Laboral | Sociedad

La revolución de las enfermeras

Las enfermeras reivindican su papel como agentes sociales en una jornada sobre compromiso político. Pero, ¿quién cuida a los cuidadores?

Varias enfermeras entran al hospital de la princesa en Madrid. FERNANDO SÁNCHEZ

Este artículo se ha publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo aquí.

MAR CALPENA | Era un “bolo”. Me ofrecieron conducir la jornada que sobre enfermería y responsabilidad política organizaba la Sociedad Catalano-Balear de Enfermería, y aquello -la suerte que tenemos los periodistas es que se nos abren las puertas de mundos que nos son ajenos– me llevó a intentar entender y profundizar en quiénes son y qué quieren las enfermeras, en cómo miran el mundo, y en cómo las expectativas sociales sobre su profesión y, más ampliamente sobre los cuidados, empequeñecen la enormidad de la tarea que llevan a cabo día a día.

En Cataluña, como en el resto del Estado, y como en el resto del mundo, hay déficit de enfermeras. Según un estudio de la U.S. National Library of Medicine National Institutes of Health (NCBI), nos encontramos ante un “reto en la fuerza laboral sanitaria de todo el planeta”. Y en este reto, España ocupa un no muy meritorio 34º puesto del ranking de países con más enfermeras (y comadronas) por cada mil habitantes, con unas 5,29, una cifra que el primer país clasificado, Noruega, más que triplica, con 17,26 profesionales por millar de habitantes.

La carencia de enfermeras fue un tema recurrente en la jornada; alguien, entre el público, pedía que esta lacra dejara de tratarse como un problema sectorial cuando es, en realidad, un problema de la sociedad. Porque es imposible hablar de cuidados y de bien común cuando un colectivo que seguramente nos acompañará en algún momento de la vida -y, muy probablemente en sus dos extremos- debe doblar turnos, emigrar para conseguir unas condiciones laborales aceptables, y cierto reconocimiento de la tarea.

Aún son, incluso dentro del colectivo de los sanitarios, hay un 27% de hombres en la profesión, que a menudo acaban por alguna razón en puestos de gestión, o en especialidades, como la radiología o las urgencias, donde la técnica prima sobre los cuidados). A ellas, en los comités de investigación y ámbitos de gestión se les da una escasa representación, como si la enfermería, por sí misma, equivaliera solo a otra de las especialidades médicas, obviando que es una disciplina con carácter y formación de grado propia, que investiga, y que por su mirada global y su atención al detalle está singularmente dotada para encabezar equipos interdisciplinares. Pero que por estas mismas razones no puede quedarse de manos cruzadas ante los problemas que trascienden lo puramente sanitario.

Antonia Raya, enfermera del CAP Raval Nord, dijo en su intervención que no le acaba de convencer la etiqueta de activista porque entiende que su actividad forma parte de la responsabilidad hacia la salud comunitaria. «Si a alguien le cortan la luz o no puede encender la estufa, no cenará ese día. Esto es fruto de decisiones políticas, y yo no lo puedo obviar porque lo tengo todos los días en mi consulta”. Raya también enfatizó que “la situación que viven las enfermeras jóvenes (contratos precarios, doblar turnos, horas extras) implica un riesgo, y los de arriba son cómplices. Las plantillas no están bien cuidadas, y las enfermeras nuevas no recuerdan buenos derechos laborales. Todo lo que hemos logrado, si no tenemos una base fuerte, caerá.”

Las palabras de Raya no fueron las únicas en ese sentido. También desde los puestos de gestión se hizo hincapié en las dificultades y los retos, en el miedo a equivocarse, y en los pocos espacios que el colectivo ha ido ganando. “Si empoderamos a las enfermeras, tendremos más salud. Si empoderamos a las enfermeras, tendremos más igualdad, porque la mayoría son mujeres. Si tenemos más salud e igualdad, tendremos mejor economía”, reflexionaba Patricia Gómez, consejera de Salud y Consumo del Gobierno de las Islas Baleares, y enfermera ella misma.

No pretendo hacer un resumen de todo lo que allí se dijo, pero me dio cierta rabia pensar en la poca atención que solemos poner desde los medios -que figura que somos los ojos y las orejas de la sociedad- en las enfermeras, y en quien trabaja de cuidados en general. De esto se habló, también, y sobre compromiso, y sororidad. Porque la sororidad forma parte del ADN de las enfermeras (en alemán, no en vano, son las Krankenschwestern, literalmente las hermanas de los enfermos). Valores, pensaba yo desde mi papel de observadora externa, que haríamos bien en hacer más nuestros los “civiles”.

No era sólo un “bolo”. Hará unos pocos años traté mucho con enfermeras. Los médicos, sí, me salvaron la vida, pero recuerdo con infinito cariño cómo me la devolvieron las profesionales (y las auxiliares) del hospital que estaban allí en esos ratos cuando la mezcla entre dolor, miedo y fragilidad requiere alguien que te entienda en tu vulnerabilidad y sepa encararla. También, después, las de primaria, ayudándome a superar las angustias de un postoperatorio que se alargaba, o cuando ya con la pandemia nos ofrecían respuestas para salir del laberinto de la brecha digital. Por la tarde, después de la jornada fui a vacunarme de la gripe.

Eran las ocho, Alexia doblaba el turno, y me había hecho un agujero en una agenda imposible para que no me quedara sin esa vacuna que me había recomendado el especialista que me sigue. Mientras bajaba las escaleras del CAP recordé las palabras de Montserrat Antonín, la presidenta de la SCBI: “El cuidado es revolución. ¿Es el momento de hacer la revolución?” Y pensé que sí.

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