Opinión | Pensamiento

Lepantos de ayer y hoy

"Este tomar prestados los nombres, las consignas de guerra y los ropajes de historias antiguas también sucede con las insurrecciones reaccionarias. También ellas convierten el pasado en un ariete", reflexiona Pablo Batalla.

Cuadro anónimo de la batalla de Lepanto.

Vox, que antes quiso conmemorar a Torquemada, ahora quiere, exige, conmemorar Lepanto. «Un pueblo que no conoce su historia está condenado a desaparecer», proclama la ultraderecha patria, indignada por cuanto «a día de hoy, y pese a su enorme contribución a la historia militar y naval, en general, y a la grandeza de España, en particular, y su papel en la preservación de Occidente tal y como lo conocemos, la batalla de Lepanto no es suficientemente reconocida ni en España ni en Europa». No hace falta exprimir demasiado estos entrecomillados para extraerles el jugo subtextual; este borbota con la naturalidad de la lava del volcán de La Palma: hay una nueva Lepanto que librar en un momento dramático en que vuelve a estar en peligro la Preservación de Occidente™.

En marzo de 2019, Javier Ortega Smith impartía una conferencia en el Parlamento Europeo, invitado por el eurodiputado ultraderechista polaco Kosma Zlotowski, en la que proclamaba: «Europa no se entiende sin la aportación española. Permítanme que les recuerde que sin las Navas de Tolosa, sin la batalla de Lepanto y sin Carlos V, creo que todas las señoras que están en esta sala vestirían el burka». El burka es un terror de hoy, no uno de entonces; la emancipación capilar no figura entre los discursos legitimadores de la guerra del Turco, librada para acabar con los piratas y no En nombre de los derechos de las mujeres (título de un libro espléndido de Sara R. Farris sobre cómo la ultraderecha instrumentaliza un discurso de apariencia feminista para agitar las políticas antiinmigración). Nuestros ancestros –nos dice el fascismo, autoproclamado sufragio de los muertos– libraron guerras que no sabían que libraban. Luis A. García Moreno dedicaba en 1992 un trabajo sobre los últimos días del reino visigodo «al rey Rodrigo y a cuantos murieron con él defendiendo, sin saberlo, la libertad y el progreso frente a la intolerancia y el totalitarismo». 

Marx decía célebremente al principio de El 18 brumario de Luis Bonaparte que cuando los hombres aparentan dedicarse a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, conjuran en su auxilio espectros del pasado. Pero este tomar prestados los nombres, las consignas de guerra y los ropajes de historias antiguas también sucede con las insurrecciones reaccionarias. También ellas convierten el pasado en un ariete. En general, no hay conmemoración del pasado que no esté mediatizada por intereses del presente. Toda historia –decía Croce– es historia contemporánea. Cuando se alza una estatua –como expone Peio H. Riaño en su reciente Decapitados–, se alza un discurso sobre la actualidad; se convoca a un coloso antediluviano a librar alguna guerra del día. Derribándola derribamos, no un hecho histórico, no a un histórico personaje, sino una ideología contemporánea.

Nada tan impredecible como el pasado, dice un proverbio ruso, que Svetlana Boym cita en El futuro de la nostalgia. Nacho Cano pretende representar un musical sobre Hernán Cortés en un teatro con forma de pirámide maya en el mismo lugar en que un día, veinte años atrás, José Luis Moreno quiso alzar un así llamado Coliseo de las Tres Culturas: ejemplo elocuente del paso de una mirada de España y la hispanidad que quería un presente heredero del naíf encuentro entre mundos a otra que defenestra a Bartolomé de las Casas para encumbrar a los conquistadores. La hora no convoca a los espectros del diálogo, sino a los destructores de mundos. Hay conquistas nuevas que hacer, nuevos protestantes a los que derrotar en una nueva Mühlberg, nuevos atahualpas a los que degollar. 

Hay, también, nuevos mahometanos a los que apedrear desde nuevas covadongas. José Ángel Mañas publica ¡Pelayo!, una novela histórica que se proclama documentada con minuciosidad –«¡me he leído las crónicas!»–, pero que ya desde el primer párrafo se muestra trufada de groseros y evidentes anacronismos:

«En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, yo, Adosinda, me apresto a comenzar la crónica de los hechos sucedidos en este rincón de la cristiandad entre el aciago año 711, cuando se perdió Spania, y el 722, cuando mi hermano Pelayo, coronado rey de los godos, ganó la batalla que permitió iniciar la reconquista del territorio cedido al islam. Mi deseo, al escribir el nacimiento del nuevo reino, ha sido penetrar en la entraña de los hechos y revivirlos con los pensamientos y pasiones de quienes los protagonizaron. Porque ya nadie niega que Pelayo y sus hombres hicieron algo más que ganar en Covadonga: juntos sembraron una idea, algo que vale tanto como un mundo nuevo, pues las ideas se agitan en el aire sin que se puedan aprisionar y fecundan a las naciones… Esta es la historia verdadera de cómo Pelayo y sus valientes astures iniciaron la más extraordinaria de las aventuas: la Reconquista de España».

Un Pelayo godo al que moviliza contra los musulmanes el casamiento de su hermana con el valí Munuza: el más vetusto relato nacionalcatólico, superadísimo desde hace décadas por una historiografía que, a diferencia de Mañas, no se fía sin más de crónicas escritas siglos después de los hechos y atravesadas de ideología neogoticista, interesadas en convertir en un espatario godo a un Pelayo que, de haber existido —lo que ni siquiera está claro—, pinta mucho más a señor local y a rebelde antitributario que a homérico paladín de la cristiandad. Un par de arcaísmos bastan a Mañas para solventar la papeleta del presentismo: me apresto a, Spania. Como cuando en la serie El Cid –protagonizada por un Cid conciliador y damas feministas avant la lettre: también el progresismo arrima el ascua de su discurso a sardinas pretéritas– dicen «foder» en lugar de «joder».

Nada más poderoso que una mentira a la que le ha llegado su hora: asistimos también en nuestros días a la propagación de la especie de que la izquierda, así en general, votó en contra del sufragio femenino durante la Segunda República; conquista que tuvo, es cierto, opositores ruidosos de izquierda como Indalecio Prieto o Margarita Nelken, pero para cuya consecución en las Cortes republicanas el PSOE aportó, en realidad, más de la mitad de los votos. Apenas hace efecto el desmentido de los historiadores o de Maldito Dato: la izquierda antisufragista se convierte en verdad como la mentira mil veces repetida de Goebbels. 

Tiempos inquietantes. Nos quieren foder.

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Comentarios
  1. YA ME GUSTARIA A MI QUE LA IZQUIERDA DE ESTE PAIS SE MOVIERA COMO LO HACE LA ULTRADERECHA Y LA DERECHA y encima se apropian de nuestras palabras y las hacen suyas: «Un país que no conoce su historia está obligado a repetirla» y lo dicen mientras seguimos instalados en la historia falsa que nos han transmitido ellos.
    Capitalismo y fascismo cabalgan juntos, ya lo decía B. Durruti y que razón tenía:
    Documentos filtrados por una exempleada de Facebook revela que la empresa permite la desinformación y el discurso ultraderechista.
    Permisividad con la desinformación, el odio y la ilegalidad.
    El objetivo: el beneficio económico.
    El gigante de Facebook, que controla las redes sociales de Facebook e Instagram y la aplicación de mensajería instantánea Whatsapp, ha vuelto a saltar a las portadas y no por la caída de sus servicios durante más de seis horas el pasado martes. Un nuevo escándalo ha salpicado a la empresa que recuerda al de Cambridge Analytica: Frances Haugen, exempleada de la empresa, ha filtrado gran cantidad de documentos que ha publicado Wall Street Journal y que demuestran que la multinacional no solo es consciente del impacto negativo de sus redes en la sociedad, sino que además se aprovecha de esto para obtener beneficio económico…
    https://laicismo.org/documentos-filtrados-por-una-exempleada-de-facebook-revela-que-la-empresa-permite-la-desinformacion-y-el-discurso-ultraderechista/250996

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