Cultura

¿Hay que ver ‘Titane’?

Llega a la cartelera la última Palma de Oro en Cannes, una película desmesurada y brutal que no puede dejar indiferente a nadie.

La protagonista de 'Titane' (Agathe Rousselle) bailando sobre el coche que la dejará embarazada. CAROLE BETHUEL

Hay que ver Titane… para creerla. Y aun así sería difícil. Pero inténtenlo. Reúnan fuerzas y véanla sin prejuicios. Se trata, al fin y al cabo, de uno de los grandes títulos de la temporada, Palma de Oro en Cannes y tal. Rompedora. Controvertida. Todo eso debería ser un estímulo para la gente interesada en la cultura de su tiempo. Un must, vaya. Verla para juzgar, para criticar, para espeluznarse. Hasta para vomitar. Y casos de esos se han dado, no crean. Cuando se estrenó en Cannes hubo desmayos, vítores, arcadas, aplausos y abucheos de ira. ¿No son esas reacciones suficientes para despertar la curiosidad cinéfila? Pues Titane es todo eso a la vez, mostrando una fidelidad absoluta al espíritu posmoderno que la alumbra. Yo puedo pensar que es una soberana mierda; tú quizás entres en éxtasis. Y ambos tendríamos fundamentos graníticos para apoyar nuestras opiniones. Gracias Foucault, por tanto.

Ocurre a menudo que una película necesita de la involuntaria colaboración del espectador para que aquello que se muestra sea digerible. Hemos visto invasiones espaciales y monstruos prehistóricos arrasando ciudades y nos los hemos creído. Y, por el contrario, hemos visto cine básicamente hablado, teatral, perfectamente posible en la vida real, y no nos hemos creído una sola palabra. Todo esto, ya lo saben, se llama «suspensión de la credibilidad». Y, de alguna forma, uno ansía siempre recuperar esa ingenuidad, verse arrastrado a esos sentimientos de apuro, miedo y risa nerviosa que provoca el cine… cuando es bueno. ¿Lo es Titane?

A juzgar por las reacciones de alguna gente, esta historia sobre una asesina en serie que se queda embarazada de un coche y que se hace pasar por chico en su huida de la justicia, sí lo es. A otros, tanta sangre, tanta violencia, tanto desvarío, tal acumulación de sinsentidos, les lleva, en el peor de los casos, al aburrimiento. En el mejor, a la santa indignación. Fue el caso de una señora que en Cannes, a la salida de la proyección, dio rienda suelta a una retahíla hipnótica de denuestos dedicados a Titane. Su discurso, absolutamente fascinante, es la mejor publicidad posible para la desmesurada película de Julia Ducournau:

«Esta película debería ser prohibida. Nunca en mi vida he visto una película tan violenta, tan abyecta, tan horrible. Había gente en el pasillo a la que le faltaba la respiración. Yo me he puesto mala, tenía ganas de vomitar, tenía taquicardia, me ahogaba… No hay derecho a ir tan lejos, a mostrar tanto horror, sobre todo en el mundo en el que vivimos ahora. Acabamos de pasar por dos años de drama y no sabemos adónde vamos. En cualquier caso, también es una película bella… [risas] porque demuestra mucho talento. Este filme debería ser prohibido… y, sin embargo, yo estoy a favor de la libertad en el cine, en la prensa, en todos los ámbitos. Pero no se pueden mostrar horrores tan abominables».

Uno podría estar escuchando durante horas las adorables contradicciones de esta buena mujer. Consigue algo que la propia película no siempre logra: querer seguir enganchado a su discurso. Y da en el clavo: Titane es horrible y es bella. Pero ninguna de esas dos cualidades nos dicen nada por sí solas. Aquí el asunto es: ¿qué quiere contar Julia Ducournau?

Cuando recibió la Palma de Oro nos dio algunas indicaciones. Por desgracia, los conceptos que tan emocionadamente distribuyó están en su cabeza más que en la propia historia: «Sé que mi película no es perfecta. Se ha dicho incluso que es monstruosa. La monstruosidad, que da miedo a alguna gente y que atraviesa mi trabajo, es un arma, es una fuerza. Nos hace alejar los muros de la normatividad que nos encierra y que nos separa. Hay tanta belleza y tanta emoción en aquello que no podemos clasificar y en lo que aún tenemos que descubrir en nosotros mismos. Agradezco al jurado haber reconocido la necesidad visceral que tenemos de un mundo más inclusivo y más fluido. Gracias por haber dejado entrar a los monstruos».

Al oírla hablar uno podría pensar en esa obra maestra, hermosísima en su tragedia, que es El hombre elefante (David Lynch, 1980). Nada más lejos de la realidad. En Titane no hay compasión, no hay inclusión, no hay ningún tipo de mensaje humanista. Además, eso que ella llama «monstruo» no es más que una falacia promocional. Su actriz protagonista, Agathe Rousselle, es bellísima. ¿Hay un ejemplo de normatividad más evidente que ese? ¿De qué hablamos cuando hablamos de salirnos de la norma, de periferias, de márgenes? ¿De gente deforme, gorda, fea, fuera de cualquier posibilidad de encontrar trabajo o sexo? ¿O del mito de la belleza del mal, que es más viejo que la propia Biblia? El concepto «niñas monas pero malas» no parece muy monstruoso a priori. Quizás en la imaginación literaria de la gente culta, acomodada y con una dentadura perfecta sí, pero no en las periferias reales, las del físico y las de la clase (siempre tan relacionadas).

Todos los cuerpos retratados en el cine de Ducournau son instagrameables, incluido el de Vincent Lindon (61 años), que interpreta al padre vigoréxico, adicto a los esteroides y enloquecido por la pérdida de su hijo. Lo son también los de las estudiantes caníbales de Crudo (2016), y el de su principal objeto de deseo, el personaje (inalcanzable en el plano sexual por ser gay) que interpreta Rabah Nait Oufella.

Lo son, asimismo, los de los jóvenes bomberos del parque en el que encuentra refugio la protagonista de Titane. Los únicos cuerpos no perfectos que se asoman a las películas de Ducournau son contrapuntos estrafalarios y desagradables, como el del viejo que juega con su dentadura postiza en Crudo o la escuálida anciana que tiene un infarto en Titane. No hay ninguna piedad con ellos. Y, por supuesto, están excluidos de unas narraciones supuestamente encaminadas a «la necesidad visceral que tenemos de un mundo más inclusivo».

Un tiro en el pie

Pero aceptemos los postulados de Ducournau. Supongamos que sus barbaridades tienen por objeto favorecer la inclusión y la fluidez. Habrá que preguntarse por qué, ¿no? ¿Dónde está eso en su película? Dándole a probar su propia medicina posmoderna podríamos decir sin temor a equivocarnos que es justo al contrario: la protagonista de Titane, en su fuga, se hace pasar por chico y un padre herido (el ya citado Lindon) lo/la acepta porque cree que se trata de su hijo desaparecido. Por tanto, lo que Ducournau acaba por concluir es que no, que la chica siempre será chica y no será chico sino a través del delirio de los demás, en este caso del amour fou de un padre desconsolado. En resumen: solo los locos te verán con tu género (tu género asumido, cambiado, elegido, eso es lo de menos). Menuda defensa de la fluidez.

Las tendencias asesinas de la protagonista tampoco parece que favorezcan demasiado esa pretendida inclusión. Aparte de ser un pegote argumental, un condimento perfectamente prescindible, acaba actuando en contra del discurso con el que Ducournau defiende su película. Pongamos por caso que queremos contar una historia sobre la necesidad de frenar el cambio climático y su héroe y protagonista es un pederasta asesino de niños. De ese batiburrillo puede salir una interesante narración amoral, por qué no, pero no una defensa de nada. Lo impediría el exceso de ruido.

En cualquier caso, y aun con sus patinazos, los mejores momentos de Titane tienen que ver con la confusión de géneros y orientaciones sexuales. Las fiestas que se montan los bomberos, todos muy machitos, todos bailando sudorosos con el torso desnudo, remiten acertadamente al homoerotismo que desprende, sin remedio y a su pesar, la iconografía nazi en mítines y fiestas deportivas campestres. Y quizás la escena en la que Adrien (el/la protagonista) baila subido a un camión sea la que mejor se adapta a lo que Ducournau confiesa que quiere transmitir: se supone que es un chico pero baila como una chica, lo que causa un gran desconcierto en el parque de bomberos, cuando no debería ser así. Es, sin duda, lo mejor de la película. Y sin necesidad de matar a nadie. Que vaya necesidad, por otra parte.

Todos los ingredientes que saboreamos en Titane nos son conocidos, pero desde luego nadie los había mezclado en un caldo (elija usted, ya que todo es relativo) tan indigesto o tan sublime: el coche enamorado (Christine) y como espacio para el sexo morboso (Crash), la máquina capaz de fecundar (Engendro mecánico), la mezcla de géneros (hay cientos de ejemplos; sólo ¿Víctor o Victoria? tiene hasta seis versiones desde 1933), el padre perturbado por la desaparición del hijo (Prisioneros), el hijo desaparecido que vuelve a casa pero no se sabe si es él en realidad (El impostor), hasta la horquilla como arma mortal (Matador). ¿Y qué decir de la ultraviolencia que Julia Ducournau despliega con manifiesto gozo?

Tras los primeros 15 minutos de película, repletos de crímenes brutales (uno con sentido, los demás gratuitos), es imposible no recordar a Nanni Moretti en Caro Diario (1993) mientras contempla, horrorizado, Henry, retrato de un asesino (1986): «Durante varias horas vago por la ciudad intentando recordar quién había hablado bien de esta película».

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Comentarios
  1. Pues a mi que quereis que os diga.. La he visto y me ha recordado a las peliculas gore de los 70-80 pero con fotografia (y roles) del 2021. Y de este burro no me bajo

  2. SUPONGO QUE SERÁ UNA MUESTRA DE LA LOCURA, DE LA SINRAZON EN LA QUE HA DEVENIDO LA SOCIEDAD.
    Pero no hace falta ir al cine para ver violencia y mal trato, está hoy en todas partes.
    POR ESO Y COMO TERAPIA Y PARA NO PERDER LAS ESPERANZAS EN FUTUROS TIEMPOS DE CORDURA Y FRATERNIDAD CONVENDRIA A DIA DE HOY QUE CONTARAN HISTORIAS DE VALORES, DE PROBLEMAS REALES, DE PERSONAS LUCHADORAS Y EJEMPLARES….

    LA CONMOVEDORA SENSIBILIDAD DE LOS CAZADORES:
    El galgo español es una raza empleada tanto para la caza como para carreras en diferentes regiones de España, especialmente en Andalucía, Castilla La Mancha y Castilla y León.
    Solo en Sevilla, se estima que se producen 5.000 abandonos anualmente, y algunas estimaciones calculan que en España cerca de 50.000 galgos y otros perros para la caza son abandonados.
    . Esto no incluye a todos los miles de animales que pueden haber sido sacrificados de las maneras más espeluznante por parte de sus llamados «dueños».
    Se hace imperiosa la necesidad de cortar el problema de raíz, cambiando las leyes que (des)protegen a los galgos y a los perros utilizados para la caza en general.
    https://www.salvemosalosgalgos.org/

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