Cultura
‘Bac Nord’: levantar la alfombra sin que te recomiende Le Pen
La autora parte del trabajo De Simone de Beauvoir para analizar el éxito de 'Bac Nord', la película que ha desatado la polémica después de que la recomendase la ultraderechista Marine Le Pen.
“El judío medio reacciona frente a los negros como un blanco cualquiera: en algunos rincones de Massachussets y de Connecticut (el corazón de la verdadera Norteamérica), existen playas reservadas para los judíos, que no tienen derecho a bañarse con los arios; los judíos, a su vez, envían a sus sirvientes negros a bañarse a otra playa”, escribe Simone de Beauvoir en América día a día, el libro que publicó en 1947 sobre su viaje de dos meses recorriendo Estados Unidos. En referencia a los negros, añade, “son antisemitas de buen grado”, como cita su colega Sami Naïr en Acompañando a Simone de Beauvoir, la biografía que publicó sobre ella en Galaxia Gutenberg en 2019.
La intelectual francesa, que en este libro previo a El segundo sexo desgranará mecanismos de la segregación racial que luego aplicará a la discriminación por razón de género, no sólo no duda en dejar registro de lo incómodo, sino que escribe desde el conflicto para, desde el conocimiento, poder combatirlo. “En 1894, aquí se utilizó a los negros como esquiroles, lo que hizo que los blancos se aliaran en su contra y los excluyeran. Cuando, durante la guerra de 1916-1917, los patronos volvieron a recurrir a ellos, la mayor parte de los sindicatos obreros se negaron a admitirlos en sus filas (…) Desde entonces, este juego continúa: los empresarios se aprovechan de la situación de miseria de los negros” que, por ello mismo, añade, no cuentan con el “apoyo de su propia clase”.
El mundo siempre ha sido un lugar conflictivo en el que los oprimidos pueden actuar entre sí como víctimas y verdugos, como bien explica Naïr. Vivir en un orden social basado en la desigualdad estructural entre los seres humanos ha permitido que hasta hoy, por ejemplo, “los blanquitos” consideren la competencia social de los trabajadores negros “una voluntad de ‘sustitución’, de robo de estatus social. A la inversa, cuando el negro se lamenta de vegetar en la miseria por la falta de empleo gratificante y de movilidad social, el trabajador blanco le explicará que es culpa suya”, escribe el filósofo y catedrático de Ciencias Políticas, “por determinantes genéticos de su comportamiento”.
Acompañando a Simone de Beauvoir es una celebración de la intelectualidad comprometida con su tiempo, que abre nuevas perspectivas desde el rigor y el conocimiento de lo que ocurre en los círculos más vanguardistas y en los suburbios más excluidos, donde la clase despojada pugna por las migajas. Protagonista y autor no temen exponer las realidades más crudas porque su finalidad es la de revelar los engranajes de sus causas y quienes medran y se lucran a su costa. Nada que debiera resultar sorprendente si no fuese porque, desde que la ultraderecha comenzó a rearmarse hace más de una década, asistimos a cómo, desde posiciones progresistas y con el más digno de los propósitos, se normaliza el más peligroso de los mecanismos para la inteligencia colectiva: una autocensura por la que se practica el borramiento de la conflictividad y la violencia de nuestras sociedades.
Con el objetivo de contrarrestar los discursos de los fundamentalistas, basados en la mentira y el odio, hemos tendido a crear relatos en los que los parias del neoliberalismo y de la globalización aparecen reducidos a su condición de víctimas ideales, sometidos al chantaje social de ‘cuanto más desgraciados, más bienvenidos’, y sin derecho a mostrar mácula humana en su comportamiento, que ha de ser siempre angelical. En lugar de exigir a nuestras sociedades que implanten una cultura democrática que conciba a estas personas como sujetos de derechos, hemos fomentado, a menudo, un paternalismo caritativo y endeble por el que se admite al otro –al pobre, al extranjero, al disidente sexual…– en la medida en la que se muestre tan sumiso como agradecido por dejarle existir en el seno de ‘nuestra’ comunidad.
Pero la realidad va por otros derroteros. Y quienes sufren sus manifestaciones más virulentas son esos blancos, negros y judíos que, como narraba Beauvoir, eran empujados a la competitividad, la desconfianza y la discriminación mutua ya a principios del siglo XX.
Así lo recoge en parte Bac Nord, la película que muestra el abandono por parte del Estado que sufren barrios enteros de Marsella, la segunda ciudad más poblada de Francia, y que la líder ultraderechista Marine Le Pen ha recomendado por Twitter para instrumentalizarla y azuzar así el odio contra la población racializada y pobre. La cinta, que se puede ver en Netflix, cuenta la historia de una brigada de policías que además de tortear a los sospechosos, entre otras irregularidades, pagan con droga incautada a una confidente para poder detener a una red de narcotraficantes.
Funcionarios y presuntos delincuentes pertenecen a la misma clase social precarizada y ambos se ven acorralados por la lucha de cifras que tantas veces ha denunciado la prensa francesa: el hecho de que el Ministerio de Interior contabilice igual la detención de una persona por robar una cartera que por traficar con kilos de cocaína. El policía más veterano del grupo se muestra frustrado ante su impotencia para frenar la criminalidad en los barrios tomados por las mafias, habitados en su mayoría por población migrada y descendiente de las excolonias, la principal damnificada. “Los pobres saben que ya no pueden contar con nosotros”, dice el oficial en algún momento del film, que se inspira en la historia real de unos policías que, en 2012, fueron acusados de extorsión y robo de drogas, y cuyo juicio no tiene aún sentencia.
El thriller policial ha desatado la controversia entre aquellos que la aplauden por, supuestamente, atreverse a documentar una faceta de la realidad francesa ninguneada por los medios progresistas, y quienes la critican por hacer un retrato caricaturesco y racista de la ciudad costera –que narra a través de la perspectiva de los policías–, y que consideran a su director un irresponsable por ofrecerle munición mainstream a la extrema derecha en plena campaña electoral. Marine Le Pen o el también ultraderechista Éric Zemmour competirán por la presidencia con Macron en las elecciones que se celebrarán en primavera.
Por su parte, el autor de la cinta, Cédrid Jiménez, que creció en uno de estos barrios marselleses, ha declarado que su objetivo con esta cinta era “hablar de las zonas que están teniendo grandes dificultades, de quienes pueden ser verdaderamente hostiles. Pero no pienso que esto se arregle con un voto radical como el voto a Le Pen. En absoluto». Y ha añadido que «no mostrar lo que yo percibo por miedo a que se me utilice sería la peor opción”.
En el momento de mayor crispación y polarización política desde, al menos, el periodo de entreguerras del siglo XX, son más necesarios que nunca los relatos que recogen la complejidad, las incoherencias, los matices, los grises y, me atrevería a decir, la cara más bárbara y sádica del ser humano. La ultraderecha se alimenta de la inverosimilitud que despiertan entre sus habitantes algunos de los relatos cándidos e infantilizantes que hacemos de las zonas que quedan en los márgenes de nuestra sociedad.
Bac Nord hace uso de la libertad de creación para elegir un enfoque que humaniza a unos policías mediocres y sin escrúpulos para saltarse la ley, y que deshumaniza a una parte de la sociedad francesa que nunca fue tratada como ciudadanos y ciudadanas de la República de la Liberté, Egalité y Fraternité. Pero también es cierto que esa misma ciudadanía damnificada por el racismo institucional francés y del abandono de estos territorios por parte del Estado, es víctima de unas redes criminales cuya existencia hemos de reconocer si queremos combatir.
Si esta cinta ha atraído la atención de millones de espectadores de todo el mundo no es sólo por su ritmo frenético, la violencia simbólica que entraña el borrado de la identidad de los ‘otros’ mediante capuchas y pasamontañas, o la heterodoxia de su banda sonora, sino porque es una realidad poco abordada y conocida. Y lo es, entre otras razones, porque desde la prensa de izquierdas y progresista, a menudo, tememos mostrar estos contextos por temor a que nuestras informaciones sean manipuladas y tergiversadas por la extrema derecha. Con esta renuncia dejamos que sean los ultraderechistas los únicos que generan relato sobre estos entornos y hechos en sus medios de intoxicación masiva y general.
La complejidad se explica mucho mejor desde la extensión y las licencias que permite la ficción, pero no podemos dejarle a la ficción la responsabilidad de explicarnos la realidad. En el caso en que queramos inspirarnos en ella para ver otras formas de hacerlo bien, y evitar que las bestias nos puedan recomendar como ha hecho Le Pen con Bac Nord, será mejor que nos miremos en el reflejo de obras como Los Miserables, de Ladj Ly, o la serie Los Salvajes, de Rebecca Zlotowski. En el terreno audiovisual, Francia nos lleva delantera a la hora de saber cómo levantar la alfombra, cómo documentar las sombras a la vez que desnudamos a los monstruos y a sus causas. Como también nos lleva enseñando desde hace casi un siglo Beauvoir, cuyas lecciones siguen siendo tan contemporáneas y vigentes como rabiosamente necesarias.