Pensamiento
Le importa poco el invierno a su dueño
"Si no eres rentista tienes que trabajar. Tienes que madrugar, sudar, pasar frío, cansancio, sentir estrés...", escribe Ignacio Pato
La calle huele a castañas. Apetece un café pero ya es tarde para la cafeína. Abrigo desabrochado, pero abrigo. Las bocas de metro tragan y vomitan personas como tú. A paso ligero, unas bajan mandando audios, otras suben mirando el Maps, quizá con cita en una primera clase de yoga en un barrio desconocido. Algunas echan un ojo en las notas a la lista de la compra para comprobar que no haya ninguna falta sensible: leche, pan de molde, papel. Hoy no da tiempo a meter la cabeza bajo las leds del super, o no hay ganas o solo las hay de derrumbarse en el sofá.
La cena y los tapers de la semana están hechos. Fueron preparados de noche, un domingo por la tarde que traicionaba esa palabra porque ya estaba oscuro, típico día de ducha tardía para poder conciliar el sueño antes de otro laborable, ducha caliente, ansiolítico de austeros y enemigos de la química. Dependiendo de las fuerzas y determinación de cada uno a preservar el propio tiempo libre, los lunes tienden a instalarse en nuestro pecho antes de que acabe el domingo. No ocurre nunca a la inversa. Ya es de noche por la tarde.
El cambio al horario de invierno no es el problema. O no lo sería si a un domingo no le siguiera un lunes. Que a las tres fueran las dos y que nos pillase un sábado bailando es lo de menos, lo importante es que vuelve a recordarnos la cantidad de horas de nuestra vida que el mercado laboral se lleva. No hay negociación posible ahí: si no eres rentista tienes que trabajar. Tienes que madrugar, sudar, pasar frío, cansancio, sentir estrés, quizá ansiedad, cancelar planes, cuadrar cuentas, confiar demasiado, desconfiar otro tanto, morderte la lengua, absorber daño, tragártelo y llevártelo a casa, pagarlo donde no toca en el peor de los casos.
Todo eso es posible y no precisamente por la labor que desempeñamos a cambio de dinero, no, ninguna de esas incomodidades, contratiempos o heridas tienen por qué ir asociadas a la tarea de organizar un almacén, servir una barra o teclear datos en una oficina. Es que de blindar esa actividad depende, así de seco y complicado, nuestra supervivencia. Ante la escasez de oportunidades, nos volvemos fundamentalistas de “lo nuestro”. Como en el caso de una hipoteca pendiente, como en el de la explotación mediática de nuestros miedos profundos, una nómina produce ideología. Y ahora para una gran mayoría de personas el tiempo en el que se la ganan se desarrolla en los próximos meses durante las horas de luz del día. Al salir, cuando se supondría reanudada la vida, lo que hay es oscuridad.
Por el camino a casa, entre semana, nos damos cuenta de que ninguna contaminación lumínica de ninguna ciudad, esa mezcla de alumbrado y reclamos publicitarios, ha conseguido jamás dejar de ser más deprimente que los rayos del sol. Las calles se vuelven puntos de calor de colores demasiado potentes o demasiado moribundas según el código postal. Las hileras de farolas señalan el camino de regreso al repliegue casero, no tanto hacia el disfrute pleno como a la recuperación de la jornada recién acabada y preparación de la de mañana. Hay portales de fincas medio vacías mejor iluminadas que muchos parques. Nada invita a permanecer demasiado tiempo en un lugar público. Ya ni siquiera en las terrazas, esas playas artificiales, espacios de explotación privada ganados al mar de lo común cuyo uso todos gozamos por otra parte. La oscuridad viene con frío, y este trae consigo su halo de respetabilidad, su sello de clase. Vestirse de largo tiene connotaciones elegantes, el abrigo cuanto más largo y grande mejor, aunque por momentos te cuezas en estas latitudes, una bufanda puede pintar de humano a un explotador y un chaleco lo mismo incluso a un verdugo.
No somos plantas, no hacemos la fotosíntesis, puede objetarse a estas líneas. Y, sin embargo, la mentira más recurrente de una promotora inmobiliaria, antes de que visitemos un piso, no es que esté construido sobre un cementerio indio -nuestro equivalente ibérico serían las fosas comunes de demócratas-, sino que es “muy luminoso”. El confinamiento dejó al descubierto el abismo de clase ya presente desde el más íntimo de los espacios, nuestros hogares. Algunos, compartiendo en un cuarto sin ventanas, o con la del salón dando a un patio interior, a duras penas le pueden llamar siquiera así. La última luz que vemos muchas noches antes de cerrar los ojos es la de una pantalla que promete recompensas morales pero escupe siempre más malestar paralizante que conectividad con los demás.
A la frase “a los españoles nos gusta cenar y acostarnos tarde” podríamos objetarle que, con una histórica y alargada jornada partida, “a los españoles nos obligan a salir del trabajo tarde”. Lo que hay entre salir por la puerta que secuestra nuestro sustento y cerrar los ojos es la vida misma. Nuestra voluntad no es un medio de producción. La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes, dijo el músico, pero ¿estamos seguros de que no es más bien lo que pasa mientras nos aliviamos o esquivamos, por unas pocas horas al día, unos planes externos, estructurales, con muchos y a la vez ningún responsable? El hábitat cultural en el que crecemos, con la extensa jornada laboral, se retrasa también. “¿Te quedaste ayer hasta el final de la peli?”, preguntábamos en el colegio. Varios partidos de fútbol a lo largo del año empiezan a las diez de la noche y ya es técnicamente el día siguiente, pasada la medianoche, cuando tiene su desenlace de un programa de cocina con niños de entre ocho y doce años. La contradicción a atacar es que irnos a la cama un martes de madrugada no es, en la mayoría de casos, una transgresión sino tiempo robado al descanso.
Con cada cambio de hora sucede lo mismo que con la economía o la salud mental. Que todo se llena de consejos paliativos en una sola dirección. Lo que con el dinero es “ahorra” o con las emociones es “aguanta”, con este horario no hay año que no sea un desfile de titulares sobre cómo optimizar el descanso. El responsable de no llegar a fin de mes, de romperse en dos o de desvelarse siempre acaba siendo el mismo. Cura, se nos ordena, tus heridas. Y hazlo eficientemente. Quien te corta es quien después te vende la tirita. Adáptate: finge, llora, duerme. Le importa poco el invierno a su dueño, coreamos al otro lado. Sería un drástico giro de guion que grandes cabeceras, en lugar de alimentar ese coaching de devastadora mezcla de ley de la jungla y culpa judeocristiana, aprovechasen para hablar de la jornada laboral de cuatro días. De, quizá, trabajar menos para hacerlo todos, de producir lo necesario y redistribuirlo también todo. Al fin y al cabo, pregunte el lector a su alrededor y seguramente comprobará que casi todo el mundo está o bien empleado más de lo que puede soportar o bien menos de lo que necesita. Y en la Cañada Real siguen sin luz.
El alineamiento mental degrada al hombre a la condición de un simple animal; pero eso no lo causa solo la derecha, con sus soflamas neo-liberales de clara herencia fascio-franquista; también la izquierda, con el tan cacareado marxismo-leninismo estalinista y anti-capitalista. ¿No sería mejor simplificar las cosas y dejar toda ideología política sujeta a la urgente necesidad de conseguir la paz en lo político y la justicia y la equidad en lo social? Los nacionalismos han arruinado el mundo con sus guerras injustificadas y atroces. ¡Basta ya! No queremos más guerras. Queremos justicia social y progreso, hay que dar un impulso a la investigación científica, recursos a la justicia y un gran empujón al avance de la robótica. El hombre de nuestro tiempo necesita tiempo para el ocio, para educar a sus hijos y jugar con ellos, la barbarie de mis años mozos (10 y 12 horas de duro trabajo para niños de 13 y 14 años) no debería repetirse jamás. Los robots pueden hacer el trabajo duro, y la redistribución de la riqueza debe dejar de ser una entelequia. Pero todo eso no puede llegar por la fuerza de las armas, causando muerte y destrucción, hay que convencer al hombre de que tales progresos son totalmente posibles y necesarios para que haya un futuro digno para la juventud y para la humanidad en general.
Tristes tiempos, sí; los mercados impusieron hace años sus reglas y la gente, cada vez más alienada, les dejamos hacer.
Impusieron en todos los terrenos la competitividad sobre la cooperación que antaño predominaba como regla de conducta.
No tienen freno y arrastran a una gigantesca masa acrítica que es lo que más miedo da.
Ya lo decía Julio Anguita hace tres décadas que más que el fascismo o el capitalismo lo que de verdad le daba miedo era el silencio de la gente.
En una década se han ido a «mejor vida» demasiadas personas válidas y luchadoras, yo me digo que al menos se ahorran el sufrimiento de ver que nos dejamos manejar como serviles marionetas.
El bien común, los bienes del pueblo: sanidad, educación, están en peligro, una legión de buitres especuladores sobrevuela para lanzarse sobre ellos. ¿Sabremos defender lo nuestro o dejaremos que acaben de saquearlo todo?
51 organizaciones apoyan Salvemos la Atención Primaria
Análisis y propuestas:
https://fadsp.es/wp-content/uploads/2021/11/ManifiestoAPdef-1.pdf
Medidas destacadas por las organizaciones adheridas:
https://fadsp.es/wp-content/uploads/2021/11/np3.11.21.pdf