El inmigrante número 1

Hace justo 20 años, aparecieron tres cadáveres en la playa de Aceitún, en Gran Tarajal, Fuerteventura. Eran los restos de los primeros migrantes muertos durante un naufragio que llegaban hasta esta población.

Nicho de la primera persona fallecida durante un naufragio de una patera enterrada en el cementerio de Gran Tarajal (Patricia Simón)

El inmigrante número 1 del cementerio de Gran Tarajal, en Fuerteventura, fue enterrado aquí junto a los restos de otros dos náufragos el 21 de diciembre de 2021. En sus tres nichos yacen ahora los restos de otras 39 personas que murieron también intentando llegar en patera a esta isla canaria. Este pueblo, que se convirtió en uno de los epicentros de la crisis humanitaria de 2004, contempla cómo vuelven las pateras… y los muertos.

“Estas tres lápidas son de los tres cuerpos que aparecieron en 2001. Ahora, ahí hay metidos 42. El ayuntamiento se estaba quedando sin nichos, solicitó sacarlos de la otra calle y los pusimos aquí. Allí están los 10 de 2002, allí los 7 de 2004…”. 

Cuando a Francisco Rodríguez, conocido entre sus vecinos como Paco El enterrador, le entran ganas de llorar recordando sus peores días como sepulturero, ríe. Son golpes de aire que se estrellan contra la mascarilla mientras sus ojos brillan con más intensidad. La risa con la que contiene el llanto parece que le asfixia. “Esto no se puede olvidar en la vida”, sostiene este hombre que considera, precisamente, que si la vida puede seguir después de algo así es por su mujer, sus tres hijas, sus cuatro nietos y su bisnieto. Viene de celebrar el cumpleaños de uno de ellos y llega conduciendo su todoterreno gris con la cabeza cubierta por una gorra azul que le protege también el cuello.

Paco lleva cinco años jubilado, pero se sigue moviendo como si fuese su casa por el cementerio de Gran Tarajal, uno de los tres núcleos urbanos de Tuineje, una población de 14.000 habitantes de Fuerteventura. Aquí dio sepultura a decenas de vecinos, a su madre, a su hermano y a 66 personas migrantes fallecidas cuando llegaban a esta isla canaria, epicentro de la gran crisis migratoria de los primeros años de los 2000. Y el 21 de diciembre de 2001, dos años después de que se tuviese constancia del primer naufragio con víctimas mortales en Fuerteventura, tuvo lugar el primero en este municipio, un remanso de paz dedicado al turismo y a la pesca hasta entonces. 

“Me llamaron porque aparecieron los cadáveres en la playa de Aceitún. Primero dos y, después, un tercero. Entonces no fui consciente de lo que se avecinaba”, explica Paco, con las lápidas de mármol recordando a su espalda una fecha que se convirtió en un tétrico pistoletazo de salida. Siete meses después, de nuevo, dos nuevas lápidas con una cruz, un D.E.P, un INMIGRANTE escrito en mayúsculas y la fecha del ahogamiento. Serían las últimas losas que el consistorio colocaría. A partir de entonces, la inscripción se haría sobre el mismo cemento. Según el listado elaborado por distintas ONG, serían los fallecidos 377, 378 y 379 desde el primero registrado en 1990. Los tres tendrían entre 20 y 30 años y serían del África subsahariana. Eso es todo lo que, a día de hoy, se sabe de ellos.  

“Era duro. Personas sin nombre, sin compañeros, sin familia. Cuando llegaba a casa, me decaía. Cada vez que había muertos, me llamaban de la funeraria. Yo les acompañaba para ayudarles a recogerlos”, explica compungido este hombre que de operario municipal fue carretero, como su padre.

Paco Rodríguez junto a los nichos de las primeras personas migrantes muertas durante un naufragio que enterró en el cementerio de Gran Tarajal. P.S.

Uno de los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad que recogió estos primeros tres cadáveres recuerda cómo el mar les había borrado el color negro de su piel cuando los encontraron sobre las rocas del pantalá de la playa de Aceitún: “Fue un shock”, confiesa, aunque prefiera preservar su identidad.

El 17 de diciembre de 2001 aparecieron dos cadáveres en la playa de Aceitún tras un naufragio. Dos días más tarde, apareció un tercero. Fueron las tres primeras personas enterradas en el cementerio de Gran Tarajal muertas por ahogamiento cuando intentaban llegar a sus costas en patera (Carlos de Saá)

A partir de entonces, la turbina del horror se aceleró. Hasta 2006, el año de la llamada crisis de los cayucos, en el que llegaron a las islas Canarias unas 31.000 personas por vía marítima, prácticamente la misma cifra que entre 2002 y 2005. Solo en 2006, fallecieron unas 6.000 personas, según declaraciones realizadas entonces por miembros del Gobierno canario. Apenas se recuperaron unos 600 cuerpos. No es extraño, por tanto, que prácticamente en todos los cementerios de Fuerteventura haya inhumados restos de personas migrantes.

Paco fue enterrador antes de que le pagaran por ello. Aunque había otros operarios encargados de la tarea de ‘taparlos’, como denomina al acto de sellar el enterramiento, a menudo se prestaba como voluntario “porque los muchachos que había se ponían muy nerviosos”. Fue así como el consistorio terminó destinándolo a esta tarea, en la que nunca se imaginaría que tendría que dar sepultura a personas que “se ahogaban, a veces, una vez que llegaban a la orilla. Venían tan entumecidos que no podían moverse cuando se estrellaban contra las zonas rocosas. Nunca los enterramos sin el cura –aunque no sabíamos si eran religiosos–, ni sin un ramo de flores. Ellos vienen huyendo de la miseria y se encuentran esto”, concluye, antes de volver a recordar que nunca se imaginó que estos tres primeros muchachos se convertirían en decenas. 

Enterramientos de personas migrantes no identificadas en el cementerio de Gran Tarajal. P.S.

De pescador a rescatador

Aquel 21 de diciembre de 2001, Antonio Ferrera se acercó a la playa de Aceitún, una cala a la salida de Gran Tarajal encajada entre el puerto deportivo y un risco que se adentra, imponente, en el mar. De tierra adentro, centenares de apartamentos para los millones de turistas que recalan anualmente en esta ínsula; en frente, las costas del Sáhara Occidental, así como las ciudades de Nuadibú y Saint Louis, mauritana y senegalesa, respectivamente, de donde partían buena parte de los cayucos que llegaron a Canarias en aquellos años. 

Por aquel entonces, Antonio era pescador. Se enteró de que habían aparecido unos cadáveres y se acercó por si tenía que ayudar. “Era la primera vez que ocurría algo así en Gran Tarajal, así que fue la comidilla del pueblo durante unos días. Pero nunca pensando lo que vendría en poco tiempo”. Tampoco que él mismo, apenas dos años después, dejaría su oficio de toda la vida para dedicarse a las labores de rescate. 

“Antes de entrar a trabajar en Salvamento ayudé en algunos rescates porque vivimos aquí, hemos visto el drama en primera persona. En aquellos años, salías a pescar y te encontrabas cuerpos flotando. Fue muy duro”, explica este hombre de 65 años, bronceado por el sol sempiterno canario, sentado frente al puerto de Gran Tarajal, donde sigue atracando la embarcación roja de Salvamento Marítimo en la que trabajó hasta 2018. La misma que, en las últimas semanas, vuelve a rescatar, casi a diario, a decenas de náufragos extranjeros. “Mira cómo está el mar. Hoy es día de pateras, verás como esta noche llegan”, añade, apuntando al horizonte.

Playa de Aceitún en Gran Tarajal. P.S.

“En aquellos primeros años (de los 2000) llegamos a rescatar hasta nueve pateras en una noche. El objetivo era salvar la vida a cuantos más, mejor. Porque, a veces, se volcaba la patera y no se podía rescatar a todos. Yo he visto hundirse ante mis ojos a personas porque no podíamos salvarlas a todas”. En 2003, en medio de la crisis humanitaria que se vivía en las costas canarias, el Gobierno de España decidió que Salvamento Marítimo iba a sustituir a la Guardia Civil como actor principal en las labores de rescate. Para ello, contrató a trabajadores de la mar como Antonio. 

“Por entonces, navegabas y podías percibir la cercanía de una patera. Es un olor muy particular, una mezcla de gasolina, orín, sudor y, a veces, putrefacción. Una vez nos encontramos a 13 muertos dentro de una”, explica este hombre que, asegura, sigue emocionándose cuando ve al barco de Salvamento partir del puerto. “Cuando nos decían que había patera, a mí y a mis compañeros nos empezaban a temblar las piernas. Ya sabíamos lo que nos podíamos encontrar, además del riesgo, porque cuando estás rescatando, si vuelcan, intentan agarrarse a cualquier cosa, incluidas tus piernas. Llevamos arneses, pero a veces no nos daba tiempo de ponérnoslos. He visto morir a más de 50 o 60 personas, incluidos niños”.

Tras las jornadas más duras, a Antonio le costaba conciliar el sueño. “Llegaba a casa y no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Y como yo, mis compañeros. Más de una vez pensamos en tirar la toalla. Si no hubiese sido por el apoyo de mi mujer y de mis hijos, lo hubiera hecho. Ahora me alegro, porque salvamos muchas vidas”. 

Cementerio de Gran Tarajal, en Tinueje, Fuerteventura. P.S.

Desde aquel 21 de diciembre de 2001, nada volvió a ser igual para los habitantes de esta localidad, como ejemplifica la familia de Antonio. “Una vez iba navegando con mi niño pequeño y empezó a decirme ‘Papá, papá, he visto unos pies flotando’. Dos días atrás había habido un gran naufragio, así que pensaba que estaba todavía con eso en la cabeza. Pero no, volvimos y había un cuerpo”. En otra ocasión, Antonio se fue con su mujer y sus hijos a la casa que tienen en la playa de Jacomar, a media hora en coche desde Gran Tarajal. “No podíamos más, necesitábamos despejar la cabeza. Pero era así, te ibas a otra zona de la isla y te encontrabas con más muertos. Llegamos y me fui a ver si pescaba algo para la cena. Cuando llevaba un rato andando, me encontré cinco cuerpos en una cala. Los recuperamos con la Guardia Civil, pero nos dijeron que faltaba un niño de un año. Por la tarde seguí buscando y encontré otros 11 cadáveres. Pero no al niño. Seguí buscando hasta que lo encontré”. 

Antonio Ferrera en el puerto de Gran Tarajal. P.S.

En estos veinte años siendo testigo en primera línea del desastre humanitario provocado por el cierre de fronteras dictado por la Unión Europa, Antonio constata un cambio en la actitud de la población local. “Antes, llegaba una patera y el puerto se llenaba de personas para auxiliarlas. Ahora dicen ‘otra patera más’ casi con hartazgo. Pero el que no lo ve no lo siente. Escribí un diario con cada uno de los rescates. Podría contarte del primero al último. Lo que vivimos aquí no se puede olvidar”.  

Mientras Antonio camina hacia su casa, la característica noria del paseo marítimo de Gran Tarajal sigue girando. Como lo sigue haciendo el Faro de la Entallada, que corona uno de sus riscos, y hacia cuya luz ponían rumbo los patrones de las primeras pateras que partieron de El Aaiún.

Faro de la Entallada. P.S.

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