Cultura

Ni ‘Frozens’ ni ‘Vaianas’ ni ‘Rayas’. Benito Zambrano se fija en Anna, Marina y Lola (y en Pipi Calzaslargas)

El director de cine estrena en el Festival de Sevilla 'Pan de limón con semillas de amapola': "Nosotros no somos la élite, somos los hijos de la clase trabajadora y estamos salvando el mundo"

Pan de limón con semillas de amapola.

Lleno el teatro Lope de Vega. Arriba, sobre el escenario, las artistas, radiantes, con ganas de bajarse –eso decían– a ver la película en la que han participado y que está a punto de estrenarse en el Festival de Sevilla. Abajo, el público, expectante, en sus butacas a oscuras, espera la proyección. «¿Podéis bajar la luz de sala, que yo vea los ojos de la gente?», preguntó desde el escenario Benito Zambrano. Es el cineasta que, con Solas (1999), demostró que Andalucía puede contarse a sí misma y contar, a la vez, una historia universal, dijo del director lebrijano, poco antes, la presentadora del evento. La luz subió un poquito en el patio de butacas. Y Zambrano hizo con el público lo que hace con su cine: mirar de frente. En una breve intervención, resumió, sin hablar de la película –»la película tiene que defenderse sola», aclaró–, el fondo de la misma, que no es otra cosa que el fondo de su pensamiento. 

Dígamoslo desde el principio. Pan de limón con semillas de amapola es una película protagonizada por mujeres, sí, pero es, además, una película feminista. Sin eslóganes. Es feminista por lo que representa la lucha de cada una de las mujeres que sale en la pantalla, incluso de las que no salen. Que no son Frozens, ni Vaianas ni Rayas. «Disney está vendiendo quizá un tipo de mujer que no sé si es sano. Son niñas de las clases de élite: Frozen es princesa; las otras dos, hijas del jefe. Nosotros no somos la élite, somos los hijos de la clase trabajadora y estamos salvando el mundo«, afirmó Zambrano.  

Y esa es, por ejemplo, la médico cooperante cuyos orígenes descubre en un viaje que comienza y acaba en una panadería. Y es también la joven que comprende que tiene que estudiar o buscarse la vida por ella misma, que no puede depender de nadie. Lo es la abuela que no pudo ser panadera. Lo es, y mucho, la mujer que se da cuenta de que vive subyugada a su marido; la mujer que cambió de profesión y que ayuda ahora a otras mujeres mientras se toma una copa. Las trabajadoras y las monjas de un hospital africano. Y lo es, por supuesto, la bebé Adina, que quiere decir, para no caer en spoilers: ella se ha salvado. 

«Si Solas fue un homenaje a la mujer rural, trabajadora y luchadora, esta es una continuación», añadió el cineasta, quien aseguró que, después de ver muchas pelis con su niña de cinco años y medio, había estado reflexionando bastante sobre Pipi Calzaslargas. «Una niña libre, anárquica, que no se dejaba llevar por las convenciones. Muy ecologista, amaba a su caballo y a su mono. Una niña alegre, solidaria, libre, cachonda, humanitaria, sin que tenga que coger una catana. Yo quiero que mi hija sea así. Que pida perdón antes que permiso», añadió. 

Eva Martín, Benito Zambrano y Elia Galera. Festival de Cine de Sevilla

La película, protagonizada por Elia Galera y Eva Martín, se basa en la novela del mismo nombre de Cristina Campos, cuya idea central es el reencuentro de dos hermanas que tienen que gestionar una panadería que le han dejado en herencia en un pueblo de Mallorca. En ella se habla de la amistad, de la familia, de la maternidad y la no maternidad, de las despedidas, de las renuncias, del trabajo, de hermandad y reconciliación… De la muerte y de la vida. «Solo se vive una vez, no la desaproveches», dice una de las protagonistas.

La cinta, que vuelve a recoger valores universales desde la cotidianidad, supone también una reflexión en torno a las leyes y su dudosa legitimidad en algunos casos, la bondad y la ética. Pero, sobre todo, habla de la libertad para que cada una haga lo que le dé la gana.

Al estreno acudió un nutrido grupo de mujeres, en su mayoría andaluzas, de distintos ámbitos: política, activismo, cultura, periodismo… A ellas y a su tribu de mujeres dedicó Zambrano la película, que pidió que viésemos como antes, en familia, en torno a la mesa, con el recuerdo aromático y cálido, único, que deja en cualquier persona el pan recién hecho. Porque, efectivamente, la película tiene un inconveniente para ser vista en el cine: que las lágrimas –saladas como el pan de limón– pueden destrozarte la mascarilla. El hombre que tenía a mi lado no paró de llorar.

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