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“Gracias, Almudena Grandes”

"Gracias”, “Sin memoria no hay democracia” o “Estas son nuestras armas” alzando sus libros, han sido algunos de los cánticos que sus lectores y lectoras han coreado durante el entierro de la escritora en el madrileño cementerio civil de La Almudena.

Cientos de personas han recibido los restos de Almudena Grandes en el cementerio alzando sus libros (Patricia Simón)

Abrazados a sus libros, en silencio, con los ojos vidriosos la mayoría, enjugándose las lágrimas muchos y muchas, recios ante el corazón helado que les ha dejado la muerte de su escritora, cientos de personas han esperado desde antes de las once de la mañana la llegada del cortejo fúnebre con sus restos. Una iniciativa lanzada el domingo por el periodista Ramón Lobo a través de su cuenta de Twitter, siguiendo el ejemplo de la despedida recibida en Lisboa por el también escritor José Saramago.

Durante más de una hora, varios centenares de hombres y mujeres de todas las edades ha permanecido en silencio en pie, con la mirada puesta en la entrada del camposanto y la atención en las palabras escritas o habladas de su admirada y querida Almudena Grandes. Porque “si no hay amor sin admiración”, como ella sostenía, y como hoy rezaba la pancarta que encabezaba el lugar de su sepulcro, pocas escritoras han sido, además de tan admiradas, tan queridas.

Un amor lleno de respeto y agradecimiento. El respeto por haber tratado con la dignidad que el Estado nunca les brindó a los perdedores de la guerra, los familiares de los asistentes, la genealogía de un país. El agradecimiento por haberlo hecho con la mayor de las cotas de calidad literaria posibles, con la entrega y perseverancia necesarias para crear una obra tan colosal como Episodios de una guerra interminable, y por sembrar justicia, memoria y dignidad no sólo desde el teclado de su ordenador, sino desde todos los micrófonos, megáfonos y tribunas a los que tuvo acceso. 

Paloma Recio y Toñi Tardón son cuñadas y amigas del alma. Recio fue una de las primeras ingresadas en una UCI madrileña por el coronavirus y Tardón, que nunca fue muy expresiva, cuando salió del coma, le dijo que si se hubiese muerto ella, se hubieran muerto con ella todos los demás. “Hay gente de la que dependemos tanto”, sostiene. Y entonces Paloma Recio, profesora de escritura creativa, mira alrededor y dice, “Fíjate, cómo tiraba Grandes de nosotras. Era una grande y espero reponerme de esto. Voy a volver a leerme toda su obra porque se lo merece y me lo merezco”. 

Entre estas tumbas, los rostros son de turbación por la muerte de alguien que engendró y difundió como nadie su historia del siglo XX, la que había sido ninguneada, manipulada, desaparecida, sepultada, borrada. Una cultura corpórea, orgánica, que ahora hace que Rafael Campos, actor, tome la palabra cuando le pregunto a la amiga que le acompaña, que se disculpa por no poder hablar antes de romper a llorar. “Su obra es enorme e inmensa en todos los sentidos. Era una de nosotros, nos representaba a todos, era una mujer muy avanzada para su tiempo. Deja un vacío enorme y la vamos a echar muchísimo de menos”. 

Para quienes se han acercado hasta el cementerio de La Almudena y para muchos de sus millones de lectores en todo el mundo, Grandes se había convertido en una figura protectora y legitimadora frente a los indignos e infames que siguen apoyando a los genocidas u omitiendo el deber de la justicia, la verdad y la reparación. “La memoria es nuestro motor, sin memoria no somos nada. Ella la ha recuperado desde el punto de vista más humilde y más corriente. Yo he visto representados a mis padres, a mis abuelos... Es una obra viva que vivirá siempre”, explica Campos. 

A unos metros de él, sentado en una tumba, Roberto Alonso Hucha, un ingeniero naval de 74 años, lee La Madre de Frankenstein. “Me ha emocionado mucho entrar en el cementerio y ver la tumba de Dolores Ibarruri, de Marcos Ana, gente así es la esperanza de que la humanidad tiene futuro”, explica este militante comunista y miembro de Comisiones Obreras. “Almudena ha sido una persona muy importante para mí por su compromiso social, político, por su lucha por una sociedad más justa en la que los opresores pasen a ser iguales que los oprimidos. Me parece una persona digna de ser recordada”. 

No hay rastro de histrionismo en este acto y sí mucha contención emocional. También entre los más jóvenes, que son muchos entre los asistentes. Uno de ellos, Jorge Marrero, estudiante de Historia del arte de 20 años, explica que su obra le ha ayudado a construir su pensamiento crítico. “He encontrado un relato de los perdedores, de los que realmente sufrieron durante y tras la guerra, que me ha ayudado a comprender este periodo que, al ser tan reciente, normalmente no se llega a estudiar en el instituto”. 

Olga Alvarado, también una estudiante veinteañera, se enamoró de la lectura a los 13 años leyendo Inés y la alegría. “Siento que le quedaba mucho por hacer y que a mí me quedaba mucho por aprender de ella leyéndola”. Alvarado sostiene que se edificó como mujer feminista, de izquierdas y apasionada por el conocimiento gracias a su adorada escritora.

En frente de ella, esperando al otro lado del camino por donde, en unos minutos, pasarán seis coches fúnebres –los necesarios para trasladar el ataúd pero también las decenas de coronas que le han enviado–, se encuentra Julián Rebollo. Este hombre de 81 años es uno de los miembros de la Plataforma contra la impunidad del franquismo, que desde 2010, se manifiesta todos los jueves en la Puerta del Sol.

El lector y activista sostiene, junto a sus compañeros, una pancarta con los rostros en blanco y negro de sus cientos de familiares desaparecidos. “Tengo un tío que murió en el campo de concentración de Mauthausen y otro que mataron en Madrid. Estamos aquí en agradecimiento por todo lo que dijo y escribió en sus libros sobre los republicanos. El próximo jueves haremos un homenaje en su memoria. Ha sido de las personas que más nos han ayudado a nosotros y a nuestros familiares”, cuenta, cargado con una mochila y abrigado con una boina. Nos sobrevuela una desolación por su pérdida que es también la desolación de un país asentado sobre la ignominia y la indecencia: el olvido por imposición, la impunidad por decreto.

Pasadas las doce y diez del mediodía, la comitiva funeraria ha sido recibida por un cerrado aplauso, con el que la multitud la ha seguido hasta el lugar en el que iba a recibir sepultura. Allí, junto a dos grandes retratos de la escritora, la cantante y actriz Ana Belén ha leído un texto de la escritora: «Entonces me di cuenta de la clase de país en el que había nacido (…)Teníamos que aprender a ser tan modernas como lo habían sido nuestras abuelas». A continuación, se ha leído el poema de su compañero y padre de sus hijos, Luis García Montero, La ausencia es una forma de invierno. Escrito en 2015, estos versos que ha elegido el escritor para despedir a su amadísima Almudena, terminan así: 

Así duele una noche,

con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,

con esa misma nieve que me ha dejado en blanco, pues todo se me olvida

si tengo que aprender a recordarte.

García Montero, acompañado por sus hijos y amigos, ha depositado junto al ataud su poemario Completamente viernes, publicado en 1998, y con el que varias generaciones nos introdujimos en un imaginario poético en el que la pasión de un hombre por una mujer podía ser desde la igualdad, la admiración y el respeto. Una pareja que siempre hizo pedagogía de la camaradería y la devoción el uno por el otro. También en el último tuit publicado por García Montero:

«Gracias por todo el cariño en la muerte de Almudena. Supongo que estar hundido es un modo de seguir enamorado y de empezar una nueva vida con el amor de siempre».

Mientras sus seres más cercanos y queridos depositaban flores y se despedían de ella en el sepulcro, el presidente, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta, Yolanda Díaz, entre muchos otros miembros del Gobierno del país, presentaban sus condolencias a los familiares. Entonces, sus lectores le dedicaron compungidos “Gracias”, corearon “Sin memoria no hay democracia”, arroparon al viudo con “Te queremos, Luis” y, finalmente, alzaron sus libros, a los que habían acunado hasta ese momento como quien busca consuelo en sus palabras, para gritar “Estas son nuestras armas”. 

Un funeral de Estado orquestado y protagonizado por sus lectores y lectoras, por su comunidad de seguidores, por los perdedores de la guerra, a quien ella reconoció y dignificó en sus novelas, columnas y declaraciones, quienes siguen esperando a que la democracia les reconozca. Un homenaje de quienes necesitaban poder darle las gracias a su escritora, a su querida y admirada Almudena Grandes. 

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Comentarios
  1. Tenemos que conocer nuestra Historia, no podemos obviarla, las posibilidades de repetición, serían mucho más altas. El repunte del fascismo en todo el mundo, así nos lo está indicando, y a nosotros, nos está cogiendo muy poco preparados.
    Enrique Gómez (ARMHA)

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