La comedia salvaje | Opinión
¿Y si imponemos un salario máximo?
"Revolucionario sería, y no me parece una mala idea, establecer unos ingresos máximos y un límite a la acumulación de propiedades. Pero hay posibilidades que no nos atrevemos ni a pensar", reflexiona Ovejero.
Una vez, cuando yo era niño, pregunté a mi padre si él creía en el cielo y en el infierno. Mi padre no había estudiado. Abandonó el colegio y se puso a trabajar con mi abuelo en la construcción antes de terminar lo que hoy sería la escolarización obligatoria. No era hombre dado a filosofar y tendía a esquivar cualquier pregunta que se alejase de lo cotidiano, de lo inmediato, de lo concreto. También entonces eludió la respuesta directa: «Creo que quien es trabajador lo merece todo, y quien es un vago merece caerse muerto».
Aunque no respondiese ni mucho menos a la pregunta infantil, su contestación me dio lo que yo entendí como una de las claves del mundo paterno: la ética del trabajo como puntal de la existencia. Esforzarse y trabajar era lo que nos ennoblecía y daba dignidad, lo que nos volvía personas. Mucho más tarde tuve ocasión de asistir a la paradoja de que mi padre, ese hombre que valoraba el trabajo por encima de todo, tras hacer un poco de dinero en el boom de la construcción de los años setenta, se prejubilase en cuanto calculó que tenía suficientes ahorros para pasar el resto de sus días dedicado al ocio y la inactividad.
Recuerdo esa peculiar relación con el trabajo, que luego he observado en más ocasiones y que consiste por un lado en insistir en su valor y por otro en aborrecerlo, a raíz de la lectura de Contra el trabajo, de Giupsepe Rensi, un ensayo que vio la luz en Italia en 1922 y que ahora la editorial Firmamento publica por primera vez en castellano, con una muy correcta traducción de Paul Viejo.
Rensi tiene clarísimo que el trabajo es una forma de esclavitud. Y advierte de una trampa: cuanto más se valora y se idealiza, menos se tienen en cuenta las condiciones de los trabajadores. Odiar el trabajo es lo normal, y si te vuelves consciente de cómo te esclaviza y destruye tu vida, entonces serás más capaz de luchar por mejorar las condiciones en las que lo realizas y la recompensa que recibes por él.
Rensi opone el trabajo al juego, que sería la actividad propia de los humanos. Un juego que puede fatigar, pero que nos satisface en sí mismo, no solo ni principalmente porque nos aporte los medios para subsistir. Aunque alguien se vuelva millonario de la noche a la mañana, no deja de jugar, nos dice, pero sí deja de trabajar (como hizo mi padre, aunque el proceso de acumulación fuese más lento). ¿Por qué no van a la huelga escritores y artistas?, se pregunta Rensi. Porque no trabajan, juegan. Aunque el juego exija esfuerzo. Se sienten tan gratificados por lo que hacen, que continúan haciéndolo aunque no ganen dinero con ello.
Pero solo una porción reducida de la sociedad tiene la suerte de contar con empleos tan satisfactorios que seguirían desempeñándolos aunque ganasen menos e incluso nada. El trabajo alienante es, si no la regla, lo más frecuente. Y además cada vez peor remunerado. Kropotkin, en La conquista del pan, escribía: «Somos ricos en las sociedades civilizadas. ¿Por qué hay, pues, esa miseria en torno nuestro? ¿Por qué ese trabajo penoso y embrutecedor de las masas?». Porque el trabajo y la miseria de unos, respondería yo, es la base del juego y la riqueza de otros.
Las propuestas de introducir la semana laboral de cuatro o de tres días y el salario universal suelen ser atacadas no tanto con razones económicas –aunque a veces se esgriman como excusa, dejando de lado numerosos estudios que las invalidan–, como con razones morales: trabajar poco corrompe a las personas porque las vuelve holgazanas; la gente que quiere trabajar lo mínimo o que la mantengan sin trabajar es perezosa y dada a los demás pecados capitales. Marx y Engels abordaban indirectamente esta cuestión en El manifiesto comunista, al responder a quienes decían que la abolición de la propiedad privada fomentaría la holgazanería: «… hace mucho que la sociedad burguesa debería haber sucumbido a la holgazanería; puesto que quienes trabajan en ella, no ganan y quienes ganan no trabajan».
Lo paradójico de nuestras sociedades capitalistas es que mientras el desempleo aumenta de forma constante desde hace décadas, las escuelas y las universidades se están convirtiendo no en centros de formación para el juego como lo entiende Rensi –el arte, la contemplación, el pensamiento– sino como pistas de entrenamiento para un mercado laboral inexistente. ¿Por qué no se forma a las y los jóvenes justo para no trabajar? Porque eso significaría una radical redistribución de la riqueza, pues al parecer consideramos aceptable que una minoría acumule sumas ingentes que podrían mantenerla durante miles de años pero extremista que se financien las necesidades básicas y el tiempo libre al resto de la población.
Kropotkin proponía la expropiación sin compensación para acabar con el escándalo de la miseria obrera en un mundo capaz de producir tanta riqueza. Hoy aceptamos ese escándalo como normal, como si quien acumula riquezas, también en paraísos fiscales para ocultarlas a la larga mano, pero no tan larga, del Estado las hubiese obtenido con el sudor de su frente y no con el de aquellos a quienes niega el pan y la sal. Sí provocan escándalo en algunos sectores medidas como poner un límite a los alquileres obtenidos por multipropietarios, un impuesto mínimo a las multinacionales, subir los impuestos a quienes más tienen y cualquier otra que pretenda la imprescindible redistribución de la riqueza para que el trabajo esclavo –precario, decimos hoy– no sea el eje de la mayoría de las vidas.
Imponer dichas medidas no es revolucionario; revolucionario sería, y no me parece una mala idea, establecer unos ingresos máximos y un límite a la acumulación de propiedades. Pero hay posibilidades que no nos atrevemos ni a pensar porque sabemos que los paladines de la propiedad privada y de la libertad te montan una guerra civil o te apoyan a una dictadura en cuanto les tocas el bolsillo.
Pues me parece magnífico tu artículo, pero para que sucediese lo que planteas en el último párrafo, seria necesario que los trabajadores adquiriesen conciencia de la fuerza prácticamente imparable que pueden tener si se unen y que buscando su interés personal ignorando a los compañeros/as estamos vendidos TODOS.
Es la ruina de nuestro país la lider de protesta ecológica,…… la ruina de este país es la banca privada,la estafa de las preferentes,gurtel,taula, Pokémon, los másters,granados,….
Me parece bien. Sería divertido ver a Greta Thumberg cobrando dos mil euros al mes y tener que pagarse ella los viajes alrededor del mundo. Además, así seguro que contaminaba menos.