!”.

De hecho, le parece que es lo que ofrece esperanza en un tiempo oscuro: “Después de la crisis de los años 2000 y en los últimos años con Trump, con Bolsonaro y aquí con los dictadores neoliberales, ha surgido una reacción por parte de la izquierda ligada al feminismo y a los estudios y los derechos LGBTI, y esta es mi esperanza. Mi esperanza es que va a ser muy difícil callar a esas personas. Va a ser muy difícil decir a las jóvenes que el lugar de la mujer es en la casa. Va a ser casi imposible, espero, decir a una pareja de dos niñas o de dos niños que si se dan la mano en la calle van presos. La sociedad ya cambió tanto, tanto, tanto… Hay días en que estoy, debo decir, más pesimista. Pero hay otros días en los que pienso exactamente lo que te he dicho: que las cosas han cambiado tanto que no sé cómo van a callarlos. No sé, no sé. No va a ser posible”. 

Una vez más, decide optar por la luz.


SÓLO UN POCO DE GOYA: CARTA A MI HIJA

¿Te acuerdas que decías la vida es una fila? 
Eras pequeña y el cabello más claro, 
pero iguales los ojos. En la metáfora dada 
por la infancia, preguntabas del espanto 
de la muerte y del nacer, y a quién se seguía,
y por qué se seguía, o de la total ausencia 
de razón en esa cadena en sueño de ovillo.

Hoy, en esta noche caliente que estalla
en junio, tu cabello claro más oscuro, 
quería contarte que la vida también es eso:
una fila en el espacio, una fila en el tiempo, 
y que tu tiempo al mío seguirá.
En un estilo que me agrada, ese de un hombre 
que un día habló de Goya en una carta a sus 
hijos, quería decirte que la vida es también 
esto: un arma a veces cargada 
(como decía una mujer sola, grande 
como un jardín). Darte dulce de leche, dejarte 
testamentos, hablarte de tazones — es siempre 
mirarte, amor. Pero es también enseñarte a la 
vida, atrincherarnos en fila discontinua 
de mentiras, en cariño de verso.

Y yo quería hablarte de los nexos de la vida, 
de quién la habita más allá del aire.
Y que el respeto entero e infinito 
no precisa venir después del amor. 
Ni antes. Que las filas son sólo útiles 
como formas de mirar, maneras de ordenar 
nuestro espanto, pero que son posibles puntos 
paralelos, espejos y no ventanas.

Y que todo está bien y es bueno: fila
u ovillo, dos cabezas en un mismo cuerpo,
o un dragón sin fuego, o unicornio
amenazando con llamas muy vivas.
Como el cabello claro que tenías en ese tiempo
se volvió castaño, pero aún claro,
y la metáfora hecha por la infancia
se reveló tan cierta en el poema. Se revela
tan útil para hablar de la vida, esa que,
sin tazones, intactos o partidos, sigue
siendo buena, aunque en disonancia de ovillo.

No sé qué te dirán en un futuro más cercano,
si quien así habita los espacios de las vidas 
tiene ojos de gigante o cuernos asombrosos. 
Porque te amo, deseaba un antídoto
igual a un elixir que te hiciese grande 
de repente, volando, como hada, sobre la fila. 
Pero al amarte, no puedo hacerte eso, 
y en esta noche cálida rasgando junio, 
quiero hablarte de la fila y del ovillo 
y de todas las formas diversas de amar, 
pero hechas de pequeños sonidos de espanto, 
si lo justo y lo humano se abrazan allí.

La vida, hija mía, puede ser hecha
de metáfora otra: una lengua de fuego; 
una camisa blanca color de pesadilla. 
Pero también ese bulbo que me has dado, 
y que ha florecido ahora, pasado un año. 
Porque hubo tierra, algún agua leve, 
y un balcón liberándole los pasos.

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