Cultura

Sofoco

Laura Ortiz Gómez presenta en 'Sofoco' vidas mínimas con esperanzas mínimas, a veces satisfechas y a veces no, que recorren el espacio exiguo de los cuentos y el amplísimo de la gran literatura.

Cuando vivía en Bruselas era aficionado a ir a unas sesiones que organizaba un cine todos los jueves llamadas sneak preview, cuya particularidad consistía en que hasta que no se encendía la pantalla no sabías qué película ibas a ver. A veces te salía un aaah, porque reconocías el nombre del director o directora, a veces un escueto oh, porque no tenías la menor idea de quién se trataba. Yo disfrutaba viendo aquellas películas sin referencias inmediatas, sin una estructura clara de expectativas. Lo mismo que me gusta viajar sin consultar previamente guías de viaje. Es posible que pase cerca de la Gran muralla china sin enterarme, pero merece la pena perdérsela por la sorpresa y la emoción de cada descubrimiento.

Con los libros, cuando puedo, hago lo mismo. No conocía la obra de Laura Ortiz Gómez y no he buscado información sobre ella antes de leerla. Y cuánto me alegro de no haberlo hecho, de leer sin expectativas, de dejarme sorprender y emocionar por la fuerza narrativa, por la voz original y la inteligencia de los cuentos de Sofoco, este compendio de nueve relatos publicado por la editorial Barrett.

No es que me sorprendiese el mundo que retrata Sofoco, muy visitado en la literatura colombiana, con lo que tuve inicialmente la impresión de entrar en terreno conocido: una sociedad atravesada por la violencia, zonas de un país dominadas por militares, paramilitares y guerrilleros; familias rotas, individuos desubicados, muertos sin enterrar o enterrados no se sabe dónde; la memoria siempre en carne viva aunque muchos personajes parezcan narcotizados, personajes que deambulan a veces más como espíritus que como seres vivos, porque el dolor también puede volver insensible a todo lo demás.

Pero, en realidad, el tema de un libro no nos dice mucho de cómo nos va a afectar la lectura. Para que una historia nos impacte no basta con que cuente hechos atroces o escenas emotivas. El arte consiste en convertirla en literatura, es decir, en una forma de narración que produzca la emoción no entre los personajes sino en quien lee, y que estimule su inteligencia, su comprensión profunda de los hechos. Esto puede sonar un poco solemne, pero es que, al final, de eso se trata, de que el libro produzca esa mezcla de emoción y chispazo intelectual que consiguen los cuentos de Sofoco.

¿Cómo lo hace? No aspiro a explicarlo, pero sí puedo dar algunos rasgos que me han llamado la atención. De entrada, con un lenguaje capaz de generar imágenes, no tanto de describirlas, como de hacer que se formen en la cabeza de quien lee. De la misma manera que aunque los personajes no siempre expresen sus emociones, estas surgen durante la lectura. Y además hay una elección para mí muy inteligente que es no hablar tanto de la violencia en sí, de no mostrarla en toda su crudeza, que puede ser espectacular, y por tanto un recurso fácil, sino sobre todo de la huella que deja, de cómo afecta a los supervivientes en sus actos más cotidianos. Es un telón de fondo que siempre está ahí, pero la gente continúa sus vidas como puede. No diré que lo aceptan como algo natural, pero sí como algo tan inevitable que lo que les preocupa sobre todo suelen ser cosas más cercanas y urgentes.

Lo terrible puede suceder en cualquier momento, pero lo que quiere la niña de Tigre americano: panthera onca es no hacerse pipí en la cama –y no piensa tanto en los paramilitares que han ocupado el pueblo– igual que a la señora de la limpieza de La cajita de Avon le preocupa sobre todo qué le va a pasar al personaje de una telenovela, y al chico de ese cuento deslumbrante que es Parto de vaca lo corroe tener que pasarse la puta vida soportando el silencio que le rodea y buscando el cadáver de la madre asesinada, una madre que está en todos lados porque no está en ninguno. 

Quienes aparecen en estos cuentos son personajes secundarios de la historia, es decir, no quienes la hacen sino quienes la sufren. Víctimas cada uno a su manera. La autora los presenta sin aspavientos, sin trucos lacrimógenos. Confiando en un pulso narrativo y en una capacidad para variar los ritmos y los tonos que alcanza el nivel de maestría en relatos como el mencionado Parto de vaca o en El corazón del señorito. Vidas mínimas con esperanzas mínimas, a veces satisfechas y a veces no, que recorren el espacio exiguo de los cuentos y el amplísimo de la gran literatura.

¿Pensáis que estoy hoy demasiado hiperbólico? Leed Sofoco y seguro que me dais la razón.

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