Internacional
Objetivo: abrir la caja negra del algoritmo
Trabajadores y trabajadoras de distintos lugares del mundo hablan de sus luchas compartidas en uno de los encuentros del Foro Trasnacional de Alternativas a la Uberización, que organiza el Grupo de la Izquierda en el Parlamento Europeo.
Algunas han recorrido más de diez mil kilómetros. “Nos separa un mar”, dice Emilse Icardi, del Sindicato de Base de Trabajadores de Reparto por Aplicaciones de Argentina. Lo hace en una asamblea de trabajadores en Bruselas en la que a sus compañeros riders, taxistas y kellys de Barcelona, Madrid, Pamplona o Vigo les parece mayor esa distancia geográfica que la que hay entre los modelos laborales desregulados a uno y otro lado del Atlántico. Ocurre también cuando Federico, Luciana o Héctor describen la situación en Paraguay, Brasil o California.
Hablan de sus luchas compartidas en uno de los encuentros del Foro Trasnacional de Alternativas a la Uberización que organiza el Grupo de la Izquierda en el Parlamento Europeo. En el punto de mira aparece pronto el algoritmo. Una caja negra de las relaciones laborales, como lo describe Rafa Mayoral, asistente al encuentro. El diputado de Podemos remarca la importancia de contar con las herramientas necesarias para acceder a un mecanismo opaco que tiene el objetivo de hacer secretas las condiciones de trabajo, y para el consumidor aquellas en las que se ha desarrollado el servicio que recibe.
La uberización se extiende a cada vez más personas, como recuerda en la reunión Felipe Corredor de Riders X Derechos con el reciente caso de un gabinete psicológico con profesionales dependientes de una aplicación en el centro de Madrid. Los asistentes a la asamblea negarían de raíz uno de los eslóganes de ese negocio: “Estar mal también está bien”. Al contrario, se han reunido para compartir experiencias y soluciones colectivas a una explotación mucho más antigua que cualquier dispositivo móvil.
Durante el foro, las voces se multiplican. Brahim Ben Ali, del sindicato de chóferes francés, habla de las plataformas digitales como de un ente “que se divierte con nuestras vidas”. Compara a los trabajadores de estas empresas con pokemons. Manipulados por algoritmos programados con la intención de trasladar la idea de creer que es posible obtener cierta independencia, que todo depende de ellos mismos. La triunfante idea de ser tu propio jefe, de no tener tampoco a nadie a quien culpar más que a ti si las cosas no van bien.
La tendencia a la “uberización” del trabajo parece la culminación del sueño empresarial de quitarse de en medio cuando se trata de algo que no sea recoger beneficios, como pagar a la Seguridad Social, hacerse cargo del accidente de un empleado o reconocerle a estos el rol de negociadores en el conflicto. Esa resistencia incluso a reconocer que una relación laboral no es ningún pacto entre iguales. El eurodiputado del Bloco de Esquerda portugués José Gusmão habla de “un Estado artificial solo de patrones” posibilitado por el pretendido dios algoritmo. Durante el acto, Leïla Chaibi, de La France Insoumise, acentúa la importancia de “no dejar que Uber haga la ley”. E Idoia Villanueva, de Podemos, recuerda que la legislación debe impedir que el fraude resulte rentable y que la lucha que se desarrolla dentro del Gobierno español por la derogación de la reforma laboral es también una lucha internacional.
Nuria Soto, de Riders X Derechos, remarca que la lucha es también por un modelo de sociedad no secuestrado por el sálvese quien pueda. Denuncia el chantaje que supone entrar en las asociaciones de trabajadores pro-empresa como requisito de esta para ser reconocido como interlocutor para debatir supuestas “mejoras” que no son sino derechos laborales ya existentes, ya conquistados. Por su parte, Álvaro Areta, de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos, denuncia “la uberización del campo”. Récords de exportación que no tienen correlato positivo en las vidas de quien trabaja la tierra, oligopolios al inicio y fin de la cadena, fondos de inversión en un sector tan sensible como el agroalimentario.
Se pone sobre la mesa cómo afecta a la salud mental de un repartidor estar todo el día sometido a los números de la pantalla, como señala desde el delivery danés Jack Campbell. “Las personas no somos islas”, apunta Eulalia Corralero de Las Kellys. Alberto Álvarez, de Élite Taxi, ofrece el apoyo de sus vehículos para movilizaciones de otros sectores. La economista argentina Sofía Scassera defiende el derecho a la desconexión digital y que la digitalización debe ser inclusiva y feminista. Mafalda Brilhante, de Precárixs Inflexíveis de Portugal, refresca el hecho de que muchos trabajadores son migrantes, a quienes cuesta incluso abrir una cuenta bancaria. El capitalismo de plataforma, señala Luciana Kasai de Entregadores Antifascistas de Brasil, perpetúa un sistema colonial no muy lejos de poder ser llamado esclavismo digital.
Hace dos años de la anterior edición del foro, interrumpido por la pandemia. Esta vez no hay tanto contraste entre la urgencia de los trabajadores y la recepción parsimoniosa que de ella hicieron los comisarios con quienes se encontraron. Ya sabemos que el reloj no corre igual para todos. El tiempo también entiende de clases. Esta vez solo una pequeña delegación hablará con el comisario de empleo y derechos sociales. Será justo antes de que los taxistas protesten colapsando por unos minutos la rotonda Schuman, a metros de la sede del ejecutivo europeo.
En las mesas de trabajadores, continúa la puesta en común de ideas. Si la uberización es una hidra de muchas cabezas, recordemos que ni Hércules pudo él solo con ella. Su sobrino iba quemando los cuellos de la serpiente policéfala que el tío cortaba para que en ellos no volviera a crecer el mal. En el foro, se verbaliza la importancia de diversificar los frentes en calles, oficinas, campos, aplicaciones, despachos y tribunales, la de “contar también las victorias”. Y la necesidad de una inspección de trabajo tecnificada capaz de iluminar las zonas intencionadamente oscurecidas por el capital. Esto es, abrir las cajas negras de los algoritmos, a los que ya podríamos llamar tramposos contratos del siglo XXI, y volver a poner los derechos laborales bajo foco.