Crónicas | Opinión
No es negacionismo, es hartazgo
El desconcierto y la indignación han sido una sensación generalizada el día de la lotería, aumentada por la intención de hacer obligatorio el uso de mascarilla en exteriores.
Estamos solos. No hay nadie al frente del timón. Así gestiona cualquiera una pandemia. Basta con echar un vistazo en Twitter, en los grupos de Whastapp… Basta con poner la oreja en las conversaciones de cafetería, en las tiendas, entre familias, en las puertas del colegio, en la cola del centro de salud…. Salvo que te haya tocado el Gordo, el desconcierto y la indignación han sido este 22 de diciembre una sensación bastante generalizada entre la ciudadanía, para quien lo más importante estas fiestas es que no le toque el virus. Una pandemia en manos del azar.
La intención del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de querer imponer como obligatoria la mascarilla en exteriores –una medida que, científicamente, no sirve para frenar la nueva ola de contagios que ya está encima– ha llegado incluso a poner de acuerdo a votantes de derecha y de izquierda. Y lo que es más peligroso: llega a parecer incluso que muchas personas comienzan a estar de acuerdo con la corriente negacionista, que ha llegado el momento de desobedecer.
La realidad es otra. Y las razones son bien distintas. La realidad mayoritaria de este país no es negacionista, como muestra el alto porcentaje de personas vacunadas. La realidad mayoritaria de este país es gente que ve que no puede acudir al médico porque no hay suficientes médicos, gente que tiene que pagarse las PCR porque ya no se hacen PCR, gente que tiene que volver a echar mano de su responsabilidad individual para hacer frente a un desafío colectivo.
No es una medida puntual la que hace salir en tromba reacciones de cabreo; es la explosión de meses de impotencia, de intentar tirar para adelante como pollo sin cabeza, mientras nos miramos deprisa sin entender –o entendiendo muy bien– cómo hemos llegado a esta situación de desmantelamiento de lo público. De desmantelamiento de la vida.
Del presidente del Gobierno y de todos los gobernantes de este país se espera un poquito más.
Ay, amigo, es que ahora lo más urgente es ayudar a la iglesia católica, la más necesitada de entre los necesitados.
Ni Sanidad ni Educación Públicas, Iglesia y militares, las dos patas que sostienen este criminal sistema capitalista.
Ya lo ha dicho Miquel Iceta a un diario de Córdoba:
hay que ayudar a la Iglesia católica porque “es lo que toca”.
Nota de prensa de la Plataforma en Defensa del Patrimonio Andaluz y Andalucía Laica sobre las declaraciones del ministro de Cultura en Córdoba
«Resulta indignante escuchar al ministro vanagloriarse de que gran parte del presupuesto de Cultura está dedicado al “mantenimiento y conservación de las catedrales”, a la vez que admite la propiedad y la gestión incontrolada de éstas por la Iglesia católica».
«Las declaraciones, en la propia ciudad califal, de que la Mezquita y la Giralda “son templos de una confesión religiosa, pero son públicos” no sólo constituyen una contradicción y hasta una provocación, sino que muestran la falta de voluntad y compromiso en la defensa del patrimonio del Estado, que debe ser su principal función como ministro de cultura».
La Plataforma en Defensa del Patrimonio Andaluz y Andalucía Laica manifiestan su perplejidad y preocupación por su falta de responsabilidad como primer salvaguarda del patrimonio del Estado, actitud que raya en la frivolidad ante lo que debiera ser su principal preocupación, la defensa del patrimonio público y solicitan al Gobierno la rectificación de las declaraciones del señor Iceta y la implementación de políticas de recuperación y tutela del patrimonio público, que avancen hacia el cumplimiento del compromiso del presidente del Gobierno, en su toma de posesión, de trabajar por la recuperación de los bienes inmatriculados indebidamente por la Iglesia católica.
Ambos colectivos hacen un llamamiento a toda la ciudadanía a movilizarse por la defensa del patrimonio público que le pertenece, lo que implica la recuperación de una gran parte del mismo hoy en manos de una entidad privada con sede en un Estado extranjero como es la Iglesia católica. Y a seguir trabajando por conseguir la verdadera separación del Estado y las Iglesias, fundamental en un Estado democrático y moderno.
Nos parece una gran irresponsabilidad la retirada del proyecto de ley de Patrimonio, que ya había superado la fase de alegaciones, justificándola en la reticencia de algunos agentes, pues con ello se posterga sine die la aprobación y aplicación de unas normas que pretendían dar una mayor protección a nuestro inigualable patrimonio, hoy en gran parte en manos privadas. Las palabras del ministro sobre la descentralización de la gestión, en el contexto que las usa, nos preocupan porque parecen indicar la ausencia de normas generales de protección y gestión de los monumentos, independientemente del territorio y las particularidades de cada uno de ellos.
En cuanto a sus declaraciones con respecto al patrimonio inmatriculado por la Iglesia católica, parecen más propias de un ministro de un Estado confesional, y contradicen los compromisos del PSOE y del actual Gobierno. Dar por buena la propiedad de la Iglesia católica de los bienes inmatriculados, cuando la mayoría de ellos lo fueron sin ninguna certificación más allá de la palabra del obispo, demuestra falta de rigor legal e histórico, además de dejación de su obligación como primera autoridad responsable a la hora de defender el patrimonio público.
Por otro lado, la confesión pública de que se está negociando con la Iglesia católica el pago de algunos impuestos, que están establecidos por las leyes españolas y europeas para toda la ciudadanía, demuestra su subordinación a los intereses de la Iglesia católica, una institución privada.
Sus afirmaciones de que hay que ayudar a la Iglesia católica porque “es lo que toca”, atacan de una manera evidente y escandalosa a la aconfesionalidad constitucional del Estado.
Se va haciendo necesario que los medios de comunicación definan claramente que es un negacionista, es un término que es un cajón de sastre, donde se meten las personas que interesan según las circunstancias, geometría variable, vamos. Algo completamente funcional (y confusional) a todo tipo de poder.
En efecto, improvisar e ir detrás del virus, no es gestionar bien y así cualquiera gobierna. Si además se hace como que se hace solo por aparentar y sin tomar ninguna medida valiente y efectiva, la desconfianza hacia la institucione se acentúa. Porque la mayoría de nuestros gobernantes solo trabajan con un objetivo: que el chollo continúe.