Opinión
Evitable
Ana Carrasco-Conde escribe sobre el consumo de carne: "En la actualidad el mercado es quien genera necesidades inexistentes dentro una lógica ilimitada del exceso"
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A menudo confundimos lo necesario con lo inevitable. Lo necesario no es aquello sin lo cual no podríamos pasar, sino lo que, en caso de no existir, imposibilitaría el mismo hecho de vivir: por tanto, lo necesario es lo que no puede no existir. Comer, por ejemplo, como ya sostuviera Aristóteles, es una condición necesaria para la vida porque, si no nos alimentamos, moriremos. Lo inevitable hace referencia a aquello de lo que no podemos sustraernos o no podemos evitar (lat. vitare) porque, pase lo que pase, estamos abocados a ello.
A diferencia de lo necesario, lo inevitable procede de unas condiciones sociohistóricas concretas que nos llevan a creer que no hay alternativa posible no porque no la haya, sino porque no la vemos. Para lo necesario, sin embargo, no hay alternativa. Por eso, aunque todo lo necesario es inevitable, no todo lo inevitable es necesario. Pongamos a prueba lo afirmado: ¿Es necesario comer para vivir? Sí. ¿Hay alternativa? No, porque no podemos sustituir comer por otra cosa. Ahora bien, ¿es necesario comer carne para vivir? ¿Hay alternativa a la proteína de origen animal?
Nuestra actual forma de vida ha hecho pasar lo inevitable por necesario hasta llegar a lo insostenible. La lógica del consumo que de todo hace negocio ha trasladado la necesidad del comer a lo inevitable de hacerlo explotando recursos como la carne. Parece que no hay alternativa, y pensar tan solo en reducir su consumo se considera antinatural porque la “carne” es necesaria “desde siempre”. En realidad, comer carne se ha convertido en inevitable debido a la forma de vivir en nuestras sociedades aunque no sea necesario y no siempre nuestra dieta se haya basado en la carne obtenida a bajo precio debido al negocio de la ganadería intensiva.
¿Cuándo comenzamos a comer carne diariamente? ¿Y a entenderlo como una necesidad? No siempre ha sido así. Las dietas basadas en el consumo casi diario de carne son características de nuestras sociedades. Es necesario comer proteína, pero esta no debe ser inevitablemente de procedencia animal: existe la alternativa vegetal (o un menor consumo y más sostenible de la animal). Solo es preciso recordar aquella historia de las judías en la que Umberto Eco señaló el impacto positivo que tuvo la alimentación rica en legumbres en el siglo X. Si antiguamente los Estados velaban por amortiguar las malas cosechas y por la consecuente carencia de alimento, en la actualidad el mercado es quien genera necesidades inexistentes dentro una lógica ilimitada del exceso. No se trata de alimentar, sino de generar la necesidad de un consumo cuyo fin, lejos de evitar el hambre, es obtener beneficios económicos a costa del planeta en su conjunto. Hay un excedente que no solo no llega a poder consumirse, sino que incluso se tira aunque haya poblaciones que mueren de hambre o las asola la desnutrición. Y todo esto es evitable.
Frances Moore Lappé, Joseph Collins y Peter Rosse decían que hablar de la presión demográfica puede dar cuenta de qué está ocurriendo cuando hablamos de la insostenibilidad de nuestra forma de acabar con los recursos del planeta, pero no explica por qué ocurre, es decir, no responde a cuáles son las condiciones o paradigmas que nos han llevado a normalizar lo que comemos y por qué lo hacemos. Debemos preguntarnos qué comemos, por qué lo hacemos y por qué lo deseamos. Y si hay alternativa. Suele olvidarse que el deseo se educa de tal modo que convierte lo dispensable e incluso lo perjudicial en necesario. Aunque el deseo es natural (somos seres deseantes), este puede dirigirse a ciertos objetos y no a otros a través de la educación y del condicionamiento. Se puede de esta forma orientar el deseo para fomentar hábitos de compra y de consumo. El poder crea deseo.
Actualmente, el poder con mayor fuerza es el económico, el del capitalismo ilimitado e insostenible, el que nos ha enseñado a no renunciar a nada y a querer tenerlo todo, a despreciar lo sencillo y a valorar el exceso, las prisas y la ingesta cuantitativa de un buffet que creemos siempre abierto y disponible, a mirar por encima del hombro el pasado, a identificar equivocadamente progreso con desarrollo. Es aquí donde las normatividades nos guían en narrativas hegemónicas por las cuales se potencia desear determinadas cosas y despreciar las otras. Un ejemplo sería entender que el ser humano necesita “carne” y que, por tanto, otras opciones van contra la “naturaleza”. El deseo orientado legitima y fortalece un hábito de tal modo que, al mismo tiempo que pasa a formar parte de nuestra identidad y de nuestra cultura, le da forma y condiciona nuestras decisiones.
Nuestra forma de ver el mundo está basada en una lógica de explotación que ha implantado la necesidad del consumo diario de carne y un deseo incuestionado en beneficio de las empresas que hacen negocio con la ganadería intensiva. Para entender que el consumo de carne no es necesario porque hay otras alternativas, es precisa una mirada nueva que consiga esquivar los prejuicios y las inercias. No se trata solo de ser conscientes del animal que sufre y de que vivimos en una sociedad que tolera métodos de producción que recluyen y torturan a seres dotados de sensibilidad para abaratar los precios, de darnos cuenta de nuestra forma ecológicamente insostenible de vivir o de nuestros hábitos insalubres de consumo, sino de ver que nosotros mismos alimentamos un sistema de producción de alimentos del que también estamos presos a costa de nuestra salud. La dieta cárnica no nos sitúa en lo más alto de la cadena alimentaria, sino en un eslabón más en la que hay otros peces aún mayores: las empresas asociadas a la ganadería intensiva que se enriquecen a costa de todos y todo lo fagocitan. Lo antinatural, en realidad, es nuestra actual forma de alimentarnos. El etólogo Konrad Lorenz sostiene que, contra lo que muchos suelen pensar, el más terrible depredador nunca extinguiría al último espécimen de su presa porque prevalece el equilibrio soportable entre especies. Lo que amenaza una especie es siempre, sostiene Lorenz, su competidor. En este caso, la carne es también un asunto de mercado competitivo que no sabe de equilibrios, y donde lo impuesto como inevitable atenta contra lo necesario para sobrevivir.