Opinión
Cuatro suicidios
Las muertes prematuras de Simone Weil, Stefan Zweig, Walter Benjamin y Paul Celan encierran una verdad profunda sobre la condición humana. Todos ellos se leen y se reeditan en este momento
La vida del autor del Libro de los pasajes se ahogó en morfina en un hotel de Portbou, desesperado por el acecho de la Gestapo, del que ya no se creía capaz de escapar (aunque hubiera podido). La vida del autor de El mundo de ayer cesó en Brasil, muerte, en este caso, preparada con calma: el suicidio de quien, aun a salvo, muy lejos de los frentes de guerra y los campos de exterminio, creía irreversible la victoria de los nazis y no quería vivir, aunque fuera a salvo, en un mundo gobernado por la esvástica; o tal vez no creyera irreversible la victoria de los nazis, pero no quería vivir en la Europa sí irremediablemente arrasada, destruida, por la derrota tardía y las victorias parciales de los nazis.
La vida de la autora de La gravedad y la gracia se consumió en Londres, de una tuberculosis agravada por su decisión de compartir las peores penurias del pueblo acosado por la segunda guerra mundial, y no alimentarse lo suficiente: en el fondo, otro cierto suicidio. La vida del autor de Todesfuge se arrojó al Sena el 20 de abril de 1970, mucho después del final de la segunda Gran Guerra, pero, sin lugar a dudas, con la segunda Gran Guerra empujándolo a saltar desde el puente Mirabeau: la muerte fue un maestro alemán —también rumano— para sus padres, disueltos en la ancha tumba del aire de la Transdniestria.
Cuatro judíos geniales; cuatro muertes prematuras relacionadas con la segunda Gran Guerra, y entre ellas, se nos ocurre, una ligazón invisible que es la de una verdad profunda y dolorosa sobre la condición humana; cuatro desgracias que cada uno de ellos representa y son alguna vez la desgracia de todo hombre, de toda mujer; la intrínseca desgracia de ser humanos.
Representa Weil la desgracia de la compasión; Benjamin, la desgracia de la desesperación; Zweig, la desgracia de la sensibilidad; la desgracia del recuerdo Celan. Todos ellos, la desgracia del origen, la de la inteligencia, la del regalo envenenado de la conciencia sapiens. El nazismo, el fascismo, fueron la apoteosis monstruosa del odio a todo eso. De todo eso iría el antifascismo: una sensibilidad desesperada, una compasión inteligente y memoriosa.
No es casual que en estos días en que el Ángel de la Historia que Benjamin imaginó a partir de un dibujo de Klee ve amontonarse una nueva catástrofe ante sí, y el aire que se enreda en sus alas le impide correr a reconstruir lo que se destruye, reverdezca el recuerdo de estos cuatro autores: sus obras se reeditan y se venden, son citados por doquier, por doquier se advierte en ellos y en sus textos el signo de exclamación de la advertencia más apremiante. «Ocurrió: por ende, puede volver a ocurrir», dijo Primo Levi; el día cada vez se parece más a un turbador «ocurrió, y está volviendo a ocurrir».
Benjamin cuenta en alguna parte que en 1927 visitó en Moscú una fábrica modelo que producía bramante y bandas elásticas; y al entrar se topó con que, a la vera de las máquinas apagadas, las trabajadoras trenzaban las hebras a mano igual que un siglo atrás. Algo así es nuestro siglo: intramuros de un cascarón de técnica rutilante y promesas de redención hecha de ceros y unos, las moiras de siempre hilan el hilo de siempre en la rueca de nuestra aviesa antropología.
Ocurrió, ocurrirá por ende. Pero al fondo de la caja, cuando los monstruos son liberados, queda coleando siempre, nos contaron los griegos, la esperanza, y eso es antropología también. Ocurrieron los nazis: ocurrió también su capitulación. La guerra que comenzó con el suicidio de Benjamin concluyó con el de Hitler. Hubo, pese a todo, poesía después de Auschwitz. No nos suicidemos a nuestra vez.
¿Que opinarían hoy estos geniales judíos del apartheid israelita, de la invasión y genocidio que está cometiendo Israel contra Palestina?
Hablando de la condición humana, no se si será la edad que me hace ser pesimista o que verdaderamente nunca ha estado tan deshumanizada como ahora.
Con los gurús del mundo capitalista que ves como han sabido «colonizar» mentes y conciencias poco lugar queda para la esperanza en un mañana mejor.