Cultura
Un blues de mujeres tiernas como piedras
La editorial Antipersona dona los beneficios de 'Stone Butch Blues' a asociaciones LGTBI, causas antirracistas y sindicatos de clase.
La puerta por la que se entra a Stone Butch Blues es la puerta algo destartalada y medio oculta de un bar. Concretamente, del único bar de un pueblo grande de Estados Unidos en el que se reúne un grupo de lesbianas una noche cualquiera de principios de los años 1960. Entramos, de la mano de la novela, y vemos una escena que rara vez se nos ha mostrado desde una perspectiva que no sea la de fantasías ajenas: un puñado de butches, femmes y drag queens pasando el rato en torno a una barra, una gramola y una pista de baile. Faltan aún algunos años para que los disturbios de Stonewall saquen a las calles la necesidad de una lucha que en aquel momento era básicamente la de sobrevivir.
“Soy una butch, una marimacho. No sé si la gente que nos odia con todas sus fuerzas nos sigue llamando así”, se presenta la protagonista de este libro publicado por Leslie Feinberg en 1993 y traducido ahora al español por Judit del Río y Layla Martínez. Si, en los últimos años, algunas claves de la memoria LGTBI se han ido incorporando al imaginario más o menos mainstream a través de series como Pose o It’s a sin; Stone Butch Blues aporta a la construcción de ese relato colectivo una perspectiva que tiende a quedarse fuera hasta cuando hacemos genealogía. Al fin y al cabo, ¿qué tiene más probabilidad de verse relegado al silencio que un espacio habitado solo por mujeres, y encima por mujeres disidentes de todo lo que el mundo pide de ellas?
En esta y otras obras, Feinberg consiguió que fructificara su empeño de encontrar un modo de contar la historia de su comunidad, y de hacerlo con “palabras lo suficientemente bonitas como para que nos gustara decirlas en voz alta”. Su trabajo, junto al de otras autoras, fue fundamental para divulgar y hacer llegar a un público amplio buena parte de los conceptos y la terminología que se utilizan actualmente en los estudios de género y los estudios queer. Y en estos tiempos en los que el enfrentamiento entre luchas está a la orden del día, este es un libro que a una le entran ganas de salir blandiendo a la calle como una bandera blanca capaz de marcar un lugar de encuentro.
Jess Goldberg, ese personaje que se presenta como butch, es también judía, obrera y de pueblo. Y si algo nos recuerda su peripecia por las más de 500 páginas de esta novela es que las vidas son intersecciones en las que las dificultades se suman y se cruzan. A Jess el mundo se le pone particularmente difícil por ser una mujer con expresión de género masculina en un momento de la historia en el que vestir con menos de tres prendas consideradas propias de tu sexo era, directamente, delito. Pero los problemas que atraviesa no pueden ser más materiales: accidentes laborales, la imposibilidad de tener una casa, la urgencia atenazadora de conseguir dinero. En el áspero mundo de las fábricas de mediados del siglo XX, Jess pelea por poder entrar en un sindicato, y con su historia nos lleva a asambleas, huelgas y espacios de autoorganización.
Con esa prosa ágil y adictiva que caracteriza a cierta narrativa estadounidense, vemos avanzar la vida de Jess a la vez que las décadas: aparecen la guerra de Vietnam, la recesión, las luchas contra la segregación racial, el SIDA. Y otros cambios que ocurren también de manera más subterránea: la transformación de la vida en el campo o de la industria de la tipografía. Es tramposo medir a los libros por su oportunidad, pero la primera traducción al castellano de esta obra considerada de culto en el ámbito anglosajón (donde ha vendido cientos de miles de copias) llega como un regalo oportuno por muchas razones, y una de ellas es su apuesta por las alianzas. Nos aporta la visión concreta de una comunidad, de un espacio de resistencia cohesionado por lo identitario, pero también apunta a la necesidad de encontrarse. “Sé bastante sobre luchar”, reflexiona Jess, “pero solo sé hacerlo sola. Es complicado defenderse así, porque casi siempre estoy en inferioridad de condiciones, y casi siempre pierdo (…) ¿No existe la manera de que todos luchemos en las batallas del resto, para que no estemos siempre solos?”.
En pasajes como estos se entrevé lo que Leslie Feinberg intentó a lo largo de toda su trayectoria. No se trata de una novela autobiográfica, pero hay muchos paralelismos entre lo que cuenta y su propia vida. Nació en un pueblo de Kansas en 1949 en el seno de una familia judía de clase trabajadora, y tuvo que irse de casa a los 14 años. Desde entonces trabajó en fábricas, imprentas, restaurantes y puertos. Militó en el Workers World Party, un partido marxista-leninista, y se implicó también en luchas sindicales, antirracistas e internacionalistas. Se identificaba como lesbiana y como transgénero, palabra a la que daba un significado amplio, incluyendo a todas las «personas que cruzan los límites culturales del género» (un enfoque que desarrolla particularmente en obras ensayísticas como Transgender Warriors [Combatientes transgénero], que es también un trabajo de recuperación de memoria). Hasta su muerte en 2014 estuvo marcada por las opresiones que había sufrido: fue a causa de complicaciones derivadas de la enfermedad de Lyme, provocada por la picadura de garrapatas en alguno de los lugares en los que trabajó en condiciones insalubres. Cuentan que sus últimas palabras fueron: “Recordadme como militante comunista. ¡Acelerad la revolución!”.
También el propio libro, Stone Butch Blues, tiene una historia marcada por la vocación de ser útil. Feinberg renunció a sus derechos de autoría y estableció una serie de condiciones para su traducción, publicación y comercialización. Entre ellas, que se vendiese a precio de coste y que no incluyese ninguna introducción explicativa, para evitar que se condicionase su interpretación. Esas indicaciones ha seguido la editorial Antipersona, que dona los beneficios de la novela a asociaciones LGTBI, causas antirracistas y sindicatos de clase; y que ha puesto además la novela traducida a libre disposición en su página web, igual que lo está también la original.
Stone Butch Blues muestra la ligazón indisoluble que hay entre las luchas del afuera y las del adentro. Jess transita todos estos fenómenos colectivos, históricos, al mismo tiempo que su propia desazón por encontrar un lugar que el mundo siempre le niega. Es un personaje que durante toda la novela está intentando entenderse, y que nos lleva de la mano por sus preguntas, por sus contradicciones. Por su propio cambio, mientras el mundo cambia a su vez: aparecen el feminismo, el movimiento LGTBI, y esas luchas que podían ser las suyas traen nuevos cuestionamientos. La vivencia de Jess y de sus amigas nos recuerda cómo también hubo un tiempo en el que las mujeres con expresión de género masculina fueron consideradas como traidoras y rechazadas por sus propias compañeras feministas; cómo también las lesbianas con expresión nítidamente femenina eran –y son– puestas en cuestión en términos parecidos. Al final, todo desorden de las casillas parece poner a todo el mundo a temblar. Esta novela no ofrece una respuesta, una conclusión, sino un buen manojo de preguntas. En el epílogo a la décima edición, Feinberg dejó escrito: “No es difícil de entender; es difícil de vivir”.
Este es un libro duro, que no elude la violencia –palizas, violaciones, insultos, internamientos psiquiátricos–, pero tampoco se recrea en ella: las elipsis son elocuentes, se cuenta solo lo que es necesario contar. Se cuenta lo que denuncia y explica y puede tratar de reparar el silencio.
Y es, al mismo tiempo, un libro dulce. Tal vez una larga y compleja carta de amor. De esos amores que no apuntalan las estructuras sino que no tienen otro remedio que reinventarse. De esas historias que no pueden durar porque la vida es demasiado dura. Un ensayo, quizá, sobre el encuentro, sobre la vulnerabilidad, sobre la ternura. Sobre las redes de afecto como único modo de que la vida sea vivible. Sobre el deseo profundo de ser tocado por el amor y la belleza que tiene todo cuerpo: también –o sobre todo– el cuerpo que ha tenido que hacerse duro como una roca para seguir en pie.
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Stone Butch Blues
Leslie Feinberg
Antipersona, 2021
Traducción de Judit del Río y Layla Martínez