Opinión
Just say no
"La responsabilidad individual no es una mala idea si uno quiere cortocircuitar la movilidad social", sostiene Jorge Dioni
La versión más extendida dice que la campaña surgió durante una visita a un centro de educación infantil en Oakland (California) tras la investidura como presidente de su marido en 1981. Una niña se acercó a Nancy Reagan y le preguntó qué podía hacer si alguien le ofrecía droga. «Di que no» (Just Say no), habría respondido. Aceptemos el mito. En 1982, Nancy Reagan lanzó una potente campaña con ese eslogan que completaba el “di no a las drogas” con un “di sí a la vida”. En uno de los anuncios, aparecía junto a Clint Eastwood.
En 1982, Estados Unidos llevaba ya once años de Guerra contra las Drogas. Nixon había lanzado su campaña en 1971, cuando la heroína comenzaba a ganar terreno a las recreativas, LSD y marihuana. El primer director de la Oficina Especial de Acción para Combatir la Adicción a las Drogas, Jeffrey Donfeld, había presentado en los 70 un plan con tres ideas: presionar a los países productores, quitar el glamour que tenía entonces el consumo y ayudar a los adictos a través, por ejemplo, de los tratamientos con metadona.
Es probable que las buenas intenciones se disolvieran frente al poder que las drogas adquirieron dentro de los equilibrios de poder externos o internos. El gran tráfico como forma de financiar estructuras aliadas dentro de la Guerra Fría, como la Contra nicaragüense, y el pequeño tráfico como sistema para degradar comunidades reivindicativas. Quizá, la realidad se abre paso sin necesidad de ninguna mano negra que la empuje. Lo interesante es el cambio de mentalidad que se produce del enfoque de Donfeld al de Reagan: la responsabilidad individual.
Todo es un mercado
La visión de Reagan es maoísmo mercadista: si se acaba la demanda, se acaba la oferta. Chimpum. “Los vendedores tienen que saber que los queremos fuera de nuestras escuelas, de nuestros vecindarios, de nuestras vidas. Y la única manera de hacerlo es manteniendo al cliente alejado del producto”, decía Nancy Reagan. El tono de los anuncios no dista mucho de los actuales libros de autoayuda: “Las drogas roban los sueños de los niños y los reemplazan por pesadillas” o “depende de nosotros cambiar las actitudes”. Es decir, si tienes un problema es que no te has esforzado lo bastante.
La campaña realizaba un movimiento que hoy nos parece lógico: transformar un problema social en personal, es decir, que todo depende de tu actitud. Si usted no tiene trabajo, no se ha reinventado; si su hijo tiene problemas en el colegio, no se ha esforzado ni ustedes lo han ayudado. Las situaciones colectivas, como la pobreza, el desempleo o el urbanismo, son irrelevantes. Como sostiene el periodista Michael McGrath, el programa colocaba sobre los hombros de cada individuo el peso de una industria clandestina intratable que manejaba miles de millones de dólares. “Al igual que la educación sexual basada en la abstinencia, el ‘just say no’ difunde el miedo y la ignorancia en lugar de la información, colocando toda la responsabilidad en el individuo y negándole las herramientas que necesita para tomar sus decisiones”. Es decir, sálvese quien pueda. La sociedad ya no es una comunidad, sino la suma de las decisiones individuales cada uno de sus miembros. Es decir, un mercado.
Los problemas no tienen contexto, sino emoción. El secreto es desear que las cosas sucedan. No importa la situación de los padres, la ratio de alumnado o la situación del barrio. Si uno quiere, puede. Hay decenas de ejemplos inspiradores y sólo necesitas encontrar el tuyo. Da igual que vivas en las casas baratas de Baltimore oeste o en Beverly Hills 90210. Si te drogas, es que has dicho que sí. Si el problema es personal, una buena opción es el castigo. La visión punitivista provocó un aumento exponencial de la población encarcelada o con antecedentes; sobre todo, entre los afroamericanos y los hispanos. La responsabilidad individual no es una mala idea si uno quiere cortocircuitar la movilidad social.
La gran epidemia de crack comenzó en 1984, dos años después de la campaña de Nancy Reagan. El crack, una pasta de cocaína barata y sencilla de producir, asumía el excedente de fariña que llegaba a Estados Unidos. Era la gran época de los cárteles colombianos. De hecho, su bajo precio hizo que se multiplicasen los emprendedores con capacidad para entrar en el negocio y, por tanto, las guerras entre los mismos. Entre 1984 y 1994, la tasa de homicidios de varones afroamericanos entre 14 y 24 años se duplicó. También aumentaron los arrestos, la población reclusa, la mortalidad fetal o los niños en régimen de acogida. Pero, tras el cambio de modelo, ya no era una crisis de salud pública, sino un fracaso personal. Cuestiones como el aumento de la segregación escolar o la desindustrialización formaban parte de un contexto irrelevante para ese deseo de superación personal.
No ha habido cambios, salvo la profundización en el modelo individualista y punitivista de sálvese quien pueda. Entre 2006 y 2016, las compañías farmacéuticas de Estados Unidos colocaron en el mercado alrededor de 76.000 millones de analgésicos con opioides. La epidemia llegó a tal punto que, en octubre de 2017, el presidente Trump la calificó de emergencia médica. Y ya. Usted sabe que eso es malo. Si lo consume, es porque quiere. Tiene que hacer frente a su responsabilidad. Es interesante que el esquema no sirva para el sector privado, periódicamente rescatado por el sector público.
Distancia, manos, mascarilla
Siguiendo el modelo de Nancy Reagan, las administraciones también han optado por colocar sobre los hombros de cada individuo el peso de una pandemia intratable que ha matado a millones de personas. Es obvio que el control de una enfermedad necesita de ciertas actitudes individuales, pero no todo puede reducirse a eso, salvo que asumas que la sociedad ya no es una comunidad, sino la suma de decisiones personales; es decir, un mercado. La diferencia entre derecha e izquierda no es estética, no son las guerras culturales, sino un modelo social y económico: redistribución o acumulación, comunidad o dispersión.
Tras el discurso inicial de reforzar los servicios públicos, la mayoría de medidas ha ido por otro lado: la responsabilidad individual. Las campañas de las administraciones e incluso sus discursos se centraban en los comportamientos personales: si te saltas las medidas, lo paga quien más quieres. La administración puede cerrar centros de salud, subir las ratios en los colegios, despedir a personal sanitario, no tomar ninguna medida e incluso firmar un protocolo para no hospitalizar a determinados grupos, pero la responsabilidad de enfermar es de cada persona.
La clave es asumir esta última parte. El resto viene solo. Si las soluciones para un problema público y colectivo son privadas e individuales, sólo queda aplaudir a Nancy Reagan y a su esposo. Una vez que se asume que el mundo se construye con decisiones individuales, es más fácil acabar con los servicios públicos porque pertenecen a otro mundo. Si la solución para la movilidad son peajes o la solución para un desastre natural son donaciones es que la sociedad ya no existe. Todo es un mercado. Y, en los mercados, no hay política, sino gestión.