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Las tres claves del episodio Puigdemont en Cerdeña

El expresident de la Generalitat Carles Puigdemont. (Flickr CHATMAN House)

Este artículo sobre Carles Puigdemont se publicó originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo aquí.

1) El problema principal de España es la cloaca judicial – policial

No se sabe con certeza quién organizó la detención de Carles Puigdemont en la localidad italiana de Alguer, y será difícil saberlo con seguridad en el futuro. Solamente se puede especular en función de las intenciones de los actores implicados con capacidad de iniciar una operación de esta envergadura. Pero las opciones son muy reducidas. Son dos, exactamente: o fue el Ministerio de Interior que lidera Fernando Grande-Marlaska a instancias de Pedro Sánchez, o bien fue una colaboración de algunos sectores de la cúpula policial con otros de la cúpula judicial, aquello que se conoce comúnmente como “las cloacas del estado”. Empezando por la primera:

¿Qué interés tendría Pedro Sánchez a exponerse a otra más que probable derrota judicial internacional en el caso de Procés? ¿Qué beneficios podría sacar el ejecutivo, que depende del voto de ERC para aprobar los presupuestos, en arriesgar la continuidad de la Mesa de Diálogo? ¿Por qué se arriesgaría Pedro Sánchez, en definitiva, a cambiar una estrategia que le está dando sus frutos en las encuestas? Cuesta dar con una respuesta convincente a estas preguntas. Sánchez sabe que si Puigdemont es extraditado a España no solo tendrá que lidiar con una derecha – derechizada furibunda, sino que incrementarán las tensiones con Unidas Podemos, que abogan por una salida más democrática y menos jurídica al conflicto.

La segunda opción, entonces, parece más realista. La hipótesis sería que una pequeña corte de jueces y policías habrían actuado motu proprio para detener a Puigdemont en Italia, que a diferencia de Alemania y de Bélgica, parece mantener una posición más laxa en relación a la aprobación de las Euroordenes y cuya relación con España es bastante fluida debida a la constante extradición de mafiosos con pasaporte italiano que son capturados de vez en cuando en alguna localidad costera de la península.

A estas alturas a nadie le va a sorprender la existencia de esa cúpula de poder –que hunde sus raíces en el franquismo, que, movidos por ese convencimiento tan familiar de la derecha de creer encarnar los valores del Estado, al que se le suma la vergüenza de ser abofeteados día sí y día también por instancias judiciales superiores en relación al tema del Procés, haya decidido (de forma chapucera, como de costumbre) tomarse la justicia por su lado. Es una forma, además, de atacar a sus dos enemigos principales: la izquierda que representa Unidas Podemos y cualquier amenaza a la Santísima unidad de España. La que representa, en este caso, el independentismo catalán.

2) Llarena salva a Puigdemont

Se puede leer la historia del auge del independentismo como la historia de las meteduras de pata de la derecha político-judicial española. Seguramente si el PP no hubiera recurrido el Estatut de Autonomía al Tribunal Constitucional, el independentismo nunca hubiera tenido la posibilidad de construir el relato de que España odia Catalunya. Seguramente, si el Tribunal Constitucional hubiera respetado “el voto emanado del Parlament de Cataluña” (como diría el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero), el independentismo no podría decir que la palabra “Justicia” no significa nada en España. Seguramente, sin el baile de porras y pelotas de goma del 1 de Octubre de 2017, no se hubiera cronificado el desaliento (por no llamarle el odio) al Estado español; y muy seguramente, si en lugar del juicio a los presos políticos, se hubiera empezado por la Mesa del Diálogo nos habríamos ahorrado cuatro de los años más tristes de la historia democrática española.

Pero, ya lo sabemos: la historia se repite, rima, es una tragedia continúa, o todo lo demás junto. El juez Llarena es gasolina para el procés. Cuando este entra en un ciclo de relajación, Llarena se encarga de recordarle al mundo que las cosas se pueden hacer peor y que está dispuesto a avergonzar a España entera (¿estaba o no suspendida la Euroorden?) con el fin de darle alas al independentismo catalán. Bien harían en el Consejo de la República en Waterloo en contratarle para la causa.

Porque la realidad es que Puigdemont se estaba quedando cada vez más solo. Es un efecto natural de la principal ecuación en política: cuánto más tiempo pases alejado del poder y menos participación tengas en los medios de comunicación, más poder pierdes. Puigdemont ha ido perdido poder a la interna del partido, del que, aún así, sigue siendo su principal figura. Primero fue Quim Torra. Este empezó siendo el lugarteniente de Puigdemont y acabó generando una línea interna semi-autónoma a la del expresident, con el que fue perdiendo contacto progresivamente. Un efecto de la soledad del poder. Después fue el retorno de la cárcel de las antiguas figuras de Convergència i Unió cómo Jordi Rull, Josep Turull o Quim Form, y, por supuesto, Jordi Sánchez, principal valedor de la Mesa de Diálogo, que han vuelto a la política con ganas de reconducir el espacio posconvergente.

La amnistía general sería el mejor antídoto contra el independentismo, pues si se ha convertido en un movimiento hegemónico en Catalunya (controla las instituciones y los principales medios de comunicaciones) ha sido debido a la existencia de figuras que, como Llarena, han hecho bandera del “a por ellos” como medio para acallar un sentimiento que, precisamente, se nutre de eso para crecer.

3) ERC aguanta el embate

Había muchas dudas de si ERC sería capaz de aguantar un nuevo embate de Junts per Catalunya, formación política que podría liderar tranquilamente el ranking de expertos saboteadores de coaliciones de gobierno. Durante muchos años parecía que el mayor miedo de ERC era que los posconvergentes les llamaran “botiflers” [traidores].

Pero las tornas parecen haber cambiado. Si bien es cierto que a ERC le sigue costando marcar la agenda política en Catalunya – algo que a los posconvergentes, con mayor control sobre los medios de comunicación privados, llevan décadas dedicadas a cultivar -, la actitud de subordinación está desapareciendo. Al fin y al cabo, Pere Aragonés (ERC), que tiene de determinación lo que le falta de carisma, es el President de la Generalitat. Las encuestas avalan la estrategia de la Mesa del Diálogo, y ERC volvería a quedar por delante de Junts per Catalunya si hoy se volvieran a celebrar elecciones.

Pero, sin duda la detención de Puigdemont, no lo pone nada fácil. Si el próximo día 4 de Octubre, cuando se sepa si queda finalmente en libertad o es extraditado, la justicia italiana se decanta por la segunda opción, la presión hacia ERC se redoblará. Y sin ERC no hay presupuestos. Por ahora, sin embargo, ERC aguanta. Y en ese aguantar se consolida como la fuerza histórica central de la política catalana que es.

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