Cultura
“Sólo queremos tenerlo en casa y descansar”
Eneko Etxeberria protagoniza ‘Historia de un volante’, un documental que narra sus esfuerzos por recuperar el cuerpo de su hermano José Miguel, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas desaparecido en 1980.
Han pasado 41 años desde la desaparición de su hermano y a Eneko Etxeberria aún se le humedecen los ojos cuando habla de él. José Miguel Etxeberria Álvarez, conocido con el apodo de Naparra, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, desapareció sin dejar rastro el 11 de junio de 1980 en el País Vasco francés. «El verbo desaparecer tampoco es preciso. Le hicieron desaparecer», puntualiza Eneko. La mayoría de los indicios apuntan a una acción del Batallón Vasco Español, grupo terrorista de extrema derecha que llegó incluso a reivindicar el atentado varios meses después del suceso. ¿Pero dónde está su cuerpo? Eso es lo que pide Eneko, que le devuelvan sus restos, para que puedan descansar junto a los de su aita y su ama, Patxiku y Celes, que tanto sufrieron con su pérdida. «Yo ya ni siquiera pido sentar a nadie en el banquillo de los acusados. Al principio sí. Tenía dentro mucho odio y mucha furia. Ya no. Yo lo único que quiero es que se reconozca el daño causado, que se sepa lo que pasó, que se aclare», exige Eneko.
Iñaki Alforja e Iban Toledo han narrado su búsqueda de la verdad y su petición de justicia en el documental Historia de un volante, que llega hoy a los cines. El volante al que hace referencia el título es el del Simca que conducía Naparra cuando fue visto por última vez. El coche fue hallado por la policía francesa, que se lo devolvió a la familia sin buscar ni siquiera las huellas dactilares que pudiera haber en él, lo que revela la falta de celo de sus pesquisas. «La policía francesa sólo exploró una vía de investigación: la que hablaba de un ajuste de cuentas entre compañeros. Hizo caso omiso a la reivindicación del Batallón Vasco Español y cerró el caso en 1982», nos explica Eneko Etxeberria.
Desde el principio, la muerte de Naparra generó una gran controversia entre los diferentes grupos armados que actuaban en Euskal Herria por aquellos años. «Había hasta cinco: ETA militar, ETA político-militar, Comandos Autónomos, Iraultza e Iparretak, que estaba en Iparralde», enumera Eneko. Se dijo que fue la propia ETA quien lo asesinó. Sus diferencias ideológicas con la banda eran conocidas por todos.
Naparra era anarquista (hasta el punto de que sus amigos lo llamaban Bakunin, un autor cuyas obras devoraba), mientras que ETA, que no lo quería en sus filas y así se lo comunicó a mediados de los años setenta, era de corte marxista-leninista. Pero es muy improbable que estas desavenencias desembocaran en su asesinato. La banda lo negó en un comunicado y Eugenio Etxebeste, Antxon, se lo confirmó directamente a la familia. Enrike Zurutuza, exmiembro de los Comandos Autónomos, afirma en el documental que siempre supo, desde el primer momento, que la desaparición de Naparra fue obra de «los aparatos del Estado». «Siempre digo que sólo el Estado comete crímenes perfectos. De todos los demás quedan huellas», dice Zurutuza.
Según cuenta Iñaki Alforja, para estos exmiembros de aquellas organizaciones no ha sido fácil reabrir ese capítulo de su pasado y participar en el documental. «Había reticencias», confirma. «Y miedo, por qué no decirlo», añade Iban Toledo. «En la película se habla de casos que siguen abiertos y ellos ya tienen otras vidas». Alforja agradece, por ejemplo, la aportación de Antxon, importante dirigente en la ETA de entonces: «Fue él quien se entrevistó con la familia para ayudarles a esclarecer el caso. Y aunque no le apeteciera demasiado volver sobre lo ocurrido en aquellos años, para él era algo así como una obligación moral participar en la película».
La posibilidad, aunque incierta, de que ETA hubiera eliminado a José Miguel puso en el punto de mira a toda la familia Etxeberria. «Nosotros lo pasamos muy mal», le reprocha Eneko a Antxon en un momento del documental. «Han estado muy solos», añade Alforja. «A esta familia no la ha ayudado nadie. Fueron ellos, por su cuenta, los que se entrevistan con la cúpula de ETA, los que consiguen que la Audiencia Nacional no cierre la investigación, los que llevan el caso a la ONU, a Ginebra, para que se reconozca como un delito de lesa humanidad».
Otros casos similares
El de Naparra no es el único caso de desaparición forzosa que ha quedado sin resolver. «Está el de Pertur», empieza a enumerar Alforja. «Se dijo que detrás de su desaparición estaban los comandos Bereziak, una escisión de ETA político-militar, pero luego surgieron pistas que apuntaban a unos neofascistas italianos, unos mercenarios que trabajaban a sueldo del gobierno español. Todo eso se cuenta en otro documental, El año de todos los demonios, de Ángel Amigo». Y continúa: «Luego está el caso de Popo Larre, que tiene un enfrentamiento armado con la Gendarmería francesa y… nunca más se supo. También está Tomás Hernández, un veterano anarquista catalán. Para este caso hay varias hipótesis: desde que fue testigo de un atentado y lo eliminaron para borrar pistas hasta que algunas familias pudientes catalanas, ligadas al franquismo y muy influyentes, se aprovecharon de la guerra sucia que se estaba desarrollando en el País Vasco francés para vengarse de él por su participación en las checas, durante la guerra civil».
En aquella época y en aquel lugar, cualquier cosa podía pasar. Se dio el caso de tres jóvenes gallegos (José Humberto Fouz, Jorge García Carneiro y Fernando Quiroga) que cruzaron a San Juan de Luz para ver El último tango en París y desaparecieron sin dejar rastro. Se cree que estaban, inadvertidamente, con miembros de ETA en un bar y que cayeron junto a ellos en un atentado. Son sólo algunos ejemplos. Hay más y, como ocurrió con Naparra, sigue sin conocerse la ubicación de los cuerpos. Se podría decir que el caso de Lasa y Zabala, asesinados por los GAL y cuyos restos fueron encontrados en Alicante e identificados 12 años después de su desaparición, es una excepción. ¿La razón? La falta de interés de las fuerzas policiales. Sólo en la calle Pannecau, de Bayona, se produjeron decenas de asesinatos que la policía francesa no ha querido investigar. Ni la española, por supuesto.
En el caso de Naparra aparecen de fondo dos sórdidos personajes. Uno es Jean-Pierre Cherid, ex miembro de la OAS relacionado con todos los grupos terroristas de ultraderecha de la época. «Ana María Pascual, que formaba parte del equipo de investigación de Interviú, escribió un libro sobre él: Cherid. Un sicario en las cloacas del Estado», apunta Eneko Etxeberria. Cherid murió manipulando un explosivo durante la preparación de un atentado en 1984. Trabajó para el Batallón Vasco Español y para los GAL. «Que son lo mismo. Pasaban de un grupo a otro. Eso sólo son siglas», aclara Iban Toledo. El otro personaje es Julio Cabezas Centeno, alias Escaleras, un infiltrado en los Comandos Autónomos. Su prima, Teresa Rilo, estaba casada con Cherid.
«Escaleras fue capturado por la policía. El mismo Billy el Niño se encargó de darle una paliza tremenda en comisaría. Lo trasladaron a la cárcel de Soria, donde había varios milis y miembros de los Comandos Autónomos, que le dan otra paliza de la que sale vivo de milagro. Se dice que fue una maniobra para captarlo. Así es como el Estado consigue atraerlo para que empiece a trabajar en la guerra sucia, mano a mano con Cherid. Se les relaciona con el atentado del bar Hendayais, en 1980, entre otros muchos. Lo que ganaba con la guerra sucia se lo gastaba en droga. Murió a finales de los ochenta, yonqui perdido», explica Iban Toledo. La presunta cercanía de Cherid y Escaleras a las Fuerzas de Seguridad del Estado explica, en buena medida, por qué la desaparición de Naparra no fue nunca investigada en serio.
La búsqueda continúa
Sólo muchos años después, la familia pudo conseguir que se inspeccionara la zona en la que, supuestamente, fue enterrado José Miguel. El antropólogo forense Francisco Etxeberria participó en las tareas de excavación. Sin resultado. Las coordenadas facilitadas por un exagente del CESID no resultaron correctas. La búsqueda continúa y el documental Historia de un volante es, de alguna manera, una herramienta para que la investigación siga viva. Quizás alguien, después de verlo, pueda aportar alguna pista. «Es que si no te mueves, esto solo no se va a solucionar», dice Eneko.
«También se podría avanzar solicitando documentación que está bajo la ley de secretos oficiales. Pero no parece que haya mucha voluntad –añade–. Se sigue hablando de plazos de 50 años, algo que no ocurre en ningún lugar del mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, se está empezando a desclasificar información relacionada con el 11-S, por la petición de familiares de las víctimas. De todas formas, aquí la potestad para desclasificar documentos la tiene el propio Gobierno. El Consejo de Ministros, tras un requerimiento judicial, podría hacerlo si quisiera».
Lo que falta, según Eneko, es voluntad política. «Y valentía», agrega. «Si es que todavía se está buscando a la gente desaparecida en el 36, cuando hay archivos militares e información que podrían ayudar a los nietos a encontrarlos. Y Naciones Unidas esto lo tiene muy claro: la desaparición forzosa es un hecho delictivo que es continuo en el tiempo. No prescribe. Los delitos de lesa humanidad no prescriben. Y tanto España como Francia han firmado tratados internacionales en los que reconocen la naturaleza de estos delitos».
El rodaje del documental ha durado más de tres años. Empieza con la fiesta de cumpleaños de Celes, madre de José Miguel y Eneko, brindando por la decisión del juez Ismael Moreno de firmar una comisión rogatoria para que Francia realizase una segunda excavación. Pero ella no ha podido ver el final de esta historia, que sigue inconclusa a día de hoy. Murió en 2018. «Nos hemos abierto ante la cámara y ha sido muy, muy duro», asegura Eneko. «Por los recuerdos. Por remover el pasado. Pero yo creía que era algo necesario, y mi madre también. Más que nada para dejar un testimonio. Para que gente que no ha vivido aquella época sepa qué es lo que pasó».
Confiesa que no es capaz de aventurar cuál hubiera sido la evolución ideológica de José Miguel. «Ni siquiera soy capaz de imaginar qué aspecto tendría hoy. Tendría 63 años. Pero yo siempre tengo en la cabeza su imagen de entonces, la de un chaval de 22…», dice mientras le tiembla la voz. «A ver si podemos descansar algún día. Eso es lo que queremos. Por lo menos tenerlo en casa y descansar».
‘Historia de un volante’ se estrena en cines el viernes 19 de noviembre.
El terrorismo es la guerra de los pobres, la guerra es el terrorismo de los ricos».
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Incluso un fascista como Aznar, denominó a ETA como «Movimiento Vasco de Liberación».
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…igual que con el caso de Enric Marco –impostor que después de haber trabajado para los nazis se hizo pasar como superviviente del holocausto–, se ha desperdiciado un nuevo filón de alta significación política, sociológica, histórica y moral con el caso de Manel Monteagudo. habrían podido tener la virtud de poner a España (y Catalunya) ante el espejo de su historia reciente. Es decir, la historia comatosa de unos muertos vivientes. Es decir, un estado de catatonía diseñado para justificar movimientos que, con los sentidos vivos de la conciencia democrática, habrían sido injustificables:
Hablamos de una Transición habilitada para que los verdugos no tuvieran que rendir cuentas. Unos GAL con la equis que todavía parpadea. Un 23-F protegido como documento clasificado. Un rey disculpado a través de un ejercicio demagia potagia . Una inmersión lingüística que no lo era. Balanzas fiscales escondidas. Una mesa de negociación que es un holograma. Un imán terrorista vinculado al CNI. Un 1-O reducido a hechicería. Una izquierda cómplice de la represión totalitaria contra el independentismo y que por eso mismo trabaja afanosamente en el conjuro de hacer creer que el independentismo es ultraderecha…
(Lluís Muntada: Monteagudo, españyol de l’época)