La comedia salvaje | Opinión
Votar mal, votar bien, votar
"Si el pueblo no sabe lo que vota [...], lo único que importa es conseguir el voto aunque sea mintiendo de forma descarada", escribe José Ovejero
«La democracia es algo del pasado. El mundo se ha vuelto demasiado complejo para el sufragio universal y cosas así. O para que los parlamentarios se dediquen a debatir incansablemente hasta la parálisis. (…) No podemos esperar que el hombre de la calle esté suficientemente informado sobre política, economía, comercio mundial y qué se yo qué.»
Releo ahora este pasaje de Los restos del día, del ganador del Nobel Kazuo Ishiguro, una de las novelas más inteligentes y tristes que he leído —quizá una cosa vaya de la mano de la otra— al buscar una escena que me recordaron las recientes declaraciones de otro premio Nobel de literatura, Vargas Llosa. Según él «Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad en esas elecciones, sino votar bien».
En dicha escena, Stevens, el mayordomo, es llamado al salón en el que se encuentra su señor, el aristócrata Lord Darlington, reunido con varios invitados. Uno de ellos ha pedido la presencia del mayordomo para preguntarle su opinión sobre varios asuntos de política económica e internacional, entre risas contenidas de los asistentes. El objetivo del interrogatorio es demostrar que la gente común no entiende nada de temas tan elevados y sólo la élite debería poder decidir, sin intromisión del pueblo, quizá bienintencionado y leal, pero ignorante. En el transcurso de la novela iremos averiguando que Lord Darlington, admirador de Hitler y Mussolini, desea un gobierno autoritario para Inglaterra y que su país pacte con Alemania.
La primera parte de este párrafo tiene ecos en la declaración del escritor peruano, aunque, por mucho que se le haya criticado, tendremos que confesar, o al menos yo tengo que hacerlo, que no está solo a la hora de pensar que se vota mal, que los resultados de las elecciones no son los que debieran y que muchos y muchas votantes depositan su confianza en partidos y candidatos que sólo pueden ser dañinos para el país; así que no me escandalizaré por esa opinión. Otra cosa es que estemos de acuerdo en qué consiste votar bien o mal.
Lo que me sí parece escandaloso, en realidad, es el inicio de la frase: «Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad en esas elecciones…». Como a mí también me entrevistan de vez en cuando, sé que uno no se expresa siempre de la manera más afortunada y se puede llegar a decir algo que no se piensa, o no se piensa exactamente así. Pero de cualquier forma me parece que la afirmación refleja una idea cada vez más extendida: la gente corriente no tiene ni idea de lo que vota, luego es mejor que no pueda hacerlo libremente. Idea que se junta con otra a la que se alude en el texto de Ishiguro: la acción parlamentaria es verborrea, el tedioso perorar de personas incapaces de tomar decisiones enérgicas.
La primera opinión tiene algo de verdad: la mayoría no entendemos ni los mecanismos financieros que regulan la vida económica, ni lo que está en juego en las negociaciones internacionales, ni cómo puede afectar a la larga al país tal o cual medida presupuestaria o social. Pero deducir, como Lord Darlington, que, ante la complejidad del mundo, es preferible que una élite tome las decisiones es una falacia… elitista. Primero, porque gente muy bien formada tampoco sabe lo que está haciendo —como por ejemplo los aristócratas ingleses que creían que se podía apaciguar a Hitler o como los economistas que predicen justo lo contrario de lo que sucede un mes después—; segundo, y más importante, porque no se decide sólo con el conocimiento, también con el interés, y es muy poco probable que una élite tome decisiones en contra de los propios intereses , por razonables que sean. Lo que nos conviene suele parecernos más justo que lo que nos perjudica.
La crítica a las instituciones democráticas, la petición de un «cirujano de hierro» o de un poder fuerte que no tenga que responder de cada paso que da es demasiado antigua y está demasiado vinculada a los totalitarismos, también a las nostalgias totalitarias actuales, como para detenernos en ella.
Pero el sentimiento de superioridad de clase, —que, llevado al extremo permitía a los oficiales británicos considerar a la tropa, y sobre todo a las tropas coloniales, carne de cañón—, unido al desprecio por las instituciones democráticas tiene una consecuencia devastadora para la vida política: si el pueblo no sabe lo que vota y si la discusión parlamentaria es una pérdida de tiempo, lo único que importa es conseguir el voto aunque sea mintiendo de forma descarada y sobornar o presionar a la prensa para que repita esas mentiras hasta que cale el mensaje. Y además toda forma de corrupción es preferible a la honestidad si ayuda a conseguir los fines deseados. Lo importante es que se vote bien, esto es, a mi partido. Así, personajes del mundo de la política y de la cultura están dispuestos a sumarse a iniciativas lideradas por corruptos porque parece menos pernicioso el daño a las arcas públicas y a la moral que votar por quienes tienen en mente un modelo de sociedad «erróneo».
Esta combinación no se da de igual forma en todos los países, aunque el éxito de personajes como Berlusconi, Bolsonaro o Trump hayan provocado que se extienda como una plaga. Y en España se ha apoderado del discurso de la derecha, llevándola a bascular hacia las tácticas de la ultraderecha. Mentir una y otra vez, como hacía Pablo Casado hace poco en una entrevista televisada, a sabiendas de que está dando datos falsos a los oyentes, algunos desmentidos por los tribunales -incluso por los tribunales amigos-, se está convirtiendo en rutina, en uno de esos efectos secundarios aceptables de la vida política como los ataques feroces al diputado con el que luego te vas a tomar una cerveza o la habilidad para nunca reconocer los propios errores.
Al final de Los restos del día, Stevens continúa justificando a Lord Darlington aunque ya sabe de su complicidad con los nazis. Porque, en el fondo, era un hombre bueno, aunque se equivocara en sus decisiones, tan difíciles en un mundo complejo. Lo que no entiende Stevens es que su señor no decidía con el entendimiento -en el fondo no muy superior al del mayordomo- sino influido por el miedo de su clase social al auge del socialismo y al protagonismo político de las masas. La diferencia entre el lord y quienes han asumido el liderazgo de la derecha española, es que estos no obran por ingenuidad política ni defendiendo de forma inconsciente sus intereses: detrás de su discurso y sus actos hay diseño, estrategia, asesores que saben perfectamente lo que están haciendo: desinformar y crispar, apropiarse del discurso agresivo de la ultraderecha, conseguir dinero ilegal para potenciar las campañas, porque al final, no nos engañemos, lo importante no es que la gente vote libremente, pobres ignorantes; lo único que importa es que voten bien, que les voten a ellos, los únicos que pueden levantar el país sobre las ruinas que ellos mismos han producido.
Este pajarraco del Vargas LL. no se ha apercibido todavía que en Españistan llevamos casi 40 gloriosos añitos » democráticos..» ; » votando mal , muy mal . Y así nos sigue yendo .
Salud
Para no extenderse en exceso contemplaré solo la idea que, en mi opinión lleva a Vargas Llosa a decir, lo que en un lapsus inconsciente, sí quiere decir: que puesto que el error de votación es posible en términos subjetivo (una elección puede ser mejor que otra respecto de una visión particular concreta, eso ya se considera en democracia como parte de su riesgo y por eso introduce controles a través de los partidos y la representación) dado que depende tanto del saber, como de la información, como del conocimiento (de ahí que el privilegio gaste miles de millones de euros en propaganda y persuasión, como explica Susan George en Pensamiento secuestrado) en el botar bien, entendido por un boto meditado, maduro, e informado y en libertad, es sustituido por botar con forme a una creencia particular desea (se esté a un lado otro según el caso). Pero es que botar mal es el riesgo de la Democracia y lo que se ha de corregir es el marco que frena el saber, el conocimiento y la libertad, en lugar de querer sustituir ese proceso por el adoctrinamiento, que es lo que en el inconsciente de Vargas genera el lapsus.